El liberalismo es la iniquidad. P. Horacio Bojorge. La rebelión contra el Padre (2-5)
Capítulo 2: La rebelión contra el Padre
La rebelión contra el Padre
He querido subtitular esta exposición: “La Rebelión contra el Padre”.
La
cita de San Juan que aduje antes, nos enseña que, en último término, el
pecado, la iniquidad, consiste en el rechazo de Dios Padre, en la
rebelión contra un Dios Padre. Un rechazo y rebelión que se manifiesta
en el rechazo del Hijo, enviado por Dios Padre, y de aquéllos discípulos
a quienes el Hijo envía. No se quiere al Hijo porque se rechaza al
Padre, y se rechaza al Padre, porque no se quiere estar sujeto al Padre
por la obediencia filial.
El
rechazo de la obediencia y de la sujeción al gobierno de la vida humana
por Dios, no lo olvidemos, es de antiguo abolengo bíblico.
Recordemos
al pueblo de Israel queriéndose sustraer de la guía de Moisés , o
reclamando a Samuel que les diera un rey como el de los pueblos vecinos.
Dios interpreta este pedido de un rey como un intento de secularización
de la vida política, una especie de temprano sarampión liberal: “No te
han rechazado a ti – le explica a Samuel – me han rechazado a mí, para
que no reine sobre ellos” . Y, efectivamente, la monarquía será una
historia de infidelidades del pueblo elegido a su Alianza con Dios,
encabezado en la apostasía por los reyes que ellos quisieron darse como
guías.
Pasando
al Nuevo Testamento recordemos la parábola de los viñadores homicidas,
que matan al hijo para desposeer al dueño de la viña y apoderarse de
ella.
Recordemos
algunos de los dichos de Jesús: “Quien a vosotros recibe, a mí me
recibe y quien me recibe a mí, recibe a Aquél que me ha enviado” . E
inversamente: “Quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me
rechaza a mí, rechaza al [Padre] que me ha enviado” .
El rechazo de Dios en el Antiguo Testamento continúa en forma de rechazo de Dios Padre en el Nuevo.
Las herejías de cuño liberal
El
liberalismo produjo, dentro del mundo cristiano, sin excluir al mundo
católico, formas de liberalismo religioso. Este liberalismo religioso,
fustigado en su momento por el Cardenal John Henry Newman, produjo
desviaciones y herejías teológicas que implican el rechazo del
Dios-Padre y que padecemos aún hoy.
Una
de ellas fue el así llamado deísmo, que acepta a un Dios creador,
Supremo Arquitecto, pero que una vez construida la casa, la deja en
manos de sus habitantes y ya no mantiene con ellos ninguna relación de
comunión o cercanía. El deísmo fue un rechazo naturalista, racionalista,
de Dios Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un rechazo del Dios de la
revelación cristiana, afirmando a un Dios creador pero no comunional e
incomunicado.
El
Cardenal Pie diagnosticó sagazmente que este rechazo de la comunión con
un Dios que invita a ella “no es, en última instancia, sino el miedo
que produce el vértigo de las alturas a que Dios nos ha llamado” .
Miedo
a la vinculación, que invadirá luego todas las dimensiones de la vida
humana, produciendo el individualismo liberal, la dialéctica del amo y
el esclavo en sustitución de la fraternidad cristiana, la lucha de
clases, y por fin la dictadura de los envidiosos que impondrá el odio al
mejor y la tiranía del igualitarismo con el nombre de democracia.
Del Jesús sin Padre al Jesús contra el Padre
Otro
resultado del liberalismo religioso ha sido la reducción jesuánica de
la figura de Cristo, al estilo de la propugnada por David Friedrich
Strauss, que hemos citado más arriba.
Este
jesuanismo consiste en presentar a un Jesús histórico separado del
Cristo de la fe, y sin referencia al Padre, como horizonte último del
anuncio evangélico.
En
el discurso teológico y pastoral que de allí dimana, el Padre queda
relegado al silencio de los supuestos que solamente se explicitan a
pedido.
De
ese jesuanismo contemporáneo ha dicho el Padre dominico Le Guillou que:
“Sitúa […] a Cristo no con el Padre, sino en lugar del Padre. De ese
modo se ve diseñar vagamente una especie de cristicismo o de jesusismo
(dejando en silencio generalmente el nombre del Padre) que trata de
hacerse pasar por el verdadero cristianismo” .
Como
dice San Pablo: “¿cómo invocarán a aquél [en este caso al Padre] en
quien no han creído? ¿cómo creerán en aquél [el Padre] a quien no han
oído? ¿Cómo oirán si no se les anuncia?” . Lo que no se predica no se
cree. Y si el Padre queda implícito, va cayendo fuera de la conciencia
del predicador y de los creyentes.
Este
hecho lo ha señalado Monseñor Paul Josef Cordes en su obra: “El Eclipse
del Padre” en estos términos: “Cuando se pregunta a grandes teólogos
contemporáneos de ambas confesiones (protestantes y católicos) por el
Padre de Jesucristo, se obtiene una perspectiva sorprendente: los
investigadores piensan más frecuentemente y más expresamente en ‘Dios’
que en el ‘Padre eterno’; si se hace una estadística sobre las veces que
en la relación Padre-Hijo utilizan en sus investigaciones la palabra
‘Padre’, ésta queda desconsoladamente relegada” .
¿A
qué se debe esto? a que la infección liberal contagia el sentido común
de una cultura y termina refluyendo sobre los creyentes y afectándolos,
sin excluir a los predicadores. Sucede así que, glosando a San Pablo,
podría decirse de la incapacidad del predicador liberal para anunciar al
Padre: ¿cómo predicarán si no creen?
El
jesuanismo, o cristicismo pastoral, es frecuente en la propuesta de las
sectas y comunidades protestantes. Pensemos en lo que se oye predicar
en algunas carpas y audiciones radiales de predicadores protestantes,
donde todo se queda en el anuncio de Cristo tu salvador personal, sin
referencia al Padre ni a la entrada en comunión con Él, como punto de
llegada de la salvación que se anuncia.
Pero
el mismo mal se ha venido extendiendo y penetrando también en el
sentido común de los católicos, sacerdotes y teólogos incluidos. Los
remito a su experiencia propia como oyentes de la predicación habitual
en nuestros templos.
Personalmente,
me ha llamado la atención en el Mensaje final de la Conferencia de
Aparecida, – nótese bien que no me refiero al estupendo Documentofinal
de la Conferencia, sino al Mensaje final, de alguna manera provisorio,
redactado por una Comisión ad hoc – me ha llamado la atención, digo,
que, en ese Mensaje, a diferencia del posterior Documento, el Padre ha
quedado relegado a la región de los implícitos en toda la primera parte,
la doctrinal-kerygmática, en la que se habla de Jesús (10x) o Señor
Jesús (1x) o Jesucristo (4x). En el Mensaje se nombra al Padre solamente
tres veces. Nunca se lo nombra en la primera parte donde se presenta a
Jesucristo, sino recién después de pasado el momento
doctrinal-kerygmático, en un contexto parenético, en los números cuarto y
quinto. De modo que Jesucristo es presentado sin referencia explícita a
su Padre, y predominantemente comoJesús.
El
contraste con el discurso inaugural de Benedicto XVI, es llamativo.
Porque allí Benedicto XVI nos anuncia reiterada y explícitamente al
Padre como la meta del proceso evangelizador al que convoca la
Conferencia de Aparecida y se refleja, efectivamente, en el Documento
final.
Capítulo 3: Del Jesús sin Padre al Jesús contra el Padre
Del Jesús sin Padre al Jesús contra el Padre
El
fenómeno que vengo describiendo, de la creciente desvinculación de
Jesús del Padre, se acentúa hasta llegar a un paroxismo por efecto de la
difusión del psicoanálisis freudiano.
“El
psicoanálisis de Freud, como método y técnica, – ha escrito el Padre
Ignacio Andereggen – es intrínsicamente solidario de su intento
fundamental de hacer consciente del modo más pleno la rebelión del
hombre contra Dios Padre, radicada en la estructura inconsciente de sus
vicios y pasiones no restauradas por el influjo de la gracia. Para
Freud, como para Nietzsche, consiste en su oposición consciente contra
Dios y en la pretensión de ocupar su lugar” .
De la rebelión contra Dios-Padre a la sociedad sin padres
Como
nota Monseñor Paul Josef Cordes: “Freud – que conocía la analogía entre
el padre terrenal y el celestial -, para terminar con el Padre
celestial, tenía que liberarse primero del terrenal” y por eso lo ataca,
en el alma del analizado, mediante el psicoanálisis.
El
P. Le Guillou, en su obra antes citada, señala el hecho de que la
abolición de Dios Padre está en la base de lo que Mons. Paul Josef
Cordes ha llamado el Eclipse del Padre en nuestra cultura, una
desaparición progresiva de las figuras paternas y de la cultura de la
paternidad; una destrucción del varón paterno.
La
rebelión religiosa contra Dios Padre de la civilización liberal ha
tenido consecuencias sociológicas y culturales. Ha ido exterminado al
hombre paterno, pero también al hombre filial, al hombre esponsal, al
hombre fraterno. Si la generación actual abandona a sus padres
internándolos en un hogar de ancianos es porque la generación de sus
padres ya había internado a Dios Padre relegándolo al cielo como a un
hogar de ancianos; ya no convivían con Dios, sino que iban a verlo de
vez en cuando en días y horas de visita, y a veces nunca.
El
psicoterapeuta y sociólogo italiano Claudio Risé, en su libro Il Padre
l’assente inaccettabile (El Padre, el ausente inaceptable), dedica un
capítulo entero a describir cómo “Occidente se aleja del Padre”. Claude
Risé establece un paralelo entre el proceso de secularización iniciado
en la Revolución Francesa, en la que eclosionan semillas sembradas por
la Reforma Luterana, y la decadencia y desaparición de la figura paterna
y de los derechos del padre de familia en Occidente .
Así en la tierra como en el Cielo
Nada
de extraño. Porque como ha demostrado Mircea Eliade en sus estudios de
Historia de las Religiones, el hombre edifica su civilización y su
cultura imitando a sus dioses: “Al reactualizar la historia sagrada,
-dice – al imitar el comportamiento divino, el hombre se instala y se
mantiene unido a los dioses, es decir, en lo real y significativo” .
En
oposición a esta actitud del hombre religioso, “El hombre moderno
irreligioso – dice Mircea Eliade – asume una nueva situación
existencial: se considera a sí mismo como único sujeto y agente de la
Historia y rechaza toda llamada a la trascendencia […] no acepta ningún
modelo de humanidad fuera de la condición humana, tal como se la puede
descubrir en las diversas situaciones históricas. El hombre se hace a sí
mismo y no llega a hacerse completamente más que en la medida en que se
desacraliza y desacraliza el mundo. Lo sacro es [para él] el obstáculo
por excelencia que se opone a su libertad. No llegará a ser él mismo
hasta el momento en que se desmitifique radicalmente. No será
verdaderamente libre hasta no haber dado muerte al último Dios” .
La
rebeldía religiosa del liberalismo contra Dios Padre termina así con la
disolución no solamente de la cultura paterna, sino de toda la cultura,
porque desata fuerzas de destrucción del corazón humano que aceleran y
precipitan el desencadenamiento de las amenazas apocalípticas sobre la
humanidad apartada de Dios.
Afirma
Mircea Eliade que, “En una perspectiva judeo-cristiana podría decirse
que la no-religión equivale a una nueva caída [original] del hombre […]
Después de la primera caída, la religiosidad había caído al nivel de la
conciencia desgarrada; después de la segunda caída, ha caído aún más
abajo, a los subsuelos de lo inconsciente, ha sido ‘olvidada’” .