El Seudoprofeta –
P. Leonardo Castellani
Domingo Séptimo
después de Pentecostés (Mt.7 15-21) Lc.6, 39-45
El evangelio de hoy (Mt VII, 15) está tomado
del final del Sermón de la Montaña, y es un aviso sobre los falsos profetas seguido
de la parábola de la Uva y del Abrojo, o sea de los frutos del buen y el mal
Árbol; los cuales se dan como señal para conocer el Seudoprofeta.
Cristo previno muchas veces contra los
Seudoprofetas que son simplemente los herejes; y los doctores, poetas,
moralistas -que estas tres cosas eran los profetas hebreos- de la impiedad; y
predijo que en los últimos tiempos los habría a bandadas.
Siempre ha habido en la historia de la
Iglesia quienes “viniendo a vosotros con vestidura de oveja, por dentro son lobos
rapaces”, como los describió Cristo; es decir, vienen con vestidura de
pastores, los cuales suelen usar zamarras o pellizas de piel de oveja. Todos
los herejes han tomado una parte de la doctrina de Cristo; y exagerándola la
han convertido en una deformidad y en un veneno; muchos de ellos han tenido
apariencias de hombres píos, benéficos y altruistas; y han sido hábiles en
manejar las grandes palabras que -diferentes en cada época- conmueven el
corazón del pueblo, como Libertad, Igualdad, Fraternidad, Democracia,
Justicia, Compañerismo, Paz, Prosperidad, y toda la letanía. Contra
ellos no es muy fácil precaverse. “Por sus frutos los conoceréis”,
repite Cristo. Las obras no mienten.
Los amargos frutos de la bandada de
seudoprofetas que se levantó desde fines del siglo XVIII a manera de manga de
langostas, arbolando las palabras de “Ilustración, Tolerancia, Progreso, el
Siglo de las Luces y la Mayor Edad del Género Humano”, de sobra los conocemos
porque los estamos sufriendo: las consecuencias del aclamado “Siglo de las Luces”
fueron dos atroces guerras mundiales y una descompostura general del mundo, que
anuncia una guerra peor. La “tolerancia” de Voltaire ha acabado en toda clase
de persecuciones; la “libertad omnímoda para todos” ha producido despotismos,
tiranías y lo que llaman el “Estado totalitario”, teorizado por Hegel; el
“concierto de todas las naciones” de Condorcet ha servido para romper la
barrera defensiva de Europa (el “Río Eufrates”, que dice la Escritura) y abrir
la puerta al Asia, que se yergue ahora amenazante sobre ella; y la “Paz
Perpetua” de Kant ha producido la “Guerra Fría”. Las malas doctrinas, aceptadas
y gritadas sin tasa por los pueblos borrachos, han descoyuntado los huesos del
mundo; y el mundo se agita hoy enfermo y angustiado; y más borracho que nunca.
“¿Por ventura se recogen uvas del abrojo o higos del cardal?”. Muy malo era
todo eso, pues ha producido tales frutos. Produjo lo contrario de lo prometido.
Los Seudoprofetas siempre prometen cosas
fáciles y halagüeñas: de eso viven; y medran. Ésa es la nota que Isaías y
Jeremías enrostran a sus falsificadores y perseguidores: que son aduladores,
simplemente; de la estirpe de los sycofantes que tan bien caracterizó Platón en
el Fedro y en El Sofista. Es fácil prometer mil años de paz, un viaje al
planeta Marte -donde el clima es mejor y hay grandes yacimientos de uranio- y
la prolongación de la vida hasta los 150 años por medio de la penicilina. Leo
en una revista alemana: “Dentro de dos
millones de años, el Hombre habrá evolucionado en tal forma que nosotros a su
lado pareceremos gusanos”. ¡Qué felicidad... para el que lo vea! ¡Que Dios
te conserve la vista, m’hijo!
La “idolatría de la Ciencia” que domina a la
época actual es una evolución de la “Superstición del Progreso” que fue el
dogma eufórico del siglo pasado. Efectivamente, el famoso “Progreso”, prometido
a gritos por Condorcet y Víctor Hugo, no se ha dado en ningún dominio, excepto
en el dominio de la técnica, que es lo que hoy día llaman “Ciencia”. Pero la
técnica no puede ser adorada ni siquiera venerada: puede servir al bien o al
desastre, sirve para hacer las bombas de fósforo líquido y las atómicas, lo
mismo que la vacuna contra la poliomielitis; y puestos en una balanza los
estragos espantables junto a los bienes que ha dado la “técnica” en nuestro
siglo, yo no veo que ganen los bienes. Preservar a un niño de la parálisis
infantil para que después sea quemado vivo por una bomba de fósforo, como los
niños de Hamburgo; o de uranio, como los de Hiroshima, no me parece gran
negocio.
La veneración de la “Ciencia” es lo que ha
sustituido a la religiosidad en las masas contemporáneas; y por tanto podemos
decir que es lo que la ha destruido; porque, como dicen los franceses, “sólo se
destruye lo que se sustituye”: por eso la hemos llamado “idolatría”. “No
adorarás la obra de tus manos”, dice el segundo mandamiento. La ciencia actual
es muy diversa de la ciencia de los griegos, o la ciencia de los grandes siglos
cristianos. La ciencia antigua era una actividad religiosa o casi religiosa,
movida por un amor y encaminada al bien. Hoy día la “Ciencia” es impersonal,
inhumana, exactamente como un ídolo. Desde la segunda etapa del Renacimiento
(siglos XVI y XVII) la concepción de ciencia es la de un estudio cuyo objeto
está colocado fuera del bien y del mal; y, sobre todo, del bien; sin relación
alguna con el bien. La ciencia estudia los hechos como tales: los hechos, la
fuerza, la materia, la energía, aislados, deshumanizados, sin relación con el
hombre y menos con Dios: no hay en su objeto nada que el corazón del hombre
pueda amar. Los móviles del “científico” actual no son móviles de amor a Dios o
al prójimo; ni siquiera a su ciencia. Es reveladora la amarga confesión de
Einstein que en sus últimos días decía que: “de poder volver a vivir sería
plomero o vendedor ambulante, pero no físico”. Y sin embargo la física le dio
todo lo que a ella el científico le pide: gloria, fama, honores, consideración,
dinero. Más que eso no puede dar un ídolo.
Un sacerdote no puede admirar la “técnica”
moderna de un modo incondicional, ni adularla para quedar bien con las
muchedumbres, o aparecer como hombre adelantado y “de su tiempo”. Al contrario,
debe mirarla con cierta sospecha, puesto que en el Apokalypsis están prenunciados
los falsos milagros del Anticristo, los cuales se parecen singularmente a los
“milagros” de la Ciencia actual. “La-Segunda Bestia, la Bestia de la Tierra,
pondrá todo su poder al servicio de la Primera, la Bestia del Mar; y la
facultará a hacer prodigios estupendos, de tal modo que podrá hacer bajar fuego
del cielo sobre sus enemigos...” (Ap. XIII, 12-13). Eso ya lo conocemos,
eso ya está inventado. No sabemos quién será esa llamada “Bestia de la Tierra”
pero sabemos que el Profeta la describe como teniendo poder para hacer
prodigios falaces por un lado; y por otro, con un carácter religioso también
falaz, puesto que dice que “se parecía al Cordero, pero hablaba como el
Dragón”. Esa potestad o persona particular que será aliada del
Anticristo y lo hará triunfar será el último Seudoprofeta, por lo tanto. Y por
sus frutos habrá que conocerlo; porque sus apariencias serán de Cordero.
Pero se podría decir: “Si hemos de conocer al árbol por
sus frutos dañinos ¿no será ya demasiado tarde, porque el daño ya está hecho?
¿Acaso sirve de algo conocer los hongos venenosos después que uno los ha
comido, por sus efectos? ¿No es mejor conocerlo por sí mismo, por sus hojas y
su forma? Y de hecho ¿no conoce así la Iglesia a las herejías, por medio de sus
teólogos y doctores, confrontándolas con la doctrina tradicional, y
rechazándolas en cuanto se apartan de ella?”.
Eso es verdad; pero se aplica a las herejías
antiguas, no a las nuevas. La elaboración de la ortodoxia se ha hecho poco a
poco; y justamente en la lucha multiforme con nuevas y nuevas herejías. Ahora
es fácil conocer a un arriano, un macedoniano, o un protestante; no así cuando
aparecieron. Cuando una herejía es nueva, el “catecismo” no basta: de aquí la necesidad que los sacerdotes
estudien; y que los doctores de la fe lean los libros heterodoxos; lo cual no
es ninguna diversión, sino una ímproba labor, y hasta un “martirio”, como dijo
Santo Tomás. La herejía actual que se está constituyendo ante nuestros ojos,
consistente en definitiva en la adoración del hombre y “las obras de sus
manos”, no es fácilmente discernible a todos; porque pulula de falsos profetas.
—¿Simona
Weil fue herética o no?
—Unos
dicen que sí y otros que no.
—¿Y
usted qué dice?
—Por
sus frutos la conoceréis.
—¿Y
cuáles son sus frutos?
—No
tengo lugar para decirlos aquí.
Oh
Señor, quédate conmigo, porque la noche se acerca, y no me abandones.
¡No
me pierdas con los Voltaire, y los Renán, y los Michelet y los Hugo y todos los
otros infames!
Son
muertos, y su nombre mismo después de su muerte es un veneno y una podredumbre.
Su
alma está con los perros muertos, sus libros están juntos en el chiquero.
Porque Tú has dispersado a los orgullosos y no pueden estar en uno, ni
comprender, mas solamente destruir y disipar -ni poner las cosas en uno...
Sabios, epicúreos, maestros del noviciado del Infierno, prácticos de la
Introducción a la Nada, bramanes, bonzos, filósofos ¡tus consejos Egipto!
vuestros consejos, vuestros métodos, y vuestras demostraciones y vuestra
disciplina.
¡Nada
me reconcilia, yo estoy vivo en vuestra noche abominable, levanto mis manos en
el desespero, levanto mis manos en el trance y el transporte de la esperanza
salvaje y sorda...!
Quien
no cree más en Dios, no cree en el Ser; y quien odia al Ser, odia su propia
existencia...*
*Paul Claudel
Leonardo
Castellani: “El Evangelio de Jesucristo”
– Ed. Vórtice, Bs. As. 1997-Págs. 225-228.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista