martes, 8 de septiembre de 2020

Cap: 4- La confederación filicida- El sentimentalismo abortista




Cap: 4- La confederación filicida-


El sentimentalismo abortista

Como la evidencia científica está muy por encima de las charlatanerías progresistas, a la postre los grupos feministas y las organizaciones que dicen defender los Derechos Humanos (pero que bregan por matar al niño) acaban abrevando en argumentaciones de tipo sentimental con la sucesiva fabricación de historias de vida traumáticas que —según lamentan sus acongojados cronistas— habría padecido la madre encinta y así, justificar a modo de “mal menor” el pretendido crimen del niño: “La madre es pobre y encima ya tiene otros tres hijos que mantener: uno de dos años, uno de cuatro y otro de seis. Obligarla a tener otro hijo no querido es un acto de insensibilidad”. O sea que en vez de ayudar a rescatar a la mujer de la pobreza, lo que proponen sus voceros es matar al niño por nacer a los fines ahorrativos. Pues bien, como es de sobra sabido que la economía no es el fuerte de los filósofos del progresismo, nosotros que estamos a la derecha y solemos ser más entendidos en la materia, le sugerimos a estos buenos muchachos una oferta superadora y más barata: matemos al hijo más grande (el de seis años en este caso) que es el que naturalmente genera más gastos y preservemos al menor en gestación, dado que por el momento es este último el más barato de mantener. Pero al margen de estas decisiones relativas a la economía familiar, vale agregar que el aborto no es un problema de clase social: se practique por mujeres ricas o pobres, se haga clandestinamente o bajo la protección del Estado, se consume sin medios o con la más sofisticada tecnología, no deja de ser siempre el mismo homicidio contra la vida de un inocente indefenso. Todo lo demás es parte de un anecdotario subalterno que nos distrae del verdadero debate: nadie pretende obligar a la madre a tener un hijo no querido, pero ocurre que “el hijo no querido” ella ya lo tiene consigo, no es algo de existencia potencial sino actual.

Otro argumento sensiblero en el que echan manos los filicidas, es el relativo a la posibilidad de que el bebé no nacido padezca alguna enfermedad o malformación. O sea que el feminismo neomarxista nos dice hora que si el menor padece alguna discapacidad habría que matarlo, tal como se hacía siete Siglos antes de Cristo en el rígido y militarista Estado de Esparta. O como se hacía, asimismo, bajo las leyes eugenésicas del nacional-socialismo que ordenaban el exterminio de los nacidos discapacitados y malformados. Pues bien, más allá de que nosotros consideramos que la solución en este caso no sería matar al niño sino asistirlo médicamente ante su eventual malformación o disfunción, nos interesa el siguiente testimonio brindado por el reconocido constitucionalista brasileño Celso Bastos: “Participé de una discusión en la que un médico, dueño de diversas clínicas, defendía el aborto. Él decía que con un aparato de ultrasonidos, se puede conocer con un 80% de certeza si el feto sufre mongolismo, en cuyo caso podría ser abortado. Entonces le pregunté. Ya que admitía un 20% de inseguridad: ¿por qué no dejar nacer a la criatura y matarla después? Entonces tendríamos un 100% de certeza”[475].

Una vez agotados los trucos sentimentalistas, el militante progresista nos va a sugerir legalizar el aborto pero por motivos prácticos: “Aunque lo prohíba el Código Penal, los abortos se hacen igual. Por ende hay que legalizarlos para evitar el riesgo de salud de la madre que es sometida quirúrgicamente a abortar en lugares clandestinos e inseguros”. Por empezar, la madre que quiere abortar no “es sometida” a lugares clandestinos, sino que ella “voluntariamente se somete” a esos antros para practicar el homicidio. ¿Hay mujeres que corren riesgo de muerte tras abortar en ámbitos no equipados? Sí. Y es lamentable. Pero el detalle es que la mujer que muere al someterse libremente al experimento filicida no es víctima sino victimaria y en su calidad de victimaria acaba accidentalmente muriendo: la verdadera víctima de todo esto es el niño. Análogamente, si un ladrón quiere robar un banco y en este emprendimiento ilegal es abatido por la policía, va de suyo que esta muerte fue una consecuencia no deseada de su actividad criminal: ¿tenemos que despenalizar el robo para que el ladrón no corra más riesgo de muerte entonces?

Pero hay más silogismos dentro del sofisma abortista, tal el caso del argumento “democrático” consistente en citar supuestas encuestas de opinión, en las cuales la mayoría de la población “aprobaría” un eventual proyecto de ley que legalizara dicha práctica. Independiente de la verosimilitud de esos guarismos y de supuestos consensos populares sólo existentes en las fuentes que dicen tener los abortistas, la verdad es que si esa misma encuesta se la pudiéramos hacer a los verdaderos legitimados e interesados para ser encuestados (los niños por nacer), ganaría el NO por el 100% de los consultados.

Otro asunto que ya casi se ha dejado de discutir pero que en su momento fue uno de los argumentos más sólidos de los filicidas, era el ejemplo en el cual la madre corría riesgo de muerte en el caso de continuar con el embarazo. Hoy esta disyuntiva entre dos vidas en pugna quedó en el olvido, porque afortunadamente la ciencia médica hace rato que puede rescatar a los dos pacientes sin mayores complicaciones, y tanto es así que ya por 1979 el reconocido biólogo de la Universidad Complutente José Botella Llusia, afirmaba que “los progresos de la medicina han sido tales que hoy día cualquier cardiópata puede sobrellevar un embarazo y las más graves complicaciones de la preñez pueden ser resueltas sin necesidad de interrumpirlas”, añadiendo que “puede considerarse afortunadamente como  un dilema ya obsoleto”[476], afirmación que luego confirmó la mismísima Organización Mundial de la Salud[477].

Para terminar, el abortista no va a tener otro remedio que tildarnos de “entrometidos” al procurar interferir en un asunto que al parecer nos sería ajeno: “¿Qué derecho tienen estos “inquisitoriales chupacirios” de meterse en el vientre que es privacidad de la madre?” Ocurre que la privacidad del vientre no autoriza a su titular a que se mate dentro de él, del mismo modo que la intimidad de una vivienda no da derecho a sus propietarios a cometer el asesinato de sus hijos dentro de los límites geográficos de aquélla. Por lo tanto, cualquier vecino que advirtiera esa situación estaría moral y legalmente autorizado para llamar a la policía o hacer la denuncia respectiva ante la inminencia del pretenso infanticidio intramuros: tenga el niño 5 meses de gestación o 5 años de edad.

Y como a la postre los argumentos abortistas terminan cayéndose uno a uno, se suele acudir al extrañísimo caso del “embarazo generado por una violación” y entonces, por excepción, sostienen que aquí sí habría que autorizar el aborto. Pero esta excusa no es tan excepcional: curiosamente todas las mujeres que quieren abortar dicen “haber sido violadas” sin tener que probar jamás la violación ni la identidad del violador. En efecto, la inmensa mayoría de estos casos suelen ser burdas mentiras con pretensiones filicidas dado que la legislación local habilita a la mujer a decir que fue violada y con su sólo testimonio verbal “alcanza” para conseguir la autorización judicial y matar al niño, siendo además que es sabido que en las violaciones, justamente por el estrés y el traumatismo de la situación, los casos de producción de embarazo son extrañísimos y aislados: el centro de Ayuda a la Mujer en Méjico confirmó que sólo en el 2,2% de los casos donde se configuró violación hubo posteriormente estado de preñez, por ejemplo.

Pero supongamos por un rato un caso que se presente como verdadero: que una mujer que efectivamente tuvo la desgracia de ser sometida al horrible vejamen y de esa situación, tuvo luego la mala fortuna de quedar embarazada y, por ende, la víctima no quiera tener ni criar a la criatura que lleva en su vientre. ¿Acaso de una situación en la cual la madre es víctima de un delito sexual en vez de castigar al violador tenemos que matar al menor? Ni siquiera el violador es sometido a pena capital porque el progresismo garantista se opone a ello: ¿pero sí se pretende condenar al bebé a dicha sanción?

Obvio que la violación es un crimen abominable, máxime si la mujer tiene que sufrir durante meses el embarazo fortuito y no deseado. Es una tragedia relativamente equiparable a la de aquel que al ser robado por un delincuente es además baleado y por sus heridas tiene que padecer meses de recuperación o, peor aún, pasar sus días en una silla de ruedas: ¿esta terrible desgracia habilita al sufriente a matar a un tercero ajeno al detestable delito?

Que la madre no quiera tener un hijo es una desgracia insalvable: al hijo ya lo tiene consigo mal que le pese. Que no lo quiera criar y hacerse cargo de la criatura sí es algo salvable, puesto que lo puede dar en adopción. Es decir: la desdichada madre no tiene derecho alguno a matar al menor inocente y sí tiene la obligación de parirlo y, luego, dispone de la libertad de elegir darlo o no en adopción. Al mismo tiempo, es el Estado el que tiene que contener afectiva y psicológicamente a la madre ante tan fatídico tránsito y, por supuesto, darle un castigo riguroso y ejemplar al depravado.

Dicen los filicidas que no obstante nuestros argumentos, “la mitad de la biblioteca sostiene que la vida comienza desde la concepción, pero hay otra mitad de la biblioteca que sostiene que la vida empieza después”. Curiosamente la mitad de la biblioteca que promueve el aborto no dice nunca en qué momento exacto se produce la vida y sólo plantea especulaciones e hipótesis que la ciencia ya ha refutado. Pero supongamos que el tema sigue sujeto a discusión, que hay disparidad de criterios y que aún no se puede saber a ciencia cierta quién tiene razón: en este caso habría que manejarse con prudencia y cautela y prohibir por añadidura el aborto, ya que sería ridículo que ante la duda se decida abortar: similar razonamiento es el que le cabe al juez que ante “la duda” nunca puede condenar al imputado. El célebre principio jurídico “Indubio Pro Reo” ordena justamente al Magistrado judicial que ante la duda debe estarse siempre en favor de la inculpabilidad del reo. Análogamente, en la discusión sobre el aborto, si aceptáramos como válido “dudar” o relativizar el momento en el cual se origina la vida, es obvio que la opción ha de ser siempre por aquella que procure salvaguardar al menor (es decir tomar la vida desde la concepción misma) hasta que el “enigma” se disipase, pero jamás someter al niño al juego de una ruleta rusa especulativa con barniz terapéutico: “Me he dado cuenta de que todo el mundo que está a favor del aborto ya ha nacido”, sentenciaba magistralmente Ronald Reagan.

En definitiva, podríamos escribir un libro aparte con la casuística argumentando y contra-argumentando situaciones conflictivas o excepcionales ad infinitum, pero elaborar un trabajo exhaustivo sobre éste no es el propósito del libro presente, aunque tampoco queríamos soslayar un tema tan delicado y tan arraigado en la agenda de la ideología del género.

Por lo demás, por confusos, intrincados y envolventes que pretendan ser los aforismos efectistas del activismo filicida, advertimos que siempre la sana lógica en favor la vida podrá no necesariamente ganar la batalla política pero sí la disputa moral y racional, puesto que, en resumen: sea legal o ilegal, el aborto mata igual.