La fiesta de los lameculos.
Por José Luis Milla.
Si los argentinos no fuéramos como
realmente somos y nuestra clase dirigente no hubiera borrado de su
diccionario la palabra grandeza, el 24 de marzo hubiera sido una
oportunidad que se le regala al nuevo gobierno para restañar heridas y
-si perdonar es algo que aún nos cuesta- al menos darnos una oportunidad
de mirar hacia adelante e ir abandonando el odio que ha regulado las
relaciones entre nosotros. Pero, aunque estemos acostumbrados a la
hipocresía y a la deslealtad, nadie puede decir que no se ha asombrado
ante estos sainetes de reuniones cuasi familiares con “abuelas” y
“madres”, pedidos de desclasificación de archivos, y paseos a la luz del
día en un parque que rinde homenaje a la manía argentina de mentir
desfachatadamente.
Fue esta sucesión de farsas chabacanas
que hizo que se esfumara la posibilidad de cicatrizar viejos desgarros.
¿Era tan difícil para unos, el gobierno, animarse a decir que hubo
muertos por ambos lados, que todos eran argentinos y a todos se les
debía el mismo dolor? ¿Tanto les repele a las “orgas” de DD.HH. aceptar
que quienes ellos homenajean también mataron? Bien, esta ingenua ilusión
se frustró, y seguramente seguirán los obstáculos para que algún día
los argentinos caminemos juntos, porque a hoy, quienes debían decidir
darle un empuje a la reconciliación que la sociedad anhela tienen miedo y
los otros… sólo odian.
Ya no es impedimento el miedo de la
sociedad a ser catalogada de procesista o “facha”, porque en los setenta
pedía cadalsos en cada plaza de la República y muerte cruel para los
terroristas, tampoco sería un problema lo que dijeran las “orgas” de
derechos humanos, bastante desprestigiadas desde que algunos de ellos
trataron de transar con procesados por “lesa humanidad” para que
declararan que el Papa Francisco -en aquel momento Padre Provincial de
los Jesuitas- les había pedido ayuda para sacarse de encima a los curas
Yorio y Jalics, que perturbaban la reorganización de la Compañía de
Jesús. Y menos aún hoy que ya es vox populi que estas pandillas subidas
desde el vamos al tranvía de la corrupción kirchnerista no podrían
resistir ni un archivo con su recuento de agachadas y arreglos espurios.
En verdad, el obstáculo principal para
que de una vez por todas la historia de los setenta se cuente
objetivamente y sin mentiras reside en el miedo a ser políticamente
incorrectos que ataca especialmente a políticos y periodistas y esto,
ese pánico a ser defenestrados por decir lo que realmente sucedió, los
aterra. Es preferible- porque paga más y se arriesga menos- seguir con
la fábula que la Argentina era un lugar idílico con chicos
bienintencionados que repartían flores y bombones y que el 24 de marzo
de 1976, al igual que en Walking Dead, un virus atacó a los
militares que decidieron hacer desaparecer a los repartidores de
bombones y flores. En realidad, esto suena mejor que decir que los
“chicos maravillosos” eran responsables, hasta ese 24 de marzo, de más
de 18.000 atentados y 1.600 asesinatos llevados a cabo bajo un gobierno
elegido democráticamente. Para su tranquilidad, estos lameculos
prefieren comer las sobras que les tiran, sobras que seguramente están
bien pagas, antes que informar la verdad.
Esto
es lo que perturba a políticos y periodistas; se han pasado años
temblando ante la posibilidad de recibir una mirada torva de alguna
vieja arpía de cabeza empañolada, y les ha quedado la manía recurrente
de lamerles el ano, ya que las ancianas son difíciles de contentar y no
toleran desviación alguna. Pero el terror existe porque la gran mayoría
de ellos piensan de manera diametralmente diferente a lo que nos
cuentan, o, ¿Alguien cree que Macri mentía cuando dijo: “se va acabar el
curro de los derechos humanos”?, no seamos idiotas, en ese momento
estaba diciendo lo que realmente pensaba (y lo que piensa la gran
mayoría del Pro), pero la realidad es que a los borregos hasta un perro
chihuahua los corre y el “fin del curro…” fue un lapsus que todos
esperan que no se vuelva repetir, porque ni a las “abuelas” ni a las
“madres” les interesa lo que hagan Macri o los muchachos del Pro salvo
que, de tanto pedir que se abran archivos clasificados, a algún travieso
se le ocurre abrir los de la secretaría de DD.HH. y terminaríamos
enterándonos cuantas de estas viejas locas se hicieron ricas jugando con
cadáveres virtuales.
Como ambos colectivos profesionales se
creen vestales del “bien pensar” les preocupa aún más que al resto de la
sociedad que una frase políticamente incorrecta se les escape.
Políticos y periodistas son los que mejor conocen los vericuetos por los
que se desarrolló la “guerra sucia” porque, aunque lo nieguen, hay
archivos que ellos manejan y saben cosas que nosotros los simples
mortales jamás sabremos. Y como es común en Argentina, también para
políticos y periodistas había, entre los reos de “lesa humanidad”, hijos
y entenados, porque, ¿alguien leyó a cualquiera de los periodistas
estrellas de los grandes medios escribir una denuncia sobre el General
Harguindeguy que, sistemáticamente, llegado el verano, violaba su
prisión domiciliaria y se iba un mes a Punta del Este y otro a Cariló?
¿Alguien escuchó a un político, de los tantos que compartían carpa y
naipes con el general, protestar porque había traspasado las fronteras
-no de la República- sino las que les imponía la prisión domiciliaria?
Bien, lo que pasaba y ligaba a políticos y periodistas en esta infame omertá
es que si bien Harguindeguy no era Stiuso había sabido sacarle provecho
a su paso por el ministerio del interior y sabía bien- hoy se dice
tener carpetas- quienes eran los “ortibas” que a la salida de cada
redacción se daban una vuelta por el 601 de Callao y Viamonte, quienes
por miedo o denarios de plata habían vendido a compañeros, quienes eran
los mercenarios y probablemente a cual de ellos le gustaba retozar con
menores de edad en una catrera.
Si
algo debemos esperar de este rastrero colectivo social es nada, si
hasta tienen miedo no ya de denunciar sino de comentar que en los
penales federales ya han muerto 350 presos políticos en abandono de
persona, a los que los jueces de ejecución les han negado reiteradamente
los tiempos necesarios para tratamientos especializados y haciendo que
el viaje a un hospital de alta complejidad se convierta en un Via Crucis
que empieza a la una de la mañana y termina- un día sin agua y sin
comida- a las nueve de la noche.
Nada de esto, de este grupo de lameculos
que creen que por hablar cada 24 de marzo contra la dictadura se han
ganado, si no el cielo, al menos algunos mangos, es imposible esperar
nada. Para ellos no existió nada antes del 24 de marzo, no hubo masacre
en Ezeiza, la Triple A era un invento era un invento bolche, y que cada
tres días alguien fuera asesinado a causa de su profesión, desde
Sallustro a Mor Roig pasando por el más humilde de los agentes de
policía, o por sus convicciones y deberes, desde Sacheri hasta el Tte.
Berdina , es algo que pertenece, arguyen, a una etapa de Argentina que
no conocieron. Se babean por los nietos recuperados pero carecen de
coraje para pedir un ADN en serio, e inclusive, cuando una vieja
desquiciada se dedicó a hostigar a los hijos de la dueña de un diario,
todos ellos -políticos y periodistas- se cuidaron bien de salirle a la
orate con los tapones de punta.
Faltan pocas hora para que termine la fiesta de los lameculos y gracias a Dios tengo un buen libro que me eximirá de hacer zapping
en una televisión donde los lameculos de hoy, que ni siquiera habían
nacido en esa época, se rasgarán las vestiduras y se espolvorearán
cenizas en la cabeza mientras por enésima vez nos cuentan de la noche
oscura de la dictadura.