La última novedad de Bergoglio: Confesión sin Confesión
Si
sólo fuera posible evitar lo que se ha convertido en un continuo
comentar los dichos y hechos del papa Francisco. Pero uno no ignora las
declaraciones públicas de un Papa, especialmente desde la perspectiva de
Fátima. Y en el punto actual del pontificado Bergogliano, el panorama
de la Iglesia está cubierto de cráteres por las bombas que Francisco ha
estado tirando casi semanalmente en las homilías, meditaciones,
conferencias de prensa y otros escenarios, improvisadas por fuera de las
cuatro esquinas de una encíclica u otro pronunciamiento papal formal.
Aquí hay una bomba de febrero, del Miércoles de Ceniza. Fue arrojada en un sermón dado a los “Misioneros de la Misericordia” durante la misa en la que recibieron su “mandato”, el que incluye “facultades para absolver ciertos pecados reservados a la Santa Sede” (de los cuales todos pueden ser absueltos por cualquier sacerdote parroquial).
Aquí hay una bomba de febrero, del Miércoles de Ceniza. Fue arrojada en un sermón dado a los “Misioneros de la Misericordia” durante la misa en la que recibieron su “mandato”, el que incluye “facultades para absolver ciertos pecados reservados a la Santa Sede” (de los cuales todos pueden ser absueltos por cualquier sacerdote parroquial).
Les dijeron a los Misioneros — increíblemente, aunque a
esta altura no sorprende — que deben ofrecer la absolución
incluso a los penitentes que están demasiado avergonzados como para
hablar y no han expresado ningún propósito firme de enmienda porque
pretenden volver a pecar:
“Si alguien viene a confesarse es porque siente que hay algo que debería quitarse pero que tal vez no logra decirlo, pero tú comprendes… y está bien, lo dice así, con el gesto de venir. Primera condición. Segunda, estar arrepentido. Si alguien viene a ti es porque querría no caer en estas situaciones, pero no se atreve a decirlo, tiene miedo de decirlo y después no puedo hacerlo. Pero si no puede hacerlo, ad impossibilia nemo tenetur [a nadie se le pide lo imposible]. Y el Señor entiende estas cosas, el lenguaje de los gestos. Los brazos abiertos, para entender lo que está en el corazón que no puede ser dicho o dicho así… un poco es la vergüenza… me entendéis. Vosotros recibís a todos con el lenguaje con el que pueden hablar.”
Sin dejar lugar a dudas sobre sus intenciones al respecto, Francisco dijo lo mismo el día anterior (9
de febrero) a un grupo de Capuchinos, sugiriendo por lo tanto, que
desea que cada sacerdote de la Iglesia otorgue la absolución a los
penitentes mudos:
“Hay muchos lenguajes en la vida, el
lenguaje de la palabra, pero también el lenguaje de los gestos. Si una
persona se acerca al confesionario es porque siente algo que le pesa,
que quiere quitarse. Quizás no sabe cómo decirlo, pero el gesto es este. Si esta persona se acerca es porque quiere cambiar, y lo dice con el gesto de acercarse. No es necesario hacer preguntas: ¿tú?, ¿tú?…?”
“Y si una persona viene [a confesarse]
es porque en su alma quisiera no hacerlo más. Pero muchas veces no
pueden, porque están condicionados por su psicología, por su vida y su
situación… Ad impossibilia nemo tenetur.”
En primer lugar, este consejo totalmente erróneo equivale a destruir el sacramento porque elimina la confesión de la Confesión,
eliminando la misma esencia del sacramento y dejando solamente la
forma. No es necesario citar las enseñanzas de la Iglesia sobre un punto
tan obvio, pero uno podría citar simplemente el nuevo Catecismo (§
1456), que inequívocamente afirma:
“La confesión de los pecados hecha al sacerdote constituye una
parte esencial del sacramento de la Penitencia: “En la confesión, los
penitentes deben enumerar todos los pecados mortales de que tienen
conciencia tras haberse examinado seriamente, incluso si estos pecados
son muy secretos…’”
(NOTA: no hablamos aquí de una
emergencia en la que no hay tiempo para una confesión normal, como por
ejemplo cuando un avión está a punto de estrellarse o una persona que
está a punto de morir no puede hablar pero puede dar una clara señal de
contrición, en cuyo caso la absolución sin la enumeración los pecados
sería permisible. Cf. Canon 961.)
En segundo lugar, en cuanto a la noción que la “vergüenza” excusa del
deber de contar los pecados mortales en confesión, tal vergüenza nace
del orgullo: el penitente no desea ser humillado por revelar al
sacerdote sus pecados graves. Es increíblemente sorprendente que un
Romano Pontífice — incluso este — pueda declarar que un pecador afligido
por el orgullo, que no puede ni siquiera hablar de sus pecados al
propio confesor, puede recibir la absolución mientras evita
orgullosamente ser humillado.
Finalmente, igualmente destructor del
sacramento, e igualmente sorprendente, es la idea de Francisco que
pedirle a un pecador que exprese un firme propósito de enmienda cuando
duda de poder enmendar su vida es pedirle lo imposible porque “su
psicología….su vida…su situación” le hacen imposible el dejar de pecar.
¿Quién no estaría cubierto con esta excusa para pecar, y qué pasa con el
requisito del firme propósito de enmienda sin el cual la absolución es
inválida? Aparentemente, Francisco piensa que puede dispensarse, si bien
ni él ni ningún otro confesor tienen el poder para hacerlo.
Como enseña San Alfonso, Doctor de la
Iglesia, un firme propósito de enmienda “es compañero inseparable de la
verdadera contrición” y “condición necesaria para el perdón del pecado… Es imposible para Dios perdonar al pecador que mantiene la voluntad de ofenderlo...
¿Quién puede dudar que la confesión de este hombre es una burla a la
penitencia? ¿Quién puede creer que esta absolución ha tenido algún
valor?
Quizás estoy siendo desconfiado por
demás, pero me parece que este increíble llamado a otorgar la absolución
a pecadores mudos que no están dispuestos, o no pueden comprometerse, a
enmendar su vida es otro paso hacia el objetivo final de admitir
adúlteros públicos en segundas o terceras “nupcias” a la Sagrada
Comunión. Las personas viviendo en adulterio solo necesitan insistir al
confesor que siga los consejos de Francisco y que no les hagan ninguna
pregunta sobre sus pecados porque están “muy avergonzados” para hablar
de ellos y encuentran “imposible” dejar de cometerlos por “su
psicología… su vida… su situación.” Muchos sacerdotes harán simplemente
eso — y muchos han hecho eso durante décadas, pero sin el
beneficio del guiño y el asentimiento papal. La burla del Sacramento de
la Confesión resultante conducirá a quién sabe cuántas absoluciones
inválidas.
La mente católica está más que abrumada
por la continua debacle de este pontificado. Ciertamente indica que la
dramática resolución de nuestra situación está próxima. ¡Que Nuestra
Señora de Fátima nos proteja de las tormentas que se avecinan!
Christopher A. Ferrara
[Traducción de Marilina Manteiga. Artículo original]