La tesis de Socci no tiene fundamento: reseña de Il segreto de Benedetto XVI
«La Santa Madre Iglesia afronta una crisis sin precedentes en la
historia». Esta expresión del teólogo Serafino M. Lanzetta, que abre el
último libro de Antonio Socci, Il segreto di Benedetto XVI. Perché è ancora papa (Milán
2018) (el secreto de Benedicto XVI; por qué sigue siendo papa), invita a
la lectura a todo el que esté deseoso de entender la naturaleza de la
crisis y las posibles vías para salir de ella.
Socci es un magnífico periodista que ha dedicado tres libros
a la crisis de la Iglesia desde que es papa Francisco: Non è Francesco.
La Chiesa nella grande tempesta (Milán 2014), La profezia
finale (Milán 2016) y ahora Il segreto di Benedetto XVI.
El mejor de los tres es el segundo, sobre todo la parte,
minuciosamente documentada, en que la somete a un riguroso escrutinio los actos
y palabras más controvertidos del primer trienio de reinado del papa Francisco.
En cambio, en su última obra, Socci desarrolla la tesis previamente propuesta
en Non è Francesco, según la cual la elección de Jorge Mario
Bergoglio es dudosa y tal vez inválida, y Benedicto XVI seguiría siendo papa
por no haber renunciado del todo a su ministerio petrino. Su renuncia al
pontificado habría sido «relativa» según Socci, y habría tenido la
intención de «seguir siendo papa aunque sea de un modo enigmático e inédito que
no se nos ha explicado (al menos hasta una fecha futura determinada)» (pág.
82).
Aceptación universal y sin disputa del papa Francisco
Por lo que respecta a las dudas sobre la elección del
cardenal Bergoglio, los numerosos indicios que expone Socci no son
suficientemente probatorios de su tesis. Más allá de las sutilezas jurídicas,
ninguno de los purpurados que participaron en el cónclave de 2014 ha puesto en
duda la validez de las elecciones. toda la Iglesia ha acogido al papa Francisco
y lo reconoce como legítimo pontífice, y según el derecho canónico, la universalis
ecclesiae adhaesio sin disputa es señal y efecto infalible de una
elección válida y un pontificado legítimo. La profesora Geraldina Boni, en un
profundo estudio titulado Sopra una rinuncia. La decisione di papa
Benedetto XVI e il diritto (Bolonia 2015), recuerda que las
constituciones canónicas en vigor no consideran inválida una elección que sea
fruto de negociaciones, acuerdos promesas u otros compromisos de cualquier
índole, como puede ser la posible planificación de la elección del cardenal
Bergoglio.
Todo lo que dice la profesora concuerda con lo señalado por John Salza y Robert Siscoe
basándose en los teólogos y canonistas más autorizados: «Es doctrina
común de la Iglesia que la aceptación universal y sin polémica de un
pontífice es clara garantía de su legitimidad».
En cuanto al derecho de un papa a dimitir, no hay dudas que
se sostengan. El nuevo Código de Derecho Canónico trata de la posibilidad de la
renuncia de un papa en el Canon 332, nº 2,
con estas palabras: «Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere
para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no
que sea aceptada por nadie». La abdicación de Benedicto XVI fue libre y se
manifestó formalmente. Si él hubiese sido objeto de presiones, habría debido
decirlo, o al menos habría debido darlo a entender. En sus Últimas
conversaciones con Peter Seewald declara todo lo contrario, y reitera
que su decisión fue plenamente libre y exenta de toda coacción.
Moralidad de la abdicación de Benedicto
El acto de Benedicto XVI, legítimo desde el punto de vista
teológico y canónico, supone no obstante una solución de continuidad con la
tradición y la costumbre de la Iglesia, y es por ello moralmente censurable. Es
más, la renuncia de un pontífice es posible canónicamente propter
necessitatem vel utilitatem Ecclesiae universalis, pero para que sea
moralmente lícita es preciso que haya una causa justa. De lo contrario, aunque
el acto es válido, sería deplorable moralmente y constituiría una culpa grave a
los ojos de Dios. La razón alegada por el propio Benedicto XVI el 11
de febrero de 2013 de febrero de 2013 parece totalmente
desproporcionada para la gravedad del gesto:
«En el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido
por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de
san Pedro y anunciar el Evangelio es necesario también el vigor tanto del
cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí
de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio
que me fue encomendado».
Socci conoce la doctrina canónica, y comenta: «Teniendo en
cuenta que Benedicto XVI no expresa motivos excepcionales, y no pudiendo pensar
que haya querido “incurrir en culpa grave”, hay dos casos
posibles,excluida la coacción: o bien la suya no fue una verdadera renuncia al
pontificado, o no explicó las causas excepcionales» (pp.101-102).
No se comprende cómo Socci pueda excluir a priori la
posibilidad de una culpa grave de Benedicto XVI. Pues de eso mismo se trata,
desgraciadamente. A los ojos del mundo se trató de una desacralización del
ministerio petrino, que viene a considerarlo como si fuera el presidente de una
empresa que puede dimitir por razones de edad y de debilidad física. El
profesor Gian Enrico Rusconi ha señalado que Benedicto XVI «con su misma
decisión de renunciar dice que no hay una protección especial del Espíritu
Santo que pueda garantizar la salud mental y psicológica del
Vicario de Cristo en la Tierra cuando sufre los achaques de la vejez o la
enfermedad» (La Stampa, 12 de febrero de 2013). A lo largo de
la historia, los papas fueron elegidos a una edad avanzada y sufrían con
frecuencia padecimientos físicos antes los que la medicina de la época se veía
impotente, muy al contrario de sus posibilidades actuales. Y sin embargo no
renunciaban a cumplir su misión. El bienestar físico jamás ha sido un criterio
para gobernar la Iglesia.
Contraste con otros ejemplos históricos
El anciano arzobispo de Goa, en la India, enfermo y afectado
por numerosos achaques, había suplicado al Papa que lo librara de su carga.
Pero Pío V le respondió que como buen soldado debía morir con las botas
puestas, y para infundirle ánimo le recordó sus propios padecimientos con estas
palabras:
«Nos compadecemos fraternalmente de que por ser anciano os
sintáis achacado por tantas fatigas y en medio de múltiples peligros; mas
recordad que las tribulaciones son el camino que habitualmente conduce al
Cielo, y que no debemos abandonar el puesto que nos ha encomendado la
Providencia. ¿Creéis por ventura que también Nos, en medio de tantas
preocupaciones que conllevan gran responsabilidad, no nos cansamos a veces de
la vida? Aun así, estamos determinados a no desembarazarnos del yugo y llevarlo
valerosamente hasta que Dios nos llame. Abandonad toda esperanza de retiraros a
una vida más sosegada…»
El 10 de septiembre de 1571, escasos días antes de la
batalla de Lepanto, el propio papa San Pío V envió una conmovedora carta al
Gran Maestre de los Caballeros de la Orden de Malta, Pietro de Monte, en la que
para levantar el ánimo del anciano capitán, le dice: «No tengáis la menor duda
de que mi cruz es más pesada que la vuestra, que me faltan ya las fuerzas y que
son muchos los que tratan de hacerme caer. Ciertamente habría desfallecido y
renunciado a mi dignidad (lo cual ya he pensado en más de una ocasión), de no
haber preferido ponerme enteramente en manos del Maestro, que dijo: quien
quiera seguirme, niéguese a sí mismo».
La abdicación de Benedicto XVI no revela la renuncia a sí
mismo expresada en las palabras de San Pío V, sino que manifiesta por el
contrario el espíritu claudicante de los clérigos de nuestro tiempo. Es
renunciar a desempeñar la más alta misión que pueda ejercer un hombre en este
mundo: gobernar la Iglesia de Cristo. La abdicación de Benedicto XVI no
manifiesta la renuncia a sí mismo expresada en las palabras de San Pío V;
manifiesta en su lugar la actitud claudicante de los clérigos de nuestro tiempo.
Es renunciar a cumplir la más alta misión que pueda cumplir un hombre en este
mundo: gobernar la Iglesia de Cristo. Es la huida ante los lobos de quien en su
primera homilía el 24 de 2005 había dicho: «Rogad por mí, para que, por miedo,
no huya ante los lobos».
El discurso de despedida de Benedicto, cuestión polémica
Antonio Socci cita el último discurso oficial y público del
pontificado de Benedicto XVI, el del 27 de febrero de 2013, en el cual afirma a
propósito de su ministerio: «La seriedad de la decisión reside precisamente
también en el hecho de que a partir de aquel momento me comprometía siempre y
para siempre con el Señor. (..) El “siempre” es también un “para siempre”; ya
no existe una vuelta a lo privado. Mi decisión de renunciar al ejercicio activo
del ministerio no revoca esto».
«Es una afirmación chocante –comenta Socci– porque si con
ese acto Benedicto sólo renunció al ejercicio activo del ministerio, eso quiere
decir que no tenía intención de renunciar al ministerio en sí (…) A la luz de
su último discurso se entiende por qué Josef Ratzinger se ha quedado en el
recinto de la sede petrina, sigue firmando como Benedicto XVI, se declara Papa
emérito, conserva las insignias heráldicas pontificas y sigue
vistiendo como papa» (pág.83).
Tomada al pie de la letra, tal como la entiende Socci, esta
afirmación es teológicamente errónea. Cuando un papa es elegido recibe el cargo
de la suprema jurisdicción y no un sacramento que imprima carácter. El
pontificado no es un estado espiritual ni sacramental, sino un cargo, o sea,
una institución. Por el contrario, según la eclesiología conciliar, la Iglesia
es ante todo un sacramento y debe ser despojada de su dimensón
institucional. Se olvida con ello que el Papa es igual a todos los obispos por
su consagración episcopal, que es superior a todos los obispos en razón de su
cargo oficio, que le garantiza plena jurisdicción sobre todos los obispos del
mundo, tanto individualmente como en su conjunto. [Nota de CFN: En
la conferencia del profesor De Mattei Tu
es Petrus: la verdadera devoción a la cátedra de San Pedro encontrarán
una explicación más detallada del tema.]
El profesor Violi y el arzobispo Gänswein agravan la
confusión
Socci llega a invocar el discutible estudio del profesor
Stefano Violi La rinuncia di Benedetto XVI: Tra storia, diritto e
coscienza (Rivista Teologica di Lugano i n. 2/2013, pp. 203-214), que
introduce la distinción entre el cargo al que habría renunciado Benedicto, y
el munus petrino, que seguiría conservando. Las peregrinas
tesis de Violi parecen haber inspirado al arzobispo Georg Gänswein, secretario
de Benedicto XVI, que en el discurso pronunciado el 21 de mayo de 2016 en la
Universidad Gregoriana afirmó:
«Desde febrero de 2013 el ministerio pontificio ya no es lo
que era. Es y sigue siendo el cimiento de la Iglesia Católica; y sin embargo
Benedicto XVI transformó de un modo radical e irrevocable durante su
excepcional pontificado. (…) Desde la elección de su sucesor Francisco el 13
de marzo de 2013 no hay, por tanto, dos papas, sino un ministerio
ampliado de facto, con un miembro activo y otro contemplativo.
Por eso Benedicto XVI no ha renunciado tampoco a su nombre ni a la sotana
blanca. Por eso el tratamiento correcto que todavía se le debe dar es Vuestra
Santidad, y por eso tampoco se ha retirado a un monasterio y sigue residiendo
en el Vaticano. Es como se hubiera hecho a un lado para hacer sitio a su
sucesor e iniciar una nueva etapa en la historia del Papado (…).»
Benedicto, subraya Socci, habría renunciado al cargo
jurídico, pero seguiría ejerciendo «la esencia eminentemente espiritual
del munus petrino». Su renuncia transforma el ministerio
pontificio en un pontificado de excepción, como lo ha
denominado el propio monseñor Gänswein. «Benedicto no tenía intención de
abandonar el pontificado ni ha revocado la aceptación del mismo que hizo en
abril de 2005 (aun considerándola irrevocable). Luego, en toda lógica, sigue
siendo papa» (pág. 121). «Objetivamente,hay un estado de excepción, o
mejor dicho, como dijo monseñor Gänswein, un pontificado de excepción, que
presupone una situación del todo excepcional en la historia de la Iglesia y del
mundo» (149-159).
Entre las obras que refutan con más eficacia esta tentativa
de redefinir el primado pontificio hay un minucioso trabajo del cardenal Walter
Brandmüller titulado Renuntiatio Papae. Alcune riflessioni
storico-canonistiche (Archivio Giuridico, 3-4 (2016), pp. 655- 674) La
tradición y la costumbre de la Iglesia afirman claramente –declara el
purpurado– que el Papa es uno y nada más que uno, inseparable en unidad y
autoridad. «La sustancia del Papado está definida con tanta claridad en
las Sagradas Escrituras y la auténtica Tradición que ningún pontífice puede
redefinir su oficio (p.660). Si Benedicto XVI sostiene ser verdaderamente
papa al mismo tiempo que Francisco, negaría con ello la Fe, según la cual hay
un solo vicario de Cristo, y debería por tanto ser considerado hereje o
sospechoso de herejía.
Por otra parte, si el verdadero papa fuera Benedicto y no
Francisco, alguien debería señalarlo, y ningún obispo ni cardenal lo hecho en
ningún momento. Las consecuencias serían devastadoras. ¿Qué pasaría a la muerte
de Benedicto? ¿Habría que convocar un cónclave mientras Francisco sigue
ocupando el solio pontificio? Y si Francisco es un antipapa, ¿quién elegiría al
verdadero cuando se muriera, en vista de que los cardenales nombrados por él en
tan gran cantidad deberían considerarse inválidos?
¿Es la abdicación de Benedicto una misión mística?
Para Socci, la decisión de Benedicto XVI es una decisión
mística: «Asistimos a una verdadera llamada de Dios. La llamada a cumplir
una misión» (pág. 144). ¿De qué misión se trata? «Benedicto no abandona a
la grey en peligro. Está recluido rezando por la Iglesia y por el mundo, y su
consuelo y enseñanzas iluminadoras llegan a través de mil arroyos» (pág. 163).
La figura silenciosa de Benedicto constituiría una presencia en el recinto de
la sede petrina que impediría cismas y divisiones, conteniendo el avance de la
Revolución y garantizando la paz en el mundo. La misión mística de
Benedicto XVI es, pues, una misión política que Socci describe con estas
palabras enl a conclusión de su libro:
«En esto podemos ver la grandeza del plan de Benedicto: en
un momento histórico de locura en que Occidente, cada vez más descristianizado,
ha rechazado y agredido absurdamente a Rusia (esta Rusia por fin libre y
reconvertida al cristianismo) y tratado de marginarla llevándola al aislamiento
en Asia y a abrazar la China comunista, el diálogo que había emprendido el Papa
con la Iglesia Ortodoxa rusa tenía por objetivo cumplir el sueño de Juan Pablo
II: una Europa de pueblos unidos por sus raíces cristianas desde el Atlántico a
los Urales (p. 199).
El misticismo que atribuye Socci a Benedicto parece una
ocurrencia literaria de su fantasía, en cuyo libro no menciona el vivo debate
teológico entre modernismo y antimodernismo, del mismo modo que pasa por alto
el Concilio y sus dramáticas consecuencias. El Papado ha sido despojado de su
dimensión institucional y personalizado. Juan Pablo II y Benedicto XVI
encarnan el bien y Francisco es la expresión del mal. En realidad, el
vínculo entre Francisco y sus predecesores es mucho más estrecho de lo que
pueda imaginar Socci, aunque no sea más que por la imprudente abdicación de
Benedictoque allanó el camino al cardenal Bergoglio. Las últimas fotografías de
Benedicto XVI muestran a un hombre agotado, obligado por la Divina Providencia
a presenciar la ruina que ha provocado. Jorge Mario Bergoglio, derrotado en el
cónclave de 2005, venció en el de 2013, y Benedicto, vencedor del cónclave
anterior, pasa a la historia como el gran derrotado.
Estimo a Antonio Socci por su sincera fe católica y su independencia
de pensamiento. Comparto su severa evaluación del Papa Francisco. Pero
la abdicación de Benedicto XVI, que para él significó optar por una
misión, es para mí símbolo de una rendición de la Iglesia ante el mundo.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)