martes, 8 de septiembre de 2020

Cap: 3- La batalla psico-política La adopción homosexual




Cap: 3- La batalla psico-política



La adopción homosexual


El matrimonio en su concepción heterosexual no constituye una institución

importante por mera imposición cultural, sino porque de dicha unión deriva la procreación de la especie y de ella depende la mismísima supervivencia de la humanidad, nada menos.

Ya hemos visto cómo la proclama del “matrimonio homosexual” se funda en “exigencias hereditarias”, en demandas relativas a la “cobertura social”, en aforismos ligados a la “no discriminación” y en algún que otra eslogan de poca monta argumental. Nada esencial es discutido y reclamado que no pueda solucionarse por otra vía que no sea por la coacción de este enrarecido encastre legal. ¿Por qué tanta insistencia entonces? Es difícil dar una respuesta categórica. Una posible contestación podría ser que en verdad, lo que de trasfondo se ha buscado con esta presión no haya sido necesariamente el matrimonio en sí mismo, sino que éste obre como antesala para obtener seguidamente el derecho de adopción de niños.

Por lo general, los menores disponibles para adopción están en situaciones vulnerables. Muchos han perdido a ambos padres. Otros los tienen separados o empobrecidos. Muy frecuentemente el niño ha sido concebido fuera de lazos estables y como fruto de relaciones fugaces o promiscuas. Por ende, el bienestar de estos niños depende de sacarlos cuanto antes de esa situación irregular y ponerlos a resguardo del cuidado de un medio tan cercano a la normalidad familiar cuanto sea posible. Luego, es frecuente que parejas generosas —muchas veces sin hijos— los adopten brindándoles cariño y estableciendo conexiones afectivas quizás tan intensas como se las suele tener con los propios hijos de sangre.

En esta pretensión adoptiva, el lobby homosexual argumenta que “ellos tienen tanto derecho a disfrutar de la paternidad como cualquier otro matrimonio” y, por ende, exigen que se les otorgue una porción de niños en adopción. Sin embargo, los niños no deben estar para satisfacer el disfrute de una minoría sexualmente sindicalizada. El menor tiene derecho a ser adoptado por su dignidad como niño, no como pasatiempo o regocijo de un par de homosexuales ocasionalmente convivientes. Y decimos “ocasionalmente convivientes” porque la vida en pareja del sodomita es muchísimo más promiscua, infiel, viciosa, provisoria e inestable que la de una pareja heterosexual: un homosexual promedio tiene relaciones sexuales con amantes distintos en una cantidad 12 veces superior a un heterosexual, siendo que además cada individuo homosexual que tenga una pareja estable frecuenta al unísono (probablemente a escondidas) un promedio de ocho amantes colaterales al año[459] y fue justamente el Dr. Barry Adam (Profesor homosexual de la Universidad de Windsor en Canadá), quien presentó un trabajo en el cual arribó a la conclusión de que tan sólo el 25% de las parejas sodomíticas eran fieles entre sí[460].

Pero volvamos al punto. Aunque engendrar o adoptar un niño trae una satisfacción legítima a los padres, dicha satisfacción no es la finalidad última de la adopción o procreación, sino la de brindarle al menor un bienestar material, afectivo y moral. Vale decir, los genuinos intereses de los padres se subordinan a los del niño y por ende, mal podrían los menores ser disputados como una suerte de trofeos de una escatológica confederación: El Niño. Qué sucedió cuando mi enamorado y yo decidimos embarazarnos fue el título del libro publicado por el mediático periodista homosexual norteamericano Dan Savage[461], en el cual narró en primera persona cuáles fueron las motivaciones que lo llevaron a adoptar una criatura: “Tener niños ya no es cuestión de propagar la especie (…) es algo para los adultos, un pasatiempo, un hobby. Así que, ¿por qué no tener chicos? Los homosexuales también necesitan hobbies… he hecho travestismo. Me he travestido de Barbie, de dominadora, de monja y de glamorosa. Ahora voy a travestirme de papá”[462].

La adopción es una institución que existe para acoger a un niño que ha sido privado de su familia, y por ende se pretende darle a la criatura un ámbito lo más adecuado posible para su desarrollo, vale decir que la adopción intenta replicar el ámbito afectivo y vincular de lo que perdió el niño, cosa que difícilmente podría ocurrir en el caso de ser éste adoptado por “matrimonios” sodomíticos, los cuales son frecuentemente formados en una atmósfera artificial y surrealista en donde los roles naturales están desdibujados y para colmo de males, los homosexuales suelen tener amigos y contactos pertenecientes a su propio clan, ante lo cual el niño crecería y se educaría en un cerrado microclima signado por la extravagancia, la promiscuidad y la confusión.             “¿Habiendo tantos niños desamparados no es acaso preferible que sean adoptados por dos homosexuales antes de que prosigan en ese estado abandono?”, suelen preguntar punzantemente los defensores de este experimento. Pero esa es una falsa disyuntiva, dado que el dilema no es por caso que si los niños de la calle tienen hambre entonces es aconsejable que salgan a robar: lo ideal es que no padezcan hambre ni que estén en la calle. Dicho de otro modo, si hay menores en desamparo, lo que hay que procurar es que sean adoptados por una familia normal dado que el ideal debe mantenerse, puesto que los valores no valen porque solucionan un problema fortuito o pasajero sino porque per se y universalmente son valores objetivamente buenos y fecundos. A lo que cabe añadir el dato no menor de que es mucho más alta la demanda de padres que quieren adoptar niños que la cantidad de hijos en posibilidad de adopción (otro argumento que tira por la borda esta falsa disyuntiva). Prueba de esto último es que muchos padres con vocación de adoptar, al sentirse cansados por tanta espera y burocracia, deciden tramitar en el exterior, algo que se hizo muy visible tras el brutal terremoto en el 2010 en Haití[463], cuando muchos pretensos que estaban gestionando la adopción vieron complicados sus trámites tras la tragedia.

“¿Y las parejas heterosexuales que destratan a sus hijos? ¿No estarían esos menores a mejor resguardo con una pareja homosexual que les de amor?” He aquí otra de las falsas disyuntivas. Por el error no se puede perder el valor. ¿Por el hecho de que existan jueces deshonestos hay que anular el Poder Judicial? Lo que hay que hacer es preservar a los jueces honestos, expulsar a los deshonestos y reemplazar esa ausencia con una cuantía de magistrados probos. Mutatis mutandis, a los padres maltratadores hay que quitarles la tenencia de sus hijos y otorgarlos a manos de familias que sí sepan darles el amor que merecen, pero dicho maltrato no abre ninguna puerta a parches riesgosos y antinaturales.

¿No sería discriminativo negar el niño en adopción a dos sodomitas que lo exijan? Sería tan “discriminativo” como cuando muchas veces se le niega la adopción a una pareja heterosexual (como habitualmente pasa) toda vez que ésta no cumpla con requisitos ambientales, psicológicos o relativos a la edad, la salud o la economía y, sin embargo, en estos casos nadie cacarea por la “discriminación”, dado que es de sentido común advertir que siempre lo prioritario es que el ambiente sea el propicio por todo concepto para el bienestar del niño.

Por más que se pretenda fabricar argumentos, lo cierto es que en la adopción sodomítica al niño no solo se lo priva de una madre o un padre (según el caso), sino que además es lanzado a una aventura experimental en donde corre riesgo no sólo su integridad psicológica sino física, al ser forzado a convivir en un círculo tan propenso a enfermedades venéreas o patologías propias de ese ambiente, además del riesgo gravísimo en alto porcentaje del que muchos alertan, respecto de que podrían ser abusados por sus propios adoptantes, tal como indican informes que luego veremos[464].

A lo dicho, debemos añadir el hecho de que un menor educado en una “familia” homosexual tiene mayor propensión a repetir ese patrón de conducta en comparación con un menor educado en una familia heterosexual: la presencia de conductas homosexuales en niños criados por parejas del mismo sexo es ocho veces más frecuente que la media[465]. En 1995 se elaboró un estudio científico por Bailey et al. en el cual se trabajó con 85 hijos adultos de una edad media de 25 años que fueron criados por padres homosexuales o bisexuales. Las conclusiones arrojaban un porcentaje de hijos con identidad homosexual o bisexual del 9%, cuando el promedio global es apenas superior al 1% en EEUU[466]. Dos años después (1997), conforme un nuevo estudio longitudinal publicado en el Journal of Orthopsychiatry (Golombok y Tasker), se indicó que sobre 46 casos de niños adoptados (20 varones y 26 mujeres) y de los cuales 25 de ellos fueron criados por madres de lesbianas y 21 por madres heterosexuales (cada adoptado fue indagado a la edad promedio de 23 años), las respuestas de estos jóvenes fueron las siguientes: ante la pregunta de si consideraban posible mantener una relación sexual homosexual, el 56% de quienes fueron educados por parejas homosexuales dijeron que sí mientras que sólo el 14% de quienes fueron educados por parejas normales contestaron de manera afirmativa. El 24% de los criados por parejas homosexuales ya había tenido relaciones homosexuales mientras que ninguno de los criados por madres normales había tenido relaciones homosexuales. Finalmente, el 8% de los criados por madres lesbianas se asumía como homo o bisexual, mientras que ni uno solo de los educados por parejas heterosexuales se asumía de esa forma[467]. Otro estudio muy ilustrativo por lo masivo (4640 casos estudiados) fue el de Cameron y Cameron (elaborado en 1996), en el cual de entre toda la numerosa muestra, 17 jóvenes afirmaron tener al menos un padre homosexual. De esa pequeña porción, el 35% del total se identificaron como homosexuales y ante la pregunta de si habían mantenido relaciones sexuales incestuosas (es decir, si habían sido abusados por sus padres), la respuesta fue que 5 sobre los 17 (es decir el 29%) padecieron tal aberración, mientras que sólo 28 sobre los 4623 entrevistados restantes (es decir el 0.6% de hijos de padres heterosexuales) sufrieron la repugnante agresión[468].

Además de los riesgos expuestos, en 2010 el doctor George A. Rekers (profesor de neuropsiquiatría y ciencias del comportamiento en la escuela de medicina de la Universidad de Carolina del Sur en USA) presentó su informe científico sobre otras secuelas que padecerían los niños adoptados por parejas homosexuales en simposio en México dedicado al efecto, y arribó a las siguientes conclusiones: “existía mayor probabilidad de que los menores adoptados desarrollen una tendencia homosexual, que aquellos que viven con madre y padre, ya que los menores tienden a vivir y copiar los roles de vida de sus padres” añadiendo que además estos padecen “Mayor promiscuidad en su adolescencia o madurez, adicciones, desórdenes psiquiátricos, tendencias suicidas y elevado número de enfermedades de transmisión sexual“[469]

Y si bien es cierto que aún no existen datos suficientes o categóricos como para arribar a conclusiones definitivas y no hay todavía estudios estadísticos totalizadores que nos permitan poner fin a la polémica[470], ya existen numerosos libros con testimonios de personas que tras haber sido educadas por padres homosexuales narran experiencias tan dolorosas como desagradables y que por motivos de decoro nos negamos a transcribir[471].

Por lo pronto y ante “la duda”, va de suyo que lo que se debería haber hecho tanto en la Argentina como en los países que aprobaron legalmente esta riesgosa transgresión, es haber preservado la situación anterior y en modo alguno exponer a los niños a especulaciones de resultado incierto y sin que todavía existan datos científicos suficientes que nos permitan abordar a una conclusión definitiva.