¿QUÉ ES EL PERONISMO?
Por Dardo Juan Calderón.
Esta es una
pregunta que me fuera planteada por un francés y es a él a quien contesto. Jamás
se haría un argentino tal pregunta, en primer lugar porque de una manera
“cogitativa” todos sabemos la respuesta, y en segundo lugar porque sería una fuente de
enormes discusiones sin sentido. Pero el asunto toma vigencia toda vez que nos
preguntan ¿cómo se entiende al Papa Francisco? Y uno simplemente contesta: "Es
peronista". Ante ello la pregunta obligada es la del título.
No
pretendemos en estas pocas líneas poder agotar una respuesta y quizás, no eran
los signos de interrogación los que correspondían al título que se quiso poner,
sino que podría haber sido más adecuado poner “¡¡¿Qué es el peronismo?!!”.
Si lo que si
intentara es poder responder lisa y llanamente a la pregunta, el camino sería
el de una encuesta. Es decir, ¿qué es el peronismo? para distintas personas.
Que es para mengano, que es para fulano y para perengano. La lista de
respuestas sería inagotable; los de derecha, los de izquierda, los ladrones,
los honestos, los sindicalistas, los gnósticos, los nacionalistas, los
oportunistas, los católicos modernistas, los tradicionalistas, los cultos, los
bárbaros, los ricos, los pobres, los buenos, los malos, los negros y los
rubios; los que no saben por qué lo son - pero lo son – los que no saben que lo
son – y lo son- los que creen serlo y no lo son, pero no lo saben, y miles de
posibilidades más que ni siquiera podemos abarcar para la encuesta.
Dado la
enorme tarea que esto significaría, y siendo que el “universo” estadístico
sería inabarcable para incluir todas las modalidades, uno se puede plantear si
no sería más útil proceder por la negativa. Es decir ¿Quiénes no son
peronistas?, y a estos preguntarles por qué no lo son, a fin de ver si podemos
obtener un resultado aproximado a la pregunta planteada a partir de descartar
algunas formas de ser. Pero aquí enfrentamos una nueva problemática, y es que
ante las millones de facetas que implica ser peronista, nunca hay una
divergencia total que pueda definir una oposición. Y todo nos va alejando de
lograr la definición.
Obtener una idea por vía de una etiología
aristotélica, es decir filosófica, es un proceso que encuentra su tope de
inmediato. Si comenzáramos por distinguir la causa final, caeríamos de nuevo en
la multitud de proyectos posibles que significan algunas de las categorías que
hemos reseñado y nadie estaría de acuerdo con nadie y casi todos estarían de
acuerdo con casi todos.
Es decir, que la respuesta debe venir por vía
de esa pseudo ciencia que es la sociología, que es el resultado de una encuesta
que no se hace jamás, y que se supone efectuada en la experiencia y agudeza de
quien la expresa. Es decir que algo hemos logrado; el peronismo no es un
fenómeno doctrinal, no es político, no es religioso, no es filosófico, no es un
partido, no es una devoción personal a un líder, y no seguimos porque sabemos
que las respuestas por la negación, son infinitas.
En este punto entonces, nos atendremos a
analizar simplemente el fenómeno sociológico, y por ende, psicológico desde el
punto de vista individual, sin que lo psicológico explique totalmente lo
sociológico y viceversa.
Ahora bien, ¿qué abarca este fenómeno? Sabemos
y es un viejo chascarrillo de su líder, que el “peronismo” abarca “todo lo
argentino”. De una manera u otra, todo argentino que se precia de serlo es un
poco peronista por alguna parte, no puede prescindir de serlo en la medida en
que es argentino, porque ese es su medio, a gusto o a disgusto. ¿Qué quiere
decir esto? Quiere decir que si repasamos a los que no son peronistas, la
enorme mayoría de los que no se incluyen, tampoco tienen gran gusto en
incluirse en “lo argentino”. Es decir, los gorilas, cipayos y todas esas formas
re-conocidas. No ser peronista es casi la declaración de ser argentino a
disgusto o con reservas. Los únicos que se sienten cómodos con ser argentinos,
son los peronistas.
Pero
volvamos al “ser” peronistas, ya que esa multitud y multiplicidad de gentes que
se dicen peronistas, pareciera – y así lo expresan con vehemencia- que no tiene
mucho que ver unos con los otros fuera del hecho de ser peronistas; es decir,
ellos encuentran diferencias tan enormes entre ellos, que aunque usan el mismo
término para definir su inclinación psicológica – todavía indefinible-
pareciera que en nada coinciden, salvo el rótulo. Pero sin embargo, ninguno se
atrevería a sacar los pies del plato (y aquí no hablamos de conductas por
intereses, sino de sentido de pertenencia).
Puestos ya
en la tarea de sociólogo (que me perdonen mis ancestros) y consciente de que no
puedo ser muy apto para ella por razón de no ser judío, tengo que partir de un
hecho palmario. Todas esas gentes - aunque pareciendo tan disímiles - se
identifican con un mismo rótulo, el de “peronistas”, y en todos los casos, lo
hacen con orgullo de pertenecer (acá corresponde una aclaración, algunos lo
expresan como una fatalidad, una tara genética que se sufre, pero no por ello
dejan de serlo ni se lo permitirían jamás).
Recapitulando,
todas esas gentes que en muchos casos dicen no tener nada en común con los otros
“compañeros”, que también reconocen profesar
la tendencia que recibe una misma denominación en todos, pues, a la fuerza, “tienen algo en común”, todos ellos son
peronistas. Y esto no se experimenta como una tara o una desgracia, sino todo
lo contrario, esta es la gran bondad de ser peronistas, es la bondad de que
muchas personas con diferencias se encuentren aunadas en… un equívoco. ¡Pero es
algo!
Que la
misma “palabra” (peronismo) los convoque, es algo. Y ese “algo” – no quiero
entrar en las corrientes filosóficas que analizan el fenómeno lingüístico para
no aturdirlos – no es poco, porque es una palabra y la palabra es mucho, y
mucho más cuando indica una pertenencia. Y para decir que no es poco, debo
derribar una objeción muy típica de estos fenómenos psicológicos, que es que a
veces se piensa que cada uno cree que el otro dice serlo en forma fraudulenta.
Me explico: hay sociólogos que al analizar el fenómeno, entienden que todos
quieren pertenecer a algo que define esa palabra y dicen que el otro la falsea
o dice pertenecer sin pertenecer verdaderamente. El viejo argumento de “dice
ser” pero no lo es “realmente” o “cabalmente”, porque el verdadero “peronismo”,
es el mío. Pero no se oculta al sagaz
sociólogo que esto no es tan así, ya que interrogando a cada uno de ellos por
separado, aun acusando al otro de desviaciones, sienten en su interior una
cierta camaradería de pertenencia común, que como ya dije, puede ser solamente
la identificación emotiva con los “imputs” que implica la palabra “peronismo” y
que debe tener consonancias comunes que son suficientes para no sentirse
separados completamente ni dejar de esperar una unidad posible, y
fundamentalmente, sienten siempre una cierta legitimidad de pertenencia en
todos. Es decir que aún diferentes, y muy diferentes, reconocen una
coincidencia y una mutua pertenencia.
Cada uno
cree que el que distorsiona la designación, es el otro, y cada uno siente
encarnar la puridad del término “peronista”, sin que esto alcance para “desafiliar”
a los otros. Ninguno de ellos llega a la casa y dice en privado: “le hice creer
a los otros que soy peronista, pero en realidad, no lo soy”. Cada uno cree
sinceramente que lo es. (Por supuesto que hay excepciones que, repito, por lo
escasas no se tienen en cuenta para el tipo de análisis que hacemos). Pero
tampoco y terminantemente dicen, “aquel otro no es peronista”, sino que siempre
saben que el otro también lo es, por más diferencias que existan.
El hecho de
sentirse incluido en el significado de una palabra que designa pertenencia a un
grupo humano, más allá de las dificultades de establecer una significación
unívoca, implica el tener algo en común. Por lo menos, se tiene en común el
aprecio por pertenecer a una categoría sociológica “equívoca”. Y aquí logramos
la primera conclusión en cuanto a la existencia de rasgos comunes.
La primer conclusión sociológica de lo que
nos hemos planteado, es que todos los que se dicen pertenecer al grupo que
denominamos “peronismo”, se sienten incluidos – con comodidad, aceptación y
plena consciencia- en una denominación “equívoca”. Y esto nos lleva a una
segunda reflexión psicológica – que no haremos filosófica para no enredar – sobre,
¿qué implica el sentirse parte y estar
cómodamente instalado en una pertenencia equívoca?
Quizá algunos objeten esta primera conclusión
sobre la nota de equivocidad esencial, objeción que para ser fundada, debería
establecer la univocidad de la designación “peronista” y de esta manera,
erradicar de la misma a los que no responden a las consignas determinadas; pero
no nos engañemos ni engañemos, tal definición no sólo es imposible, sino que
contradiría la esencia “equívoca” que implica el término y que constituye el
eje aglutinante de pertenencia al grupo.
El peronismo es un grupo político que pretende
aglutinar la mayor cantidad de gentes en una denominación partidista o
movimientista, que sea apta para incluir muchas disidencias contradictorias,
para lograr un efecto dentro de un sistema democrático, o por lo menos, un
sistema en que el número de adherentes sea concluyente, es decir, un movimiento
de masas o popular. Estas adhesiones no pueden implicar un convencimiento en
una doctrina programática – por lo menos en todos los casos, aunque incluye la
posibilidad de que sea de esta forma en muchos casos, y en ese caso puede
mostrar una o varias doctrinas programáticas.
Tampoco puede ceñirse al concepto
nacionalista, es decir de pertenencia a una nación, ya que el sentido de su
existencia es justamente el fracaso que ha tenido en esta nación – en concreto
la Argentina – de que la idea aglutinante sea la pertenencia a una misma nación
(las razones sociológicas e históricas de por qué no hay “una” idea de nación,
y aún más, de que la idea de nación no sea aglutinante – salvo para el
fútbol- son enormes y hay que hacer un tratado para
detallarlas, lo que no hacemos por espacio y porque por otra parte, ante la evidencia
no se hace necesario. Luego explicaremos brevemente que el peronismo responde
en su equivocidad, a un concepto de nación argentina que nace equívoco). Asunto
este que no implica el descartar la idea de nacionalismo como un componente del
peronismo, que puede estar incluida dentro, como así mismo la pertenencia
racial, la continental, la hispánica cultural, la religiosa, la marxista y
muchas otras, que vienen a formar estratos de mayor coincidencia dentro del
grupo de divergencias y equívocos en la divergencia sumados a equívocos en la
coincidencia.
Esta última frase es la importante, la unidad
que se pretende a partir de la pertenencia a este grupo, no es una unidad en
aspectos coincidentes, - sin que por esto no afirmemos que no los hay - sino
una unidad por equívocos en las disidencias y en las convergencias. La gran
solución es que las razones por las que se coincide y se diside, son equívocas,
y por tanto no son verdaderas coincidencias, ni verdaderas disidencias.
La voluntad unitiva del grupo se basa
primordialmente en que se “suponga” una unidad en puntos en los que no la hay,
pero que puedan malinterpretarse sobre que sí las hay. En fin, se trata de la
coincidencia en el equívoco y se trata del cultivo de ese equívoco para lograr
la unidad.
Cualquiera que use la denominación de
pertenencia “peronista”, restringida y circunscripta a cualquiera de los grupos que quedan
incluidos dentro de esta denominación (por ejemplo, nacionalista o marxista)
hace el efecto de romper la coincidencia; por el contrario, la denominación
“peronista” produce una inmediata empatía entre una enorme cantidad de gentes
que con esta denominación, establecen el acuerdo de mantener un equívoco sin
desdecirse de sus puestas. Y nos guste o no, esta voluntad de mantener un
equívoco – desde el punto de vista sociológico- es una enorme coincidencia.
Me podrán decir que esta estrategia, que es
política (el gatopardismo) pero también psicológica (se hace frecuentemente
entre los “vendedores” para tener muchos amigos), es vieja como el mundo. Si.
Pero lo que no es viejo como el mundo, es que esta estrategia sea sincera y pase
a ser la forma mental adquirida por casi toda una nación (o toda, en términos
sociológicos estadísticos). Es decir, que el peronismo – y Perón- han tenido la
enorme virtud de conformar toda una nación a una idea de unidad en el equívoco,
que por otra parte, no incluye el concepto de nación (sobre la cual hay un
equívoco), aunque pueda, en un equívoco, entenderse que lo incluye. Es decir que
el argentino se ha conformado a una forma mental, que no necesariamente es
argentina, pero es denotativa de lo argentino. Lo típicamente argentino no es
argentino, es peronista, que es muy argentino, pero no es argentino. ¿Se
entiende?
Entonces; ¿cuándo una persona deja de ser
peronista? Cuando por razones de tendencias filosóficas o psicológicas – un
tanto univocistas como diría Ayuso - tiende a desentrañar un equívoco y rompe la
armonía, estallando todo en facciones que comienzan a reconocerse distintas al
romperse el hechizo del equívoco. (Néstor era peronista y podía tener ministros
y secretarios de derecha que fueran a la vez católicos, unos progresistas y
otros tradicionalistas. Pero Cristina no, cayó en un concepto de dialéctica,
que no era de clases - aunque se prestaba para el equívoco de que lo fuera- y produjo una “grieta” en el sólido entramado
de la equivocidad).
Por ejemplo: usted puede encontrarse
coincidiendo con un peronista en muchísimas cosas, en la religión, en el
nacionalismo, en el marxismo, en el continentalismo y etc. Pero debe quedarse
en la constatación de la coincidencia y ser feliz. Si por mala costumbre usted
solicita las razones y los razonamientos que llevan al peronista para haber
llegado a esa convicción, usted notará que llegó por un equívoco ¡pero llegó! Y
que ese equívoco si fuera ordenado en un razonamiento correcto, le haría romper
al peronista con los otros peronistas que no están de acuerdo con la
conclusión, pero que si están de acuerdo con muchas de las vías equívocas que
han llevado a ella. Supongamos que Ud. es fascista, y que le dice al peronista
que es bueno un gobierno fuerte, autocrático, anti oligárquico y un pueblo
unido en la idea de pertenencia a una Nación, en contra del liberalismo
globalizante. Él coincidirá con usted y será fascista. Y si se queda en este
plano, Ud. podrá ser peronista. Ahora bien, Ud. es un maldito univocista y sale
conque esta unidad de pueblo en una Nación, contraria a las oligarquías
burguesas, es producto de un espíritu estoico, de una idea de sacrificio e
inmolación de lo personal basado en el concepto del honor personal y del honor
de un pueblo o raza históricos. Allí notará que el peronista ha llegado a la
misma conclusión desde una idea epicurista, de placer en conjunto y partiendo
desde un concepto de la plebeyez personal y deshacimiento histórico. Y Ud se
volverá loco, y a los gritos le dirá que con estos elementos no se puede llegar
a ser fascista. Pero el otro lo es, y está muy bien dispuesto con Ud. para
instalar un fascismo, se equivocó en el camino, pero lo mismo llegó ¿cómo? No
se sabe.
Pero esto tiene una enorme ventaja, vendrá al
rato un liberal que no coincide con la idea fascista y cuando le pregunte al
peronista por qué sostiene tal idea, se dará cuenta que no es fascista sino que
hizo la conclusión equivocada desde donde partía, y que hay una enorme
coincidencia en el medio, que asegura que apoyará una gesta liberal. Es más, el
liberal verá muy contento que también puede ser peronista. Lo mismo pasará con
el marxista y con todos los otros. El católico progresista peronista, tendrá
esta adhesión modernista por conductos tradicionalistas, y el tradicionalista,
por conductos modernistas, y se producirá un parecido y feliz efecto. Estará
acertado en la conclusión aunque equivoque el proceso, o estará acertado en el
proceso aunque equivoque la conclusión; en cualquier caso, hay enormes razones
para estar de acuerdo desde diferentes ángulos de ataque.
Lo dicho y ejemplificado pareciera una
acusación de falta de inteligencia; pero no es así para nada, hay un enorme
esfuerzo para lograr que la inteligencia de saltos causales que no se noten y
que no produzcan una desintegración en la personalidad, que aparece siempre
salvada en una armonía átona, pero no discordante, que le hace ver a uno que
tal señor no es un loco enajenado, sino que “es” un “peronista”, y se puede
hablar perfectamente con él y advertir en él una forma de ser integrada en una
conceptualización desintegrada.
Tampoco crean que esto constituye una
acusación de falsía o maquiavelismo, no, este descubrimiento de la virtualidad
que posee el equívoco para lograr una coincidencia, se hace de virtualidad, a
virtud moral para la cohesión (usamos virtud moral en el sentido sociológico).
Otro ejemplo. Un peronista ladrón, se hace
ladrón por razones éticas, con las que un hombre honesto puede coincidir (“hay
que embromar la oligarquía”, por ejemplo). Y los peronistas honestos, son
honestos por razones a-éticas, lo que hace que no signifiquen una sanción para
el ladrón. Un peronista es bueno por malas razones y malo por buenas razones.
La nota de equivocidad es tan unitiva y
consustancial al argentino, porque responde a una tradición (y en esto el
peronismo es tradicionalista), es una tradición no muy larga y que hace pensar
que no es una tradición, pero puede resistirse el equívoco y ser atendible. La
historia argentina parte de una serie de malentendidos que se cultivarán para
no estallar en mil pedazos y que constituirá las razones de una larga guerra
civil en la medida en que pretendieron ser aclaradas. El peronismo rescata
estos malentendidos y los convierte en
razón de la coincidencia.
Repasemos brevemente la historia. La nación
argentina comienza con un grupo revolucionario de ideas ilustradas (libertad,
independencia y unitarismo), que enfrenta a un grupo de pensamiento tradicional
(restauración, federación) que se supone fiel a la tradición hispano católica.
Pero los revolucionarios, tenían que revolucionar un estado de libertad y
centralismo (no era una colonia, eran parte de un reino que aunque centralista,
estaba muy lejos y dejaba gran libertad), y luchaban por ser colonias de otra
dependencia y en los hechos, federalizarse en colonias pequeñas. Es decir que a
pesar de los rótulos, eran todo lo contrario a independentistas y libertarios.
Los que realmente eran independentistas eran los tradicionalistas, que lo eran
porque el reino español estaba dejando de ser de ideas tradicionales y su
restauración implicaba en los hechos una necesaria independencia. Así que de
esta manera la Argentina nacía en un equívoco y a este se sumaban otros. La
burguesía culta, hacía las veces de una aristocracia y el tradicionalismo era
popular. En fin, de todos estos equívocos que llevaban a la guerra civil, el
peronismo hace una forma mentis equívoca.
Pero pasemos a otras notas comunes del “ser
peronista”. Dijimos que el concepto “aristocracia”, se aplicó en la argentina
para una clase oligárquica que buscaba la dependencia inglesa, que quería ser
colonia (a pesar que desplegaba eslóganes anticolonialistas e independentistas)
por lo que – como sucede en todo país en que los mejores se hacen peores- el
sistema tradicional se convierte en autocracias populares. Los líderes
naturales y el pueblo raso, se tienen que sacar de encima la aristocracia que
ha pasado a defender los intereses burgueses. Lo que se llaman las sociedades
intermedias, están copadas por la necesaria burocracia de origen universitario
que forman parte de las oligarquías por afinidad intelectual y dependencia
económica. Así que el pensamiento tradicional tiene que sacarse de encima todo
esto y queda el pueblo y el Rey (o Dictador), y nada por el medio (esto es el
absolutismo de Luis XIV que tanto se critica y vean lo que le pasó a Luis XVI
cuando aflojó. Es también el proceso de Nicolás I de Rusia).
Es decir que cada bando queda profesando ideas
que no coinciden con sus prácticas, son todos equívocos que sólo entienden los
implicados y que se acostumbran a vivir con ellos. De estos equívocos quedan
dos ideas fundamentales, una derecha aristófoba y popular, y una izquierda
oligárquica; ambas ideas contradictorias. Tendremos luego que las reacciones subversivas
marxistas del siglo XX, serán encarnadas por los hijos de “familia” (oligarcas)
y contrariadas desde los “proletarios” (sindicatos).
Pero a lo que queremos llegar, es que, como las oligarquías eran dependentistas y procolonialistas (las oligarquías francesas
eran francesas, y las argentinas eran… ¡inglesas!, por ejemplo), toda tendencia nacionalista
independentista, se teñía de aristofobia y plebeyismo (o populismo) que era su
base de sustento. Con lo que se llegó a un nacionalismo anti aristocrático y
que confiaba en el funcionamiento visceral de las masas. Los líderes no eran al
estilo nacionalista que se ponían a la cabeza de las masas para ejemplificarlas
en el sacrificio estoico y en el reclamo de las tradiciones nacionales, en el
esfuerzo y en el trabajo. Aquí los líderes se ponían al servicio de las masas para
que estas les indiquen el camino y de ellas surgiera la idea y el ejemplo, pero
por efecto de un equívoco.
El análisis sociológico del peronismo
encuentra en estas notas las dos claves comunes que hacen a todo peronista y
que por más diferencias que entre ellos se encuentren, en estas coinciden: una
confianza optimista en el movimiento visceral de las masas y una aristofobia
que se expresa por los liderazgos de los hombres de baja condición, asesorados
a veces por una aristócrata avergonzado de su propia condición y culposo. Por supuesto que hay aristócratas peronistas
(hay de todo), pero estos necesitan estar “detrás” de un hombre de pueblo,
nunca encarnar la reacción ni ser el ejemplo, porque las masas son reactivas a
los buenos ejemplos y las solicitudes de sacrificio. Es impensable un Gabrielle
D Anunzzio, o un Mussolinni, o un José Antonio, o un Hitler, o un Degrelle; la
masa no será guiada por un líder aristocrático, sino que ella misma, el espíritu
de esa masa, se encarnará en uno de sus hombres, y ese hombre es al que hay que
entornar con una aristocracia que lo guíe. Esto significa que el mismo
aristócrata se reconoce inconducente en su conformación espiritual para ser
guía y ejemplo, ya no se trata de un “pueblo”, sino de “masas”, y ningún Ortega
y Gasset les hará perder la confianza en que esa masa un día reaccionará para
bien. Y ¿por qué reaccionará para bien? Si todos sabemos que las masas
reaccionan para mal. Porque habrá funcionado el “equívoco” peronista y desde
una vía errónea, se llegará a una conclusión verdadera.
El peronismo es juego de equívocos,
confianza en la masa y aristofobia. Pero como fundamentalmente es equívoco, las
otras dos notas son equívocas. La confianza en las masas parte de una
desconfianza, es una confianza en que las masas van a hacer el bien, no por
tendencia al bien, sino por error, y la aristofobia saben que es mala pero al
ocultarse ante las masas y ejercer desde la trastienda, va a ser un bien, ya que la función de los
aristócratas, no es dar el ejemplo y encabezar la reacción de las masas, sino
inducir al error a las masas para llevarlas a su bien. Con lo cual los
aristócratas no lo son tales, porque son solapados y mendaces (que es todo lo
contrario de un aristócrata), pero a partir de razones aristocráticas. Como los
ladrones lo son a partir de razones honestas.
El peronismo es y no es democrático. Porque la democracia es presentida como una buena maniobra para romper la democracia. Así
que defiende la democracia para salir de ella.
Hay por último en el peronismo un condimento
vitalista, parecido al fascista, pero de muy distinto tenor. El vitalismo
fascista hace un canto a la vida que cobra sentido en el sacrificio mismo de la
vida. La muerte da sentido a la vida (ver Heidegger), y en eso, tiene algo de
cristiano sino fuera que en cristiano, el sacrificio no es por la muerte misma,
sino por “otra” vida a la que se accede en el sentido de la muerte. Pero el
peronismo hace un canto a la vida en la supervivencia, no quiere morir, quiere
una vida mejor, y en eso también es cristiano, pero en su caso, muy carnal. Y
para la supervivencia, contiene al enemigo que lo quiere matar y le impide la victoria
haciendo morir en sí mismo las razones por las que lo persiguen. Es decir que
de alguna manera se suicida para permanecer, y en esa permanencia en la vida,
se compromete a renacer. El peronista es una persona que defiende a ultranza
unos principios, hasta el punto heroico de hacer el sacrificio mayor de tener
que renunciar a ellos para subsistir y que con él subsistan esos principios a
los que renunció.
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Todo esto que creo que para un argentino no
es nada confuso, es lo que hace confusa la personalidad del Papa Francisco para
muchos europeos, para los cuales la supervivencia trae aparejada la contradicción
intelectual y la desintegración de la personalidad individual, al punto de que
el Papa anterior renunció antes de volverse loco. En tiempos en que la Iglesia
pierde su fe y su esperanza y se convierte en un grupo que lucha por la
supervivencia, el “ser peronista” es una salida maravillosa, porque
esencialmente, es una doctrina para sobrevivir en la esperanza humana de
renacer, y como verán, los símbolos cristianos con alguna clave equívoca, son
aptos para ser expresados como valores peronistas.
Con Francisco la Iglesia permanecerá en el
mundo como un equívoco y gracias a muchos equívocos que sostendrán aun lo
tradicional, mientras muchos puedan pensar que es lo que no es, y los propios
tradicionalistas permanecer fieles en ese equívoco, que no es propio – y por lo
tal, no es imputable – sino que es ajeno, y que no viene como resultado de una
mentira o un engaño, sino de un malentendido que no hay por qué desentrañar.
Y me podrán decir que estoy equivocado, pero
no importa, es más, esto sería bueno y muy bueno para solicitar una afiliación
al peronismo.