Putin, el patrón del mal
(Nacionalismo Católico NGNP)
Putin
aplica en última instancia la estrategia de dividir para reinar, e
intenta hacer prevalecer los intereses rusos frente a un Occidente que
demasiadas veces le impuso a Rusia sus tiempos, sus formas y su dinámica
política. Desde éste lado del mundo puede señalárselo como “patrón del
mal”. Pero en otros sitios del planeta es considerado un líder digno de
respeto y admiración. La realidad debe estar situada en algún punto
intermedio, pero como sucede con todo líder político, despierta amores y
odios.
Todo
hace pensar que Vladimir Putin, en su afán de preservar los intereses de
su país -y los suyos propios- está llevando la manipulación política a
través de ciberataques hasta límites nunca antes vistos.
En
los Estados Unidos se le endilga haber intervenido para favorecer a
Donald Trump en las elecciones presidenciales y perjudicar a Hillary
Clinton, su enemiga declarada. Los escándalos por los vínculos entre
funcionarios del nuevo gobierno estadounidense y su par ruso,
representan un dolor de cabeza cotidiano para Trump.
Pero
ahora se suma Francia, donde el jefe de Estado, François Hollande,
expresó su decisión de blindar el país contra ciberataques rusos que
pudieran alterar el proceso electoral, que culminará con las
presidenciales del 23 de abril y, eventualmente, con el ballotage
previsto para el 7 de mayo.
Cabe
preguntarse entonces en qué consisten esos intereses que motivarían a
Putin a influir como nunca antes en la política occidental.
¿Qué pretende Vladimir?
En tantos años ejerciendo el poder, Putin aprendió de los intentos occidentales por influir en la política rusa.
Tomó nota especialmente de las tentativas de injerencia estadounidenses
durante el gobierno de Barack Obama y, concretamente, cuando Hillary
era secretaria de Estado. En aquel entonces, Clinton articuló distintos
medios para influir en las elecciones rusas en contra de Putin. Pero la
venganza no es el motivo -al menos no el único- que llevó al presidente
ruso a operar como lo está haciendo. Putin
apunta a invertir la dinámica por la cual Occidente -léase los Estados
Unidos y la Unión Europea (UE)- históricamente buscaron limitar el
crecimiento de Rusia. Ya se trate
de un temor genuino o de la construcción de un enemigo conveniente,
“los rusos” aparecen en el imaginario occidental como una reedición de
“los hunos” que invadieron Europa de la mano de Atila. Posiblemente el
origen de ese temor occidental se encuentre en la revolución bolchevique
de 1917 y la aparición de la Unión Soviética y el comunismo, con la
posterior división maniquea del mundo en dos polos enfrentados. Lo
cierto es que, desde la Segunda Guerra Mundial, Rusia fue cada vez más
demonizada -a veces con razón y a veces sin ella- y sirvió para
atemorizar por igual a estadounidenses y europeos, y justificar así la
manutención del fabuloso aparato militar de la Organización del Tratado
del Atlántico Norte (OTAN).
Occidente
blandió desde escudos antimisiles contra eventuales ataques rusos,
hasta incorporaciones a la OTAN y a la UE de países que pertenecían a la
esfera de influencia del Kremlin. Fue así hasta 2013, cuando Putin
aplicó un torniquete en Ucrania. La crisis en ese país consiste
esencialmente en el límite que Rusia le impuso al avance occidental
sobre su esfera de influencia.
A
partir de entonces, Putin parece haber pasado a una suerte
“contraofensiva”. Éste argumento se funda en la interpretación de tres
hechos principales. El primero, fue la anexión de Crimea, pasando por
alto el derecho internacional y la voluntad popular del pueblo ucraniano
en su conjunto. La anexión de la península significó que Rusia no
abandonaría su presencia estratégica en el Mar Negro, donde se encuentra
la mayor base de su marina. El segundo, fue el ingreso ruso en el
conflicto sirio y en la guerra contra el Estado Islámico (ISIS). El
hecho supuso el sostén de su aliado, el presidente sirio Bachar al-Asad,
y de los puertos sobre el mar Mediterráneo donde recala su flota,
además de un combate firme contra el autoproclamado califato, que
representa un problema ideológico concreto para Rusia, dado que buena
parte de su población profesa el Islam. Pero simultáneamente, la
participación rusa en el conflicto sirio supone un límite a la
injerencia occidental en Medio Oriente y a la intención de extender la
denominada “primavera árabe”.
El
tercero, son los ciberataques impulsados desde el Kremlin. Esos ataques
son el eslabón final de una política de inteligencia que los rusos saben
desplegar eficientemente y que quizás sólo sea igualada en el mundo por
la inteligencia británica. Hasta ahora, nadie -ni siquiera la CIA- pudo
probar que los ataques procedan del gobierno ruso. Las investigaciones
llegan solamente hasta hackers aparentemente particulares. Putin fue el
último jefe de la KGB, la agencia de inteligencia soviética, y sabe bien
como ocultar evidencia. Cabe asimismo preguntar ¿el gobierno ruso es el
único que utiliza esta metodología? La respuesta es no. Pero
evidentemente sabe utilizar la filtración informática de información
mejor que otros gobiernos.
¿Por qué los blancos son los Estados Unidos y Francia?
La
relación entre Putin y Obama fue mala o -más bien- pésima. Una victoria
de Hillary Clinton en las presidenciales hubiera significado la
continuidad de esa relación y una
política agresiva de los Estados Unidos no tanto de manera directa,
como a través de organismos multilaterales. Clinton hubiera impulsado
una fuerte presión militar de la OTAN sobre Rusia, sanciones de la
Organización de las Naciones Unidas y presión económica y comercial de
la UE. La llegada de Donald Trump al
poder no asegura una relación idílica pero abre la expectativa de
vínculo cordial entre ambos mandatarios
toda vez que ambos tienen un afán similar al momento de acumular poder.
Además, ambos visibilizan un adversario común: China. Los rusos recelan
de un país competidor en lo económico y comercial con el cual comparten
una frontera de 4195 kilómetros sobre la cual China ejerce una presión
demográfica descomunal. Los estadounidenses también recelan de China por
la competencia económica y comercial y por el avance geoestratégico del
país asiático en todo el mundo. China es demás el principal tenedor de
bonos de la deuda externa estadounidense. Para colmo, la industria
militar china le disputa poder tanto a los rusos como a los
estadounidenses.
Además de lo expresado, Putin está aprovechando la desconfianza reinante entre el presidente Trump y sus servicios de inteligencia.
¿Y
Francia? Allí hubo reiteradas acusaciones del equipo de campaña del
candidato del centroizquierda, Emmanuel Macron, que denunció múltiples
ataques cibernéticos contra el líder del movimiento En Marcha.
Solamente en enero ascendieron a 2 mil. Macron ocupa actualmente el
segundo lugar en intención de voto de los franceses con un 20 por
ciento, pero aparece como favorito para ganar el ballotage el 7 de mayo.
Para el presidente Hollande, la amenaza de una desestabilización con
ciberataques parece calcada de las acciones cometidas en el proceso
electoral presidencial de los Estados Unidos. En este caso, todo parece
indicar que los ataques intentarían favorecer la candidatura de Marine
Le Pen, del ultraderechista Frente Nacional (FN). Su programa electoral
reniega de la OTAN, es antieuro en lo económico y hostil a la UE. Dicho
de otro modo, la propuesta del FN y su candidata Le Pen coincide con los intereses estratégicos del presidente ruso.
Putin
aplica en última instancia la estrategia de dividir para reinar, e
intenta hacer prevalecer los intereses rusos frente a un Occidente que
demasiadas veces le impuso a Rusia sus tiempos, sus formas y su dinámica
política.
Desde éste lado del mundo puede señalárselo como “patrón del mal”. Pero
en otros sitios del planeta es considerado un líder digno de respeto y
admiración. La realidad debe estar situada en algún punto intermedio,
pero como sucede con todo líder político, despierta amores y odios.