Cap:5: ¿Y en la Argentina cómo andamos?-
Las causas del internismo
El citado sociólogo
homosexualista Ernesto Meccia, acerca del feroz internismo obrante en el seno
del ambiente vernáculo anota que “son varias las organizaciones que denuncian
que el trabajo político de otras organizaciones no incluyen una crítica
cultural al sistema social”, agregando que “no es casual que el conflicto
interno involucre por un lado a la organización más antigua, la Comunidad
Homosexual Argentina (CHA), y por otro, a organizaciones y/o empresarios
independientes de la causa que, fincados en espacios académicos, despliegan el
arsenal conceptual de la Queer Theory”[514] y refiere “llama la atención la
virulencia con que unas organizaciones atacan a otras”[515].
Pero al parecer en
este microclima no sólo hay peleas por matices ideológicos y personalismos
políticos sino que, además, son frecuentes las pujas entre los distintos
“arquetipos” visuales de homosexuales y que justamente por pertenecer a
diferentes clanes estéticos se desprecian entre sí, tal como nos lo explica
Meccia: “Las clásicas figuras de ‘loca’, cuya función ha sido la de dar notas
cómicas en varias películas y
programas de
televisión, y el gay-macho, fetiche (con frecuencia militar o policial) presente
a partir de los años ‘80 en toda una iconografía principalmente estadounidense
y principalmente pornográfica, son los nítidos prototipos (tipos ideales, según
la clásica conceptualización de Max Weber) imaginarios o tenidos como reales de
homosexualidad masculina feminizada (HFM) y de la homosexualidad masculina
monosexualizada (HMM)”, pero este último ejemplar de homosexual virilizado,
según Meccia, no deja de contar con una alta dosis de impostura: “En este
sentido, dejar ver en la biblioteca un libro de Borges no leído cumpliría la
misma función de reaseguro ascendente que deja ver cuán poco afeminado se es y,
concomitantemente, cuánto de igual con respecto a los heterosexuales son
algunos homosexuales a pesar de ser homosexuales, reconfortante punto de
llegada de una eficiente estrategia simbólica”[516]. En el fondo, esta
sobreactuación de invertidos musculosos no hace más que confirmar aquella
despiadada confesión de Guy Hocquenghem: “uno siempre siente un poco de
vergüenza por sentirse orgulloso de ser homosexual”[517].
Respecto de “las
locas” a las que refiere Meccia, estos se caracterizan por su obsesión por
alcanzar la delgadez extrema propia de las modelos, y si bien el 95% de la
población que padece patologías alimentarias del tipo de la anorexia o bulimia
son mujeres, del 5%[518] restante que afecta a varones, la abrumadora mayoría
de ellos son sodomitas: la Escuela de Salud Pública de la Universidad de
Columbia confirmó que los homosexuales tienen triple riesgo de padecer anorexia
respecto de los heterosexuales[519].
En lo referido al
segundo arquetipo señalado, el del homosexual que sobreactúa de “macho”, en la
Argentina de los últimos años probablemente el exponente más emblemático haya
sido el figurón televisivo Ricardo Fort, indefinible personaje cuyo cuerpo
esculturalmente operado y anabolizado junto a las rentadas novias ficcionarias
que él presentaba mediáticamente para simular su homosexualidad, terminaron
desmoronándose al conocerse no sólo su adicción a los “taxi boys”[520] sino su
fama en los saunas y pubs “gay friendly” de Miami. Pero Fort pudo hacerse “el
macho” poco tiempo. Murió a los 42 años intoxicado por las obsesivas e
infinitas operaciones estéticas a que se sometía para aparentar musculatura y
virilidad, las cuales fueron progresivamente deteriorando su salud. Fue un
triste gigante de cartón.
Pero no sólo existen
rivalidades o jerarquías en la idiosincracia homosexual en torno a formas
estéticas, sino también en cuanto a roles (según quién sea el sujeto activo o
el pasivo en la actividad venérea) y sobre ello, el sociólogo marxista Pierre
Bourdieu en su libro La dominación masculina sostiene que en el caso de la
sodomía, la dominación “no va unida a los signos sexuales visibles sino a la
práctica sexual. La definición dominante de la forma legítima de esa práctica
como relación de dominación del principio masculino (activo, penetrante) sobre
el principio femenino (pasivo, penetrado) implica el tabú de la feminización
sacrílega de lo masculino, es decir, del principio dominante que se inscribe en
la relación homosexual”[521]. Incluso, en la jerga popular existe una suerte de
atenuante o disculpa para con el elemento activo, como si éste no fuese tan
responsable como el pasivo acerca del encuentro sexual. Pero muy particularmente
en la Argentina, el homosexual activo no sólo goza de una sanción social menor
que el pasivo, sino que muchas veces ese rol brinda “buena reputación” en
algunos ambientes, tal como se puede advertir en los cánticos de las hinchadas
de fútbol, cuyas letras se ufanan con frecuencia de “comerse” al rival.
Esta exculpación o
glorificación que se hace del homosexual activo ya había sido advertida y
denunciada con horror por el propio Jorge Luis Borges desde las páginas de la
revista Sur: “Añadiré otro ejemplo curioso. El de la sodomía. En todos los
países de la tierra, una indivisible reprobación recae sobre los dos ejecutores
del inimaginable contacto. Abominación los dos, si sangre sobre ellos, dice el
Levítico. No así entre el malevaje de Buenos Aires, que reclama una especie de
veneración para el agente activo —porque lo embromó al compañero. Entrego esa
dialéctica fecal a los apologistas de la viveza, del alacraneo y de la cachada,
que tanto infierno descubren”[522].
Finalmente, vale
mencionar que éste encono tan violento como frecuente en los ambientes
homosexuales se debería, además de lo expuesto, a que la denominada “homofobia”
sí existiría, pero entre los propios homosexuales, dado que muchos de éstos
sienten a su vez desprecio por la condición homosexual de sus congéneres. Esto
que parecería una flagrante contradicción (un homosexual despreciando a otro
homosexual por ser homosexual), fue desarrollado in extenso por el escritor
homosexualista Jacobo Shifter Sikora en un capítulo llamado “Homofobia
Interiorizada” de su libro al cual ya hemos remitimos, y lo que sintéticamente
dice el autor es que: “El odio es hacia sí mismo. Sin embargo, el subconsciente
lo disimula haciendo creer que el odio es hacia otro”[523]. Vale decir que más
allá de las causas que se quieran esgrimir, lo cierto es que muchos
homosexuales desprecian tener esa condición, pero para evitar la angustia o
incomodidad de despreciarse a sí mismos, exteriorizan el desprecio para con sus
análogos. En consecuencia, nos resulta imposible no abrevar en aquel elemento
del inconsciente que en psicología el propio Sigmund Freud llamó como
“proyección negativa”, el cual es justamente un mecanismo de defensa mediante
el cual un sujeto le atribuye a otras personas los defectos o carencias que les
son propios. O sea que este mecanismo opera en situaciones de conflicto
emocional en el cual el individuo le imputa a terceros los sentimientos,
impulsos o pensamientos que resultan inaceptables para sí mismos. Por esta vía,
la defensa psíquica logra poner estos contenidos amenazantes en el afuera. De tal forma que es habitual que muchos
homosexuales se aborrezcan a sí mismos por lo que son, empero expulsan ese
sentimiento destratando a sus pares por los mismos motivos por los cuales ellos
inconscientemente se auto-desprecian.