Cap: 6 La autodestrucción homosexual
Naturaleza de la relación sexual
Debido a su propia
constitución anatómica, antropológica, fisiológica y psicológica, el hombre y
la mujer se atraen mutuamente tanto espiritual como físicamente y es
precisamente de esa atracción que deriva la prole: la complementariedad ente
los órganos sexuales masculino y femenino no es una certificación convencional,
ni un “prejuicio religioso”, ni mucho menos fruto de una estipulación cultural:
es una determinación de la naturaleza.
Partiendo de la base
de que el objetivo por antonomasia del acto sexual es la propagación de la
especie, es sabido que precisamente para que el ser humano se sienta
constantemente motivado y propenso a esa propagación es que la relación sexual
conlleva un elevado placer físico, puesto que si no se produjese ese intenso
goce que nos motivara a consumarla, la supervivencia estaría amenazada.
Luego, es un dato
objetivo que la finalidad principal del acto sexual no es el placer sino la
expansión de la humanidad y que, por ende, transformar el placer en el motivo
primario del acto sexual consistiría en sustituir el fin principal por su
corolario. No obstante ello, va de suyo que habitualmente las personas tienen
relaciones sexuales no con el deliberado propósito de procrear, de la misma
manera en que por lo general todo aquel que se apresta a comer un plato de
comida no suele hacerlo con el calculado afán de adquirir nutrientes sino de
disfrutarlo: pero es justamente ese disfrute físico que la naturaleza nos
proporciona en la vida sexual (tanto como en la alimentación) el que nos
incentiva constantemente y tendencialmente a mantener conductas afines o
proclives a nuestra conservación y/o propagación biológica. Y así como en
materia nutricional hay quienes tienen una dieta desordenada o autodestructiva
—los obesos, los bulímicos, los coprófagos o los anoréxicos por ejemplo—, en el
plano sexual también hay quienes mantienen una sexualidad trastornada o
contraria a la naturaleza.
¿Merece un obeso ser
obligado a no serlo? Por supuesto que no, es por ello que los terceros deberían
abstenerse de intervenir en la obesidad de quien la padece. A no ser que éste
pida ayuda, en cuyo caso se acudiría pero con el fin de auxiliarlo y no de
aplaudirle o incentivarle sus excesos: “Si una persona come más de lo que
necesita y se ejercita menos de lo que su organismo requiere, sufre
consecuencias. ¿Sería incorrecto decir que tal persona, o el fumador o el
bebedor excesivos, obran contra su propia ‘naturaleza’? El SIDA no sería, en
esta interpretación, sino un castigo más severo (para los homosexuales) que el
exceso de colesterol a las conductas irrazonables. Los seres humanos venimos al
mundo equipados con ciertas condiciones y tendencias naturales: acatarlas es
prudente y violarlas conlleva un precio”[544], anotó con buen criterio el
pensador argentino Mariano Grondona. Sin
embargo, agrega Grondona lo siguiente: “Para una mayoría de las personas
la homosexualidad es una práctica aberrante. La pregunta no es empero si tienen
razón, sino es otra: aun si la tuvieran, ¿poseen además el derecho de imponerla
a los que no piensan como ellos?”. La respuesta del autor es que no, puesto que
“una persona es tolerante cuando, pese a condenar determinado tipo de
conductas, no intenta prohibirlas por ley del Estado porque el intento de
moralizar imperativamente podría traer males mayores que el que se quiere
erradicar”[545]. Suscribimos: el Estado no debería jamás perseguir la
homosexualidad, pero lo que tampoco debería hacer es promover y celebrar dicha
práctica por un sinfín de razones, entre ellas, que la misma es
auto-destructiva tanto en lo emocional como en lo físico, tal como veremos
luego.
Desde el inicio de
este trabajo hemos sido partidarios de que el sujeto homosexual tenga todo el
derecho de vivir su intimidad de esa manera, aunque la misma sea tan ajena a lo
que la naturaleza indica. Pero justamente por las características de esa
artimaña erótica irregular se deduce que su sexualidad es objetivamente
desordenada, puesto que padece una tendencia contraria a la finalidad para la
cual la sexualidad fue diseñada: la relación homosexual es por definición
intrascendente y su práctica se reduce al presunto placer que dicen sentir sus
cultores. Vale decir, el acto homosexual no tiene raíces en el pasado y no se
proyecta hacia ningún futuro, es una actividad subalterna equivalente a un
antihigiénico pasatiempo que se agota en sí mismo.
Pero también es cierto
que la homosexualidad no se reduce al acto sexual, sino que se trata de una
realidad mucho más compleja: “está de moda decir que la homosexualidad es una
alternativa tan válida como cualquier otra. Mentira. El ser homosexual es
complicadísimo. Deben merecer toda nuestra comprensión, pero para intentar
curarlos, no para animarles a serlo”[546] sentenció el psiquiatra Juan Antonio
Vallejo-Nágera en su libro La puerta de la esperanza[547]. Es decir, al margen
de la ligazón genital, la sodomía no constituye una simple pirueta carnal
minoritaria tan inocua e intrascendente como la de quien posee un gusto no
mayoritario a la hora de elegir un sabor en la heladería del barrio. Justamente
por ello, es que no son pocas ni desautorizadas las voces que consideran a la
homosexualidad como un desarreglo que bien podría ser un sentimentalismo
neurótico[548]: “Existe la idea generalizada de que entre una persona con
actividad homosexual y otra que no la tiene no hay grandes diferencias,
exceptuando su ‘orientación sexual’. En realidad, las personas con
comportamiento homosexual presentan,
de hecho, más
problemas de salud específicos a
su condición y/o
estilo de vida.
En un estudio
que se publicaba en
1997 se objetivaba que
los colectivos de
hombres con actividad
homosexual presentaban una esperanza de vida parecida a la existente en
1871”[549], concluyó el científico-médico Jokin de Irala[550] en su libro
Comprendiendo la homosexualidad.
¿Es entonces la
homosexualidad una anormalidad? No somos nosotros las personas autorizadas para
responder esta disputada pregunta, pero desde una perspectiva afirmativa y con
pedagógica exposición televisiva el acreditado médico dominicano Miguel Núñez
sostuvo sin ambages que “La homosexualidad es anormal. De la simple observación
de la composición de un hombre se nos permite inferir que éste no tiene un
órgano sexual receptor para recibir a otro hombre como pareja y de la simple
observación de la mujer, vemos que ésta no tiene un órgano de penetración para
tener a otra mujer como pareja. Asimismo, el genotipo (composición genética)
del hombre es XY, eso define lo que es un hombre genéticamente y si lo miras
por fuera, es decir lo que llamamos fenotipo (cómo luce alguien por fuera), te
darás cuenta que ese individuo también luce como hombre: entonces un individuo
que es hombre por dentro (genéticamente) y hombre por fuera (fenotípicamente) y
que quiere entrar en una práctica contraria a su naturaleza, ¿cómo no vamos a
llamar a eso anormal? Algo que es tan básico en genética debiera darnos una
idea de cómo debiéramos reaccionar para orientar a esa persona para que eso que
es anormal no se desarrolle”[551]. Por estos y otros motivos, no son pocos
quienes sostienen además que la sodomía no sería una práctica “normal” dado que
conceptualmente, la Real Academia Española define lo “normal” del siguiente
modo: “Dicho de una cosa: que por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a
ciertas normas fijadas de antemano”[552], vale decir, según este axioma,
anormal constituiría toda conducta que no sirva ni siga a la “norma”. ¿A qué
norma? En este caso a la norma o las normas que emanan del orden natural, orden
en el cual a la conducta humana se le añade además de sus tendencias
inherentes, la inteligencia, que es la que en definitiva guía nuestras
acciones. Dicho de otro modo: el orden es la recta disposición de las cosas
según su fin y lo natural es aquello que nos es dado por la naturaleza misma. O
sea que, el orden natural es todo aquello que indica una disposición u
ordenación a un determinado fin conforme con lo que cada cosa es. Luego, las
piernas nos fueron dadas a los humanos para caminar. Podríamos caminar también
en “cuatro patas” usando las manos emulando a los perros. Pero si eso
hiciéramos, además de “caminar” de una manera mucho más lenta de lo habitual no
tardaríamos en sentir dolores corpóreos con secuelas físicas graves, dado que
no estaríamos usando aquello que nos fue dado según el fin determinado (en este
caso haríamos un uso insano e irregular de nuestras extremidades), sino
conforme incómodas contorsiones que atentarían no sólo contra nuestro buen
andar pues aún contra nuestra salud física. Vale decir, que para que el uso de
aquello cuanto nos fue dado sea correcto, éste debe estar en armonía con su
naturaleza y en sentido contrario, aquellas conductas en desacuerdo con nuestra
naturaleza serían consideradas como incorrectas o antinaturales.
Esto que pretendemos
explicar de la manera más sencilla y doméstica posible, ya ha sido desarrollado
in extenso por filósofos de fuste y no es nuestro objetivo entrar en materia
tan delicada, sino apenas brindar una aproximación ejemplificativa[553].
De más está decir que
los ideólogos de la “teoría del género” no van a compartir estas posturas tan
“autoritarias” y ellos van a sostener que en verdad “cada uno es lo que siente
ser”, y que cualquier otra connotación o clasificación que del tema se pretenda
elaborar no dejaría de ser una “arbitrariedad cultural”. Efectivamente, tal
como vimos, según estos sectores la identidad de uno mismo se basa únicamente
en la “auto-construcción” o en la mera “auto-percepción”. Sobre esto último, un
profundo documento elaborado por médicos, filósofos, teólogos y psicólogos
chilenos que fuera oportunamente publicado a nivel local por la UCA[554] alega
que: “La identidad práctica está condicionada o limitada, en primer lugar, por
la misma identidad constitutiva sobre la que se posa. Si alguien mide 1,80
metros no puede autointerpretarse como una persona enana, y si lo hiciera,
evidenciaría algún desequilibrio en su relación con la realidad (…) Negar la
vinculación estrecha que existe entre la persona, su corporeidad y su ser para
los otros, es fruto del desconocimiento de la finalidad inherente a la
condición sexuada del ser humano”[555]. Complementariamente, el filósofo
argentino Carlos Sacheri (que fuera asesinado por la guerrilla marxista en
1974), en conocido libro titulado El Orden Natural, con lenguaje sencillo
ejemplifica anotando que “la experiencia cotidiana nos muestra que los perales
dan siempre peras. Por no sé qué deplorable ´estabilidad´ las vacas siempre
tienen terneros y no jirafas ni elefantes, y, lo que es aún más escandaloso,
los terneros tienen siempre una cabeza, una cola y cuatro patas…Y cuando en
alguna ocasión aparece alguno con cinco patas o con dos cabezas, el buen
sentido exclama ‘¡Qué barbaridad, pobre animal, qué defectuoso!’ Reacciones que
no hacen sino probar que no sólo hay naturaleza sino que existe un orden
natural”[556]. Pero en cuanto lo que a la ideología del género respecta
nosotros seguimos indagando y ejemplificamos lo siguiente: si un jugador de
tenis dice “ser mujer” y decide inscribirse en el circuito de competición
femenino, ¿debe ser aceptado en dicha liga para no ser “discriminado” entonces?
Va de suyo que aceptarlo implicaría un desatino consistente en afectar a las
mujeres ante la presencia competitiva de una persona de naturaleza distinta y
portadora de una fuerza física notablemente superior. Superioridad que no surge
de ningún preconcepto religioso sino de la inmutable condición de varón del
confundido (y tramposo) deportista. No sin sorna el jurista Roberto Castellano
(Presidente de PRO-VIDA en Argentina) ilustró el asunto de un modo todavía más
audaz: “Si yo me auto-percibo como ‘Katy’ y por ende tengo el derecho de
exigirle al Estado un nuevo Documento Nacional de Identidad, entonces también
mañana me puedo auto-percibir como un automóvil y tendría el derecho de
exigirle al Registro de Propiedad Automotor que se me otorgue un ‘Formulario
08’”[557]. ¿Exagera el Presidente de PRO-VIDA? Los acontecimientos recientes
nos indican que no: “Ella es un gato atrapado en un cuerpo de mujer”[558],
tituló el 28 de enero del 2016 el National Review, informando el caso de una
joven noruega que se siente un felino, “autoconstrucción” que se viene
repitiendo en varios adolescentes y cuyos cultores —que se denominan a sí mismos
como “transespecie”— ya formaron su sindicato y su consiguiente lobby con un
sinfín de exigencias al Estado. Una vez más, no debemos extrañarnos de que sea
la izquierda la que apoya este cúmulo de fantasías e insensateces, puesto que
como bien sentenciaba con toda razón Jacques Maritain: “el hombre de izquierda
detesta el ser y prefiere lo que no es a lo que es”[559].