Cap: 5 ¿Y en la Argentina cómo andamos?
Los sindicalistas más presentables
Pero no todos los
referentes homosexualistas locales han sido tan caricaturescos como varios de
los nombrados. Andando los años y con toda la infraestructura que hoy pudieron
lograr, la cofradía se ha dado el gusto de contar con una suerte de
“historiador oficial”, el periodista chimentero Osvaldo Bazán, autor de un
grueso libro de 650 páginas titulado Historia de la homosexualidad en la
Argentina, el cual si bien aporta datos interesantes y es un trabajo bien
escrito, se encuentra plagado de un odio visceral
hacia toda noción
heterosexual de la vida y se despacha con irrefrenable furia hacia cualquier
opinión disidente, incurriendo incluso en notorios yerros historiográficos,
tales como alegar que la llamada “homofobia” es una suerte de crueldad cultural
impuesta por la colonización española y la Iglesia Católica, pero que antes de
la llegada del “invasor europeo”, los homosexuales precolombinos vivían su
condición en un clima amable, libertario y de gentil respeto en el seno de sus
tribus de pertenencia, lo cual constituye un desacierto que no podemos
soslayar: hasta el historiador indígena Fernando de Alva Cortés Ixtlilxóchitl
documenta que el respetado y justo soberano de Texcoco y emperador de los
chichimecas (pueblos mesoamericanos), Netzahualcóyotl, promulgó leyes
severísimas de represión a los homosexuales, tal como el castigo de extraer las
entrañas al encontrado culpable del delito de sodomía. Al traidor se lo hacía
pedazos por sus coyunturas y su casa era saqueada, quedando sus hijos como
esclavos hasta la cuarta generación. Efectivamente, era tan mal vista la
sodomía que los castigos se aplicaban a todos por igual sin privilegios ni
excepciones: el mismísimo monarca no dudó en ejecutar él mismo la sentencia de
muerte de uno de sus hijos, encontrado culpable del indisculpable acto[536].
Cuenta el arqueólogo Enrique Vera, responsable y editor de la reputada revista
Arqueología mexicana, que entre las tribus de la región de México existía una
pronunciada distinción entre el homosexual activo del pasivo: “Mientras que el
activo seguía representando su rol genérico masculino, el pasivo, al ser
penetrado en el acto sexual, violaba su rol de hombre y se feminizaba. Por este
motivo, al pasivo le sacaban las entrañas (N.A.: por el orificio anal) y le
prendían fuego, en tanto que al activo lo enterraban con ceniza y ahí
moría¨[537]. En cuanto a la mujer homosexual, la pena dispuesta por la ley era
la muerte por garrote. Y respecto a los “admirados” aztecas, éstos tampoco eran
demasiado contemplativos con la homosexualidad: sus leyes establecían castigar
con la muerte a los sodomitas. Y si bien estas penas se aplicaban solo en casos
extremos en el interior, en la capital del imperio la sanción se cumplía a pie
juntillas, siendo que además los Aztecas se referían de manera insultante a
tribus enemigas como los Toltecas al calificarlos como “sodomitas”[538], en
señal de desprecio. En cuanto a las tribus pertenecientes a la región de
Nicaragua, la homosexualidad era castigada con la muerte, tal como se encargó
de reconocer uno de sus caciques principales al fraile Bobadilla luego de
preguntado sobre el trato que recibían los putos o cuylon: “Los muchachos lo
apedrean y le hacen mal, y le llaman bellaco y algunas veces mueren del mal que
les hacen”[539]. En lo referente a los Incas, si bien es cierto que los
historiadores les adjudican a estos un mayor grado de tolerancia respecto de
otras tribus en torno a estas prácticas, no menos cierto es que según confirmó
Garcilaso de la Vega, el quinto Inca Capac Yupanqui, cuando sometió a los
Aymara, “mandó que se quemasen vivos a los sodomitas que encontrasen y quemasen
sus casas”[540].
Los ejemplos sobre el
destrato hacia la homosexualidad en el mundo precolombino son inacabables y
quien quiera profundizar, nada mejor que consultar a un historiador de verdad
como lo es Cristian Rodrigo Iturralde, probablemente uno de los especialistas
más avezados de habla hispana en esta materia y autor de dos macizos tomos de
imprescindible lectura para todo aquel que pretenda ampliar el
conocimiento[541].
¿Pero por qué en la
América precolombina existía tanta aversión a la sodomía si ellos no tenían los
“prejuicios católicos” ni conocían al satanizado “capitalismo heterosexista”?
Pues porque en líneas generales la aversión a la sodomía lejos de ser un
“prejuicio cultural” ha constituido un instinto o reacción espontánea en el ser
humano más allá de su lengua, raza, cultura, religión o tiempo histórico en el
que le haya tocado vivir. Ese rechazo es tan automático como bien podría ser el
impresionarse ante quien se advierte comiendo excremento. ¿Tiene derecho una
persona a comer excremento? Estimamos que sí y ese derecho habría de ser
inviolable. Pero sería ridículo desconocer que ese desarreglo alimenticio no
cause escozor en las personas que presencian la desagradable ingesta fecal.
Podría argumentarse que en algunas antiguas culturas puntuales, la sodomía fue
tomada de una manera aceptable o al menos no era resistida. Es cierto, pero
también en ciertas comunidades el canibalismo, los sacrificios humanos, la
pedofilia, la esclavitud o la reducción de cabezas enemigas como souvenirs de
guerra eran tomados como hábitos de uso corriente. Pero la particular y
excepcional habitualidad de conductas objetivamente disvaliosas en ciertas
poblaciones de la historia no las convierte en buenas y fecundas por el mero de
hecho de que hayan sido alguna vez toleradas en colectividades ya desaparecidas
o sobradamente superadas.
Pero volviendo a
Osvaldo Bazán y su libraco, si hay algo permanente en su kilométrica obra es
que su autor abomina de los “prejuiciosos” y “discriminadores”. Pero en su obra
nadie que no sea devoto del homosexualismo ideológico se salva, y hasta Bazán
se da el gusto de ensañarse de una manera particularmente incisiva contra el
célebre médico, psicólogo, farmacéutico, criminólogo, filósofo y escritor
socialista José Ingenieros, puesto que como este último nunca aplaudió las
conductas homosexuales, Bazán lo ataca paradojalmente con un argumento
discriminativo, alegando que por el nivel académico de sus escritos u
opiniones, Ingenieros “hoy sería apenas un taxista reaccionario”[542].
Descalificación prejuiciosa al rebajar al célebre pensador socialista en
función de una actividad laboral que el segregacionista Bazán evidentemente
considera de “inferior” condición.
Pero no sólo
faranduleros con pretensiones historiográficas se han dedicado a formar parte
de la “elite intelectual” de homosexuales contemporáneos locales. Probablemente
el militante mejor preparado académicamente de entre todos los que pudimos
consultar, sea el varias veces mencionado Ernesto Meccia, sociólogo cuya obra
si bien no tiene mayor vuelo que la de ser una repetición argentinizada de los
típicos argumentos de inspiración foucaultiana, es bastante más presentable que
las del resto de los textos criollos en la materia.
Efectivamente, Meccia
—quien también da su batalla contra el SIDA— en su libro La cuestión gay. Un
enfoque sociológico se dedica a criticar al “insensible” mundo occidental
porque éste tolera la homosexualidad pero no la endiosa: “En un régimen de
tolerancia, los grupos dominantes tienen la aptitud (legitimada, además) de
decir qué son ellos y qué son los tolerados”, y se lamenta porque “'tolerancia´
proviene del latín tolerare. Se trata de una acepción física del término que
alude a la aptitud de soportar”. Por ende, entre el tolerante y el tolerado hay
una relación vertical, es decir de jerarquías y entonces, según Meccia, “la
tolerancia es indisociable del ejercicio de la violencia simbólica y no valora
la diversidad sexual”[543]. Increíble razonamiento: como buen izquierdista,
Meccia en su libro no dedica un solo renglón a quejarse por los homosexuales
torturados en los Gulags soviéticos, ni tampoco por los invertidos castrados en
la China maoísta, ni un renglón dedicado a quejarse por los herejes ahorcados
y/o arrojados desde las alturas en Irán en pleno Siglo XXI, ni mucho menos
menciona el autor a los homosexuales fusilados en la Cuba castro-guevarista,
sino que dedica litros de tinta a quejarse que la homosexualidad es tolerada en
el mundo occidental, capitalista y cristiano. Es decir, el ingrato Meccia se
enoja con furia porque en esta parte del planeta él y los suyos pueden tener
acceso a pubs dedicados a su ambiente, organizarse con personería jurídica,
gozar del pleno derecho a la intimidad, portar vía libre para publicar libros,
usar del derecho inalienable para peregrinar en marchas auto-laudatorias,
ufanarse a los cuatro vientos de sus hábitos y hasta pueden darse el lujo de
contagiarse SIDA y contar con la asistencia de la medicina occidental, la cual
ya se ocupó de avanzar y crear el tratamiento pertinente a fin de neutralizar
la muerte que tan dura enfermedad ocasionaba años atrás. Pues bien, el mundo
libre y capitalista le dio a Meccia un status pleno para llevar a cabo su vida
pública y privada conforme sus apetitos, pero a él no le alcanza. Pareciera pretender
que los heterosexuales pidamos perdón por incurrir en el arcaísmo colonialista,
inquisitorial y burgués de sentir atracción por las personas del sexo opuesto:
reaccionaria tendencia que según sospechamos padecían también los padres de
Meccia, caso contrario no lo habrían beneficiado con la vida.
¿Puede ser tan carente
de criterio alguien que en principio nos parece equivocado pero inteligente? ¡Y
ojo! Estamos hablando del sociólogo y escritor Ernesto Meccia, es decir de un
académico que en su libro no escribe mal, brinda clases en la Universidad,
cuenta con pergaminos facultativos y es avizorado entre los suyos con respeto
intelectual. Dicho de otro modo: si bien es cierto que no es Meccia una luminaria,
sí es cierto que al lado de un Alex Freyre es un genio.
Comoquiera que fuere,
probablemente Bazán y Meccia sean hoy los exponentes mejor entrenados y más
presentables de entre quienes se exponen y trabajan activa o mediáticamente
defendiendo estas posturas ideológicas. A pesar de los desenfoques y yerros
citados, siguen siendo sus sindicalistas más talentosos.