Mirando pasar los pechos
LA
IZQUIERDA Y EL TETAZO
Desde la caída del Muro de Berlín, la izquierda viene predicando
que los nuevos desclasados, el “nuevo sujeto de la liberación” no es más el
proletariado ‒asimilado finalmente por el “welfare
state” burgués‒ sino las “minorías sexuales”, como las llamaba el finado
politólogo marxista, y asesor de los Kirchner, Ernesto Laclau (muy bien rentado
profesor argentino en la Sussex University, UK).
Marxistas de viejo cuño leninista y estalinista, si aún sobreviven dichas especies, y guevaristas “homofóbicos” no
debieran escandalizarse por este “destape” de la izquierda. La izquierda es tan
libertaria como totalitaria. Promueve las libertades liberales ‒quitarse el “top and down” playero‒ pero las impone
a sangre y fuego, llegado el caso.
Y el caso llegó a las playas de Necochea, a las costas de
Corrientes y al asfaltado Obelisco porteño y sobrevendrá en cualquier plaza
donde un aquelarre de lesbianas, Vilmas Ripoll y compañía logren armar “lío”
revolucionario. La izquierda hace escarnio de los derechos de mujeres y de
hombres que no quieren ‒ni ellas, ellos, ni sus hijos‒ ver pechos, trastes o lo
que fuere y les impone tanto adiposidades decadentes como ideología estéril. Si
otros tiempos corrieran, la hoz y el martillo señalaran nuestra enseña patria y
Macri fuera Stalin ‒perdón por el exabrupto político‒ los policias de Necochea
hubiesen sido fusilados y las mujeres “reaccionarias” enviadas a las saludables
soledades patagónicas.
La izquierda usa y abusa de la democracia liberal inoculando el
veneno socialista y agnóstico. Es comprensible pues así la pensó y la diseño
Lenin. Estoy de acuerdo en lo de abusar de la democracia pues ésta no es otra
cosa que una incorregible prostituta que adultera todo y en todo peca. Un
patriota recto y una res-publica católica matarían dos pájaros de un tiro si extirparan
la “democacarasia” ‒P. Castellani
dixit‒ pues acabarían también con la izquierda.
Carentes de la antropología más sumaria, menos aún de arcanos
como la gracia, el pecado, el mal, la caída original y la redención, la
izquierda y las “individuas de la
comunidad mamaria” (revista Barcelona dixit) no advierten que andar en
cueros por la calle azuza a los machos cabríos, que los hay y son incorregibles
sin el “agua y la sal”, y paradójicamente favorecen la “cosificación” del
cuerpo femenino que dicen defender “soberanamente”. Sobre el cuerpo no hay “soberanía”
sino “autodominio” que es decir casi lo mismo pues quien ordena las pasiones
inferiores en vistas de las potencias superiores ejerce una serena soberanía
sobre su orden íntimo. Inútil pedir esta intelección a caletres tan escasos
como los de tales mujeres.
Mostrar todo no es
soberanía sino desquicio e indicador evidente de que la revolución sexual no
comenzó por la inversión del sexo biológico sino por la adulteración del
espíritu. La rebelión de la intimidad seca los lazos que vinculan interioridad
con pudor, armonía interior con porte exterior, razón por la que en el progreso
de la degradación puede llegarse hasta límites impensables. Como enseñaba
Calderón Bouchet, lo propio de la izquierda es la negación y su lógica
constante es la radicalización pues primero comenzó segando la luz en el
espíritu, homicidio semejante al del ángel rebelde del tiempo primigenio.
Ernesto Alonso