El liberalismo es la iniquidad. P. Horacio Bojorge (1-5)
A raíz de nuestra entrada anterior acerca del error del liberalismo y
siguiendo el consejo de uno de nuestros lectores, comenzamos a publicar
aquí, en partes, el clarísimo trabajo del Padre Horacio Bojorge
titulado “El liberalismo es la iniquidad”.
Aunque el texto se encuentra disponible hace años en internet, no todo el mundo lo conoce.
Además, “repetitio mater scientiae” (la repetición es la madre de la ciencia), decían los romanos.
Para los más jóvenes, en la sección “Libros y audios recomendados” de mi sitio, encontrarán un apartado sobre el Liberalismo.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi
El liberalismo es la iniquidad
Autor: Horacio Bojorge
Introducción
(La presente conferencia fue impartida en el Encuentro San Bernardo de Claraval,
en septiembre del 2008)
Dado
que los demás expositores de este Encuentro, se han ocupado ya y se
ocuparán luego, del liberalismo; tanto como doctrina, cuanto de sus
antecedentes históricos y filosóficos y también de sus actuales
consecuencias, yo me ceñiré a tratar en mi exposición, no tanto del
sujeto de esta proposición “el liberalismo”, sino del predicado: “es
pecado”.
Y,
respecto de este predicado, me permitiré precisar un poco más esta
determinación del sujeto “el liberalismo”, modificando el predicado “es
pecado” y afirmando, – demostración mediante -, que el liberalismo no es
simplemente pecado, es decir, un pecado, sino el pecado. Pues, cuando
decimos es pecado, podríamos entender que se trata de un pecado más
entre otros mientras que yo afirmo que es el pecado por excelencia,
raíz, suma y cima de todos los pecados, que Nuestro Señor Jesucristo
llamó: la iniquidad.
Creo
que con la precisión que introduzco, interpreto la intención última del
Padre Félix Sardá i Salvany, que así tituló su obra: “El liberalismo es
pecado”.
La tesis que expondré
Al
explicitar que “El liberalismo es El pecado”, el pecado por excelencia,
pretendo avanzar un paso más en la comprensión de qué tipo de pecado se
trata y por qué el liberalismo lo es en forma plena y llana.
La
tesis que voy a exponer, pues, es que: El liberalismo es el pecado,
porque el liberalismo es la iniquidad: es el pecado contra el Espíritu
Santo, es el rechazo del Hijo y la Rebelión contra el Padre.
El
título y el tema de mi exposición, ahonda en el significado, o sea en
el sentido en que debemos entender que el liberalismo es pecado. Es el
pecado directo contra Cristo y el Padre. Es, por eso, el pecado contra
el Espíritu Santo. Y a este pecado, como veremos, se le llama, en el
Nuevo Testamento, La iniquidad.
En
efecto, afirmo que el liberalismo no solamente es pecado, – un pecado-,
sino que es el pecado, el pecado del Diablo, del que se dice en el
libro de la Sabiduría que “por envidia, es decir: por acedia del Diablo
entró la muerte en el mundo y la experimentan los que le pertenecen” ,
cuando, se rebelan contra Dios, como el Diablo y, asociándose en un
mismo “no serviré” aspiran a colocarse en el lugar de Dios.
Éste
es el pecado, suma, suprema iniquidad cuya plena manifestación está
reservada al fin de los tiempos y a la que San Pablo llama “El misterio
de la iniquidad” (Mysterium iniquitatis).
Toda
mi exposición tiende a mostrar al liberalismo como manifestación del
misterio de la iniquidad que san Pablo denuncia como actuando ya
ocultamente en sus tiempos.
Y,
aunque volveremos sobre ello, conviene adelantar que la iniquidad,
consiste, según el Nuevo Testamento, en el rechazo de Jesucristo y de la
revelación de Dios Padre, como vida y salvación del hombre. La
iniquidad es la oposición del espíritu impuro al Espíritu Santo y, por
eso, es el pecado directo contra el Espíritu Santo.
Este
rechazo, puede ser explícito como el de los judíos y de otros que
niegan validez a la revelación histórica cristiana, o implícito, como el
de los ateos prácticos y los indiferentes, o de los que no se oponen a
la verdad sino que simplemente la relegan distraídamente al terreno de
los implícitos, que es muchas veces el terreno de lo que se considera
innecesario explicitar, y a veces incluso inconveniente hacerlo.
Un ejemplo reciente:
Y pongo un ejemplo reciente para explicar a qué tipo de silencios, omisiones o bien olvidos, me refiero.
El
Papa Benedicto XVI – así tengo entendido – introdujo una pequeña
modificación en la letra del Tema de la Vª Conferencia del Episcopado en
América Latina y el Caribe. El Tema que le presentaban era: “Discípulos
y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos tengan vida”.
El Papa agregó apenas un “en Él”: “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida”
Con
este pequeñísimo agregado de dos partículas: en Él, el Papa explicitó
algo fundamental, esencial. Algo que, de haber quedado implícito, habría
podido cobijar un funesto equívoco en la comprensión de la expresión
“tengan vida”.
Tener
vida en Él, quiere decir tener la vida plena de Hijos, que Jesucristo
viene a anunciar. La meta de la misión de los discípulos queda definida
explícitamente por su finalidad: “para que tengan vida en Él”.
Con
este agregado a la letra, que inspiradamente introdujo el Vicario de
Cristo, no solamente el Tema de la Conferencia, sino la Conferencia
misma, quedó vacunada contra la reducción gramsciana de la idea de vida
del hombre, que la limita al existir puramente terreno. Una reducción
inmanentista que tiene su raíz en el racionalismo, el naturalismo y el
liberalismo, y culmina en el materialismo marxista.
Me
daría por feliz y contento, si al final de mi exposición pudiera
comprenderse la naturaleza del pecado del liberalismo, y comprender así
mejor la naturaleza del peligro que conjuró el Papa, recordando a los
pastores y fieles de la Iglesia católica en estas regiones de América
Latina y el Caribe, que la meta de su tarea misionera y evangelizadora
es procurar que estos pueblos tengan vida en Cristo mediante el anuncio
del Padre. Es decir aquellavida, vida eterna, vida católica, que
solamente se puede tener en Él. Aquella vida que consiste en entrar en
comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo por obra del Espíritu Santo.
Notemos
cómo en el fondo de la imprecisión, en el fondo de la vaguedad, en la
raíz de la distracción que hubiera permitido implicitar algo esencial al
evangelio; en la implicitación de que se trata de vivir en Cristo, como
Hijos del Padre celestial, se dejaba lugar para que se agazapara, – en
una omisión que sirve al silenciamiento, porque no lo disipa -, se
dejaba lugar para que se agazapara, – decimos -, la infición liberal,
que separa la vida del hombre de su vida en Dios. Una visión
naturalista, para la cual, el último horizonte de la vida del hombre es
la calidad de vida.
El
silencio acerca de lo esencial sería particularmente dañoso si
proviniese de un olvido de lo esencial y sería demoníaco si proviniese
de una aversión acediosa a lo esencial.
Capítulo 1: El liberalismo es pecado
(de Félix Sardá i Salvany: El liberalismo es pecado)
Antes
de proseguir el desarrollo de mi exposición quiero detenerme un momento
a resumir, como punto de referencia fundamental, el diagnóstico que nos
da el Padre Félix Sardá i Salvany en su obra “El liberalismo es
pecado”.
Dice el Padre Sardá: “El Liberalismo es pecado, ya se le considere en el orden de las doctrinas, ya en el orden de los hechos.
En
el orden de las doctrinas es pecado grave contra la fe, porque el
conjunto de las doctrinas suyas es herejía, aunque no lo sea tal vez en
alguna que otra de sus afirmaciones o negaciones aisladas.
En
el orden de los hechos es pecado contra los diversos Mandamientos de la
ley de Dios y de su Iglesia, porque de todos es infracción.
Más
claro. En el orden de las doctrinas el Liberalismo es la herejía
universal y radical, porque las comprende todas: en el orden de los
hechos es la infracción radical y universal, porque todas las autoriza y
sanciona”.
Enunciada la doble tesis, el Padre Sardá i Salvany pasa a fundamentarla:
- a) En el orden de las doctrinas el liberalismo es herejía. Herejía es toda doctrina que niega con negación formal y pertinaz un dogma de la fe cristiana. El liberalismo doctrina los niega primero todos en general y después cada uno en particular. Los niega todos en general, cuando afirma o supone la independencia absoluta de la razón individual en el individuo, y de la razón social o criterio público en la sociedad. Decimos afirma o supone, porque a veces en las consecuencias secundarias no se afirma el principio liberal, pero se le da por supuesto y admitido.
-1)
Niega la jurisdicción absoluta de Cristo Dios sobre los individuos y
las sociedades, y en consecuencia la jurisdicción delegada que sobre
todos y cada uno de los fieles, de cualquier condición y dignidad que
sean, recibió de Dios la Cabeza visible de la Iglesia.
-2)
Niega la necesidad de la divina revelación, y la obligación que tiene
el hombre de admitirla, si quiere alcanzar su último fin.
-3)
Niega el motivo formal de la fe, esto es, la autoridad de Dios que
revela, admitiendo de la doctrina revelada sólo aquellas verdades que
alcanza su corto entendimiento.
-4)
Niega el magisterio infalible de la Iglesia y del Papa, y en
consecuencia todas las doctrinas por ellos definidas y enseñadas.
-5)
Y después de esta negación general y en globo, niega cada uno de los
dogmas, parcialmente o en concreto, a medida que, según las
circunstancias, los encuentra opuestos a su criterio racionalista. Así
niega la fe del Bautismo cuando admite o supone la igualdad de todos los
cultos; niega la santidad del matrimonio cuando sienta la doctrina del
llamado matrimonio civil; niega la infalibilidad del Pontífice Romano
cuando rehúsa admitir como ley sus oficiales mandatos y enseñanzas,
sujetándolos a su pase o exequátur, no como en su principio para
asegurarse de la autenticidad, sino para juzgar del contenido.
- b) En el orden de los hechos es radical inmoralidad. Lo es porque destruye el principio o regla fundamental de toda moralidad, que es la razón eterna de Dios imponiéndose a la humana; canoniza el absurdo principio de la moral independiente, que es en el fondo la moral sin ley, o lo que es lo mismo, la moral libre, o sea una moral que no es moral, pues la idea de moral, además de su condición directiva, encierra esencialmente la idea de enfrenamiento o limitación. Además, el Liberalismo es toda inmoralidad, porque en su proceso histórico ha cometido y sancionado como lícita la infracción de todos los mandamientos, desde el que manda el culto de un solo Dios, que es el primero del Decálogo, hasta el que prescribe el pago de los derechos temporales a la Iglesia, que es el último de los cinco de ella.
Por
donde cabe decir que el Liberalismo, en el orden de las ideas, es el
error absoluto, y en el orden de los hechos, es el absoluto desorden. Y
por ambos conceptos es pecado, ex genere suo, gravísimo; es pecado
mortal.” .
Hasta aquí la cita.
El camino a seguir
Todo lo que dice el P. Sardá i Salvany es verdad. ¡Sí! Pero hay aún más.
Intentaré mostrarlo, explicitando algo que está implicado en el certero diagnóstico espiritual del apologista español.
Ese
más que hay, es que: el Liberalismo es el pecado. Y lo es en el sentido
específico en que él es la iniquidad. La cual – nos enseña el Nuevo
Testamento – es ni más ni menos que la puesta en acto de la suprema
iniquidad anticristiana y antitea, incoada ocultamente en la historia,
cuya manifestación virulenta, es signo esjatológico, porque es causante
de una disolución final de la humanidad y preámbulo de la dominación del
Anticristo.
Como
veremos, San Juan define ese pecado como la iniquidad, en griego: he
anomía, la anomía. Ese pecado muy único y singular, esa anomía, aparece
en el Nuevo Testamento siempre vinculada al Anticristo y a los últimos
tiempos; al juicio final o a los antecedentes de la Parousía de Nuestro
Señor Jesucristo, y se aplica, ya desde los comienzos de la Iglesia, al
rechazo de Cristo y de Dios Padre a quien el Hijo viene a revelar.
“Muchos anticristos han aparecido” – afirma San Juan en su primera Carta
– “Este es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que
niega al Hijo, tampoco admite al Padre; quien reconoce al Hijo también
admite al Padre”.
Este
rechazo lo experimentó el mismo Jesucristo durante su vida y lo
calificó de “blasfemia contra el Espíritu Santo” . El mismo rechazo lo
siguieron experimentando, – presente y operante dentro de ellas-, las
comunidades eclesiales apostólicas. Y tanto Juan como Pablo, iluminados
por las palabras de Jesús, interpretaron su naturaleza y anunciaron que
recrudecería en los últimos tiempos.
Un ejemplo de lenguaje inicuo
Véase,
como botón de muestra del lenguaje de la iniquidad moderna, lo que dice
David Friedrich Strauss, pastor y teólogo, árbitro ilustrado de lo que
puede ser un Cristo aceptable:
“Mientras
el cristianismo sea considerado como algo dado a la Humanidad desde
afuera de ella; Cristo como alguien venido del cielo; su Iglesia como
una institución para quitar los pecados de los hombres por medio de su
sangre, se estará concibiendo el cristianismo a lo judío y la Religión
del Espíritu seguirá siendo carnal. Sólo se entenderá al Cristianismo
cuando se reconozca que en él, la Humanidad sólo se ha hecho más
consciente de sí misma de lo que hasta ahora lo había sido: que Jesús es
sólo aquel Hombre en el que por primera vez se manifestó esta
conciencia más profunda como una fuerza determinante de toda su vida y
de todo su ser; y que sólo mediante el acceso a esta nueva conciencia se
quita el pecado”.