UN AUTOR PARA LEER Y MEDITAR
Werner
Sombart (1863-1941), el economista y filósofo social, es conocido hoy por sus
diversos trabajos pioneros sobre el ethos capitalista [su carácter
distintivo o naturaleza moral]. Aunque Sombart comenzara su carrera sociológica
como un socialista de estilo marxista, él gradualmente se disoció de la
orientación económica de la teoría social de Marx a favor de una comprensión
más voluntarista de las fuentes de la evolución social, que apoyaba el modelo
muy patriarcal y aristocrático de sociedad que Marx había procurado destruír.
En su Die deutsche Volkswirtschaft im neunzehnten Jahrhundert (La Economía Nacional Alemana en el Siglo XIX,
1903), Sombart volvió la espalda a la glorificación socialista del progreso, al
que él veía como destructivo del espíritu humano, y revivió el ideal medieval
de la comunidad gremial, que implicaba, como lo resume Mitzman, "la plena absorción y desarrollo de la
personalidad del productor en su labor, objetivos limitados, y la formación de
las unidades productivas sobre el modelo de la comunidad de familia".
El reemplazo
de esta sociedad orgánica original por la artificial "Gesellschaft"
[asociación], fue consolidado por la interferencia de los judíos en la sociedad
germánica, ya que el judío está marcado por el pensamiento abstracto que es "sinónimo de indiferencia a todos los
valores cualitativos, de incapacidad para apreciar lo concreto, lo individual,
lo personal, lo vivo". La expresión simbólica de la capacidad judía
para la abstracción es el dinero, que "disuelve
todos los valores de uso en sus equivalentes cuantitativos".
El
proletariado, que es el típico producto social del capitalismo, es el elemento
que más sufre en el reemplazo del ethos social patriarcal por el ethos
comercial, ya que "cada comunidad de
interés es disuelta, tal como cada comunidad de trabajo" y "el simple pago es el único lazo que
vincula a los contratantes". El tradicional consuelo de la religión
también ha sido destruído por el capitalismo que frecuentemente sostuvo al
movimiento intelectual liberal de la Ilustración. Una diferencia crucial
adicional entre el Socialismo Alemán
desarrollado por Sombart y el marxismo, es su distinción del capitalista como
empresario y como comerciante, de tal modo que, mientras que Marx intentó
superar al empresario como una figura históricamente obsoleta, Sombart defendió
la virtud creativa y organizativa del espíritu empresarial contra las características
simplemente racionalizadoras y abstractas del comerciante. El empresario de
este modo llega a ser, desde el punto de vista de Sombart, el representante
económico del típico espíritu fáustico del héroe alemán, mientras que el
comerciante calculador es identificado cada vez más con el extranjero, en
particular con los judíos y los ingleses.
En su libro
de la época de la guerra, Händler und Helden (Mercaderes y Héroes, Múnich, 1915), Sombart habla del significado
sociológico de la guerra entre los ingleses y los alemanes en términos de la
diferencia radical entre el "espíritu de comerciante" que intenta
conseguir una mera "felicidad" mediante las virtudes negativas de "moderación, conformidad, industria,
sinceridad, moderación, humildad, paciencia y otras por el estilo" que
facilitarán una "confluencia
pacífica de comerciantes", y el "espíritu
heroico" que intenta el cumplimiento de la misión de la vida como una
tarea de la más alta auto-realización de la Humanidad por medio de las virtudes
positivas de "voluntad de
sacrificio, lealtad, no agresividad, reverencia, valor, piedad, obediencia,
bondad" y las "virtudes
militares", ya que "todo
heroísmo fue primero totalmente desarrollado en la guerra y por medio de la
guerra". La guerra para los ingleses era una empresa principalmente
comercial, mientras que para los alemanes era una defensa de su alma ante la
influencia debilitante de ese mismo espíritu comercial.
Sin embargo,
ya en sus trabajos principales de 1911-1913, sobre Die Jüden und das
Wirtschaftsleben (Los Judíos y la Vida Económica, Leipzig, 1911) y
sobre el espíritu burgués, Der Bourgeois, de 1913, Sombart había
mostrado que el sistema moderno del capitalismo comercial era debido
principalmente no al protestantismo inglés, como Max Weber había proclamado en
su libro Protestantische Ethik und der Geist des Kapitalismus (La
Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo, 1904-1905), sino al
judaísmo. De hecho, Weber mismo se vio forzado, bajo el estímulo de la obra de
Sombart, a distinguir entre el capitalismo Protestante y el "capitalismo
paria" de los judíos, una distinción que corresponde a la propia división
histórica de Sombart del desarrollo del capitalismo entre un temprano y un alto
capitalismo.
Si bien el
catolicismo, y en particular el tomismo, había sido parcialmente influyente en
el desarrollo del espíritu comercial en su filosofía racionalista, legalista y
esencialmente de este mundo, Sombart negó que el protestantismo fuera sinónimo
de capitalismo, puesto que, por el contrario, el luteranismo al menos había
estimulado una profundización del sentimiento religioso. Incluso otras formas
del protestantismo estuvieron marcadas por un espíritu de mezquindad
generalmente anti-capitalista, y en su mayoría asumieron formas capitalistas a
partir de la vida económica existente de los católicos. La verdadera fuente del
desarrollo de la alta etapa capitalista de la sociedad es sin embargo, según
Sombart, la mentalidad judía, que fue la que primero introdujo las principales
características del capitalismo moderno, a saber, el juego sin restricciones
del móvil de la ganancia mediante el libre comercio, las negociaciones usureras
y las prácticas comerciales despiadadas, sobre todo con respecto a los
no-judíos.
La
identificación de la existencia de engaños en las transacciones comerciales y
de la explotación de otros pueblos como las causas principales del poder
financiero de la judería es discutida con mayor profundidad por Sombart en Los
Judíos y la Vida Económica. La raíz de la Economía judía es localizada por
Sombart en la religión hereditaria misma, la cual
"en todos sus razonamientos apela a
nosotros como una creación del intelecto, un asunto de pensamiento y propósito
proyectado en el mundo de los organismos, conformada mecánica e ingeniosamente,
destinada a destruír y conquistar el reino de la Naturaleza y a reinar ella
misma en su lugar. Precisamente de esta manera el capitalismo aparece en
escena; tal como la religión judía, un elemento ajeno en medio de lo natural,
ha creado el mundo; como ella también, algo tramado y planeado en medio de la
vida abundante".
El capitalismo en efecto se deriva
directamente de la tradición económica usurera de los judíos, orientada
completamente por la ganancia:
"El capitalismo moderno es un
producto del préstamo de dinero. En el préstamo de dinero desaparece toda
concepción de la cualidad y sólo interesan los aspectos cuantitativos. En el
préstamo de dinero la actividad económica como tal no tienen ningún sentido; ya
no es una cuestión de ejercitar cuerpo o mente; es completamente una cuestión
de éxito. El éxito, por lo tanto, es lo único que tiene un sentido. En el
préstamo de dinero queda ilustrada por primera vez la posibilidad de que usted
puede ganar algo sin sudar, de que usted puede conseguir que otros trabajen
para usted sin recurrir a la fuerza".
Sombart aquí
apunta a la forma sutil de la violencia comercial que constituye el sistema
explotador judío. Los judíos en general han dejado de considerar las restricciones
a la obtención de ganancia, inherentes en los modelos tradicionales de la vida
económica europea:
"[El judío] no
prestó ninguna atención a la estricta delimitación de una vocación o destreza
con respecto a otra, en que tan universalmente insistían la ley y la costumbre.
Una y otra vez oímos la queja de que los judíos no se contentaban con una clase
de actividad; ellos hacían lo que podían, y de esa manera perturbaron el orden
de cosas que el sistema de gremios deseaba ver preservado".
El status de extranjeros que tenían los
judíos frente a los pueblos anfitriones entre quienes ellos vivían, sirvió como
un factor que contribuyó al éxito de sus esfuerzos capitalistas, ya que su status de segunda clase en la sociedad
sólo estimuló su odio y resentimiento natural ante los pueblos huéspedes,
gracias a lo cual ellos tomaron ventaja de los no-judíos bajo la aprobación de
sus supuestas leyes religiosas:
"El contacto sexual con forasteros
fue privado de toda consideración, y la moralidad comercial (si puede decirse
así) se hizo elástica".
El resultado final del predominio del
espíritu judío en Occidente fue la corrupción de la naturaleza misma del hombre
y la sociedad occidentales, ya que
"Antes de que el capitalismo
pudiera desarrollarse, el hombre natural tuvo que ser despojado de todo
reconocimiento, y un mecanismo racionalistamente orientado fue introducido en
su lugar. Tuvo que haber una transvaloración de todos los valores
económicos".
Esta ruinosa transformación fue efectuada
básicamente por medio de la resistente adaptación del judío a la sociedad en la
cual él residía. Pero ese proceso de adaptación está determinado
intelectualmente y carece de la cualidad orgánica de la verdadera simpatía:
"El que lord Beaconsfield fuera
un conservador se debió a algún accidente u otro, o a alguna coyuntura
política; pero Stein y Bismarck y Carlyle eran conservadores porque ellos no
podían sino serlo; estaba en su sangre".
En efecto,
los judíos carecen de simpatía por
«cada status
donde el nexo es uno personal. El ser entero del judío está opuesto a todo lo
que generalmente se entiende por caballerosidad, a todo el sentimentalismo, a
la caballería andante, al feudalismo, al patriarcalismo. Ni tampoco él
comprende un orden social basado en relaciones como éstas. Los "bienes del
reino" y las organizaciones de artesanos son una abominación para él.
Políticamente él es un individualista. Él es el representante nacido del
concepto de la vida "liberal" en el cual no hay ningún hombre o mujer
vivo de carne y sangre con personalidades distintas, sino sólo ciudadanos con
derechos y deberes».
El resultado es que los judíos mismos a
menudo no parecen entender el verdadero significado de la Cuestión Judía, y parecen pensar que ésta es sólo política o
religiosa, creyendo que
"cualquier cosa que pueda ser
claramente puesta sobre el papel y ordenada correctamente con la ayuda del
intelecto, debe ser necesariamente capaz de establecerse apropiadamente en la
vida real".
Con el entendimiento
de Sombart de la diferencia radical que hay entre el heroico espíritu germánico
y el despreciable espíritu comercial judío, no es sorprendente que él se
identificara con el movimiento nacionalsocialista durante los primeros años de
dicho régimen, aunque él más tarde se retirara de la participación activa en
sus programas. En su obra Deutscher Sozialismus, escrita en 1934,
Sombart refuerza esta diferencia entre los dos ethos, apuntando una vez
más al deseo del socialismo proletario marxista de "el mayor bien del mayor número". Este rasgo utópico de
los marxistas es evidenciado sobre todo en su defensa del industrialismo
moderno, aun cuando desean una substitución de la organización económica
privada por una organización económica comunitaria construída sobre la
propiedad social de los medios de producción.
El objetivo
de la felicidad social está conectado a la noción de "libertad, igualdad y fraternidad" tomada prestada de la
Revolución francesa, y revela los mismos resentimientos que provocaron la
primera revolución europea. Los métodos usados para su realización son la
reducción de la cantidad de trabajo físico a que el proletariado está sometido,
mediante el uso de máquinas y una organización apropiada que implica la
abolición de la división del trabajo. La abolición de la centralización del
capital y la noción de la propiedad privada mejorará posteriormente la
prosperidad de las masas. Este sueño del proletariado comunista es apoyado por
la idea del progreso histórico interminable no hacia una Humanidad más alta
sino hacia una "más feliz". Simultáneamente todos los sentimientos
religiosos de reverencia ante una deidad de otro mundo deben ser suprimidos, de
modo que la gente pueda conseguir rápidamente el sueño de un paraíso en este
mundo que es, de hecho, el verdadero objetivo de la religión judía también.
Desafortunadamente, esta "fatal creencia en el progreso que
dominó el mundo ideal del socialismo proletario incluso más que el mundo del
liberalismo" es la causa principal de la decadencia inexorable de la
genuina cultura humana, ya que, como dice Sombart,
"renovar permanentemente,
dificulta toda cultura. Sólo cuando en el curso de la Historia son dominantes
las tradiciones de las creencias, de la moral, de la educación y de la
organización, es posible que se desarrolle una cultura, puesto que, de acuerdo
con su misma naturaleza, la cultura es antigua, arraigada y autóctona".
La base de toda cultura puede ser sólo la
nación y no el Estado como tal, ya que la nación es
"la asociación política en su
esfuerzo para alcanzar un fin. La nación existe no porque viva en la conciencia
de los individuos, sino porque existe como una idea en el reino del espíritu;
es individualidad espiritual".
La gente que constituye una
nación es en realidad un organismo como el individuo, y posee el mismo origen,
el mismo destino histórico y la misma cultura espiritual. Es sobre esta base
cultural que habría que distinguir a los judíos como una nación foránea. A los
judíos se les debiese negar la igualdad de derechos para asumir posiciones
importantes y de responsabilidad, sin tener en cuenta su espíritu y carácter.
Sombart apunta con aprobación al período pre-Guillermiano, cuando
"el cuerpo militar y la
administración interna y judicial casi entera, con contadas excepciones,
cerraron filas contra los judíos. Si esta práctica hubiera sido proseguida, y
si los judíos hubieran sido asignados a otros campos importantes, como las
universidades, la ley y otras actividades, a la patria alemana, y también a los
judíos mismos, le habrían sido ahorradas pesadas aflicciones".
La solución que Sombart sugiere para la Cuestión
Judía es la transformación de la cultura institucional de tal modo que "no sirva ya más como un baluarte para
el espíritu judío", es decir, "el
espíritu de esta época economicista" o de la sociedad burguesa, de
manera que los alemanes mismos ya no se entreguen al ethos ajeno
impuesto a ellos por los judíos.
La política económica de los Estados
modernos también debe ser una que esté dirigida de una manera corporativa,
basada en un sistema de posesiones, que estará libre del potencial para la
explotación en el sistema judío.
"Los intereses propios deben ser
superados y articulados en el Estado como un todo; ni tampoco, en tal orden, el
individuo encuentra su lugar según su propia estimación, sino que recibe el
lugar asignado a él. Esto significa el reconocimiento de la primacía de la
política. En otras palabras, un orden basado en la propiedad no es reconciliable
con el principio de libre empresa y libre competencia. En una comunidad en la
cual todavía gobierna la economía capitalista, un sistema basado en las
posesiones es una contradicción. Hasta que el Estado se base fundamentalmente
en instituciones —es decir, sobre un orden legal que impone deberes—, un
sistema basado en la propiedad no puede cumplir sus tareas".
El nuevo orden legal será jerárquico y a
la vez encarnará "una razón
supraindividual" dirigida al bienestar del conjunto; este orden estará
totalmente representado por el Estado. De aquí en adelante la esfera de la
economía será gobernada por la de la política, enfocada esencialmente en su
virtud militar, mientras que en el reino de la economía misma, la agricultura
ocupará la primera fila y los negocios la última. El liderazgo de un Estado
socialista fuerte o autoritario debe descansar en
«que recibe sus instrucciones, no como
un inferior desde un líder superior, sino sólo de Dios... Al líder no se
le pide que escuche la "voz del pueblo", en la medida en que él no
reconoce en ella la voz de Dios, la cual nunca puede hablar desde la
totalidad accidental y cambiante de todos los ciudadanos, o en realidad sólo de
la mayoría de los ciudadanos. La volonté générale [voluntad general] que
debe ser comprendida es una realidad metafísica, no una empírica... El
estadista no sirve a ningún interés popular sino sólo a la idea nacional».
Naturalmente, el líder será apoyado en sus tareas
nacionales por una élite de funcionarios capaces y organismos públicos
autónomos.
El Socialismo Alemán de Sombart es
en efecto muy difícil de distinguir de aquel de los neo-conservadores de la
República de Weimar, Oswald Spengler, Moeller van den Bruck o Edgar Julius
Jung. Esto sólo debiese confirmar el hecho muy descuidado de que aquello por lo
cual estaban luchando los alemanes anti-democráticos y anti-liberales en la
República de Weimar era por el ethos europeo como opuesto al ethos judío,
y de que el Socialismo Alemán (como distinto de, e irreconciliable con,
el socialismo marxista) está orientado al desarrollo de la verdadera cultura
moral, y jerárquicamente y neo-medievalmente organizado como el conservadurismo
alemán.