Cap: 5: ¿Y en la Argentina cómo andamos?
Democracia y Peste Rosa
Como fuera mencionado,
durante 1984 en Buenos Aires se funda la CHA (Comunidad Homosexual Argentina), capitaneada
por Carlos Jáuregui y secundada por Roberto, su hermano dos años menor,
oriundos de La Plata. Todo indica que la de los Jáuregui era una familia
atípica: no sólo ambos hermanos eran homosexuales, sino que sus otras dos
hermanas eran lesbianas.
Carlos Jáuregui debutó
(como activista) en la agitación parisina del mes de mayo pero de 1981, cuando
los homosexuales franceses salieron a las calles a celebrar el triunfo
socialista de Francois Miterrand: “Ese fue el motor que decidió mi posterior
militancia en el movimiento gay”[485], señaló. Desde entonces, él mantuvo a lo
largo de los años ‘80 una intensa actividad militante tras fundar la CHA,
organización que presidió en 1984 pero a la que luego tuvo que renunciar en
1987 por celos y riñas internas. Su hermano Roberto —en quien Carlos se apoyaba
políticamente— también tuvo una participación militante pero no tanto en la CHA
sino en otra organización colateral que se conoció como la “Fundación
Huesped[486]”, la cual ponía un contradictorio foco en la lucha contra el SIDA:
esta organización encomiaba la homosexualidad y a la vez bregaba por curar esa
enfermedad, o sea que ensalzaba la causa que lo generaba y después luchaba
contra su desdichada consecuencia.
Durante el lapso
comprendido entre los años ‘80 y parte de los ‘90, las estrategias de los
movimientos homosexualistas se dividían entre quienes querían impulsar la
ideología de género de corte neomarxista que hemos estado viendo y los que, en
cambio, preferían priorizar las campañas informativas de prevención contra el
SIDA, que a la sazón estaba haciendo estragos entre la población homosexual. Y
a pesar de la promoción disolvente del gramscismo educativo que desde el Estado
imponía el régimen eurocomunista de Raúl Alfonsín, muchos promotores de la
homosexualización cultural decidieron por lo pronto desactivar sus esfuerzos en
la difusión de sus teorías pansexualistas pero no porque dichas ideas no les
causaran simpatía, sino porque advertían que no podían perder tiempo en estos
galimatías ideológicos mientras “la Peste Rosa” arrasaba con sus miembros: por
ejemplo, los dos hermanos Jáuregui murieron de SIDA. Roberto en 1994 y Carlos
dos años después[487].
Digresión: cuando a
principios de los años ‘80 el SIDA acorralaba a la comunidad homosexual a nivel
mundial, desde el comienzo
de la epidemia el Cardenal de Nueva York, John
O’Connor, inauguró el primer centro a-religioso de atención a pacientes con
SIDA de
Estados Unidos. Desde entonces, la Iglesia Católica —frecuentemente ultrajada y
agredida por el activismo feminista y sodomítico — es la institución privada
más comprometida a
nivel mundial en la
lucha contra este mal tan
frecuente en la población agresora para con ella: actualmente uno de cada
cuatro enfermos de SIDA (el 25%) está siendo atendido por instituciones de la
Iglesia Católica e incluso, en países pobres, la Iglesia asiste al 60% de los
afectados, siendo que los recursos para estos servicios los recauda la propia
Iglesia de fuentes privadas y no de gobiernos[488].
Pero retomando a la
militancia homosexualista vernácula, vale resaltar que si bien por entonces las
prioridades fueron clínicas antes que ideológicas, no obstante en la
intelectualidad surgieron algunas plumas de valor aparente, siendo la más
reconocida la del escritor Oscar Villordo, cultor de un género literario al que
sus afectos denominaron “homo-erotismo”, cuyos libros son considerados de culto
en esos circuitos[489]. Villordo tampoco escapó del SIDA: murió de esa
enfermedad en 1993.
No sin fundamentos, la
“Peste Rosa” causaba pánico en el ambiente homosexual y numerosos famosos
morían en todo el mundo como resultado de ello y, en lo que a la Argentina
concierne, por entonces sacudió a la opinión pública la muerte de numerosos
artistas homosexuales, tal el caso en 1988 de Federico Moura (cantante del
grupo musical “Virus”), el de Miguel Abuelo (cantante de la banda “Los Abuelos
de la Nada”) en 1988, o la muerte del bailarín clásico Jorge Donn en 1992.
Ante el efecto dominó
del SIDA, cualquier lugar o espacio era aprovechado por los miembros de esta
comunidad para intentar concientizar a propios y ajenos: el comediante Antonio
Gasalla —humorista que habitualmente se trasviste representando personajes
femeninos— desde su programa televisivo arengaba a sus correligionarios con una
procaz y desesperada exhortación: “¡No seas forro, usá forro!”[490].