martes, 8 de septiembre de 2020

Cap: 5: ¿Y en la Argentina cómo andamos? Democracia y Peste Rosa




Cap: 5: ¿Y en la Argentina cómo andamos?
Democracia y Peste Rosa

Como fuera mencionado, durante 1984 en Buenos Aires se funda la CHA (Comunidad Homosexual Argentina), capitaneada por Carlos Jáuregui y secundada por Roberto, su hermano dos años menor, oriundos de La Plata. Todo indica que la de los Jáuregui era una familia atípica: no sólo ambos hermanos eran homosexuales, sino que sus otras dos hermanas eran lesbianas.
Carlos Jáuregui debutó (como activista) en la agitación parisina del mes de mayo pero de 1981, cuando los homosexuales franceses salieron a las calles a celebrar el triunfo socialista de Francois Miterrand: “Ese fue el motor que decidió mi posterior militancia en el movimiento gay”[485], señaló. Desde entonces, él mantuvo a lo largo de los años ‘80 una intensa actividad militante tras fundar la CHA, organización que presidió en 1984 pero a la que luego tuvo que renunciar en 1987 por celos y riñas internas. Su hermano Roberto —en quien Carlos se apoyaba políticamente— también tuvo una participación militante pero no tanto en la CHA sino en otra organización colateral que se conoció como la “Fundación Huesped[486]”, la cual ponía un contradictorio foco en la lucha contra el SIDA: esta organización encomiaba la homosexualidad y a la vez bregaba por curar esa enfermedad, o sea que ensalzaba la causa que lo generaba y después luchaba contra su desdichada consecuencia. 
Durante el lapso comprendido entre los años ‘80 y parte de los ‘90, las estrategias de los movimientos homosexualistas se dividían entre quienes querían impulsar la ideología de género de corte neomarxista que hemos estado viendo y los que, en cambio, preferían priorizar las campañas informativas de prevención contra el SIDA, que a la sazón estaba haciendo estragos entre la población homosexual. Y a pesar de la promoción disolvente del gramscismo educativo que desde el Estado imponía el régimen eurocomunista de Raúl Alfonsín, muchos promotores de la homosexualización cultural decidieron por lo pronto desactivar sus esfuerzos en la difusión de sus teorías pansexualistas pero no porque dichas ideas no les causaran simpatía, sino porque advertían que no podían perder tiempo en estos galimatías ideológicos mientras “la Peste Rosa” arrasaba con sus miembros: por ejemplo, los dos hermanos Jáuregui murieron de SIDA. Roberto en 1994 y Carlos dos años después[487].
Digresión: cuando a principios de los años ‘80 el SIDA acorralaba a la comunidad homosexual a nivel mundial, desde  el  comienzo  de  la  epidemia el Cardenal de Nueva York, John O’Connor, inauguró el primer centro a-religioso de atención a pacientes con SIDA  de  Estados  Unidos. Desde entonces, la  Iglesia Católica —frecuentemente ultrajada y agredida por el activismo feminista y sodomítico — es la institución privada más  comprometida  a  nivel mundial  en  la  lucha  contra este mal tan frecuente en la población agresora para con ella: actualmente uno de cada cuatro enfermos de SIDA (el 25%) está siendo atendido por instituciones de la Iglesia Católica e incluso, en países pobres, la Iglesia asiste al 60% de los afectados, siendo que los recursos para estos servicios los recauda la propia Iglesia de fuentes privadas y no de gobiernos[488].
Pero retomando a la militancia homosexualista vernácula, vale resaltar que si bien por entonces las prioridades fueron clínicas antes que ideológicas, no obstante en la intelectualidad surgieron algunas plumas de valor aparente, siendo la más reconocida la del escritor Oscar Villordo, cultor de un género literario al que sus afectos denominaron “homo-erotismo”, cuyos libros son considerados de culto en esos circuitos[489]. Villordo tampoco escapó del SIDA: murió de esa enfermedad en 1993.
No sin fundamentos, la “Peste Rosa” causaba pánico en el ambiente homosexual y numerosos famosos morían en todo el mundo como resultado de ello y, en lo que a la Argentina concierne, por entonces sacudió a la opinión pública la muerte de numerosos artistas homosexuales, tal el caso en 1988 de Federico Moura (cantante del grupo musical “Virus”), el de Miguel Abuelo (cantante de la banda “Los Abuelos de la Nada”) en 1988, o la muerte del bailarín clásico Jorge Donn en 1992.
Ante el efecto dominó del SIDA, cualquier lugar o espacio era aprovechado por los miembros de esta comunidad para intentar concientizar a propios y ajenos: el comediante Antonio Gasalla —humorista que habitualmente se trasviste representando personajes femeninos— desde su programa televisivo arengaba a sus correligionarios con una procaz y desesperada exhortación: “¡No seas forro, usá forro!”[490].