De absurdos y disparates. Por María Lilia Genta
Escuché hace unos días por televisión que un fulano había acusado de racista a Tolkien porque en El Señor de los Anillos
presenta a los Orcos demasiado malos, perversos, endemoniados. De aquí
sacaba la conclusión de que los Hobbits aparecen como una raza superior.
Por extraña gracia de Dios el comentarista televisivo estaba
indignadísimo con el fulano y enfatizaba el ridículo a que se llega por
el afán de ser el más “políticamente correcto”.
Pero este disparate queda completamente
desteñido ante la noticia del día: la muerte necesaria de un caballo
herido en la jineteada de Jesús María. ¡Hay que suprimir todas las
jineteadas! Un caballo tuvo que ser sacrificado. Qué mal ejemplo para
los niños, argüían.
¿Quién no quiere al caballo, animal noble y tan gaucho? ¿Quién de nosotros no cantó alguna vez con Atahualpa mi alazán te estoy nombrando?
Pero de aquí a casi declarar duelo nacional y a exigir la supresión de
una de nuestras mayores tradiciones criollas hay un enorme trecho.
Aparecieron los representantes de las
diversas entidades protectoras de animales (curiosamente estos
personajes suelen ser partidarios del aborto y de la eutanasia en los
seres humanos) y lo peor es que también aparecieron funcionarios
acongojados y temerosos por la muerte del caballito criollo.
De a poco, y a nivel mundial, se va
prohibiendo todo lo que hace a las tradiciones culturales de cada país.
Es casi imposible pensar en Inglaterra sin la caza del zorro, pero
consiguieron prohibirla. En España, a pesar de los afanes de las
entidades de marras, no han podido con los toros. Tengo el recuerdo
imborrable de una tarde de toros, en la Fiesta de Corpus, en Toledo
junto a Don Blas Piñar.
Hace
unas décadas, cuando todavía el mundo era normal -los hombres eran
hombres y las mujeres, mujeres- supe vivir en un barrio de un Regimiento
de Caballería. Entonces nos atrevíamos a tomarles el pelo a los
oficiales, que caían en verdadera desesperación cada vez que se
enfermaba alguno de sus caballos propios, imputándoles que para ellos
primero estaba cuidar el caballo y mucho trecho después a la esposa.
No sé qué pasará ahora en un Regimiento
de Caballería si habita en los barrios alguna esposa feminista. ¿Se
atreverá a contradecir a las sociedades protectoras de animales y exigir
prioridad?
Bromas aparte, preocupa e indigna el
creciente número de absurdos y disparates que con la excusa de la
corrección política va destruyendo lo poco que queda de sentido común.
Lo cual, si mal no recuerdo, era el objetivo de Antonio Gramsci.