CUANDO
EL CAOS DEJA DE SER UN JUEGO DE PALABRAS
Agradecimiento
al amigo Augusto, director del blog
“Nacionalismo Católico San Juan Bautista”.
Por
ANTONIO CAPONNETTO
Querido
Augusto:
Te agradezco mucho
tu solidaridad y tu preocupación ante ciertas agresiones en curso,monopolizadas
insólitamente por el blog Infocaótica.
Así como te agradezco el afán amical de ofrecerme tu propio espacio digital
para ensayar algún descargo.
La verdad es que
–como ya lo adelantara en la Carta a mis amigos del pasado
19 de marzo - no creo necesario
acotar nada más a lo ya dicho; y si fuera menester, que no lo descarto,
buscaría alguna ocasión propicia en el futuro, al margen ya de estas
provocaciones inspiradas en un rencor personalizado cuyo origen y móvil se me
escapan completamente. Los tiempos de mis reacciones no me los fijan mis
detractores; mucho menos si sus diatribas suceden en el cronos laudante de la Pascua.
Juzgo además que
mis verdaderos descargos –aunque preferiría llamarlos simplemente argumentos- están
en mis libros sobre el tema político que en este momento se me cuestiona. Esos
libros, en principio, constituyen una tríada, publicada desde el año 2007 y
completada recientemente con la aparición del tomo segundo de “La democracia:
un debate pendiente”. Pero podría considerar un indirecto e imperfecto preludio
natural de esta mentada tríada, otros dos volúmenes editados en el año 2001, bajo
el título “Del Proceso a De la Rua”.
Tengo la evidencia
intelectual y la certeza moral de que todo este corpus argumentativo –cualquiera
sea el valor que tuviere- no ha sido leído, ni analizado ni frecuentado por mis
flamantes, unilaterales e imprevistos enemigos. Sin la gloria de los clásicos parece ser que cargo con el
estigma que sobre ellos advertía Chesterton: se sabrá que un libro es clásico
cuando todos se creen con derecho a hablar de él sin haberlo leído.
Ejemplos penosos
de este hablar sin primero escucharme, dan a borbotones; y últimamente con una
tirria tan monotemática y obsesiva que –al no conocerlos- me los imagino antes
unos grandulones caprichosos preocupados por llamar la atención que los
intelectuales sagaces por quien alguna vez los tuve. Dudo incluso –y no es
chanza- de que los actuales escribas del sitio agresor sean los mismos que en
ocasiones me defendieron y ponderaron con tanta benevolencia y caridad.
Si fueran los
mismos –o si algo que desconozco no los hubiera hecho cambiar tan penosamente
de dignidad ética y conceptual- estoy seguro de que leerían normalmente mis
trabajos, con tantas coincidencias como divergencias sustanciales, pero con un
espíritu primero festivo que acédico, hondamente comprensivo que no
cuadriculado, académico mas no apriorístico, fraterno sin ser caínico, de ágape
más no de atracón tabernero. Y que evitarían incurrir en puerilidades notorias,
como la de autoenviarse una carta de lectores para descalificarme, cerrando con
pavura todo comentario favorable a mi pensamiento.
Quedará para la
pesquisa psiquiátrica o para las crónicas policiales saber el paradero de
aquellos que habiéndose mostrado otrora intelectualmente diestros y socialmente
amables, se exhiben ahora en la indigencia del más elemental deber de estudiar
primero lo que se quiere criticar después. Y en la orfandad más atroz de toda
mesura para considerarme de repente una especie de Thomas Stockmann, aquel enemigo del pueblo
retratado por Ibsen.
Porque paralelamente
al desconocimiento intencional de mi obra escrita, hay otro sobre mi persona,
no menos desconcertante y risible. Se me imagina, por ejemplo, “perdiendo
seguidores”, como si en alguna circunstancia sumarlos o perderlos hubiera
estado en mis propósitos o en mis intereses. Se agrega que era necesario
contradecirme de una buena vez, como si mi itinerario docente o científico hubiese contado con el
consenso unánime de tirios y troyanos. Y por lo que acabo de ver, recientemente,
se me concibe una especie de gurú o de oráculo de cuya infalible autoridad
dependería no se sabe bien qué feligresía o movimiento; y cuyos miembros -¡qué
menos!- estarían conjurados o complotados para conservar esa “autoridad” a
expensas de lo que fuere.
De veras que no
puedo cesar de reír a dos carrillos al contrastar la ocurrencia con la módica realidad.
A la par que no puedo dejar de llorar por el trágico destino de estos anónimos
seres que –como dijo alguien cierta vez con acuidad- no saben tomar el ser con
los cubiertos; están condenados a tomarlos con las manos engrasadas, al modo de
los toscos.
Han inventado burdísimamente
un tipo que no soy, como han fabricado a mansalva una tesitura doctrinal que no
es la mía. Daría la triquiñuela para “el otro” borgeano, si fuera Georgie. Pero acaso esto sea algo más
pirandelliano, y esté nomás rondando el personaje que han creado en busca del
autor.
Lo adictivo de la
fabulación acaba revirtiéndose sobre ellos mismos; pues así como me inventan se
manufacturan una identidad antojadiza y ficta, según la cual, monitor mediante,
pueden destronar caponetianos tronos e instaurar hernandianas repúblicas. El
sol no tiene otra función en su giro que amanecer cada alborada para alumbrar Infocaótica, y saber entonces los
mortales todos adónde gemimos los réprobos, ya sin nuestras caudalosas huestes
y unanimidades masivas, y adónde acampan éstas agora tras los nuevos adalides del
machazo votopartideo.
Dije bien hace poco
y me reitero: no entienden ni atienden.
Las lecciones de teología política, que están en el fondo de mis planteos, y
que ni siquiera son mías sino de maestros en los que he podido abrevar, les
resultan ajenas a su horizonte interpretativo y valorativo. El conocimiento poético
les semeja extraño y hasta hostil. La intuición o el pálpito son rechazados por
el cálculo. La perspectiva sobrenatural y parusíaca de la patria les está vedada.
El valor del testimonio sin prevenciones intramundanas colisiona con sus
miradas. El espíritu que sobrevuela a la letra es inadvertido y desdeñado. La
gloria y la gracia del homo
transfigurationis y del homo mediator
es prohibitivo para sus ojos manualísticos y librescos. La ironía socrática y
el contemptus mundi no cotizan en el
mercado de su escolástica frígida. Las pruebas a raudales aportadas por la Ecclesia
Semper Idem,
sucumben a la siglometría cartesiana de la que están presos. La palma al cielo
postrimera de José Antonio, la última santiguación de Genta, o el estertor
eucarístico de Sacheri, valen menos para sus testas que la fragancia de una
urna bien servida, de un partido bien plebiscitado, de un candidato que me
acomoda los canteros de la plaza.
Todo es cuestión de
hallar o de perder una cita tergiversada de Pío XII o de obtener una selfie con un santo votando. Todo es
cuestión de ingeniárselas para ofrecerles ardides y argucias culturales o
eclesiales a quienes necesitan conciliar su condición de partisanos rentados del
sistema con su sedicente condición de tradicionalistas. O lo que parece peor: todo
es cuestión de jugar con el caos, y de acabar atrapados fatalmente en el mismo.
Ninguna de las dos alternativas puede favorecerles la limpidez intelectual y
moral; y se les nota. Esta seguidilla de notas agresivas que me dedican –como
no veo que las haya recibido nadie en sus escritos- los han expuesto tanto a la
locura como a la indecencia. El caos no es creador, según lo conjeturaba
Barthes. Es disgregante y corrosivo, y cuando se lo empieza a reivindicar como
ludismo o pose puede terminar asfixiándonos como en un drama genuino, ya no
cual pasatiempo informático. Que alguien les avise; sin invocar mi periclitada
majestad, claro.
No sé si mis
espaldas son anchas, como las del buen Calvo Sotelo. Sé quién soy, como lo
podría decir el derrotado Don Quijote. No tengo motivos para victimizarme pues
la alegría de la vocación ejecutada ha sido pródiga conmigo. Como pródigos los
camaradas fieles a la Verdad,
que en antiguas y nuevas promociones llenan mis días de un gozo recoleto y de
una compañía austera cuanto firme. No tengo tampoco motivos para quejarme de
persecuciones, desde que las persecuciones las contraje voluntariamente con el
bautismo. Elegí el sacramento que nos convierte en signo de contradicción. Me
place no haberle fallado ni al sacristán ni al cura, y permita Dios que tampoco
le falle a Él. Estoy contento, esa es la realidad. Y lo estaré aún más mientras,
gracias a estas “gallinas que picotean a porfía” –como escribía Castellani-
pueda sentir como inmerecidamente propios los versos con que se describía Don
Leonardo:
“Pero el bicho sin
pico ni espolones
-Dios lo ha provisto
de defensa lista-
entra en el mar,
navega tres tirones
y los pierde de
vista”
Vuelvo e insisto: no sé si mis espaldas son
anchas. Pero sé que mi vida empieza antes y sigue después de este debate con
el Dr. Hernández, y con aquellos que,
creyendo apoyarlo, lo degradan al convertirse en el 678 de su erróneo proyecto político, o en el victorhugomoralismo de su desacertado relato. Sé asimismo que he
tenido enemigos más amenazantes y dañinos que Moe, Larry y Curly. No será un
blog de intrépidos caguetas el que a esta altura de la vida me mueva a quebrar
la lanza ya mellada que me queda. Tampoco el que me haga abandonar las mansas predilecciones
por otros temas más empinados, cuyo estudio me importa más que estar
dilucidando si el pobre infeliz que mete un cupón en una urna coopera material
o formalmente con el mal. Metan sus votos donde quieran, caballeros. El Día del
Juicio el Señor no andará indagando afiliaciones partidocráticas sino
auscultando cicatrices. Y más le temo al divino escrutinio del Supremo
Ordenador, que a los sirvientes del caos.
Así que Augusto
amigo; esto es todo por hoy. O definitivamente todo. Como te dije: lo que tenía
por escribir ya está en mis libros. Y no creo necesario volver a escribirlos,
ni prolongar esta disputa. Pero gracias –y más gracias- por ofrecerme tu asilo
generoso. Y gracias a aquellos otros amigos que con afecto recto obran del
mismo modo.
Va el abrazo de
estilo:
En Cristo y en la Patria
Antonio
Caponnetto
Buenos Aires, marzo 30
del 2016.
Nota de NCSJB: Manifestamos
todo nuestro apoyo a Antonio, con quien no sólo nos une la amistad, sino que es
uno de nuestros principales referentes doctrinales en ésta solitaria cruzada
por la Verdad, especialmente ahora, que, acabados los argumentos para intentar refutar
la postura católica y consecuentemente antidemocrática en cuestiones políticas,
se acude al bajo recurso de atacar directamente a su persona.
Sabiendo que cuenta con nuestro espacio para
realizar los descargos que considere pertinentes, reiteramos nuestra
solidaridad al Dr. Caponnetto, quien colaboró desinteresadamente con nuestro
apostolado y militancia las veces que le fueron requeridas.
Un abrazo fuerte en Cristo y la Patria.
Augusto
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista