A partir del LUNES 2
de ENERO de 2017, nos hemos propuesto realizar la republicación de la
obra escrita por Henry Ford "EL JUDIO INTERNACIONAL" con las dos partes
que la integran, colgándola al blog en espacios 0,30 a 12.30 horas durante el trancurso de diez dias y continuado con idéntico método
hasta su fin. Aquel industrial norteamericano que fuera el creador de
la prestigiosa marca de Automotores Ford, vigente hasta hoy en la
materia y de relieve Internacional, incursionó en la cuestión Judía.
Desconocemos si sus sucesores continúan hoy en la conducción de esa
empresa. Relatos de aquel tiempo, manifiestan que Henry no aceptaba los
préstamos que los ya existentes "Lobby" Judíos pretendían formalizar a
sus emprendimiento y aprendió a conocerlos íntegramente. Tanto al
parecer fueron los embates de ellos recibidos que acabaron por
transformarlo en redactor de toda sus maniobras "usurera", desde
cualquier gestión que conducen a modo de advertir los males que pueden
introducir permanentemente en el mundo no Hebreo
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6º- EL PREDOMINIO ISRAELITA EN EL TEATRO NORTEAMERICANO
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6º- EL PREDOMINIO ISRAELITA EN EL TEATRO NORTEAMERICANO
7º- EL PRIMER TRUST TEATRAL ISRAELITA
VI EL PREDOMINIO ISRAELITA EN EL TEATRO NORTEAMERICANO
Fue siempre el teatro un medio primordial para influenciar el gusto en general, y la opinión en particular; es el aliado para propagar las ideas, día a día, que unos caudillos ocultos entre bastidores desean inculcar a las masas populares. No es por casualidad que los bolcheviques, en Rusia, patrocinen los teatros orientados en su sentido, sabiendo que sus efectos, para ir forjando y moldeando la "opinión publica", resultan tan fuertes y profundos como los de la prensa.
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Todo el mundo sabe que el teatro esta completamente bajo la oligárquica influencia hebrea. Nadie
ignora que el espíritu nacional se alejo del teatro, influyendo en la actualidad, en este ambiente, la atmósfera orientalista.
No solo la escena propiamente dicha, sino también el cinematógrafo norteamericano (cuya industria es la quinta del mundo en extensión e importancia) están totalmente judaizados. Es consecuencia lógica de ello que el país entero se va ya rebelando contra los denigrantes y desmoralizadores efectos que irradian estos "templos del arte". Todo aquello que el hebreo acaudille económicamente, sea el negocio del alcohol, o el del teatro, se convertirá de inmediato en un problema moral, o mas bien dicho inmoral.
Diariamente sacrifican millones de personas su tiempo y su dinero en el teatro, en tanto que millones y millones concurren a los cines. Lo que equivale a decir que cada día millones de personas son influenciadas por la interpretación que el hebreo quiera dar a los conceptos de la vida, del amor y del trabajo, sufriendo así los efectos de la propaganda apenas disimulada por los semitas en pro de su oculto plan: el modelador judío de la opinión publica resulta un procedimiento ideal. Estriba la única preocupación del judío en que su renombre público pueda, acaso, estorbarle en su lucrativo negocio.
El teatro no es judío únicamente en su dirección, también en lo que se refiere al contenido literario y a su presentación. Diariamente aparecen mas obras cuyos autores, atrecistas y actores son hebreos. No son obras de arte, ni se mantienen mucho tiempo en el cartel. Es perfectamente natural, porque los intereses teatrales hebreos no esperan alcanzar éxitos artísticos, ni perfeccionar el arte escénico autóctono, ni crear un elenco valioso de actores y actrices. Sus intereses son de índole financiera y racial y su objetivo extraer a los no-judíos el dinero del bolsillo, hebraizándoles moralmente, además. Grandilocuentes artículos nos facilitan un calculo exacto para apreciar hasta que punto estos esfuerzos fueron coronados por el éxito.
Hasta 1885 el teatro yanqui se encontraba todavía en manos no-judías. Acaeció entonces la primera intromisión judía. Con el cambio de empresarios, comenzó la decadencia del teatro como institución artística y moral, aumentando progresivamente con el crecimiento de la influencia semita en la vida teatral. Resulto de esta influencia que lo bueno se elimino intencionada y cuidadosamente del teatro nuestro, y lo inferior, en cambio, fue entronizado en lugar preferente.
Paso la edad de oro del teatro norteamericano. Murieron los grandes actores, sin dejar dignos sucesores. El espíritu elevado y noble de antaño ya no agrada. "Shakespeare nos arruinaba el negocio", declaro cierto director teatral hebreo; otro se refirió a la ridícula misión "moralizadora" del teatro, y con estas irónicas insinuaciones se intenta denigrar y extinguir la antigua tendencia ennoblecedora de nuestro teatro. Esas dos sentencias deberían grabarse como epitafio sobre la tumba del arte teatral pretérito.
Aun los jóvenes de 13 a 18 años de edad poseen la suficiente elevación espiritual para apreciar la función moderna del arte teatral. Se pretende entretener al "hombre de negocios fatigado", y con tan huera frase se justifica la absoluta ausencia de espiritualidad. Se apoya todo este "arte" en la mentalidad de los sin carácter, que voluntariamente confían en los trucos del tramoyista. Si a veces se representa aun alguna obra sana y limpia, es como una concesión a una moribunda generación de aficionados al buen arte escénico. La generación actual prefiere otro manjar. ¿Tragedia? ¡Estupidez! ¿Desarrollo de caracteres mas profundos de lo que pueda comprender el criterio de un adolescente? ¡No se cotiza! Descendió la opera cómica al nivel de los efectos luminotécnicos y al de las dislocaciones de miembros, y su música a un lascivo frenesí. Sensacional, estúpido y vulgar es el tema preferido. El adulterio es el tema primordial. Exhibición de carne desnuda en lujurioso grupo, racimos de mujeres cuya vestimenta pesa apenas cinco gramos: tal es el "arte moderno" para el empresario hebreo.
La rebelión de los "amateurs" del arte verdadero contra esta profanación, manifestóse en poblaciones yanquis por el cada vez mas creciente florecimiento de los teatros de aficionados. El arte dramático, expulsado de los escenarios públicos, encuentra protección en miles y miles de sociedades teatrales y literarias. Si las buenas obras no se ponen en escena, se leen. Los dramas modernistas no resistirán en ninguna forma su lectura en voz alta, por carecer en absoluto de sentido común. De aquí la reunión de "templos" de arte verdadero en restringidos círculos dramáticos esparcidos por todo el país, y cuyas sesiones se realizan en depósitos o iglesias, en escuelas o salas públicas.
Las modificaciones introducidas por el judío en nuestro teatro, y que cualquier aficionado puede comprobar fácilmente, manifiéstanse en cuatro aspectos.
En primer termino, el hebreo dio preferencia al aparato mecánico, con lo cual se anula la acción y el talento humano. El escenario, en vez de cooperar a la obra artística, obtiene un significado realista propio. El eximio actor no necesita un gran mecanismo escénico, en tanto que los actorzuelos que actúan en las obras hebreas quedarían anulados sin el aparato tramoyístico. El escenario es en realidad la obra. Sabe el judío, perfectamente, que los buenos actores son día a día más raros, pues la política teatral hebrea yugula despiadadamente todo talento, entre otras razones, por la primordialísima de que cuestan demasiado dinero. El israelita, por eso, prefiere invertir su dinero en maderas, telas, colores, géneros y demás farandulerías. No podrán estas materias muertas ruborizarse de su insípido idealismo, ni de su inicua traición al sacro arte.
Así convirtió el hebreo en indigno espectáculo nuestro teatro, suprimiendo en el todo elevado idealismo. El que hoy visite un teatro recordara mas tarde el titulo de la obra, pero jamás su contenido, ni a sus actores principales. Todo es retroceso y degeneración.
En segundo término, el hebreo reclama para si el merito de haber introducido en nuestro teatro el sensualismo oriental. Diariamente fue subiendo la ola verde en los teatros yanquis, inundándolos por completo. Actualmente se encuentra en los "mejores" teatros, más descarada inmundicia que antes en los cafés cantantes más sórdidos. En Nueva York, donde existe un número mayor de directores judíos teatrales, que nunca pudiera haber existido en Jerusalén, se sobrepasan los límites de lo osado. La reciente representación de Afrodita parece significar el perfectamente calculado ataque de frente contra la última trinchera de una antigua tradición moral, ofreciendo descaradamente el más cínico nudismo. Hombres trajeados con un corto taparrabos o piel de leopardo o de chivo, mujeres desnudas hasta las caderas, el resto velado apenas con transparente gasa, formaban el marco de una mujer completamente desnuda, de cuerpo marmóreo. El autor de dicha obra era, naturalmente, hebreo. En cuanto a ideas en la obra, ni pizca. En cambio, las insinuaciones, las situaciones escabrosas, la osadía de las escenas, esas si fueron el fruto de largo y detenido estudio en el arte de la perversión humana. Esta prohibida la venta libre de bebidas narcóticas, pero la aplicación de insensibles venenos morales por esa cáfila de falsificadores no lo esta.
Los "clubs", "boites" y demás diversiones nocturnas, son un articulo de importación esencialmente judío. Ni los bulevares de Paris ni "Montmartre" ofrecen, en cuanto a lubricidad, lo que Nueva York brinda. Paris, en cambio, posee una contrapartida al horror lascivo: la Comedia Francésa; Nueva York ni eso siquiera.
¿Como, en semejante piélago de vilipendio y prostitución del arte, hallaran los autores dramáticos serios la mínima perspectiva de medrar? ¿Donde se les dará cabida a los actores dignos de arte dramático o cómico? Nuestra escena actual se despliega únicamente bajo la estrella de la pintoresca fauna de coristas y comparsas. Cuando por excepción se da acceso al teatro a un dramaturgo serio, es solo por unas pocas representaciones. Los efectos de luces, la brillantez de colores y el desnudo femenino les ahuyentan, y solo "vegetan" gracias a aquellos que no olvidaron
aun del todo lo que debería ser el teatro y leen sus obras impresas.
La tercera consecuencia de la invasión hebrea en el teatro norteamericano consiste en la aparición del sistema de la "estrella", del "astro", del "divo". Los últimos años nos ofrecieron sino en los enormes muros de "reclame" de los trusts teatrales, para hacer creer a las masas que dichos farolillos brillan con diamantino fulgor en el cenit del firmamento escénico "dramático". Las "estrellas" de ayer, que hoy ya no lo son, son simplemente las favoritas de los actores hebreos o mercancía humana que, extraída de la masa, se coloco en "vidriera" para despertar la ilusión de una "novedad". En fin, en tanto que antiguamente actores y actrices llegaban a celebridades gracias al favor del público, hoy se logra exclusivamente por la propaganda del propietario del teatro. La "marca Nueva York", con que suelen distinguirse muchas nulidades artísticas, no significa sino la caída en gracia al respectivo empresario de que cada actriz disfrute. Justamente contra esta "marca Nueva York", se ha rebelado el país. El auge de los teatros de aficionados en Centro América y en el Oeste es la mejor prueba de ello.
En todos sus negocios busca el hebreo el éxito más rápido posible, mas en su tarea de hundir el arte teatral no-judío no puede, al parecer, ir con la velocidad que desea. Educar y perfeccionar artistas requiere tiempo: una buena publicidad equivale a lo mismo y es más rápido. Tal como antiguamente el sacamuelas sofocaba los gritos de dolor de sus pacientes con los estrepitosos sonidos de su trompeta de latón, así el moderno empresario teatral encubre la oquedad espiritual de sus "funciones" arrojando a la cabeza de los estupefactos espectadores cantidades de confetti, de encajes, de cuerpos desnudos, de oropel.
Se resumen en una razón común estos tres aspectos del predominio hebreo en nuestros teatros: la de convertirlo todo en mercadería negociable, extraer dinero de todo cuanto el judío emprenda. Trasladose el centro de gravitación del teatro del palco escénico a la taquilla. La sabiduría del ropavejero de dar al vulgo de acuerdo con el gusto de cada uno, impera también en los teatros desde que el semita penetro en sus recintos.
En 1885 dos astutos hebreos fundaron en Nueva York una agencia teatral, ofreciéndose a aliviar a los empresarios de San Luis, Detroit, Omaha y otras ciudades, de la penosa labor de contratar celebridades para la temporada próxima. Fue esta la base del Trust Teatral. Figuro dicha agencia bajo la razón social de Klaw & Erlanger, uno de cuyos fundadores era un israelita ex estudiante de Derecho, que mas tarde se transformo en agente teatral, en tanto que Erlanger, joven hebreo de pocos alcances, poseía habilidad financiera. No inventaron ellos el sistema de la Agencia teatral, sino que lo copiaron de un tal Taylor, fundador de una Bolsa teatral, donde se reunían actores y empresarios de todas partes para relacionarse mutuamente y firmar contratos.
La forma actual de agencia teatral es la clave de la decadencia del moderno teatro yanqui. El viejo sistema poseía la gran ventaja de un perenne conocimiento personal entre el empresario y su compañía, brindando al actor genial tiempo y oportunidad para su desarrollo y madurez artísticas. En aquella época no existía sindicato alguno, y los empresarios podían hacer actuar a sus compañías y primeros actores en los escenarios de los más diversos propietarios de teatros, aprovechando con amplitud la temporada. Finalizada esta en la capital, partían juntos a provincias. Ambos, empresarios y compañía, dependían mutuamente el uno de la otra y compartían fraternalmente éxitos y adversidades.
El sistema de agencias puso fin a todos esto, que bien pudo ser un sueño.
La importancia que tuvo antiguamente en los escenarios alemanes el drama Natan el Sabio , laVII EL PRIMER TRUST TEATRAL ISRAELITA
representa en las naciones anglo-sajonas el conocido Ben-Hur . Demostró esta obra ser la mas eficaz pieza escénica a favor del judaísmo, aunque no fuera esta la intención de su autor, Lew Wallace.
Parece como si el arte y el destino se declarase al unísono contra las obras tendenciosas, ya que de otra forma no es posible explicar el repetido fracaso de obras escénicas francamente filosemitas. Nunca como hoy fue dable observar tendencia mas activa en obligar al teatro dominado por los hebreos a servir de instrumento para la apoteosis del judaísmo. Pero estos intentos todos, con una sola excepción, fracasaron a pesar de la mas ruidosa publicidad, de las mas favorables criticas periodísticas y de la alta protección de ciertos personajes oficiales. Hasta cierto número de hebreos protestaron contra este intento de querer transformar el teatro en un lugar de propaganda para enaltecer sin razón a la harto simpática raza judía.
No ofrecería de por si grandes motivos de queja el predominio hebreo en la vida teatral. El hecho de que ciertos judíos, ricos, aisladamente o en grupos, lograran arrebatar tan rica fuente de ingresos de manos de sus antiguos dueños no-judíos, será, tal vez, cuestión de mejores facultades comerciales, gajes del "negocio". Mas lo primordial del asunto radica en saber por qué medios se logro tal predominio y como y con que fines se le utiliza .
Por lo pronto, es un hecho evidente que los anteriores empresarios no-judíos murieron pobres, siendo su principal tarea la de favorecer al arte y a sus interpretes, y no la de lograr ganancias. En cambio, los empresarios y realquiladores de locales judíos, suelen enriquecerse desmedidamente, dándole al teatro un carácter de empresa puramente comercial. Conste que ya existían los trusts teatrales cuando el concepto "trust" en las industrias se hallaba aun en sus principios. En 1896 el Trust teatral controlaba 37 teatros en las diversas capitales yanquis. Los dirigentes de este trust eran Klaw y Erlanger, Nixon y Zimmermann, Haymann y Frohmann ; todos judíos, salvo Zimmermann , cuya procedencia aun se desconoce. Se unieron a ellos mas tarde Rich, Harris y Brookes , judíos los tres. Merced a su control, pudo el Trust garantizar a sus compañías trabajo suficiente durante largas temporadas. Ante esta competencia, y en especial ante el sistema de alquiler de locales, no pudieron sostenerse las compañías independientes. Y su desaparición sirvió al objetivo hebreo de favorecer el desarrollo de la industria del "film", que desde sus comienzos se presento como empresa puramente judía, no siendo necesario eliminar al elemento no-judío, porque este jamás participo en aquella. En los teatros arruinados por el judío, y por lo tanto vacíos, entraron las películas triunfalmente, y, como siempre, el israelita "mató dos pájaros de un tiro".
Empero, este desarrollo no pudo verificarse sin hallar resistencia. Actores, críticos teatrales y un sector dilecto de opinión se alzaron en contra de ello. El fin de esta lucha es evidente; desde comienzos del siglo actual, el Trust teatral hebreo triunfa en toda la línea. Este trust semita convirtió el arte en simple cuestión de dinero, funcionando con la mecánica exactitud de una empresa fabril perfectamente dirigida. Anuló este trust toda iniciativa artística, eliminó sin piedad toda competencia, anuló sin tregua a empresarios y actores de valor, encarpetó obras de reconocida importancia, favoreciendo en cambio la popularidad de dudosas eminencias, hebreas en su mayoría. Intento conquistar a los críticos teatrales. Obras dramáticas, teatros y actores fueron negociados como vulgares mercancías. Todo cuanto se refiere al trust judío adquirió inmediatamente el espíritu mezquino y estrecho que solo el semita puede alentar.
¿Que significa esto? El teatro es en la actualidad el lugar vitando de educación para más de la mitad de nuestro pueblo. Lo que el joven observa y oye en el escenario, lo admite inconscientemente como elemento educativo de su vida, adaptando el ceremonial, el modo de hablar y hasta las modas, usos y costumbres de otros pueblos, como asimismo sus conceptos de derecho y religión. Escenario y pantalla son las fuentes en que bebe la masa popular sus conocimientos acerca del modo de vivir y pensar de las clases acomodadas. Todo lo que de esta suerte y de intencionadamente falso y perverso va infiltrando el hebreo a la masa popular, no
puede apreciarse ni de lejos. Asombra muchas veces lo estólido y confuso de nuestra adolescente generación: hallamos la razón en lo anteriormente esbozado.
Pudo escucharse a veces en público el eco de la titánica lucha sostenida por críticos honrados, contra el soborno brutal primero, y más tarde contra su aniquilación definitiva por el trust hebreo. Francamente amable en un principio, mostró el trust su insolvencia contra los empresarios, actores, autores y críticos, una vez alcanzado el poder. Puesto que afluyeron a el millones y publico en masas ¿de que ni de quien debió preocuparse? Cuando algún critico opúsose a sus métodos, o señalaba el carácter vulgar, indecente e inferior en lo ofrecido, excluyósele de los teatros del Trust, y se "ordenó" su despido a los propietarios del periódico. La advertencia era escuchada en la mayoría de los casos, porque tras ella iba la amenaza de supresión de pingües anuncios teatrales. Últimamente el Trust teatral hebreo llevaba "listas negras" de periodistas "indeseables" para evitar su empleo en editoriales o redacciones.
No solamente las obras, sino también el edificio es hoy lo primordial en los teatros. De entre los literatos modernos, apenas dos o tres sobresalen. En cambio, se construyen actualmente, únicamente en Nueva York, doce nuevos palacios teatrales. Las butacas se arriendan por hora, al precios de 1 a 3 dólares. Es el dólar el alma de todo. El palco escénico no es sino el cebo.
El negocio teatral sufrió en octubre de 1920 un rudo revés, y en la misma Nueva York los teatros arrojaron ínfimas ganancias. Quedaron sin ocupación más de 3.000 actores. En plena crisis hicieron anunciar los especuladores teatrales Schubert - hebreos de Siracusa, pero con un pomposo apellido germano, que de humildes porteros y vendedores ambulantes se habían elevado a la dignidad de "Reyes del teatro" - que en Nueva York solo edificarían seis nuevos teatros, y que habían encomendado ¡40 nuevos dramas! De estas obras, tres poseían cierto valor artístico que no preocupaba a los Schubert. El éxito artístico no les importaba. Estribaba su cálculo en mandar a "fabricar" nuevas obras, y en construir teatros, que por su inversión en capital en los respectivos edificios y obras, les garantizasen la mayor renta. Paso inadvertida una resistencia contra tal proceder. Únicamente los círculos dramáticos y los teatros de aficionados esparcidos por los Estados Unidos, dan fe de un movimiento "antisemita" en este terreno.