23 de abril de 2016
SOCIALISMO ALEMAN
El
Socialismo Alemán como Alternativa al Marxismo
por Alexander Jacob
Hoy, cuando
el marxismo ha llegado a ser aceptado como un sistema político respetable,
sería beneficioso revivir la reacción conservadora a esta doctrina mesiánica
como quedó evidenciada en los escritos de los intelectuales alemanes en torno
al cambio de siglo. Si bien el marxismo hizo permanentes incursiones en la
estructura social de la población alemana por medio de su altisonante
dialéctica hegeliana y sus conmovedores slogans
dirigidos a la clase obrera, las mentes genuinamente alemanas se vieron en
realidad horrorizadas por la desecación económica de la vida social que
implicaba el marxismo, y algunos economistas y filósofos sociales alemanes
propusieron reformas sociales propias que eran más naturalmente adecuadas a la
constitución ética y social del pueblo alemán.
De estas
alternativas alemanas al marxismo, presentaré aquí dos versiones, las de Werner
Sombart y Oswald Spengler. De éstos, Sombart llamó a su sistema Socialismo Alemán, y Spengler, Socialismo Prusiano. Lo que es común a
ambas alternativas al marxismo es que ellas consideran a este último como
coincidente con la cuestión de la participación judía en la sociedad europea.
De aquí que mi ensayo tratará necesariamente con la sociología de los judíos
tanto como con la de los alemanes.
Puedo
recordar brevemente que Karl Marx (1818-1883) nació en una familia judía
ortodoxa en el Rhineland y estudió leyes, Filosofía e Historia en las
Universidades de Bonn y Berlín. Marx comenzó su carrera como un economista
político en París mediante su asociación con el alemán Friedrich Engels. Su
obra de Economía más antigua fueron sus Manuscritos Económicos y Filosóficos
de 1844, que reflejaban su absorción del hegelismo, el socialismo francés y la
Economía inglesa. Expulsado de Francia en 1845, Marx se trasladó a Bruselas,
donde fue puesto en contacto con el movimiento de los trabajadores, para el
cual redactó en 1848 el influyente Manifiesto Comunista que contenía una
crítica al capitalismo y un llamado al socialismo revolucionario. Durante las
Revoluciones de 1848, Marx fue deportado desde Bruselas, y el resto de sus años
los pasó sobre todo en Londres, donde fue apoyado financieramente por Engels,
quien se había convertido ya en un acaudalado industrial. Su principal obra
producida en Inglaterra fue Das Kapital (1867) que sigue siendo la biblia del comunismo entre los
pensadores izquierdistas.
El rechazo
completo de la discusión filosófica en Das Kapital deja muy en claro el
defecto innato de la mente judía tanto como el foco exclusivo de Marx en los
asuntos económicos en sus proyectos para la futura sociedad del Hombre.
Creyendo que el capitalismo era una etapa transitoria en la evolución de la
sociedad, ya que estaba basado en la explotación del trabajo por parte de la
minoría capitalista, que debe ser tarde o temprano hecha a un lado por las
masas, Marx bosquejó una venidera utopía anárquica que estaría completamente
libre de dinero, de clases sociales y hasta de un gobierno estatal. Puede
notarse que Marx mismo era un anti-semita profeso, ya que él consideraba
a los judíos como predominantemente capitalistas en su espíritu, pero el
sistema social que él propuso en cambio no era menos significativo de la
mentalidad judía que la de los capitalistas que él atacó. Las limitaciones
culturales del materialista concepto de la vida de Marx, condicionado por lo
que él llamó "el modo de producción
de los medios materiales de la vida", fueron, por lo tanto, más
claramente expuestas por sociólogos alemanes más genuinamente filosóficos tales
como Sombart y Spengler.
* *
* *
Werner
Sombart (1863-1941), el economista y filósofo social, es conocido hoy por sus
diversos trabajos pioneros sobre el ethos capitalista [su carácter
distintivo o naturaleza moral]. Aunque Sombart comenzara su carrera sociológica
como un socialista de estilo marxista, él gradualmente se disoció de la
orientación económica de la teoría social de Marx a favor de una comprensión
más voluntarista de las fuentes de la evolución social, que apoyaba el modelo
muy patriarcal y aristocrático de sociedad que Marx había procurado destruír.
En su Die deutsche Volkswirtschaft im neunzehnten Jahrhundert (La Economía Nacional Alemana en el Siglo XIX,
1903), Sombart volvió la espalda a la glorificación socialista del progreso, al
que él veía como destructivo del espíritu humano, y revivió el ideal medieval
de la comunidad gremial, que implicaba, como lo resume Mitzman, "la plena absorción y desarrollo de la
personalidad del productor en su labor, objetivos limitados, y la formación de
las unidades productivas sobre el modelo de la comunidad de familia".
El reemplazo
de esta sociedad orgánica original por la artificial "Gesellschaft"
[asociación], fue consolidado por la interferencia de los judíos en la sociedad
germánica, ya que el judío está marcado por el pensamiento abstracto que es "sinónimo de indiferencia a todos los
valores cualitativos, de incapacidad para apreciar lo concreto, lo individual,
lo personal, lo vivo". La expresión simbólica de la capacidad judía
para la abstracción es el dinero, que "disuelve
todos los valores de uso en sus equivalentes cuantitativos".
El
proletariado, que es el típico producto social del capitalismo, es el elemento
que más sufre en el reemplazo del ethos social patriarcal por el ethos
comercial, ya que "cada comunidad de
interés es disuelta, tal como cada comunidad de trabajo" y "el simple pago es el único lazo que
vincula a los contratantes". El tradicional consuelo de la religión
también ha sido destruído por el capitalismo que frecuentemente sostuvo al
movimiento intelectual liberal de la Ilustración. Una diferencia crucial
adicional entre el Socialismo Alemán
desarrollado por Sombart y el marxismo, es su distinción del capitalista como
empresario y como comerciante, de tal modo que, mientras que Marx intentó
superar al empresario como una figura históricamente obsoleta, Sombart defendió
la virtud creativa y organizativa del espíritu empresarial contra las características
simplemente racionalizadoras y abstractas del comerciante. El empresario de
este modo llega a ser, desde el punto de vista de Sombart, el representante
económico del típico espíritu fáustico del héroe alemán, mientras que el
comerciante calculador es identificado cada vez más con el extranjero, en
particular con los judíos y los ingleses.
En su libro
de la época de la guerra, Händler und Helden (Mercaderes y Héroes, Múnich, 1915), Sombart habla del significado
sociológico de la guerra entre los ingleses y los alemanes en términos de la
diferencia radical entre el "espíritu de comerciante" que intenta
conseguir una mera "felicidad" mediante las virtudes negativas de "moderación, conformidad, industria,
sinceridad, moderación, humildad, paciencia y otras por el estilo" que
facilitarán una "confluencia
pacífica de comerciantes", y el "espíritu
heroico" que intenta el cumplimiento de la misión de la vida como una
tarea de la más alta auto-realización de la Humanidad por medio de las virtudes
positivas de "voluntad de
sacrificio, lealtad, no agresividad, reverencia, valor, piedad, obediencia,
bondad" y las "virtudes
militares", ya que "todo
heroísmo fue primero totalmente desarrollado en la guerra y por medio de la
guerra". La guerra para los ingleses era una empresa principalmente
comercial, mientras que para los alemanes era una defensa de su alma ante la
influencia debilitante de ese mismo espíritu comercial.
Sin embargo,
ya en sus trabajos principales de 1911-1913, sobre Die Jüden und das
Wirtschaftsleben (Los Judíos y la Vida Económica, Leipzig, 1911) y
sobre el espíritu burgués, Der Bourgeois, de 1913, Sombart había
mostrado que el sistema moderno del capitalismo comercial era debido
principalmente no al protestantismo inglés, como Max Weber había proclamado en
su libro Protestantische Ethik und der Geist des Kapitalismus (La
Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo, 1904-1905), sino al
judaísmo. De hecho, Weber mismo se vio forzado, bajo el estímulo de la obra de
Sombart, a distinguir entre el capitalismo Protestante y el "capitalismo
paria" de los judíos, una distinción que corresponde a la propia división
histórica de Sombart del desarrollo del capitalismo entre un temprano y un alto
capitalismo.
Si bien el
catolicismo, y en particular el tomismo, había sido parcialmente influyente en
el desarrollo del espíritu comercial en su filosofía racionalista, legalista y
esencialmente de este mundo, Sombart negó que el protestantismo fuera sinónimo
de capitalismo, puesto que, por el contrario, el luteranismo al menos había
estimulado una profundización del sentimiento religioso. Incluso otras formas
del protestantismo estuvieron marcadas por un espíritu de mezquindad
generalmente anti-capitalista, y en su mayoría asumieron formas capitalistas a
partir de la vida económica existente de los católicos. La verdadera fuente del
desarrollo de la alta etapa capitalista de la sociedad es sin embargo, según
Sombart, la mentalidad judía, que fue la que primero introdujo las principales
características del capitalismo moderno, a saber, el juego sin restricciones
del móvil de la ganancia mediante el libre comercio, las negociaciones usureras
y las prácticas comerciales despiadadas, sobre todo con respecto a los
no-judíos.
La
identificación de la existencia de engaños en las transacciones comerciales y
de la explotación de otros pueblos como las causas principales del poder
financiero de la judería es discutida con mayor profundidad por Sombart en Los
Judíos y la Vida Económica. La raíz de la Economía judía es localizada por
Sombart en la religión hereditaria misma, la cual
"en todos sus razonamientos apela a
nosotros como una creación del intelecto, un asunto de pensamiento y propósito
proyectado en el mundo de los organismos, conformada mecánica e ingeniosamente,
destinada a destruír y conquistar el reino de la Naturaleza y a reinar ella
misma en su lugar. Precisamente de esta manera el capitalismo aparece en
escena; tal como la religión judía, un elemento ajeno en medio de lo natural,
ha creado el mundo; como ella también, algo tramado y planeado en medio de la
vida abundante".
El capitalismo en efecto se deriva
directamente de la tradición económica usurera de los judíos, orientada
completamente por la ganancia:
"El capitalismo moderno es un
producto del préstamo de dinero. En el préstamo de dinero desaparece toda
concepción de la cualidad y sólo interesan los aspectos cuantitativos. En el
préstamo de dinero la actividad económica como tal no tienen ningún sentido; ya
no es una cuestión de ejercitar cuerpo o mente; es completamente una cuestión
de éxito. El éxito, por lo tanto, es lo único que tiene un sentido. En el
préstamo de dinero queda ilustrada por primera vez la posibilidad de que usted
puede ganar algo sin sudar, de que usted puede conseguir que otros trabajen
para usted sin recurrir a la fuerza".
Sombart aquí
apunta a la forma sutil de la violencia comercial que constituye el sistema
explotador judío. Los judíos en general han dejado de considerar las restricciones
a la obtención de ganancia, inherentes en los modelos tradicionales de la vida
económica europea:
"[El judío] no
prestó ninguna atención a la estricta delimitación de una vocación o destreza
con respecto a otra, en que tan universalmente insistían la ley y la costumbre.
Una y otra vez oímos la queja de que los judíos no se contentaban con una clase
de actividad; ellos hacían lo que podían, y de esa manera perturbaron el orden
de cosas que el sistema de gremios deseaba ver preservado".
El status de extranjeros que tenían los
judíos frente a los pueblos anfitriones entre quienes ellos vivían, sirvió como
un factor que contribuyó al éxito de sus esfuerzos capitalistas, ya que su status de segunda clase en la sociedad
sólo estimuló su odio y resentimiento natural ante los pueblos huéspedes,
gracias a lo cual ellos tomaron ventaja de los no-judíos bajo la aprobación de
sus supuestas leyes religiosas:
"El contacto sexual con forasteros
fue privado de toda consideración, y la moralidad comercial (si puede decirse
así) se hizo elástica".
El resultado final del predominio del
espíritu judío en Occidente fue la corrupción de la naturaleza misma del hombre
y la sociedad occidentales, ya que
"Antes de que el capitalismo
pudiera desarrollarse, el hombre natural tuvo que ser despojado de todo
reconocimiento, y un mecanismo racionalistamente orientado fue introducido en
su lugar. Tuvo que haber una transvaloración de todos los valores
económicos".
Esta ruinosa transformación fue efectuada
básicamente por medio de la resistente adaptación del judío a la sociedad en la
cual él residía. Pero ese proceso de adaptación está determinado
intelectualmente y carece de la cualidad orgánica de la verdadera simpatía:
"El que lord Beaconsfield fuera
un conservador se debió a algún accidente u otro, o a alguna coyuntura
política; pero Stein y Bismarck y Carlyle eran conservadores porque ellos no
podían sino serlo; estaba en su sangre".
En efecto,
los judíos carecen de simpatía por
«cada status
donde el nexo es uno personal. El ser entero del judío está opuesto a todo lo
que generalmente se entiende por caballerosidad, a todo el sentimentalismo, a
la caballería andante, al feudalismo, al patriarcalismo. Ni tampoco él
comprende un orden social basado en relaciones como éstas. Los "bienes del
reino" y las organizaciones de artesanos son una abominación para él.
Políticamente él es un individualista. Él es el representante nacido del
concepto de la vida "liberal" en el cual no hay ningún hombre o mujer
vivo de carne y sangre con personalidades distintas, sino sólo ciudadanos con
derechos y deberes».
El resultado es que los judíos mismos a
menudo no parecen entender el verdadero significado de la Cuestión Judía, y parecen pensar que ésta es sólo política o
religiosa, creyendo que
"cualquier cosa que pueda ser
claramente puesta sobre el papel y ordenada correctamente con la ayuda del
intelecto, debe ser necesariamente capaz de establecerse apropiadamente en la
vida real".
Con el entendimiento
de Sombart de la diferencia radical que hay entre el heroico espíritu germánico
y el despreciable espíritu comercial judío, no es sorprendente que él se
identificara con el movimiento nacionalsocialista durante los primeros años de
dicho régimen, aunque él más tarde se retirara de la participación activa en
sus programas. En su obra Deutscher Sozialismus, escrita en 1934,
Sombart refuerza esta diferencia entre los dos ethos, apuntando una vez
más al deseo del socialismo proletario marxista de "el mayor bien del mayor número". Este rasgo utópico de
los marxistas es evidenciado sobre todo en su defensa del industrialismo
moderno, aun cuando desean una substitución de la organización económica
privada por una organización económica comunitaria construída sobre la
propiedad social de los medios de producción.
El objetivo
de la felicidad social está conectado a la noción de "libertad, igualdad y fraternidad" tomada prestada de la
Revolución francesa, y revela los mismos resentimientos que provocaron la
primera revolución europea. Los métodos usados para su realización son la
reducción de la cantidad de trabajo físico a que el proletariado está sometido,
mediante el uso de máquinas y una organización apropiada que implica la
abolición de la división del trabajo. La abolición de la centralización del
capital y la noción de la propiedad privada mejorará posteriormente la
prosperidad de las masas. Este sueño del proletariado comunista es apoyado por
la idea del progreso histórico interminable no hacia una Humanidad más alta
sino hacia una "más feliz". Simultáneamente todos los sentimientos
religiosos de reverencia ante una deidad de otro mundo deben ser suprimidos, de
modo que la gente pueda conseguir rápidamente el sueño de un paraíso en este
mundo que es, de hecho, el verdadero objetivo de la religión judía también.
Desafortunadamente, esta "fatal creencia en el progreso que
dominó el mundo ideal del socialismo proletario incluso más que el mundo del
liberalismo" es la causa principal de la decadencia inexorable de la
genuina cultura humana, ya que, como dice Sombart,
"renovar permanentemente,
dificulta toda cultura. Sólo cuando en el curso de la Historia son dominantes
las tradiciones de las creencias, de la moral, de la educación y de la
organización, es posible que se desarrolle una cultura, puesto que, de acuerdo
con su misma naturaleza, la cultura es antigua, arraigada y autóctona".
La base de toda cultura puede ser sólo la
nación y no el Estado como tal, ya que la nación es
"la asociación política en su
esfuerzo para alcanzar un fin. La nación existe no porque viva en la conciencia
de los individuos, sino porque existe como una idea en el reino del espíritu;
es individualidad espiritual".
La gente que constituye una
nación es en realidad un organismo como el individuo, y posee el mismo origen,
el mismo destino histórico y la misma cultura espiritual. Es sobre esta base
cultural que habría que distinguir a los judíos como una nación foránea. A los
judíos se les debiese negar la igualdad de derechos para asumir posiciones
importantes y de responsabilidad, sin tener en cuenta su espíritu y carácter.
Sombart apunta con aprobación al período pre-Guillermiano, cuando
"el cuerpo militar y la
administración interna y judicial casi entera, con contadas excepciones,
cerraron filas contra los judíos. Si esta práctica hubiera sido proseguida, y
si los judíos hubieran sido asignados a otros campos importantes, como las
universidades, la ley y otras actividades, a la patria alemana, y también a los
judíos mismos, le habrían sido ahorradas pesadas aflicciones".
La solución que Sombart sugiere para la Cuestión
Judía es la transformación de la cultura institucional de tal modo que "no sirva ya más como un baluarte para
el espíritu judío", es decir, "el
espíritu de esta época economicista" o de la sociedad burguesa, de
manera que los alemanes mismos ya no se entreguen al ethos ajeno
impuesto a ellos por los judíos.
La política económica de los Estados
modernos también debe ser una que esté dirigida de una manera corporativa,
basada en un sistema de posesiones, que estará libre del potencial para la
explotación en el sistema judío.
"Los intereses propios deben ser
superados y articulados en el Estado como un todo; ni tampoco, en tal orden, el
individuo encuentra su lugar según su propia estimación, sino que recibe el
lugar asignado a él. Esto significa el reconocimiento de la primacía de la
política. En otras palabras, un orden basado en la propiedad no es reconciliable
con el principio de libre empresa y libre competencia. En una comunidad en la
cual todavía gobierna la economía capitalista, un sistema basado en las
posesiones es una contradicción. Hasta que el Estado se base fundamentalmente
en instituciones —es decir, sobre un orden legal que impone deberes—, un
sistema basado en la propiedad no puede cumplir sus tareas".
El nuevo orden legal será jerárquico y a
la vez encarnará "una razón
supraindividual" dirigida al bienestar del conjunto; este orden estará
totalmente representado por el Estado. De aquí en adelante la esfera de la
economía será gobernada por la de la política, enfocada esencialmente en su
virtud militar, mientras que en el reino de la economía misma, la agricultura
ocupará la primera fila y los negocios la última. El liderazgo de un Estado
socialista fuerte o autoritario debe descansar en
«que recibe sus instrucciones, no como
un inferior desde un líder superior, sino sólo de Dios... Al líder no se
le pide que escuche la "voz del pueblo", en la medida en que él no
reconoce en ella la voz de Dios, la cual nunca puede hablar desde la
totalidad accidental y cambiante de todos los ciudadanos, o en realidad sólo de
la mayoría de los ciudadanos. La volonté générale [voluntad general] que
debe ser comprendida es una realidad metafísica, no una empírica... El
estadista no sirve a ningún interés popular sino sólo a la idea nacional».
Naturalmente, el líder será apoyado en sus tareas
nacionales por una élite de funcionarios capaces y organismos públicos
autónomos.
El Socialismo Alemán de Sombart es
en efecto muy difícil de distinguir de aquel de los neo-conservadores de la
República de Weimar, Oswald Spengler, Moeller van den Bruck o Edgar Julius
Jung. Esto sólo debiese confirmar el hecho muy descuidado de que aquello por lo
cual estaban luchando los alemanes anti-democráticos y anti-liberales en la
República de Weimar era por el ethos europeo como opuesto al ethos judío,
y de que el Socialismo Alemán (como distinto de, e irreconciliable con,
el socialismo marxista) está orientado al desarrollo de la verdadera cultura
moral, y jerárquicamente y neo-medievalmente organizado como el conservadurismo
alemán.
* * * *
Como
representante de la posición neo-conservadora en la República de Weimar podemos
considerar aquí el punto de vista político de Oswald Spengler (1880-1936), cuyo
ideal social por cierto es llamado "Socialismo Prusiano" en su
ensayo Preussentum und Sozialismus (Prusianismo y Socialismo,
1919), que era un esbozo de los temas principales de la segunda parte de su opus
magnum en dos volúmenes Der Untergang des Abendlandes (La
Decadencia de Occidente, 1918 y 1922). El énfasis del argumento de Spengler
en este ensayo es la diferencia que existe entre el llamado socialismo marxista,
que está basado en comprensiones foráneas —inglesa y judía— de la sociedad, y
el socialismo genuino del Estado prusiano.
El socialismo
de los ingleses ha demostrado ser un individualismo parecido al de los
vikingos, que ha estimulado la rapacidad colonial del Imperio británico y la
crueldad mercantil de sus líderes. La conquista normanda de Inglaterra había
acabado con el estilo de vida anglo-sajón e introdujo el "principio de
piratería" por medio del cual "los
barones explotaron la tierra repartida a ellos, y fueron a su vez explotados
por los duques". Las modernas compañías comerciales inglesas y
estadounidenses están encadenadas a los mismos impulsos de ganancias excesivas:
"El objetivo de
ellos no es trabajar constantemente para elevar el nivel de vida de la nación
entera, sino que más bien es producir fortunas privadas mediante el uso de
capital privado, para vencer la competencia privada, y para explotar al público
por medio del uso de publicidad, guerras de precios y control de la proporción
de la oferta y la demanda".
Las nociones democráticas francesas, por
otra parte, están gobernadas por un anárquico amor al placer, ya que lo que
cada individuo en el Estado francés quiere es "una igualdad de placer,
e igualdad de oportunidades para vivir como un jubilado".
La doctrina
marxista, siendo un producto de la mente judía, la cual se caracteriza por el
resentimiento, está basada en una envidia hacia aquellos que tienen riqueza y
privilegios sin trabajar, y por ello aboga por la rebelión contra aquellos que
poseen esas ventajas. Ésta es así esencialmente una variante negativa del ethos
inglés. No es sorprendente, por lo tanto, que el trabajador en la doctrina
marxista sea animado a acumular sus propias ganancias mediante el negocio
privado, de modo que, como Spengler lo dice, "el marxismo es",
en efecto, "el capitalismo de la clase obrera". El sistema
marxista es en realidad el "capítulo final de una filosofía con raíces
en la Revolución inglesa, cuyo estado de ánimo bíblico ha seguido siendo
dominante en el pensamiento inglés". De hecho, como Spengler sigue
diciendo, "una interpretación bíblica de tratos comerciales
cuestionables puede aliviar la conciencia y aumentar enormemente la ambición y
la iniciativa". Mientras los industriales se involucran en el
comercio, con el "dinero" como uno de los artículos, los trabajadores
hacen lo mismo con el "trabajo". En el Estado prusiano, por otra
parte, el trabajo no es un artículo sino "un deber hacia el interés
común, y no hay ninguna gradación —ésta es la democratización de estilo
prusiano— de valores éticos entre las diversas clases de trabajo".
La solución marxiana a la propiedad
privada ilimitada es también una solución negativa: "la expropiación de
los expropiadores, el robo a los ladrones". Esto está basado en el
punto de vista "inglés" del capital, en donde "el millonario
exige libertad absoluta para arreglar los asuntos del mundo por medio de sus
decisiones privadas, sin otro estándar ético en mente que el éxito. Él derrota
a sus oponentes con el crédito y la especulación como sus armas". Por
otra parte, el prusiano ve la propiedad no como un botín privado sino como
parte de un cuerpo político común, "no
como un medio de expresión de poder personal sino como bienes colocados en
fideicomiso, para la administración de la cual él, como dueño de una propiedad,
es responsable ante el Estado". De este modo, el socialismo prusiano
esencialmente
"no está
preocupado por la propiedad nominal sino más bien por las técnicas de la
administración. El método de los antiguos prusianos era legislar la estructura
formal del potencial productivo total mientras se cautelaba cuidadosamente el
derecho a la propiedad y la herencia, y permitir mucha libertad al talento, la
energía, la iniciativa y el intelecto personales. Así es en gran parte cómo fue
hecho con los viejos cárteles y sindicatos, y no hay ninguna razón de por qué
no debiera ser sistemáticamente extendido a los hábitos de trabajo, la
evaluación del trabajo, la distribución de las ganancias, y la relación interna
entre los planificadores y el personal ejecutivo. Socialización significa la
transformación lenta, durante décadas, del trabajador en un funcionario público
económico, del empleador en un funcionario administrativo responsable con
extensos poderes de autoridad, y de la propiedad en una especie de feudo
hereditario al viejo estilo al cual está unido cierto número de derechos y
privilegios".
El significado de la
noción de Estado Nacional no es completamente ignorado por Marx al poner su
foco en la "sociedad". Por otro lado, la forma prusiana del
socialismo está basada completamente en la noción de la primacía del Estado,
que es en efecto el ideal del Caballero Teutónico, diametralmente opuesto al
pillaje errante del vikingo:
"Los Caballeros Teutónicos que
establecieron y colonizaron las áreas fronterizas del Este de Alemania en la
Edad Media tenían un sentimiento genuino por la autoridad del Estado en asuntos
económicos, y los prusianos posteriores han heredado aquel sentimiento. El
individuo es informado de sus obligaciones económicas por el Destino, por Dios,
por el Estado, o por su propio talento. Los derechos y los privilegios de
producir y consumir bienes son igualmente distribuídos. El objetivo no es nunca
una mayor riqueza del individuo, o para cada individuo, sino más bien la
prosperidad de la totalidad".
Mientras la sociedad inglesa está dedicada
al "éxito" y a la riqueza, el prusiano está dedicado a trabajar para
un objetivo nacional común:
"El estilo prusiano de vida ha
producido una profunda conciencia de rango, un sentimiento de unidad basado en
un ethos del trabajo, no del
ocio. Esto une a los miembros de cada grupo profesional —militares,
funcionarios públicos y trabajadores— infundiéndoles un orgullo de vocación, y
dedicándolos a la actividad que beneficia a todos los demás, a la totalidad, al
Estado".
El individuo subsumido en la totalidad
está sin embargo marcado muy sorprendentemente por "aquella gloriosa libertad interior, la libertas obœdientiæ [libertad
de obediencia] que siempre ha distinguido
a los mejores ejemplares de la educación prusiana". El ideal
administrativo que Spengler propone para el Estado prusiano es, como el de
Sombart, corporativo y jerárquico en su estructura:
"Imaginemos una nación unificada en
la cual a cada uno se le asigna su lugar según su rango socialista, su talento
para la auto-disciplina voluntaria basada en la convicción interior, sus
capacidades organizativas, su potencial de trabajo, su conocimiento y su
energía, y su buena voluntad inteligente para servir a la causa común.
Planifiquemos una conscripción general para el trabajo, lo que resultará en
gremios ocupacionales que administrarán y al mismo tiempo serán dirigidos por
un consejo administrativo, y no por un Parlamento".
El parlamentarismo no sólo es inadecuado
en un Estado monárquico como el prusiano, sino que es un sistema cansado y
anticuado que ha perdido la gloria prestada a él por los "caballeros"
y aristócratas que alguna vez gobernaron la política alemana y británica. Ahora
"las instituciones, el sentido de
tacto y la cuidadosa observancia de las buenas maneras, están muriendo con la
gente del viejo estilo, que eran fruto de una buena crianza. La relación entre
los líderes de partido y sus partidos, entre partido y masas, serán más rudas,
más transparentes, y más descaradas. Ése es el comienzo del cesarismo".
Los individuos egoístas emplean formas
democráticas de parlamentarismo para hacer del "Estado" un órgano
ejecutivo de sus propios intereses comerciales, "es decir, pagando por
campañas electorales y periódicos, y controlando de esa manera la opinión de
los votantes y los lectores". Así, la democracia, en general, es una
alianza impía de masas urbanas, intelectuales cosmopolitas y capitalistas de
las finanzas. Las masas mismas son manipuladas por estos dos últimos elementos
mediante sus agencias específicas, la prensa y los partidos. La intelectualidad
representa la "inteligencia abstracta", no la iluminación espiritual,
mientras los capitalistas financieros son apoyados por fortunas móviles,
distintas de la propiedad hacendada de la verdadera nobleza. De hecho, la Sociedad
de Naciones, la precursora de nuestras Naciones Unidas, es en sí
misma un instrumento del gran empresariado, y es "en realidad un
sistema de provincias y protectorados cuyas poblaciones están siendo explotadas
por una oligarquía comercial con la ayuda de Parlamentos sobornados y de leyes
compradas". En cuanto al llamado "internacionalismo" del
marxismo moderno, éste es inmediatamente reconocido como una impostura cuando
uno nota la diversidad de las razas y la diversidad de sus respuestas a
movimientos políticos. De hecho, según Spengler, lo verdaderamente
"internacional" es
"sólo posible como la victoria de
la idea de una sola raza sobre todas las demás, y no como la mezcla de todas
las opiniones separadas en una masa descolorida".
El significado de la crítica de Spengler a
las éticas inglesa y judía no puede ser exagerado, ya que sirve como un
recordatorio de la importancia de distinguir entre el principio inglés de la
piratería y la idea alemana del Estado, así como entre el falso
"socialismo" de Marx y el genuino de los prusianos. El verdadero
sentido del socialismo, según Spengler, es
"que la vida es dominada no por un
contraste de ricos y pobres, sino por la jerarquía como es determinada por los
logros y la capacidad. Ésa es nuestra clase de libertad: liberarse del
comportamiento económico caprichoso del individuo".
Spengler, así como Sombart, creía en el
ideal prusiano de gobierno, no por métodos parlamentarios populares sino por
una élite que, como el oficial militar o el burócrata, estaría caracterizado
por su dedicación al deber y al bien común. Como declara Spengler, "el socialismo autoritario es por
definición monárquico", ya que "la posición de mayor
responsabilidad en este gigantesco organismo... no debe ser abandonada a
corsarios ambiciosos". Aunque Spengler diera la bienvenida al
movimiento de Hitler como indicativo del renacimiento de la "disciplinada
voluntad" del espíritu prusiano, él evitó encarar la cuestión de la
Judería y criticó a los nacionalsocialistas por ser demasiado materialistas en
sus discusiones acerca de la raza. Él también creía que los nacionalsocialistas
habían traicionado el elitismo prusiano que él favorecía, convirtiendo la
revolución en un movimiento de masas.
"El demagogo vive con las masas
como uno de ellos; el que ha nacido para gobernar puede usarlas, pero las
desprecia".
Sin embargo,
Spengler parece bastante inconsciente del carácter elitista de la organización SS
de Hitler y de su caracterización precisamente por la cualidad
"bélica" que Spengler buscaba en los gobernantes del futuro ("ejércitos,
y no partidos, son la forma futura del poder"). En efecto, la visión
de Spengler del nacionalismo, "junto
con la idea monárquica latente en él", como una transición hacia el
cesarismo que él preveía como el resultado final de la degeneración de la época
moderna, también es confirmada por la historia del movimiento
nacionalsocialista, que, hasta este día, tiene como verdad que el esfuerzo de
Hitler fue sólo un comienzo en una batalla persistente por el establecimiento
de la hegemonía de la cosmovisión germánica contra la cosmovisión judía, sea
capitalista o comunista.
* * * *
Habremos notado entonces que el socialismo
alemán de los dos pensadores que hemos considerado es esencialmente una Idea
moral basada en el carácter tenaz de la raza germánica. Ambos pensadores, además,
están unidos en su desprecio de los judíos, cuyo principal representante
político moderno, Marx, es responsable de la perversión del sentimiento que los
alemanes tienen por la justicia social basada en la cooperación mutua, en una
guerra anti-natural entre las diferentes clases de la misma nación, para el
beneficio final de una organización internacional.
El
anti-judaísmo de Sombart es más exclusivamente económico y, por esa razón,
considera la reorganización institucional como suficiente para la eliminación
de la influencia económica judía en la sociedad. El reconocimiento de Spengler
de la irreconciliabilidad del ethos judío con el ethos alemán en
un nivel espiritual, al mismo tiempo que él rechaza el racialismo de la sangre,
es una contradicción que lo lleva a creer que una vez que los europeos y los
estadounidenses hayan conseguido una cierta independiente capacidad de dominar
la nueva civilización urbana de la Era moderna, la pericia financiera judía se
hará superflua y los judíos se desvanecerán como una fuerza a tomar en cuenta:
"Hoy esta nación
Magiana [de
los Magi], con su ghetto y su religión, está en peligro de
desaparición, no porque la metafísica de las dos Culturas estén más cercanas
una a la otra (porque eso es imposible), sino porque el intelectualizado
estrato superior de cada lado está de alguna manera dejando de ser metafísico.
La ventaja de la cual esta nación ha disfrutado por su larga adaptación a
pensar en términos comerciales, disminuye cada vez más (respecto de los estadounidenses,
casi ha desaparecido ya), y con la pérdida de ella desaparecerá el último medio
potente de mantenernos en un Consenso que ha caído regionalmente en
pedazos".
Los hechos
sociales y políticos del mundo de posguerra han demostrado que Spengler estaba
trágicamente equivocado en su subestimación del poder penetrante y tenaz de la
judería, tanto entre sus naciones anfitrionas como en su nuevo hogar en Oriente
Medio. Este poder es debido precisamente al éxito que la mentalidad judía ha
tenido en erosionar la fineza metafísica de la mente europea hasta llevarla al
nivel materialista y racionalista de aquélla. El peligro del marxismo consiste
en que, al igual que la raza judía de la cual surgió, está virulentamente
opuesto a las culturas nacionales y al ordenamiento natural, jerárquico y
autárquico de la sociedad europea.
Es apenas
sorprendente que estos rasgos anti-nacionalistas persistan en la sociedad
europea hoy —si bien no bajo el pretexto del comunismo, como en la primera
parte de este siglo, todavía bajo el de la democracia liberal—, ya que los
judíos son capaces, mediante este último sistema, aún más libremente que en el
comunismo, seguir fomentando la corrupción intelectual y cultural, así como la
insatisfacción social subsecuente, de una manera tal que beneficie y perpetúe
su propia estéril existencia comercial como un poder internacional.
El remedio
para este problema —debe ser comprendido tarde o temprano— está en el regreso a
versiones más auténticas del socialismo europeo que aquéllas presentadas hoy, y
en la refutación de la tendencia atomizante y fragmentadora del racionalismo
materialista judío que se ha filtrado en prácticamente cada poro de la sociedad
europea desde la emancipación judía, junto con la integridad moral, el
conservadurismo y la creatividad espiritual orgánica que solos fueron
responsables de los duraderos logros culturales de los europeos y que solos
pueden asegurar su supervivencia en el futuro.–
30 de marzo de 2016
INTERESANTE VISIÓN ECONÓMICA EN EL SIGLOXIX
Adam Müller: la economía orgánica con vivencia romántica
por Luis Fernando Torres
I. Nota biográfica
Adam Müller nació en Berlín en 1779.
Estudió Derecho en la Universidad de Göttingen. En su época juvenil era
partidario del liberalismo de Adam Smith. En 1805 se trasladó a Viena,
donde desarrolló su obra hasta su muerte, en 1829.
Su obra más conocida es Die Elemente der
Staatskunst (Berlín, 1809), de la que existe traducción española (1).
Las citas que entresacamos en este artículo proceden de ésta edición en
castellano. También merece destacar Deutsche Staatsanzeigen (1816-1819).
La ideología de Müller es una mezcla de
medievalismo, estatismo y romanticismo: defensa indiscriminada de todos
los valores e instituciones de la Edad Media; catolicismo sentimental;
culto al Estado de clara raíz pagana, y todo ello expresado en ese
estilo exaltado, lleno de imágenes y algo confuso de los románticos.
El Romanticismo significó una reacción
contra las concepciones materialistas y racionalistas del hombre y de la
vida; destacó lo que el mundo y la existencia tienen de misterioso e
incomprensible. Este estado de espíritu, es el que Müller (y también
Gentz y Haller) (2) traslada al campo de la economía.
La influencia de Müller ha sido tan
intensa como insospechada. Influyó en F. List y sobre la Escuela
Histórica; el nacionalismo económico tienen en él un punto de arranque.
Su influjo político se ha dejado sentir igualmente, en el
tradicionalismo, el nacionalismo y en el fascismo.
II. Adam Müller: clasicismo político, Estado y ciencia
Adam Müller destaca especialmente dentro
del panorama delimitado por la llamada Escuela Histórica Alemana de
Economía. Si algunos de sus planteamientos pueden considerarse hoy en
día anacrónicos, otras de sus intuiciones fueron la impronta epifánica
que ayudó a constituir la ciencia económica con el rigor y amplitud
interdisciplinar con que la conocemos en la actualidad.
En contraposición con la metodología de
la Economía Clásica representada por Adam Smith, Müller sostiene que el
hombre actúa por medio de una articulación de índole social donde se
realiza la posibilidad de sus anhelos, luego la perspectiva social no
puede ser ignorada para comprender a la propia economía, ya que ésta es
parte del orden primordial y no mera consecuencia de la búsqueda de la
riqueza. Todo orden social sería, entre otras cosas, económico, pero de
tal forma que la economía pura sería una mera abstracción (útil tan sólo
para un marco de trabajo de aplicación operativa o analítica) que
disgregaría aspectos, factores y elementos que de suyo siempre se
encuentran agrupados e integrados en un todo orgánico (3). Por ello, el
sentido genuino del Derecho, de las costumbres, de la concepción del
Estado perman ecerán ignorados si no llegamos a descubrir primero la
trabazón y las correlaciones específicas entre todas las creaciones del
civilizador de la humanidad, donde la economía es un aspecto más.
Pero el epicentro paradigmático y la
clave descifradora de la cultura humana, entendida como tendencia
natural y como re-creación artificiosa en su plenitud racional, se
encontraría, según A. Müller, en el Estado: “El Estado es la totalidad
de los asuntos humanos, su conexión en un todo vivo”. Esta realidad
superior del Estado no es una hipóstasis absorbente, ni una plenitud
transfiguradora al estilo del estatismo hegeliano, sino que todo valor
humano está permanentemente presente en la actuación del Estado; el
carácter humano procurará no apartarse en ningún punto esencial del
carácter civil. El Estado, para ser fecundo, debe ser sentido e
interpretado como fenómeno de vida humana, por consiguiente debemos
desechar los falaces límites, vanos, generados por las teorías políticas
ajenas al pálpito de la vida, porque turban la vista con la voraz p
arálisis de las meras abstracciones.
Así, el Estado se convierte en un ente
con vida y finalidad propia: “La constitución de un Estado es algo tan
grande, vario e insondable, que debe justamente extrañarnos el
apresuramiento y la ligereza con que se lleva a cabo su estudio en la
actualidad (…). Pero ¿es posible considerar al Estado como una máquina, y
sus miembros como un inerte juego de ruedas? ¿O como un edificio, y sus
partes constitutivas, tan delicadas y sensibles, como piedras frías que
el cincel tiene primero que labrar y la escuadra, luego, que ordenar?
Si tratamos de describir la primera sensación que el espectáculo de la
sociedad civil nos produce, tendremos que recurrir forzosamente a los
dominios del arte” (4)
Para Müller, debemos sobrepasar estos
límites del acumulado escombro utópico antes de mostrar los límites
verdaderos: “Aquellos que, lejos de impedir el movimiento del Estado, lo
estimulan”. Paradójicamente, la utopía política cercenaría
posibilidades magníficas de progreso, abortándolas, e indicaría
horizontes de ilusión colectiva que serían un puro escenario de
representación donde la mueca y la máscara sustituirían al gesto y al
rostro de lo que cristaliza en la realidad reflejando el sol fecundo y
no bañándose en las brumas del sueño de la noche (utopismo que puede ser
presuntuoso racionalismo conceptualista en sus formas de Liberalismo o
Socialismo). Un Estado verdadero es consciente de sus auténticos
límites, que guían al político práctico y al legislador “en cuanto
tienen que resolver el asun to más nimio o decidir el caso jurídico más
insignificante”. Cuando la teorización, desvertebrada, no se ancla en
los hechos, en las vivencias y en las experiencias, necesariamente
considerará los límites del Estado erróneamente, distorsionándolos y
dándoles una consistencia fija; arrebatándoles la vida y el crecimiento
y, por consiguiente, perturbando la acción del político.
La Ciencia Política alcanza su conciencia
máxima en el Estado, y éste en aquella: “Ciencia y Estado serán lo que
tienen que ser cuando formen una unidad, como el alma y el cuerpo, que
son una cosa en la misma vida, y sólo el concepto es quien los disgrega
mortalmente” (5).
Y no sólo la Ciencia Política, sino todas
las ramas del vigoroso árbol del saber deben entroncarse con el impulso
de la savia vivificante que emana de la experiencia de la vida social.
Patria y Estado son sentimientos y razonamientos grávidos de
conocimiento y de saber integrados: “Esto es lo que hizo grande la
ciencia de los antiguos, y tan menguada, tan confusa, tan muerta la de
los alemanes de hoy”.
A. Müller afirmará que las
manifestaciones aurorales de las ciencias naturales en Francia y
Alemania habían tenido, con Lavoisier y Schelling, un impulso especial
debido precisamente a que supieron sintonizar selectivamente con lo
mejor del espíritu conformador de sus pueblos. Müller, adelantándose
prodigiosamente a la sociobiología de E. O. Wilson, afirmará que es la
“historia natural del Estado” la que nos puede ofrecer otras
perspectivas esclarecedoras que fecunden y abonen otros campos de
estudio propios de las ciencias naturales. De esta forma, la ciencia se
hubiese mantenido muy cerca “del corazón y de los hombres aún en sus
especulaciones más profundas, y hubiese conservado su equilibrio y su
vivacidad”.
III. El organicismo económico
El pensador alemán considerará que el
concepto de dinero de Adam Smith representa un gran paso frente a las
ideas predominantes en torno al mismo en su época. Pero, por otra parte,
el sistema del economista británico no podrá eludir la maldición que
pesa sobre todos los sistemas de su época. Müller reprochará a Smith su
tratamiento del factor trabajo como un concepto y no como una idea, con
lo cual se perdía, con graves consecuencias, la flexibilidad y la
necesaria capilaridad entre la vida real y los esquemas del pensamiento.
Según el organicismo de Müller, la economía clásica británica debió
ampliar el contenido de su visión del trabajo: “Hasta que toda la vida
nacional le hubiera aparecido como un único gran trabajo”. El trabajo
individual estaría por lo tanto en permanente relación con el “Trabajo
Nacional”, y cada uno sería causa recíproca del otro. El planteamiento
de economía orgánica que hace Müller implica un Estado orgánico que
constituye y encauza la fuerza social que necesariamente se expresa en
círculos concéntricos bien trabados por su propio impulso natural. Por
ello, Müller somete a crítica y eleva a rango de ideas lo que eran meros
conceptos esclerotizados en la tradición económica inglesa, tales como:
riqueza, dinero, trabajo, producción,…
El “sentido reverencial del dinero” de
nuestro Ramiro de Maeztu parece tener uno de sus máximos precedentes en
el pensamiento de Müller, que ve en el “contrabalanceo” entre el dinero y
la letra de cambio, el papel moneda, el valor y el crédito; entre el
dinero efectivo y el simbólico, junto con las consecuencias comerciales
redistributivas y ampliadoras de la eficacia económica que traen
consigo, un hermanamiento entre los hechos económicos reales y los
hechos espirituales ideales. En el dinero confluirían el interés
individual con las necesidades del todo nacional. El dinero,
paradójicamente, humanizaría la vida colectiva frente a las tesis
rousseaunianas de corrupción de la sociedad, y al mismo Estado, ya que
al ser el dinero símbolo “verdadero y vivo”, posibilitaría la más
precisa expresión de las conexiones ideales de todos los principios, qu e
es uno de los significados, según este economista romántico, de la idea
misma de Dios (6).
La teoría organicista de la economía de
Müller critica tanto la hipótesis de la teoría mercantilista acerca de
lo productivo, como los planteamientos de las escuelas fisiócratas o
Smithiana, ya que todos estos “sistemas conceptualistas” padecen el
grave estigma de considerar la economía como un mero proceso
mecanicista. La identificación que Smith hace entre productividad
real-material y productividad económica, le parecerá a Müller un error
que malograría el desarrollo de posteriores razonamientos en el avance
del conocimiento científico. Este reproche se explicitará así: “Las
necesidades espirituales, aunque intervienen directa, viva e
ineludiblemente en la producción que él (Smith) trata de abarcar, queda
al margen de la economía, y el importante comercio espiritual queda
fuera de la teoría de la riqueza de las naciones”.
La Ciencia Económica no podría, para el
organicismo romántico alemán, basarse en la mera producción de cosas,
sobre el simple valor de cambio. Es preciso descubrir la energía
espiritual del hombre, que en el orden cívico y en la libre iniciativa
articula la posibilidad óptima convertida en realidad, donde lo social y
lo personal apaciguan su distancia a la par que se autoafirman en esa
interrelación. Vuelta a la savia primigenia (espíritu de unidad no
homogeneizadora) y decidida reacción diversificadora, donde la propia
libertad se expande en sus ramajes fecundos dando sombra a todo el
cuerpo social, que es su propia base y su propio sustento.
El valor económico no se podrá
fundamentar exclusivamente en el mercado, ya que la utilidad privada y
social, en ocasiones, transciende al mecanismo del mercado, aunque sea
un magnífico procedimiento de asignación de recursos y servicios.
Un capítulo de especial interés en la
obra de Müller es el que hace referencia a sus ideas en torno al
“capital espiritual”, donde la concepción clásica de riqueza se ve
desbordada por su tesis en torno a los “bienes inmateriales recibidos
del pasado”: las tradiciones de la sociedad, la realidad nacional, el
lenguaje, el carácter del pueblo y diferentes aspectos no materiales de
la cultura.
Riqueza, por cierto, hoy en día, en grave
peligro de liquidación y decadencia, declinación penosa en nuestra
España, esperemos que episódica y momentánea debilitación de nuestra
conciencia nacional, porque, como decía E. D’Ors: “España no puede
morir”. Pero si no concebimos que nuestra riqueza económica está en
nuestro ser nacional y que incluye y presupone nuestra lengua, nuestro
afán colectivo de mejora y nuestra cultura, hoy más que nunca
necesitados de defensa, no podremos potenciar nuestra riqueza, porque
nos resultará ya ajena e impersonal. Y esa riqueza volatilizada es la
que alimenta al sistema mundialista, desangrando a los pueblos y a las
naciones.
Notas
1. MÜLLER, ADAM, Elementos de política, Ed. Baxa, Madrid, 1935
2. Para un estudio más extenso se puede
consultar SPANN, OTHMAR: Die Hauptheorien der Volkwirtschaftslehre
(Heidelberg, 1949; existe versión española: Historia de las doctrinas
económicas, Madrid, 1934), capítulo VIII sobre Adam Müller.
3. Planteamiento también defendido por
los resultados de la Nueva Ciencia Económica, fruto de la aplicación de
métodos interdisciplinares. Tal es el caso de las conclusiones de Gary
S. Becker, premio Nobel de Economía en 1992. Las ideas de Becker están
expuestas, entre otros textos, en: BECKER, GARY S., The economic
approach to human behaviour, University of Chicago Press, Chicago, 1976.
4. MÜLLER, A.: Elementos de política, Madrid, 1935, pp. 5 y 6.
5. La incomprensión de la naturaleza del
Estado es, según Müller, uno de los grandes defectos de Adam Smith: “El
famoso libro de Adam Smith…, su doctrina de la libertad de comercio y de
la industria no tienen bastante en cuenta la personalidad cerrada de
los Estados, su carácter distinto y su ineludible actitud bélica entre
sí” (op. cit. pág. 15). Por ello, Müller se opone al librecambio;
defiende la protección de la industria nacional e incluso la prohibición
de cierto comercio exterior, cuando tales medidas sirvan para dar
carácter nacional a la riqueza de su pueblo.
6. Por otro lado, Müller combate la
vigencia única del derecho romano de propiedad, según el cual las cosas
pertenecen a una persona de manera absoluta y están completamente a su
servicio. Hace el elogio de las vinculaciones familiares y de los bienes
colectivos. Al lado de la propiedad privada, de tipo romano, debería
existir la propiedad corporativa y la familiar.
Extraído de: Euro-Synergies.