Cap: 3- La batalla psico-política
La adopción homosexual
El matrimonio en su
concepción heterosexual no constituye una institución
importante por mera
imposición cultural, sino porque de dicha unión deriva la procreación de la
especie y de ella depende la mismísima supervivencia de la humanidad, nada
menos.
Ya hemos visto cómo la
proclama del “matrimonio homosexual” se funda en “exigencias hereditarias”, en
demandas relativas a la “cobertura social”, en aforismos ligados a la “no
discriminación” y en algún que otra eslogan de poca monta argumental. Nada
esencial es discutido y reclamado que no pueda solucionarse por otra vía que no
sea por la coacción de este enrarecido encastre legal. ¿Por qué tanta
insistencia entonces? Es difícil dar una respuesta categórica. Una posible
contestación podría ser que en verdad, lo que de trasfondo se ha buscado con
esta presión no haya sido necesariamente el matrimonio en sí mismo, sino que
éste obre como antesala para obtener seguidamente el derecho de adopción de
niños.
Por lo general, los
menores disponibles para adopción están en situaciones vulnerables. Muchos han
perdido a ambos padres. Otros los tienen separados o empobrecidos. Muy
frecuentemente el niño ha sido concebido fuera de lazos estables y como fruto
de relaciones fugaces o promiscuas. Por ende, el bienestar de estos niños
depende de sacarlos cuanto antes de esa situación irregular y ponerlos a
resguardo del cuidado de un medio tan cercano a la normalidad familiar cuanto
sea posible. Luego, es frecuente que parejas generosas —muchas veces sin hijos—
los adopten brindándoles cariño y estableciendo conexiones afectivas quizás tan
intensas como se las suele tener con los propios hijos de sangre.
En esta pretensión
adoptiva, el lobby homosexual argumenta que “ellos tienen tanto derecho a
disfrutar de la paternidad como cualquier otro matrimonio” y, por ende, exigen
que se les otorgue una porción de niños en adopción. Sin embargo, los niños no
deben estar para satisfacer el disfrute de una minoría sexualmente
sindicalizada. El menor tiene derecho a ser adoptado por su dignidad como niño,
no como pasatiempo o regocijo de un par de homosexuales ocasionalmente
convivientes. Y decimos “ocasionalmente convivientes” porque la vida en pareja
del sodomita es muchísimo más promiscua, infiel, viciosa, provisoria e inestable
que la de una pareja heterosexual: un homosexual promedio tiene relaciones
sexuales con amantes distintos en una cantidad 12 veces superior a un
heterosexual, siendo que además cada individuo homosexual que tenga una pareja
estable frecuenta al unísono (probablemente a escondidas) un promedio de ocho
amantes colaterales al año[459] y fue justamente el Dr. Barry Adam (Profesor
homosexual de la Universidad de Windsor en Canadá), quien presentó un trabajo
en el cual arribó a la conclusión de que tan sólo el 25% de las parejas
sodomíticas eran fieles entre sí[460].
Pero volvamos al
punto. Aunque engendrar o adoptar un niño trae una satisfacción legítima a los
padres, dicha satisfacción no es la finalidad última de la adopción o
procreación, sino la de brindarle al menor un bienestar material, afectivo y
moral. Vale decir, los genuinos intereses de los padres se subordinan a los del
niño y por ende, mal podrían los menores ser disputados como una suerte de
trofeos de una escatológica confederación: El Niño. Qué sucedió cuando mi
enamorado y yo decidimos embarazarnos fue el título del libro publicado por el
mediático periodista homosexual norteamericano Dan Savage[461], en el cual
narró en primera persona cuáles fueron las motivaciones que lo llevaron a adoptar
una criatura: “Tener niños ya no es cuestión de propagar la especie (…) es algo
para los adultos, un pasatiempo, un hobby. Así que, ¿por qué no tener chicos?
Los homosexuales también necesitan hobbies… he hecho travestismo. Me he
travestido de Barbie, de dominadora, de monja y de glamorosa. Ahora voy a
travestirme de papá”[462].
La adopción es una
institución que existe para acoger a un niño que ha sido privado de su familia,
y por ende se pretende darle a la criatura un ámbito lo más adecuado posible para
su desarrollo, vale decir que la adopción intenta replicar el ámbito afectivo y
vincular de lo que perdió el niño, cosa que difícilmente podría ocurrir en el
caso de ser éste adoptado por “matrimonios” sodomíticos, los cuales son
frecuentemente formados en una atmósfera artificial y surrealista en donde los
roles naturales están desdibujados y para colmo de males, los homosexuales
suelen tener amigos y contactos pertenecientes a su propio clan, ante lo cual
el niño crecería y se educaría en un cerrado microclima signado por la
extravagancia, la promiscuidad y la confusión. “¿Habiendo tantos niños
desamparados no es acaso preferible que sean adoptados por dos homosexuales
antes de que prosigan en ese estado abandono?”, suelen preguntar punzantemente
los defensores de este experimento. Pero esa es una falsa disyuntiva, dado que
el dilema no es por caso que si los niños de la calle tienen hambre entonces es
aconsejable que salgan a robar: lo ideal es que no padezcan hambre ni que estén
en la calle. Dicho de otro modo, si hay menores en desamparo, lo que hay que
procurar es que sean adoptados por una familia normal dado que el ideal debe
mantenerse, puesto que los valores no valen porque solucionan un problema
fortuito o pasajero sino porque per se y universalmente son valores
objetivamente buenos y fecundos. A lo que cabe añadir el dato no menor de que
es mucho más alta la demanda de padres que quieren adoptar niños que la
cantidad de hijos en posibilidad de adopción (otro argumento que tira por la
borda esta falsa disyuntiva). Prueba de esto último es que muchos padres con
vocación de adoptar, al sentirse cansados por tanta espera y burocracia,
deciden tramitar en el exterior, algo que se hizo muy visible tras el brutal
terremoto en el 2010 en Haití[463], cuando muchos pretensos que estaban gestionando
la adopción vieron complicados sus trámites tras la tragedia.
“¿Y las parejas
heterosexuales que destratan a sus hijos? ¿No estarían esos menores a mejor
resguardo con una pareja homosexual que les de amor?” He aquí otra de las
falsas disyuntivas. Por el error no se puede perder el valor. ¿Por el hecho de
que existan jueces deshonestos hay que anular el Poder Judicial? Lo que hay que
hacer es preservar a los jueces honestos, expulsar a los deshonestos y
reemplazar esa ausencia con una cuantía de magistrados probos. Mutatis
mutandis, a los padres maltratadores hay que quitarles la tenencia de sus hijos
y otorgarlos a manos de familias que sí sepan darles el amor que merecen, pero
dicho maltrato no abre ninguna puerta a parches riesgosos y antinaturales.
¿No sería
discriminativo negar el niño en adopción a dos sodomitas que lo exijan? Sería
tan “discriminativo” como cuando muchas veces se le niega la adopción a una
pareja heterosexual (como habitualmente pasa) toda vez que ésta no cumpla con
requisitos ambientales, psicológicos o relativos a la edad, la salud o la
economía y, sin embargo, en estos casos nadie cacarea por la “discriminación”,
dado que es de sentido común advertir que siempre lo prioritario es que el
ambiente sea el propicio por todo concepto para el bienestar del niño.
Por más que se
pretenda fabricar argumentos, lo cierto es que en la adopción sodomítica al
niño no solo se lo priva de una madre o un padre (según el caso), sino que
además es lanzado a una aventura experimental en donde corre riesgo no sólo su
integridad psicológica sino física, al ser forzado a convivir en un círculo tan
propenso a enfermedades venéreas o patologías propias de ese ambiente, además
del riesgo gravísimo en alto porcentaje del que muchos alertan, respecto de que
podrían ser abusados por sus propios adoptantes, tal como indican informes que
luego veremos[464].
A lo dicho, debemos
añadir el hecho de que un menor educado en una “familia” homosexual tiene mayor
propensión a repetir ese patrón de conducta en comparación con un menor educado
en una familia heterosexual: la presencia de conductas homosexuales en niños
criados por parejas del mismo sexo es ocho veces más frecuente que la
media[465]. En 1995 se elaboró un estudio científico por Bailey et al. en el
cual se trabajó con 85 hijos adultos de una edad media de 25 años que fueron
criados por padres homosexuales o bisexuales. Las conclusiones arrojaban un
porcentaje de hijos con identidad homosexual o bisexual del 9%, cuando el
promedio global es apenas superior al 1% en EEUU[466]. Dos años después (1997),
conforme un nuevo estudio longitudinal publicado en el Journal of
Orthopsychiatry (Golombok y Tasker), se indicó que sobre 46 casos de niños
adoptados (20 varones y 26 mujeres) y de los cuales 25 de ellos fueron criados
por madres de lesbianas y 21 por madres heterosexuales (cada adoptado fue
indagado a la edad promedio de 23 años), las respuestas de estos jóvenes fueron
las siguientes: ante la pregunta de si consideraban posible mantener una
relación sexual homosexual, el 56% de quienes fueron educados por parejas
homosexuales dijeron que sí mientras que sólo el 14% de quienes fueron educados
por parejas normales contestaron de manera afirmativa. El 24% de los criados
por parejas homosexuales ya había tenido relaciones homosexuales mientras que
ninguno de los criados por madres normales había tenido relaciones
homosexuales. Finalmente, el 8% de los criados por madres lesbianas se asumía
como homo o bisexual, mientras que ni uno solo de los educados por parejas
heterosexuales se asumía de esa forma[467]. Otro estudio muy ilustrativo por lo
masivo (4640 casos estudiados) fue el de Cameron y Cameron (elaborado en 1996),
en el cual de entre toda la numerosa muestra, 17 jóvenes afirmaron tener al
menos un padre homosexual. De esa pequeña porción, el 35% del total se
identificaron como homosexuales y ante la pregunta de si habían mantenido
relaciones sexuales incestuosas (es decir, si habían sido abusados por sus padres),
la respuesta fue que 5 sobre los 17 (es decir el 29%) padecieron tal
aberración, mientras que sólo 28 sobre los 4623 entrevistados restantes (es
decir el 0.6% de hijos de padres heterosexuales) sufrieron la repugnante
agresión[468].
Además de los riesgos
expuestos, en 2010 el doctor George A. Rekers (profesor de neuropsiquiatría y
ciencias del comportamiento en la escuela de medicina de la Universidad de
Carolina del Sur en USA) presentó su informe científico sobre otras secuelas
que padecerían los niños adoptados por parejas homosexuales en simposio en
México dedicado al efecto, y arribó a las siguientes conclusiones: “existía
mayor probabilidad de que los menores adoptados desarrollen una tendencia
homosexual, que aquellos que viven con madre y padre, ya que los menores
tienden a vivir y copiar los roles de vida de sus padres” añadiendo que además
estos padecen “Mayor promiscuidad en su adolescencia o madurez, adicciones,
desórdenes psiquiátricos, tendencias suicidas y elevado número de enfermedades
de transmisión sexual“[469]
Y si bien es cierto
que aún no existen datos suficientes o categóricos como para arribar a
conclusiones definitivas y no hay todavía estudios estadísticos totalizadores
que nos permitan poner fin a la polémica[470], ya existen numerosos libros con
testimonios de personas que tras haber sido educadas por padres homosexuales
narran experiencias tan dolorosas como desagradables y que por motivos de
decoro nos negamos a transcribir[471].
Por lo pronto y ante
“la duda”, va de suyo que lo que se debería haber hecho tanto en la Argentina
como en los países que aprobaron legalmente esta riesgosa transgresión, es
haber preservado la situación anterior y en modo alguno exponer a los niños a
especulaciones de resultado incierto y sin que todavía existan datos
científicos suficientes que nos permitan abordar a una conclusión definitiva.