miércoles, 16 de enero de 2019

LAS BOMBAS DE LA DEMOCRACIA Y LA LIBERTAD

LAS BOMBAS DE LA DEMOCRACIA Y LA LIBERTAD
La Barbarie anglo/yanqui contra la cristiandad.
(Comentario publicado en el libro: “La Crisis del laicismo”, del Padre Antonio Hernández, pg. 210, Poblet, 1952).

En los momentos en que escribimos estas líneas, cuantos de veras aman la civilización, se sienten consternados por el acto, a ciencia y conciencia consumado, por las tropas anglo/norteamericanas, contra el Monasterio de Monte-Cassino, reducido, como suena, a polvo; cuna, varias veces centenaria, de una obra civilizadora y cultural, sin segundo en el mundo entero, y exponente, a la vez de lo que la Iglesia ha hecho por civilizar e instruir a Europa, este monumento debiera estar por encima de toda contienda belicosa. Son obras de todos, que a nadie perjudican y a todos benefician, estas instituciones monásticas seculares.
Se ha dado como pretexto para el atentado, el que los alemanes estaban en el mismo atrincherados. Pero el juramento por Dios, prestado ante el Papa Pío XII por el Abad Obispo y los monjes residentes en el monasterio histórico, deja fuera de duda, que la noticia dada previamente por radio a los ejércitos anglo-norteamericanos de que en él no había ni un solo soldado alemán, fuera de que desde sus muros no se disparó ni un solo tiro, era enteramente cierta. Por lo tanto, el bombardeo ha sido injustificado ante la historia.

Lea nuestro lector; para que se dé cuenta de la actitud de esos ejércitos anglo-norteamericanos, lo que al dia siguiente de cometido el atentado, publicaban las agencias periodísticas más fuertes de Norte América a la faz de todo el mundo. “Empezado el bombardeo de la célebre Abadía los ejércitos aliados apostados en las carreteras y caminos contemplaban la obra de la artillería en su acción demoledora. Las llamaradas de los incendios, provocadas por las bombas incendiarias, junto con el desplome de las cúpulas y murallas, ofrecía a los ojos un espectáculo grandioso”. Así hablaba ante el mundo la U.P.

¡Apostarse en los caminos para celebrar la demolición caprichosa de un santuario de la civilización, del arte y de la sabiduría…! Y ¡juzgar grandioso el espectáculo más bárbaro que pueda cometer un ejército en campaña…!. Tales cosas vale la pena que las tome en cuenta el historiador imparcial que el día de mañana forme el juicio definitivo de estos actos.

Por nuestra parte, y para que se vea lo que la Iglesia pierde al llorar sobre las ruinas de la celebérrima Abadía de Monte-Cassino, queremos dar una breve reseña histórica de la misma, pues la acción civilizadora que desde ella se ha realizado, no es ajena al asunto fundamental de este capítulo.

Subió San Benito de Nurcia, y con él, otros dos grandes santos y almas privilegiadas, san Mauro y san Plácido, el año 529, a la escarpada montaña de Cassino. La donación de esta montaña y otras cuantiosas tierras fue hecha al santo, según se cree, por el padre de san Plácido, noble patricio romano.


Aquí escribió su regla san Benito; aquí organizó su trabajo; aquí conquistó, en justicia, el nombre de “Padre de los monjes de Occidente”. “Desde este rincón, ha podido escribir Dom Tosti, historiador de la Orden Benedictina, la semilla se convirtió en árbol tan frondoso, que a la sombra de sus ramas se cobijó toda Europa, civilizada y santificada por los religiosos de la Orden de san Benito”.

Durante los primeros siglos de su existencia, fue su historia la historia de Roma, la de la Iglesia y la de Italia. Alguien, del bando opuesto al catolicismo, ha descrito, como siglos benedictinos, aquellos en que los Papas y los Obispos, los Emperadores y los Reyes, eran hijos espirituales de los monjes. Con san Gregorio el Grande, los benedictinos alcanzaron el trono Pontificio, y en los siglos sucesivos, fueron muchos los Papas y Obispos que subieron a tan altos cargos desde las celdas monásticas de san Benito.

Fue san Gregorio el Grande quien, iluminado por Dios, mandó a san Agustín, al frente de cuarenta monjes benedictinos, a convertir a Inglaterra. Y de Inglaterra salieron sus sucesores, en labor apostólica a evangelizar a casi toda la Europa occidental. Cuando, en 1847, el cardenal Newman visitó la celebérrima Abadía de Monte-Casino, escribió en el “Álbum de peregrinos”: ¡Oh, santo Monte-Cassino, de  donde Inglaterra bebió las aguas regeneradoras de la doctrina católica, ruega por nosotros que hoy despertamos de la herejía, para tornar a nuestro prístino vigor…!

La Abadía tuvo a su cargo, en la época más brillante de su vida, dos principados, veinte condados, cuatrocientas cuarenta ciudades y aldeas, doscientos cincuenta castillos, y mil seiscientos sesenta y dos Iglesias.

Hasta hace poco, la biblioteca poseía unos 20.000 (veinte mil) volúmenes. Y si la cantidad no es mucha, a pesar de no ser despreciable, la calidad es magnífica; pues entre los volúmenes que guardaba había muchos impresos en las primeras prensas. El archivo contenía una de las más valiosas colecciones de códigos manuscritos, de mapas y de títulos originales cuya antigüedad se remonta hasta el siglo VIII, firmados muchos de estos documentos por Carlo Magno y sus sucesores.

En una cripta espaciosa, bajo el santuario y el coro, descansaban los restos de san Benito y de santa Escolástica, su hermana. Recientemente se había renovado la decoración de la cripta con bellísimos mosaicos y con trabajos de alto relieve ejecutados por los artistas de la Congregación Benedictina de Beuron, Alemania, quienes se dedicaron a estas obras por más de diez años consecutivos, auxiliados por numerosos especialistas locales. Estas reformas fueron bendecidas el año 1913.

Se ha dicho, “por la prensa cablegráfica” que muchas de estas joyas, incluso la biblioteca, ha sido puesta a salvo por los alemanes llevándoselas al Castillo Papal de S’Ángelo. ¡Ojalá! Y así haya sido.

El Monasterio ha sufrido reformas durante los catorce siglos de su existencia, y es natural. En la actualidad, el convento formaba un solo cuerpo cuadrangular con aspecto de fortaleza. Abundaban los patios y “cortiles” con diferentes niveles, unidos entre sí por artísticas escalinatas. Uno de sus mejores corredores semejaba una moderna alameda de 575 pies de longitud, 18 de ancho y 26 de altura. La cumbre de la montaña estaba coronada por el Santuario de la Abadía, uno de los más bellos y ricos de Italia. Lucen en él exquisitos ejemplares de arte florentino y mosaicos de Cosmati.

Las vicisitudes de los tiempos han hincado, en repetidas ocasiones, su garra demoledora en la célebre Abadía. Primero, cuando la irrupción de los lombardos, a fines del año 600; después en 1239, cuando Federico II invadió y saqueó la Abadía; más tarde un terremoto arruinaba la construcción del monasterio; en los tiempos modernos, allá por el año 1799, los franceses entraron a saco en los claustros del gran Cenovio; y un poco más tarde el gobierno italiano confiscaba el Monasterio y obligaba a la fuerza, a los religiosos, a vivir en él, custodiándolo.

Hoy, cuando el olor de la pólvora, el trepidar de los aeroplanos, los incendios de las bombas y el ronco estrépito de los cañones llega hasta el Monasterio de Monte-Casino, hay en él una oficina postal propia; un observatorio climatológico y una imprenta célebre por sus trabajos litográficos. Sostiene la Abadía un seminario y un internado para alumnos seglares. Cabe recordar que aquí hizo sus primeros estudios la lumbrera mayor que ha tenido el mundo cristiano, Santo Tomás de Aquino: el sol que ha iluminado tantos siglos. Todo esto ha venido a tierra por la acción anticultural de los ejércitos anglo-norteamericanos, y los sesenta religiosos que en él vivían, han sido dispersados o han caído muertos entre llamas.

El escudo de la Abadía tiene esta alegórica inscripción; “Succisa virescit” (cortada, retoña). Muchas veces en el correr de los catorce siglos que cuenta de vida gloriosa, ha demostrado que la leyenda de su escudo es una hermosa realidad; porque, aunque todo ha pasado en torno a ella, ella nunca ha muerto, porque nada ni nadie ha podido quebrantar aquel espíritu que san Benito inoculó en su Regla, que es el que siempre anima a sus hijos. Hombres inmortales, como inmortal es el espíritu de Dios que los informa.

(Los datos aquí vertidos los hemos tomado de un artículo de prensa compuesto por el Ilsmo. Sr. Abad Martín Veth. O.S.B., estudiante que fue de la Abadía de Monte-Casino, primero, y, más tarde Abad de la misma.  Lo dio a luz el “NCWC News Service”, pocos días antes dela destrucción de la Abadía por los cañones del general norteamericano Clark).+