martes, 15 de enero de 2019

La dueña de la llave

Mauricio Macri sólo tiene posibilidades de renovar su mandato si Cristina Kirchner se postula en los comicios del año entrante
Los portavoces oficialistas insisten en agitar el fantasma de Cristina candidata como explicación de la ausencia de inversiones o del aumento del riesgo país. En realidad, las cosas son exactamente al revés: según coinciden hoy más o menos todas las encuestadoras, Mauricio Macri sólo tiene posibilidades de renovar su mandato si la ex presidente se decide a rivalizar con él en los comicios del año entrante, y pierde en cambio contra cualquier otro aspirante. Las inversiones no llegan y el riesgo país aumenta porque más o menos ya está instalada en el mundo la idea de que la Argentina se encamina hacia otra implosión financiera, y no porque Cristina pueda volver a la Casa Rosada. Naturalmente, los que ya tienen su dinero comprometido en nuestro país prefieren la continuidad de Macri antes que la vuelta de Cristina porque suponen que en el caso de un eventual estallido, sus intereses estarían más protegidos con el primero que con la segunda.


La llave del 2019 está así hoy exclusivamente en manos de la ex presidente, quien se enfrenta a una situación tan paradójica como rigurosamente inexorable: si realmente quiere ver fuera del gobierno a la Coalición que derrotó a sus fuerzas en el 2015, debe renunciar a cualquier ambición de retorno político y apartarse explícita y prontamente de la contienda. De todos modos, si optara por presentarse sus posibilidades de alzarse con el voto popular parecen nulas a esta altura. En la decisión que finalmente adopte habrán de enfrentarse las dos cualidades personales que sus seguidores, y también algunos de sus detractores, le reconocen: su carácter y su inteligencia. El temperamento le aconsejará seguramente arrojarse ciegamente al ruedo, la razón le recomendará apartarse y sentarse tranquilamente a la puerta de su casa hasta ver pasar el cadáver político de la coalición que hace cuatro años la mandó justamente allí.

Hay además un tercer elemento, casi decisivo, capaz de influir en la decisión que adopte sobre su futuro político, no ya racional ni temperamental, sino afectivo, un área de su personalidad que la ex presidente ha mantenido más bien en reserva. Cristina sabe muy bien que si hoy goza de libertad es porque los peronistas sostienen los fueros que la protegen (al igual que a su hijo Máximo) y por la voluntad de un gobierno que la necesita como rival para extorsionar al electorado con el fantasma del regreso, y asegurar así su continuidad. Sabe también que la protección oficial perderá su razón de ser dentro de un año, y que si bien ella y Máximo continuarán amparados en los fueros, su hija Florencia quedará tan expuesta por su participación en el sospechoso entramado de negocios familiares, como desprotegida frente a cualquier acción judicial. Sólo un eventual gobierno peronista podría resguardarla.

Si Cristina resuelve entonces apartarse de la escena, el peronismo sabrá encontrar rápidamente el camino hacia la unidad: esta corriente política ha desarrollado un instinto especial para ordenar las ambiciones personales en función de su eficacia como maquinaria para la conquista del poder político: candidatos no le faltan, ni tampoco equipos para hacerse cargo de administrar la extravagante acumulación de errores y torpezas que será el legado de Cambiemos. Como escribió no hace mucho el politólogo Natalio Botana, el peronismo ha sido siempre, al menos desde el restablecimiento de la democracia, el que sacó al país de las crisis creadas por los radicales. Y el de Cambiemos ha sido, como acertadamente lo percibió desde el primer momento el periodista Jorge Asís, el tercer gobierno radical de este ciclo institucional.

Un apartamiento de Cristina de la puja electoral que se avecina desataría un caos en la coalición gobernante, que a duras penas sujeta las tensiones internas en un esfuerzo supremo por no arrojar leña al fuego de las felizmente evitadas hogueras decembrinas. Para simplificar las cosas, digamos que allí se enfrentan los halcones de Marcos Peña con las palomas personificadas en María Eugenia Vidal, y digo personificadas porque la gobernadora se ha cuidado de toda pretensión de ponerse al frente de alguna línea interna en la coalición, aunque sus actos de gobierno representen muy bien la clase de políticas que promueve el ala negociadora. Peña, que es lo mismo que decir Macri, ha logrado apartar con éxito a las figuras de ese flanco –Emilio Monzó, Rogelio Frigerio, para citar a los más notables– pero tropieza con un problema: Vidal es a esta altura la única figura de Cambiemos capaz de asegurarle una victoria en las presidenciales, con Cristina o sin Cristina.

Los radicales, que nada han conseguido de su participación en la coalición gobernante, están en estado de asamblea y en sus niveles directivos circula la idea de organizar una línea interna y forzar elecciones primarias para la definición del candidato. A diferencia de los peronistas, que siempre y en toda circunstancia tienen media docena de presidenciables en condiciones de dar un paso al frente, los radicales carecen en este momento de figuras atractivas con reconocimiento nacional. Su única chance de forzar una interna sería asociándose a una eventual candidatura de Vidal. Elisa Carrió, dirigente de la tercera pata de Cambiemos, podría intervenir como mediadora para lograr ese objetivo, y ya ha dado varias señales que apuntan en esa dirección. La gobernadora respeta a Carrió, pero prefiere mantenerla a distancia y por eso parece dudoso que sea ella quien logre persuadirla de enfrentar a Macri.

El equipo gobernante ha logrado superar con éxito un diciembre que se veía difícil. Pasado el riesgo, anunció un endurecimiento de los rigores económicos, imprescindible para compensar lo gastado con vistas a asegurar la calma de las últimas semanas. Tiene por delante un año extremadamente duro, con previsibles expresiones de descontento, y otro diciembre, allá lejos, que se presenta todavía más difícil. La llave que le abrirá o no la puerta para sortearlo con éxito está, como dijimos, en manos de Cristina, que apenas si abre la boca en estos días pero sigue llenando el país de oficinas de su partido Unidad Ciudadana.

–Santiago González