martes, 8 de septiembre de 2020

Cap:5: ¿Y en la Argentina cómo andamos?- Las causas del internismo




Cap:5: ¿Y en la Argentina cómo andamos?-

Las causas del internismo


El citado sociólogo homosexualista Ernesto Meccia, acerca del feroz internismo obrante en el seno del ambiente vernáculo anota que “son varias las organizaciones que denuncian que el trabajo político de otras organizaciones no incluyen una crítica cultural al sistema social”, agregando que “no es casual que el conflicto interno involucre por un lado a la organización más antigua, la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), y por otro, a organizaciones y/o empresarios independientes de la causa que, fincados en espacios académicos, despliegan el arsenal conceptual de la Queer Theory”[514] y refiere “llama la atención la virulencia con que unas organizaciones atacan a otras”[515].

Pero al parecer en este microclima no sólo hay peleas por matices ideológicos y personalismos políticos sino que, además, son frecuentes las pujas entre los distintos “arquetipos” visuales de homosexuales y que justamente por pertenecer a diferentes clanes estéticos se desprecian entre sí, tal como nos lo explica Meccia: “Las clásicas figuras de ‘loca’, cuya función ha sido la de dar notas cómicas en varias películas y

programas de televisión, y el gay-macho, fetiche (con frecuencia militar o policial) presente a partir de los años ‘80 en toda una iconografía principalmente estadounidense y principalmente pornográfica, son los nítidos prototipos (tipos ideales, según la clásica conceptualización de Max Weber) imaginarios o tenidos como reales de homosexualidad masculina feminizada (HFM) y de la homosexualidad masculina monosexualizada (HMM)”, pero este último ejemplar de homosexual virilizado, según Meccia, no deja de contar con una alta dosis de impostura: “En este sentido, dejar ver en la biblioteca un libro de Borges no leído cumpliría la misma función de reaseguro ascendente que deja ver cuán poco afeminado se es y, concomitantemente, cuánto de igual con respecto a los heterosexuales son algunos homosexuales a pesar de ser homosexuales, reconfortante punto de llegada de una eficiente estrategia simbólica”[516]. En el fondo, esta sobreactuación de invertidos musculosos no hace más que confirmar aquella despiadada confesión de Guy Hocquenghem: “uno siempre siente un poco de vergüenza por sentirse orgulloso de ser homosexual”[517].

Respecto de “las locas” a las que refiere Meccia, estos se caracterizan por su obsesión por alcanzar la delgadez extrema propia de las modelos, y si bien el 95% de la población que padece patologías alimentarias del tipo de la anorexia o bulimia son mujeres, del 5%[518] restante que afecta a varones, la abrumadora mayoría de ellos son sodomitas: la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Columbia confirmó que los homosexuales tienen triple riesgo de padecer anorexia respecto de los heterosexuales[519]. 

En lo referido al segundo arquetipo señalado, el del homosexual que sobreactúa de “macho”, en la Argentina de los últimos años probablemente el exponente más emblemático haya sido el figurón televisivo Ricardo Fort, indefinible personaje cuyo cuerpo esculturalmente operado y anabolizado junto a las rentadas novias ficcionarias que él presentaba mediáticamente para simular su homosexualidad, terminaron desmoronándose al conocerse no sólo su adicción a los “taxi boys”[520] sino su fama en los saunas y pubs “gay friendly” de Miami. Pero Fort pudo hacerse “el macho” poco tiempo. Murió a los 42 años intoxicado por las obsesivas e infinitas operaciones estéticas a que se sometía para aparentar musculatura y virilidad, las cuales fueron progresivamente deteriorando su salud. Fue un triste gigante de cartón.

Pero no sólo existen rivalidades o jerarquías en la idiosincracia homosexual en torno a formas estéticas, sino también en cuanto a roles (según quién sea el sujeto activo o el pasivo en la actividad venérea) y sobre ello, el sociólogo marxista Pierre Bourdieu en su libro La dominación masculina sostiene que en el caso de la sodomía, la dominación “no va unida a los signos sexuales visibles sino a la práctica sexual. La definición dominante de la forma legítima de esa práctica como relación de dominación del principio masculino (activo, penetrante) sobre el principio femenino (pasivo, penetrado) implica el tabú de la feminización sacrílega de lo masculino, es decir, del principio dominante que se inscribe en la relación homosexual”[521]. Incluso, en la jerga popular existe una suerte de atenuante o disculpa para con el elemento activo, como si éste no fuese tan responsable como el pasivo acerca del encuentro sexual. Pero muy particularmente en la Argentina, el homosexual activo no sólo goza de una sanción social menor que el pasivo, sino que muchas veces ese rol brinda “buena reputación” en algunos ambientes, tal como se puede advertir en los cánticos de las hinchadas de fútbol, cuyas letras se ufanan con frecuencia de “comerse” al rival.

Esta exculpación o glorificación que se hace del homosexual activo ya había sido advertida y denunciada con horror por el propio Jorge Luis Borges desde las páginas de la revista Sur: “Añadiré otro ejemplo curioso. El de la sodomía. En todos los países de la tierra, una indivisible reprobación recae sobre los dos ejecutores del inimaginable contacto. Abominación los dos, si sangre sobre ellos, dice el Levítico. No así entre el malevaje de Buenos Aires, que reclama una especie de veneración para el agente activo —porque lo embromó al compañero. Entrego esa dialéctica fecal a los apologistas de la viveza, del alacraneo y de la cachada, que tanto infierno descubren”[522].

Finalmente, vale mencionar que éste encono tan violento como frecuente en los ambientes homosexuales se debería, además de lo expuesto, a que la denominada “homofobia” sí existiría, pero entre los propios homosexuales, dado que muchos de éstos sienten a su vez desprecio por la condición homosexual de sus congéneres. Esto que parecería una flagrante contradicción (un homosexual despreciando a otro homosexual por ser homosexual), fue desarrollado in extenso por el escritor homosexualista Jacobo Shifter Sikora en un capítulo llamado “Homofobia Interiorizada” de su libro al cual ya hemos remitimos, y lo que sintéticamente dice el autor es que: “El odio es hacia sí mismo. Sin embargo, el subconsciente lo disimula haciendo creer que el odio es hacia otro”[523]. Vale decir que más allá de las causas que se quieran esgrimir, lo cierto es que muchos homosexuales desprecian tener esa condición, pero para evitar la angustia o incomodidad de despreciarse a sí mismos, exteriorizan el desprecio para con sus análogos. En consecuencia, nos resulta imposible no abrevar en aquel elemento del inconsciente que en psicología el propio Sigmund Freud llamó como “proyección negativa”, el cual es justamente un mecanismo de defensa mediante el cual un sujeto le atribuye a otras personas los defectos o carencias que les son propios. O sea que este mecanismo opera en situaciones de conflicto emocional en el cual el individuo le imputa a terceros los sentimientos, impulsos o pensamientos que resultan inaceptables para sí mismos. Por esta vía, la defensa psíquica logra poner estos contenidos amenazantes en el afuera.  De tal forma que es habitual que muchos homosexuales se aborrezcan a sí mismos por lo que son, empero expulsan ese sentimiento destratando a sus pares por los mismos motivos por los cuales ellos inconscientemente se auto-desprecian.