La palabra italiana “foibe” se usa para
designar unas simas, dolinas en terminología geológica, un tipo de
accidente kárstico, de origen natural y profundo, que aparece por
derrumbe de una parte del techo de roca que da acceso a una cueva en
forma de bolsa. Pero no traemos aquí este término debido a un súbito
entusiasmo geológico, sino porque el pasado 10 de febrero se celebró en Italia el Día del Recuerdo que conmemora oficialmente las matanzas de italianos a manos de los partisanos comunistas de Tito y que se conocen como las Masacres de las Foibe
porque las víctimas eran lanzadas al interior de estos agujeros. A
veces muertas, a veces vivas, en algunos casos dos personas atadas, la
una muerta, la otra aún con vida.
He de reconocer que desconocía el detalle de estas masacres y que me llamaron la atención por tratarse de uno de esos episodios silenciados de la Historia que no encajan en el relato hegemónico. Intentaré darles los datos principales de lo que he descubierto acerca de esta trágica historia.
En el Tratado de París en 1947 se acuerda finalmente la entrega de estos territorios por parte de Italia a Yugoslavia y las masacres se redoblan. Los partisanos comunistas y ahora también fuerzas regulares, asesinan y lanzan a esas cavidades naturales a la que antes nos hemos referido a miles de italianos: las estimaciones oscilan entre 6.000 y 11.000 víctimas. Al mismo tiempo se inicia un previsible éxodo de italianos que huyen de esa región y que no cesará hasta 1956, la mayoría escapando a Italia, pero también a Australia, los Estados Unidos u otros lugares de Europa. Se calcula que los exiliados forzados fueron algo más de 250.000 personas, más de la mitad de la población de la región cuya soberanía pasó de Italia a Yugoslavia.
No es pues de extrañar que entre las víctimas de las masacres tuvieran un importante peso los sacerdotes, como el Padre Bonifacio, beatificado en 2008 como mártirComo ya hemos advertido, a la italianidad de la población de esas regiones, se unía su profunda catolicidad, algo que chocaba abiertamente con el ateísmo de Estado que propugnaba Tito para su nueva Yugoslavia. No es pues de extrañar que entre las víctimas de las masacres tuvieran un importante peso los sacerdotes, como el Padre Bonifacio, beatificado en 2008 como mártir. Tenía solo 34 años cuando el joven sacerdote fue detenido cuando regresaba a su parroquia, en septiembre de 1946, por tres partisanos comunistas que lo desnudaron, le degollaron y le reventaron la cabeza con una piedra. Su cadáver, lanzado a una “foibe”, no ha sido recuperado.
Otro de los mártires que ha sido reconocido como tal es el Beato Miroslav Bulesic, párroco de Mompaderno y vicerrector del seminario de Pisino, asesinado el 24 de agosto de 1947 tras haber organizado la confirmación de 237 jóvenes. A estas agresiones físicas se unió el asalto y saqueo de iglesias y la profanación de cementerios (significativamente se destruyeron lápidas e inscripciones en capillas que recordaban las raíces italianas de los allí enterrados). Tras el Tratado de París, cuando la región pasa definitivamente a formar parte de la Yugoslavia de Tito, se prohibió durante medio siglo la profesión en público de la religión cristiana (incluyendo portar una cruz al cuello o persignarse ante otros, así se las gastaba el tolerante “socialismo autogestionario” de Tito que a tantos sedujo por estos lares).
Yugoslavia no acusaba de crímenes de guerra a los militares italianos responsables de la conquista y ocupación de los Balcanes a cambio de que se guardara silencio sobre las masacres de las “foibe”La tragedia para estas personas no cesó al escapar de Yugoslavia; su recibimiento fue de todo menos cordial. Por un lado el Partido Comunista Italiano, poderosísimo en la Italia de la posguerra, los miraba con hostilidad: habían escapado de un régimen comunista, esto es, de la posibilidad de vivir en un mundo mucho mejor que el alienante sistema capitalista que aún tenían que padecer en Italia. La única explicación es que se tratasen de malvados e irrecuperables fascistas. Por otro lado, los acuerdos de París incluían el pacto implícito por el que Yugoslavia no acusaba de crímenes de guerra a los militares italianos responsables de la conquista y ocupación de los Balcanes a cambio de que se guardara silencio sobre las masacres de las “foibe”. Enfrentados en muchas cuestiones, la Democracia Cristiana y el PCI iban a ponerse de acuerdo en este asunto.
Además, en un contexto de Guerra Fría, la Yugoslavia de Tito, que se había desmarcado de la Unión Soviética y se había negado a formar parte del Pacto de Varsovia, era vista con simpatía por Occidente y valorada como un útil estado-tapón entre ambos bloques. Demasiados intereses a favor de cubrir de silencio unos sucesos y unas personas francamente incómodas.
Así, a los asesinatos primero y el éxodo después, con la pérdida de bienes y propiedades, se unió el desprecio del gobierno italiano, la injusticia y la falta de reconocimiento. Esta trágica página de la historia fue borrada de los libros de texto y de la historiografía oficial: no había que arrojar la sombra de la duda sobre el mito de la resistencia y de los partisanos comunistas que “liberaron” a los pueblos eslavos del dominio fascista. Como máximo se llegó a reconocer algunos excesos por demasiado celo en la lucha contra los opresores fascistas (aunque algunas de las víctimas de las “foibe” eran italianos antifascistas que, no obstante, se oponían al proyecto eslavizador de Tito).
Esta situación duró 60 años, hasta la citada ley de 2004 que instituye un Día del Recuerdo que, lentamente, va quebrando la conspiración de silencio que había cubierto estos hechos y de la que en España estamos empezando a saber algo