III.1. LA URDIMBRE EN SUS ORÍGENES
III.1.1. LOS ILLUMINATI DE WEISHAUPT
La Orden de los Iluminados de Baviera fue fundada el 1 de marzo de 1776 por
Adam Weishaupt, un profesor de Derecho Canónico de la
Universidad alemana de Ingolstadt formado en el colegio de los jesuitas de su
ciudad natal. Sus primeros adeptos fueron cuatro alumnos de su propia cátedra,
que en un principio constituyó el epicentro de la labor proselitista del
fundador. A partir de ese reducido núcleo se articuló la expansión
de la Orden sobre la premisa básica de conseguir la adhesión de
elementos situados en posiciones sociales y económicas relevantes.
Consecuentemente, el reclutamiento de los nuevos acólitos no se efectuaba
por candidatura, sino por cooptación, atendiendo a las propuestas de algún
miembro de la secta e iniciando seguidamente una discreta maniobra de aproximación
al candidato considerado idóneo.
Poco tiempo después de que fuese creada, tuvo lugar la incorporación
a la Orden del primer adepto de alto rango social, un barón protestante
de Hannover llamado Adolf von Knigge, cuyo temperamente ecléctico
y ambicioso se dejaría sentir en las futuras actividades de la organización.
A partir de entonces las incorporaciones de nuevos acólitos de destacada
posición se sucederían ininterrumpidamente: el duque Luis
Eduardo de Saxe-Gotha, el duque de Saxe-Weimar, el príncipe
Ferdinand de Brunswick, el conde de Stolberg,
el príncipe Karl de Hesse, el príncipe
de Neuwied, el conde von Pappenheim, el barón
de Dalberg, el escritor Wofgang Goethe (Abaris, en la
nomenclatura de la secta) y un largo etcétera.
La estrategia diseñada por Spartacus (nombre sectario de Weishaupt)
habría de convertirse con el tiempo en el modelo inspirador de todas las
sociedades afines orientadas al advenimiento de un "nuevo orden", y básicamente
se resumía en los puntos siguientes: reclutamiento en los círculos
sociales oligárquicos; rígida jerarquización interna; mando
restringido a un reducido grupo de iniciados; y agitación ideológica
fundamentada en los señuelos humanistas, filantrópicos y democráticos
plenamente consagrados en la actualidad. De los Illuminati y de la Francmasonería
procede igualmente el esquema organizativo en círculos concéntricos,
adoptado después por las sociedades carbonarias (Babeuf,
Buonarrotti,
Bakunin, Marx), y por las actuales
agrupaciones financiero-tecnocráticas de ámbito mundial.
El hecho de que se disponga de un conocimiento prácticamente absoluto
de los inicios de la Orden, cuyos documentos internos cayeron en manos de la
policía bávara, permite seguir el rastro de sus actividades y
constatar la permanencia en el tiempo de sus métodos operativos. Las
directrices de Weishaupt no podían ser más
elocuentes: "es en la intimidad de las sociedades secretas donde ha
de saberse preparar la opinión";
"cada adepto debe llevar un diario donde anotará todas las
particularidades concernientes a las personas con las cuales esté en
relación". Por otra parte, y en tanto, que iniciado en la
masonería regular, y conocedor, por ello, de los métodos de ésta,
Weishaupt adoptó la máxima según la cual "cada
iluminado debía actuar como si el grado al que pertenecía fuera el
último", para añadir a continuación que "la
franqueza sólo es una virtud cuando se manifiesta con los superiores jerárquicos".
Por lo que se refiere a los objetivos de la Orden, las consignas impartidas
por Weishaupt a sus grados superiores no dejan espacio a la
duda: "Cada uno de los hermanos debe poner en conocimiento de su
jerarquía los empleos, servicios, beneficios y demás dignidades
de las que podamos disponer o conseguir por nuestra influencia, a fin de que
nuestros superiores tengan la ocasión de proponer para esos empleos a los
dignos miembros de nuestra Orden"; "De lo que se trata
es de infiltrar a los iniciados en la Administración del Estado, bajo la
cobertura del secreto, al objeto de que llegue el día en que, aunque las
apariencias sean las mismas, las cosas sean diferentes"; "En
una palabra -apostillaba Weishaupt- es preciso
establecer un régimen de dominación universal, una forma de
gobierno que se extienda por todo el planeta. Es preciso conjuntar una legión
de hombres infatigables en torno a las potencias de la tierra, para que
extiendan por todas partes su labor siguiendo el plan de la Orden".
Como será fácil advertir, esos últimos pronunciamientos
guardan un estrecho paralelismo con las manifestaciones efectuadas en nuestra época
por varias figuras prominentes del Nuevo Orden Mundial. Sirvan como muestra las
que se reproducen a continuación:
Edmond de Rothschild, en declaraciones a la revista Enterprise:
"La estructura que debe desaparecer es la nación"
James Paul Warburg, patrón del grupo financiero
S.G.Warburg, miembro de la Round Table y del Council on Foreign Relations, en
una alocución pronunciada ante una comisión del Senado
estadounidense. " La única interrogante de nuestro tiempo no
es si el Gobierno Mundial será alcanzado o no, sino si será
alcanzado pacíficamente o con violencia. Se quiera o no, tendremos un
gobierno mundial. La única cuestión es saber si será por
concesión o por imposición".
Guardando el debido orden jerárquico, y una vez que han hablado los
patrones, es ahora el turno de sus subalternos.
Gianni de Michelis, ex-ministro italiano de Asuntos
Exteriores y presidente del Instituto Aspen (un apéndice de la Comisión
Trilateral), en declaraciones efectuadas al diario El País el 4
de abril de 1990: "El poder ha de ser inevitablemente transferido de
las naciones soberanas a instituciones supranacionales"
John Kennet Galbraith, socialista fabiano, profesor de la
Universidad de Harvard (feudo académico del Council on Foreign Relations
y de la Comisión Trilateral), en declaraciones publicadas el 9 de marzo
de 1977 por el diario La Vanguardia: "El socialismo
moderno no dependerá de los teóricos o de los políticos,
sino de los dirigentes de las empresas multinacionales".
El corpus ideológico iluminista, idéntico en lo esencial al de
la francmasonería especulativa, hace del culto al racionalismo una de sus
piedras angulares, lo que no es obstáculo para que, simultáneamente,
recurra a un variopinto galimatías de conceptos extraídos
arbitrariamente de la Biblia o del confucionismo, conceptos a los que se añaden
otros tomados de filósofos como Epicteto, Séneca o Marco Aurelio.
Se trata, pues, del característico ejercicio de sincretismo doctrinal, un
hecho que aplicado al terreno metafísico e iniciático, al que
habitualmente apelan las organizaciones pseudoiniciáticas modernas, es síntoma
inequívoco de mascarada y de fraude.
Por lo que se refiere a las relaciones entre los Illuminati y la
Francmasonería, y al margen de su notoria afinidad ideológica,
cabe subrayar ,en primer término, la pertenencia del propio Weishaupt a
la masonería regular, en la cual había sido iniciado tiempo antes
de que fundara la Orden iluminista. Más significativa aún a este
respecto fue la Reunión o Convento de Wilhelmsbad, una especie de
Conferencia de todos los grupos masónicos que tuvo lugar en 1782, y en la
que participó la logia de la Estricta Observancia, a la cual pertenecían
extraoficialmente los Iluminados de Baviera. En dicha reunión se acordó
refundir los tres primeros grados de todas las obediencias masónicas,
dejando los restantes al arbitrio de cada una de las logias. A raíz de
aquel evento, y tras el intento fallido de Weishaupt de unificar bajo su
autoridad todas las disciplinas masónicas, se produjo un fluido trasvase
merced al cual numerosos francmasones fueron iniciados en la Orden iluminista,
mientras que otros tantos acólitos de Weishaupt ingresaban en las filas
de diversas logias masónicas, duplicando así, unos y otros, su
filiación. A esa circunstancia obedecería la pervivencia en el
tiempo de la corriente iluminista, aunque la Orden fuese declarada ilegal en
1784 por el Elector de Baviera, y pese a que su fundador fuera desterrado y, más
tarde, una vez conocido el alcance de la trama iluminista, condenado a muerte.
Tras dicha condena, que en realidad no fue sino un gesto efectista del
Elector bávaro, y contando con la aquiescencia de este último,
Weishaupt se evadió a la corte del duque de Saxe, uno de sus adeptos, que
le nombró su consejero y le confió la educación de su
heredero. Los restantes dirigentes de la Orden se evaporaron temporalmente,
prosiguiendo su actividad en las logias masónicas europeas y americanas,
aunque su ostracismo duraría poco tiempo. En efecto, en 1786 vuelven a
aparecer en una reunión que tuvo lugar en Frankfurt, casa matriz de los
Rothschild, y en la que se gestaron los preparativos de la
Revolución Francesa. Allí fue acordada la muerte de Luis
XVI y la creación de la Guardia Nacional republicana, y desde
allí se impartieron las correspondientes órdenes a las logias
militares francesas para que, llegado el momento, no obstaculizaran el
desarrollo del proceso revolucionario. No menos relevante fue la participación
en dicho proceso de los acólitos iluministas, muchos de los cuales
militaban simultáneamente en diversas logias de la masonería
regular. Figuraron entre ellos el abate Siéyes, el
marqués de Condorcet, Danton y
Tayllerand, así como Mirabeau,
Marat y Robespierre, afiliados a una
sociedad iluminista conocida como el Comité Secreto de los Amigos
Reunidos. Por otro lado, las labores de agitación y los disturbios
sociales promovidos por los militantes iluministas en Francia contaron con el
generoso patrocinio económico de financieros como Benjamín y
Abraham Goldsmid, Moisés Mocatta,
David Friedlander, Herz Cerfbeer y Moisés
Mendelsshon.
En la línea de lo apuntado conviene significar que la filosofía
y la simbología iluministas jugaron asimismo un papel sobresaliente en la
gestación de la República Norteamericana, como muy pronto veremos.
Para cerrar este epígrafe bueno será dedicar algunas líneas
a una de las herramientas ideológicas que más propició el óptimo
desenvolvimiento de la francmasonería en su conjunto y del iluminismo en
particular, dando paso con ello a la instauración del nuevo régimen.
Se trata de la filantropía, un concepto que habría de consolidarse
como una de las peculiaridades características del modelo burgués.
Partiendo del los postulados del humanismo renacentista, dicho concepto fue
desarrollándose a modo de sucedáneo de las creencias religiosas,
sometidas a un progresivo descrédito como lógica consecuencias de
su sórdida instrumentalización durante el Antiguo Régimen;
un hecho, este último, en el que nunca reparan ciertos críticos
del mundo moderno casualmente pertenecientes a los sectores de la burguesía
que siguieron practicando esa espúrea instrumentalización.
Devenida, pues, en una suerte de pseudorreligión antropocéntrica,
la filantropía pasaría a convertirse en el instrumento predilecto
de la nueva clase dominante para engalanar su mentalidad materialista y como
contrapunto de la vacuidad metafísica y espiritual que le es característica.
Desde entonces la causa filantrópico-humanista serviría para
promover las convulsiones más sangrientas, para justificar los mayores
despotismos y para adulterar los más elementales principios, amén
de convertirse en la mejor cobertura del dominio oligárquico. Ese fue el
mecanismo ideológico de la dictadura jacobina, y en cuyo nombre se
perpetraron las matanzas de la Vendée y se instauró el Gran
Terror. El mismo que utilizaría después el totalitarismo marxista
y el mismo que esgrimen en el presente los psicópatas "filántropos"
del Nuevo Orden Mundial.