Vale la pena agudizar la mirada hacia el pasado, entornar los ojos con generosidad en el reconocimiento hacia los mejores y reconocer que nuestra Patria es mucho más admirable que la caricatura que nos muestran.
Por Sebastián Sánchez
Doctor en Historia y profesor universitario.
La Prensa - 8 de octubre de 2019
En el libro "Don José y los chatarreros", Enrique Díaz Araujo detalla el menoscabo histórico que ha sufrido la figura del General San Martín. Sobre el Libertador, dice el ilustre historiador, se han cernido las más terribles calumnias tales como: "hijo ilegítimo, mentiroso, onanista, masón, agente inglés, adúltero y cornudo a un tiempo, opiómano, borrachín, desamorado, mujeriego, tape de Yapeyú, militarote engreído e ingrato ante las peticiones in extremis de su mujer; rey José, indolente en la guerra, enriquecido ilícitamente, etc.; de todo menos bonito".
El falseamiento de la figura sanmartiniana no es cosa novedosa en nuestra historiografía y su origen se remonta a los precursores de la historia liberal, aquellos taitas oficiales que mentara Castellani, hasta llegar a muchos de los historietistas actuales. Incluso pocos días atrás, al conmemorarse el aniversario del fallecimiento del Libertador, se planteó -¡una vez más!- el remanido asunto de su pretendido masonismo.
La deformación ideológica del prócer, producto de la alquimia de historiadores-nigromantes oficiales, puede sintetizarse en unos pocos conceptos. En vez de aquél milite quijotesco, honorable y valiente, forjado en la guerra contra Napoleón, nos muestran un cursi redactor de anodinas máximas de buena conducta. De aquél español americano dispuesto a dejar la vida por ambas patrias, nos dejan un odiador serial, resentido contra todo lo hispánico. Del señor de la guerra y la política en tanto jerárquico oficio del alma, la deformación historiográfica nos presenta a un demócrata casi volteriano, más amigo de amigo de la guillotina que del combate franco.
"SUCIAS VERSIONES"
Los muchos años de inoculación de las "sucias versiones" que indica Díaz Araujo nos ocultan al San Martín patriota, hijo dilecto de la Argentina tradicional y nos estampan el fraude de un descastado espía británico. Y en fin, de aquél católico cabal -de honda piedad mariana- se inventan a un masón, un hermano tres puntos iniciado en oscuros entretejidos del poder.
¿Hace falta decir que disfrazar a San Martín de santurrón laico y masón es de una falsedad supina y una malintención manifiesta? Consideramos que no pero que al mismo tiempo no es ocioso preguntarse el porqué de la empecinada falsía que lleva siglo y medio retroalimentándose.
Creemos que se trata de escamotear a la Argentina el héroe auténtico, aquél hombre de una pieza y guerrero de ambas patrias, cuyo valor histórico y político es fundamental para la salud del país. Se trata de despojarnos de arquetipos legítimos, para que no cunda su imitación, para que no sean el espejo en el que podamos reconocernos. Se trata de falsear el pasado con el fin de acerrojar nuestro presente y sustraernos la esperanza. Es que si nuestro prócer por excelencia fue lo que dicen quienes pretenden "humanizarlo", si fue ese siniestro personaje atravesado por tanto vicio, ¿qué esperanza tenemos los argentinos de forjar el destino de esta doliente patria? Es equivalente a decirnos que venimos con una falla de origen.
EL AUTENTICO SAN MARTIN
Pero no. San Martín no fue el que nos muestran los falsarios. Tenemos sus palabras para reconocerlo con claridad pero sobre todo contamos con la entidad de su obra inapelable. Se trata de examinarlo todo "con hechos, que son varones y no palabras que son hembras", como quería Gracián, totalmente ajeno al dictatum de la corrección política y su lenguaje (inclusivo). Es el quehacer patriótico de San Martín, los hechos significativos que jalonan su trayectoria vital, lo que indica cabalmente quien debe ser para nosotros, los desanimados argentinos del siglo XXI.
Contamos con sus libros y casi toda la correspondencia sanmartiniana, esto es su voz verídica, y también tenemos la obra de los mejores de entre nuestros historiadores y pensadores: Sierra, Palacio, los Ibarguren y los Irazusta, Steffens Soler, Furlong, Font Ezcurra, de Paoli, Sánchez Sorondo, Genta, Díaz Araujo y tantos otros que nos permitirán reconocer el rostro genuino y arquetípico de San Martín.
Bastan esos recursos para el recto conocimiento de la obra libertadora del Gran Capitán, con esa pasión suya -demostrada en veinte batallas y cien entreveros- por la unión de la Hispanoamérica tradicional que fuera fundada por los Austrias.
Justamente lo contrario quería el liberalismo porteño, ese sí inapelablemente masón, que avaló la división de la Patria Grande en republiquetas, tal como dictaban las logias británicas de acuerdo a la antigua fórmula imperialista: "divide et impera".
Allí tenemos el testimonio de la campaña libertadora, esa gesta épica librada entre españoles americanos y españoles europeos, que San Martín llevó a cabo con el convencimiento de que la "España oficial era inferior a nuestra España", como supo decir Ignacio Anzoátegui.
Y tenemos por evidencia de su grandeza sus gobiernos en Cuyo y en el Perú -donde hoy se lo honra sin tapujos ni remilgos- en los que hizo primar un orden justo y un católico sentido por el Bien Común.
Tenemos en fin al verdadero San Martín que renegó siempre -empezando por su desobediencia a los malos gobernantes- de la política de partido, de la secta, de la división entre compatriotas. El auténtico Capitán que procuró la consolidación de la unidad de la Nación y la restauración de las leyes que más tarde sería encarnada por Juan Manuel de Rosas, por quien mostró un admirado y evidente respeto.
LLEGAR A LA VERDAD
En fin, es menester salirse de ese San Martín caricaturesco y exigirse en conocerlo de verdad. Es cierto que hoy, acerrojados como estamos en la coyuntura, atentos a las próximas elecciones, no estamos demasiado dispuestos a revisar y reafirmar nuestro pasado. Estamos muy ocupados en las menudencias de partido como para llevar la mirada a la profundidad de nuestra historia, allí donde tienen cuna nuestros males, pero también nuestras grandezas. Pero vale la pena agudizar la mirada hacia el pasado, entornar los ojos con generosidad en el reconocimiento hacia los mejores y reconocer que nuestra Patria es mucho más admirable que la caricatura que nos muestran.
Publicado 3 hours ago por Centro de Estudios Salta