martes, 8 de septiembre de 2020

Cap: 6 La autodestrucción homosexual Naturaleza de la relación sexual




Cap: 6 La autodestrucción homosexual


Naturaleza de la relación sexual

Debido a su propia constitución anatómica, antropológica, fisiológica y psicológica, el hombre y la mujer se atraen mutuamente tanto espiritual como físicamente y es precisamente de esa atracción que deriva la prole: la complementariedad ente los órganos sexuales masculino y femenino no es una certificación convencional, ni un “prejuicio religioso”, ni mucho menos fruto de una estipulación cultural: es una determinación de la naturaleza.

Partiendo de la base de que el objetivo por antonomasia del acto sexual es la propagación de la especie, es sabido que precisamente para que el ser humano se sienta constantemente motivado y propenso a esa propagación es que la relación sexual conlleva un elevado placer físico, puesto que si no se produjese ese intenso goce que nos motivara a consumarla, la supervivencia estaría amenazada.

Luego, es un dato objetivo que la finalidad principal del acto sexual no es el placer sino la expansión de la humanidad y que, por ende, transformar el placer en el motivo primario del acto sexual consistiría en sustituir el fin principal por su corolario. No obstante ello, va de suyo que habitualmente las personas tienen relaciones sexuales no con el deliberado propósito de procrear, de la misma manera en que por lo general todo aquel que se apresta a comer un plato de comida no suele hacerlo con el calculado afán de adquirir nutrientes sino de disfrutarlo: pero es justamente ese disfrute físico que la naturaleza nos proporciona en la vida sexual (tanto como en la alimentación) el que nos incentiva constantemente y tendencialmente a mantener conductas afines o proclives a nuestra conservación y/o propagación biológica. Y así como en materia nutricional hay quienes tienen una dieta desordenada o autodestructiva —los obesos, los bulímicos, los coprófagos o los anoréxicos por ejemplo—, en el plano sexual también hay quienes mantienen una sexualidad trastornada o contraria a la naturaleza.

¿Merece un obeso ser obligado a no serlo? Por supuesto que no, es por ello que los terceros deberían abstenerse de intervenir en la obesidad de quien la padece. A no ser que éste pida ayuda, en cuyo caso se acudiría pero con el fin de auxiliarlo y no de aplaudirle o incentivarle sus excesos: “Si una persona come más de lo que necesita y se ejercita menos de lo que su organismo requiere, sufre consecuencias. ¿Sería incorrecto decir que tal persona, o el fumador o el bebedor excesivos, obran contra su propia ‘naturaleza’? El SIDA no sería, en esta interpretación, sino un castigo más severo (para los homosexuales) que el exceso de colesterol a las conductas irrazonables. Los seres humanos venimos al mundo equipados con ciertas condiciones y tendencias naturales: acatarlas es prudente y violarlas conlleva un precio”[544], anotó con buen criterio el pensador argentino Mariano Grondona. Sin  embargo, agrega Grondona lo siguiente: “Para una mayoría de las personas la homosexualidad es una práctica aberrante. La pregunta no es empero si tienen razón, sino es otra: aun si la tuvieran, ¿poseen además el derecho de imponerla a los que no piensan como ellos?”. La respuesta del autor es que no, puesto que “una persona es tolerante cuando, pese a condenar determinado tipo de conductas, no intenta prohibirlas por ley del Estado porque el intento de moralizar imperativamente podría traer males mayores que el que se quiere erradicar”[545]. Suscribimos: el Estado no debería jamás perseguir la homosexualidad, pero lo que tampoco debería hacer es promover y celebrar dicha práctica por un sinfín de razones, entre ellas, que la misma es auto-destructiva tanto en lo emocional como en lo físico, tal como veremos luego.

Desde el inicio de este trabajo hemos sido partidarios de que el sujeto homosexual tenga todo el derecho de vivir su intimidad de esa manera, aunque la misma sea tan ajena a lo que la naturaleza indica. Pero justamente por las características de esa artimaña erótica irregular se deduce que su sexualidad es objetivamente desordenada, puesto que padece una tendencia contraria a la finalidad para la cual la sexualidad fue diseñada: la relación homosexual es por definición intrascendente y su práctica se reduce al presunto placer que dicen sentir sus cultores. Vale decir, el acto homosexual no tiene raíces en el pasado y no se proyecta hacia ningún futuro, es una actividad subalterna equivalente a un antihigiénico pasatiempo que se agota en sí mismo.

Pero también es cierto que la homosexualidad no se reduce al acto sexual, sino que se trata de una realidad mucho más compleja: “está de moda decir que la homosexualidad es una alternativa tan válida como cualquier otra. Mentira. El ser homosexual es complicadísimo. Deben merecer toda nuestra comprensión, pero para intentar curarlos, no para animarles a serlo”[546] sentenció el psiquiatra Juan Antonio Vallejo-Nágera en su libro La puerta de la esperanza[547]. Es decir, al margen de la ligazón genital, la sodomía no constituye una simple pirueta carnal minoritaria tan inocua e intrascendente como la de quien posee un gusto no mayoritario a la hora de elegir un sabor en la heladería del barrio. Justamente por ello, es que no son pocas ni desautorizadas las voces que consideran a la homosexualidad como un desarreglo que bien podría ser un sentimentalismo neurótico[548]: “Existe la idea generalizada de que entre una persona con actividad homosexual y otra que no la tiene no hay grandes diferencias, exceptuando su ‘orientación sexual’. En realidad, las personas con comportamiento  homosexual  presentan,  de  hecho,  más  problemas  de  salud específicos  a  su  condición  y/o  estilo  de  vida.  En  un  estudio  que  se  publicaba en  1997  se objetivaba  que  los  colectivos  de  hombres  con  actividad  homosexual presentaban una esperanza de vida parecida a la existente en 1871”[549], concluyó el científico-médico Jokin de Irala[550] en su libro Comprendiendo la homosexualidad.

¿Es entonces la homosexualidad una anormalidad? No somos nosotros las personas autorizadas para responder esta disputada pregunta, pero desde una perspectiva afirmativa y con pedagógica exposición televisiva el acreditado médico dominicano Miguel Núñez sostuvo sin ambages que “La homosexualidad es anormal. De la simple observación de la composición de un hombre se nos permite inferir que éste no tiene un órgano sexual receptor para recibir a otro hombre como pareja y de la simple observación de la mujer, vemos que ésta no tiene un órgano de penetración para tener a otra mujer como pareja. Asimismo, el genotipo (composición genética) del hombre es XY, eso define lo que es un hombre genéticamente y si lo miras por fuera, es decir lo que llamamos fenotipo (cómo luce alguien por fuera), te darás cuenta que ese individuo también luce como hombre: entonces un individuo que es hombre por dentro (genéticamente) y hombre por fuera (fenotípicamente) y que quiere entrar en una práctica contraria a su naturaleza, ¿cómo no vamos a llamar a eso anormal? Algo que es tan básico en genética debiera darnos una idea de cómo debiéramos reaccionar para orientar a esa persona para que eso que es anormal no se desarrolle”[551]. Por estos y otros motivos, no son pocos quienes sostienen además que la sodomía no sería una práctica “normal” dado que conceptualmente, la Real Academia Española define lo “normal” del siguiente modo: “Dicho de una cosa: que por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano”[552], vale decir, según este axioma, anormal constituiría toda conducta que no sirva ni siga a la “norma”. ¿A qué norma? En este caso a la norma o las normas que emanan del orden natural, orden en el cual a la conducta humana se le añade además de sus tendencias inherentes, la inteligencia, que es la que en definitiva guía nuestras acciones. Dicho de otro modo: el orden es la recta disposición de las cosas según su fin y lo natural es aquello que nos es dado por la naturaleza misma. O sea que, el orden natural es todo aquello que indica una disposición u ordenación a un determinado fin conforme con lo que cada cosa es. Luego, las piernas nos fueron dadas a los humanos para caminar. Podríamos caminar también en “cuatro patas” usando las manos emulando a los perros. Pero si eso hiciéramos, además de “caminar” de una manera mucho más lenta de lo habitual no tardaríamos en sentir dolores corpóreos con secuelas físicas graves, dado que no estaríamos usando aquello que nos fue dado según el fin determinado (en este caso haríamos un uso insano e irregular de nuestras extremidades), sino conforme incómodas contorsiones que atentarían no sólo contra nuestro buen andar pues aún contra nuestra salud física. Vale decir, que para que el uso de aquello cuanto nos fue dado sea correcto, éste debe estar en armonía con su naturaleza y en sentido contrario, aquellas conductas en desacuerdo con nuestra naturaleza serían consideradas como incorrectas o antinaturales.

Esto que pretendemos explicar de la manera más sencilla y doméstica posible, ya ha sido desarrollado in extenso por filósofos de fuste y no es nuestro objetivo entrar en materia tan delicada, sino apenas brindar una aproximación ejemplificativa[553].

De más está decir que los ideólogos de la “teoría del género” no van a compartir estas posturas tan “autoritarias” y ellos van a sostener que en verdad “cada uno es lo que siente ser”, y que cualquier otra connotación o clasificación que del tema se pretenda elaborar no dejaría de ser una “arbitrariedad cultural”. Efectivamente, tal como vimos, según estos sectores la identidad de uno mismo se basa únicamente en la “auto-construcción” o en la mera “auto-percepción”. Sobre esto último, un profundo documento elaborado por médicos, filósofos, teólogos y psicólogos chilenos que fuera oportunamente publicado a nivel local por la UCA[554] alega que: “La identidad práctica está condicionada o limitada, en primer lugar, por la misma identidad constitutiva sobre la que se posa. Si alguien mide 1,80 metros no puede autointerpretarse como una persona enana, y si lo hiciera, evidenciaría algún desequilibrio en su relación con la realidad (…) Negar la vinculación estrecha que existe entre la persona, su corporeidad y su ser para los otros, es fruto del desconocimiento de la finalidad inherente a la condición sexuada del ser humano”[555]. Complementariamente, el filósofo argentino Carlos Sacheri (que fuera asesinado por la guerrilla marxista en 1974), en conocido libro titulado El Orden Natural, con lenguaje sencillo ejemplifica anotando que “la experiencia cotidiana nos muestra que los perales dan siempre peras. Por no sé qué deplorable ´estabilidad´ las vacas siempre tienen terneros y no jirafas ni elefantes, y, lo que es aún más escandaloso, los terneros tienen siempre una cabeza, una cola y cuatro patas…Y cuando en alguna ocasión aparece alguno con cinco patas o con dos cabezas, el buen sentido exclama ‘¡Qué barbaridad, pobre animal, qué defectuoso!’ Reacciones que no hacen sino probar que no sólo hay naturaleza sino que existe un orden natural”[556]. Pero en cuanto lo que a la ideología del género respecta nosotros seguimos indagando y ejemplificamos lo siguiente: si un jugador de tenis dice “ser mujer” y decide inscribirse en el circuito de competición femenino, ¿debe ser aceptado en dicha liga para no ser “discriminado” entonces? Va de suyo que aceptarlo implicaría un desatino consistente en afectar a las mujeres ante la presencia competitiva de una persona de naturaleza distinta y portadora de una fuerza física notablemente superior. Superioridad que no surge de ningún preconcepto religioso sino de la inmutable condición de varón del confundido (y tramposo) deportista. No sin sorna el jurista Roberto Castellano (Presidente de PRO-VIDA en Argentina) ilustró el asunto de un modo todavía más audaz: “Si yo me auto-percibo como ‘Katy’ y por ende tengo el derecho de exigirle al Estado un nuevo Documento Nacional de Identidad, entonces también mañana me puedo auto-percibir como un automóvil y tendría el derecho de exigirle al Registro de Propiedad Automotor que se me otorgue un ‘Formulario 08’”[557]. ¿Exagera el Presidente de PRO-VIDA? Los acontecimientos recientes nos indican que no: “Ella es un gato atrapado en un cuerpo de mujer”[558], tituló el 28 de enero del 2016 el National Review, informando el caso de una joven noruega que se siente un felino, “autoconstrucción” que se viene repitiendo en varios adolescentes y cuyos cultores —que se denominan a sí mismos como “transespecie”— ya formaron su sindicato y su consiguiente lobby con un sinfín de exigencias al Estado. Una vez más, no debemos extrañarnos de que sea la izquierda la que apoya este cúmulo de fantasías e insensateces, puesto que como bien sentenciaba con toda razón Jacques Maritain: “el hombre de izquierda detesta el ser y prefiere lo que no es a lo que es”[559].