SOBRE LA LIBERTAD Y EL LIBERALISMO (Parte 2)
I. DOCTRINA CATÓLICA SOBRE LA LIBERTAD
Libertad natural
3. El objeto directo de
esta exposición es la libertad moral, considerada tanto en el individuo
como en la sociedad. Conviene, sin embargo, al principio exponer
brevemente algunas ideas sobre la libertad natural, pues si bien ésta es
totalmente distinta de la libertad moral, es, sin embargo, la fuente y
el principio de donde nacen y derivan espontáneamente todas las especies
de libertad. El juicio recto y el sentido común de todos los hombres,
voz segura de la Naturaleza, reconoce esta libertad solamente en los
seres que tienen inteligencia o razón; y es esta libertad la que hace al
hombre responsable de todos sus actos. No podía ser de otro modo.
Porque mientras los animales obedecen solamente a sus sentidos y bajo el
impulso exclusivo de la naturaleza buscan lo que les es útil y huyen lo
que les es perjudicial, el hombre tiene a la razón como guía en todas y
en cada una de las acciones de su vida.
Pero la razón, a la vista de
los bienes de este mundo, juzga de todos y de cada uno de ellos que lo
mismo pueden existir que no existir; y concluyendo, por esto mismo, que
ninguno de los referidos bienes es absolutamente necesario, la razón da a
la voluntad el poder de elegir lo que ésta quiera. Ahora bien: el
hombre puede juzgar de la contingencia de estos bienes que hemos citado,
porque tiene un alma de naturaleza simple, espiritual, capaz de pensar;
un alma que, por su propia entidad, no proviene de las cosas corporales
ni depende de éstas en su conservación, sino que, creada inmediatamente
por Dios y muy superior a la común condición de los cuerpos, tiene un
modo propio de vida y un modo no menos propio de obrar; esto es lo que
explica que el hombre, con el conocimiento intelectual de las inmutables
y necesarias esencias del bien y de la verdad, descubra con certeza que
estos bienes particulares no son en modo alguno bienes necesarios. De
esta manera, afirmar que el alma humana está libre de todo elemento
mortal y dotada de la facultad de pensar, equivale a establecer la
libertad natural sobre su más sólido fundamento.
4. Ahora bien: así como
ha sido la Iglesia católica la más alta propagadora y la defensora más
constante de la simplicidad, espiritualidad e inmortalidad del alma
humana, así también es la Iglesia la defensora más firme de la libertad.
La Iglesia ha enseñado siempre estas dos realidades y las defiende como
dogmas de fe. Y no sólo esto. Frente a los ataques de los herejes y de
los fautores de novedades, ha sido la Iglesia la que tomó a su cargo la
defensa de la libertad y la que libró de la ruina a esta tan excelsa
cualidad del hombre. La historia de la teología demuestra la enérgica
reacción de la Iglesia contra los intentos alocados de los maniqueos y
otros herejes. Y, en tiempos más recientes, todos conocen el vigoroso
esfuerzo que la Iglesia realizó, primero en el concilio de Trento y
después contra los discípulos de Jansenio, para defender la libertad del
hombre, sin permitir que el fatalismo arraigue en tiempo o en lugar
alguno.