Cap: 4- La confederación filicida-
El sentimentalismo abortista
Como la evidencia
científica está muy por encima de las charlatanerías progresistas, a la postre
los grupos feministas y las organizaciones que dicen defender los Derechos
Humanos (pero que bregan por matar al niño) acaban abrevando en argumentaciones
de tipo sentimental con la sucesiva fabricación de historias de vida
traumáticas que —según lamentan sus acongojados cronistas— habría padecido la
madre encinta y así, justificar a modo de “mal menor” el pretendido crimen del
niño: “La madre es pobre y encima ya tiene otros tres hijos que mantener: uno
de dos años, uno de cuatro y otro de seis. Obligarla a tener otro hijo no
querido es un acto de insensibilidad”. O sea que en vez de ayudar a rescatar a
la mujer de la pobreza, lo que proponen sus voceros es matar al niño por nacer
a los fines ahorrativos. Pues bien, como es de sobra sabido que la economía no
es el fuerte de los filósofos del progresismo, nosotros que estamos a la derecha
y solemos ser más entendidos en la materia, le sugerimos a estos buenos
muchachos una oferta superadora y más barata: matemos al hijo más grande (el de
seis años en este caso) que es el que naturalmente genera más gastos y
preservemos al menor en gestación, dado que por el momento es este último el
más barato de mantener. Pero al margen de estas decisiones relativas a la
economía familiar, vale agregar que el aborto no es un problema de clase
social: se practique por mujeres ricas o pobres, se haga clandestinamente o
bajo la protección del Estado, se consume sin medios o con la más sofisticada
tecnología, no deja de ser siempre el mismo homicidio contra la vida de un
inocente indefenso. Todo lo demás es parte de un anecdotario subalterno que nos
distrae del verdadero debate: nadie pretende obligar a la madre a tener un hijo
no querido, pero ocurre que “el hijo no querido” ella ya lo tiene consigo, no
es algo de existencia potencial sino actual.
Otro argumento
sensiblero en el que echan manos los filicidas, es el relativo a la posibilidad
de que el bebé no nacido padezca alguna enfermedad o malformación. O sea que el
feminismo neomarxista nos dice hora que si el menor padece alguna discapacidad
habría que matarlo, tal como se hacía siete Siglos antes de Cristo en el rígido
y militarista Estado de Esparta. O como se hacía, asimismo, bajo las leyes
eugenésicas del nacional-socialismo que ordenaban el exterminio de los nacidos
discapacitados y malformados. Pues bien, más allá de que nosotros consideramos
que la solución en este caso no sería matar al niño sino asistirlo médicamente
ante su eventual malformación o disfunción, nos interesa el siguiente
testimonio brindado por el reconocido constitucionalista brasileño Celso
Bastos: “Participé de una discusión en la que un médico, dueño de diversas
clínicas, defendía el aborto. Él decía que con un aparato de ultrasonidos, se
puede conocer con un 80% de certeza si el feto sufre mongolismo, en cuyo caso
podría ser abortado. Entonces le pregunté. Ya que admitía un 20% de
inseguridad: ¿por qué no dejar nacer a la criatura y matarla después? Entonces
tendríamos un 100% de certeza”[475].
Una vez agotados los
trucos sentimentalistas, el militante progresista nos va a sugerir legalizar el
aborto pero por motivos prácticos: “Aunque lo prohíba el Código Penal, los
abortos se hacen igual. Por ende hay que legalizarlos para evitar el riesgo de
salud de la madre que es sometida quirúrgicamente a abortar en lugares
clandestinos e inseguros”. Por empezar, la madre que quiere abortar no “es
sometida” a lugares clandestinos, sino que ella “voluntariamente se somete” a
esos antros para practicar el homicidio. ¿Hay mujeres que corren riesgo de
muerte tras abortar en ámbitos no equipados? Sí. Y es lamentable. Pero el
detalle es que la mujer que muere al someterse libremente al experimento
filicida no es víctima sino victimaria y en su calidad de victimaria acaba
accidentalmente muriendo: la verdadera víctima de todo esto es el niño.
Análogamente, si un ladrón quiere robar un banco y en este emprendimiento
ilegal es abatido por la policía, va de suyo que esta muerte fue una
consecuencia no deseada de su actividad criminal: ¿tenemos que despenalizar el
robo para que el ladrón no corra más riesgo de muerte entonces?
Pero hay más
silogismos dentro del sofisma abortista, tal el caso del argumento
“democrático” consistente en citar supuestas encuestas de opinión, en las
cuales la mayoría de la población “aprobaría” un eventual proyecto de ley que
legalizara dicha práctica. Independiente de la verosimilitud de esos guarismos
y de supuestos consensos populares sólo existentes en las fuentes que dicen
tener los abortistas, la verdad es que si esa misma encuesta se la pudiéramos
hacer a los verdaderos legitimados e interesados para ser encuestados (los
niños por nacer), ganaría el NO por el 100% de los consultados.
Otro asunto que ya
casi se ha dejado de discutir pero que en su momento fue uno de los argumentos
más sólidos de los filicidas, era el ejemplo en el cual la madre corría riesgo
de muerte en el caso de continuar con el embarazo. Hoy esta disyuntiva entre
dos vidas en pugna quedó en el olvido, porque afortunadamente la ciencia médica
hace rato que puede rescatar a los dos pacientes sin mayores complicaciones, y
tanto es así que ya por 1979 el reconocido biólogo de la Universidad
Complutente José Botella Llusia, afirmaba que “los progresos de la medicina han
sido tales que hoy día cualquier cardiópata puede sobrellevar un embarazo y las
más graves complicaciones de la preñez pueden ser resueltas sin necesidad de
interrumpirlas”, añadiendo que “puede considerarse afortunadamente como un dilema ya obsoleto”[476], afirmación que
luego confirmó la mismísima Organización Mundial de la Salud[477].
Para terminar, el
abortista no va a tener otro remedio que tildarnos de “entrometidos” al
procurar interferir en un asunto que al parecer nos sería ajeno: “¿Qué derecho
tienen estos “inquisitoriales chupacirios” de meterse en el vientre que es
privacidad de la madre?” Ocurre que la privacidad del vientre no autoriza a su
titular a que se mate dentro de él, del mismo modo que la intimidad de una
vivienda no da derecho a sus propietarios a cometer el asesinato de sus hijos
dentro de los límites geográficos de aquélla. Por lo tanto, cualquier vecino
que advirtiera esa situación estaría moral y legalmente autorizado para llamar
a la policía o hacer la denuncia respectiva ante la inminencia del pretenso
infanticidio intramuros: tenga el niño 5 meses de gestación o 5 años de edad.
Y como a la postre los
argumentos abortistas terminan cayéndose uno a uno, se suele acudir al
extrañísimo caso del “embarazo generado por una violación” y entonces, por
excepción, sostienen que aquí sí habría que autorizar el aborto. Pero esta
excusa no es tan excepcional: curiosamente todas las mujeres que quieren
abortar dicen “haber sido violadas” sin tener que probar jamás la violación ni
la identidad del violador. En efecto, la inmensa mayoría de estos casos suelen
ser burdas mentiras con pretensiones filicidas dado que la legislación local
habilita a la mujer a decir que fue violada y con su sólo testimonio verbal
“alcanza” para conseguir la autorización judicial y matar al niño, siendo
además que es sabido que en las violaciones, justamente por el estrés y el
traumatismo de la situación, los casos de producción de embarazo son
extrañísimos y aislados: el centro de Ayuda a la Mujer en Méjico confirmó que
sólo en el 2,2% de los casos donde se configuró violación hubo posteriormente
estado de preñez, por ejemplo.
Pero supongamos por un
rato un caso que se presente como verdadero: que una mujer que efectivamente
tuvo la desgracia de ser sometida al horrible vejamen y de esa situación, tuvo
luego la mala fortuna de quedar embarazada y, por ende, la víctima no quiera
tener ni criar a la criatura que lleva en su vientre. ¿Acaso de una situación
en la cual la madre es víctima de un delito sexual en vez de castigar al
violador tenemos que matar al menor? Ni siquiera el violador es sometido a pena
capital porque el progresismo garantista se opone a ello: ¿pero sí se pretende
condenar al bebé a dicha sanción?
Obvio que la violación
es un crimen abominable, máxime si la mujer tiene que sufrir durante meses el
embarazo fortuito y no deseado. Es una tragedia relativamente equiparable a la
de aquel que al ser robado por un delincuente es además baleado y por sus
heridas tiene que padecer meses de recuperación o, peor aún, pasar sus días en
una silla de ruedas: ¿esta terrible desgracia habilita al sufriente a matar a
un tercero ajeno al detestable delito?
Que la madre no quiera
tener un hijo es una desgracia insalvable: al hijo ya lo tiene consigo mal que
le pese. Que no lo quiera criar y hacerse cargo de la criatura sí es algo
salvable, puesto que lo puede dar en adopción. Es decir: la desdichada madre no
tiene derecho alguno a matar al menor inocente y sí tiene la obligación de
parirlo y, luego, dispone de la libertad de elegir darlo o no en adopción. Al
mismo tiempo, es el Estado el que tiene que contener afectiva y
psicológicamente a la madre ante tan fatídico tránsito y, por supuesto, darle
un castigo riguroso y ejemplar al depravado.
Dicen los filicidas
que no obstante nuestros argumentos, “la mitad de la biblioteca sostiene que la
vida comienza desde la concepción, pero hay otra mitad de la biblioteca que
sostiene que la vida empieza después”. Curiosamente la mitad de la biblioteca
que promueve el aborto no dice nunca en qué momento exacto se produce la vida y
sólo plantea especulaciones e hipótesis que la ciencia ya ha refutado. Pero
supongamos que el tema sigue sujeto a discusión, que hay disparidad de
criterios y que aún no se puede saber a ciencia cierta quién tiene razón: en
este caso habría que manejarse con prudencia y cautela y prohibir por añadidura
el aborto, ya que sería ridículo que ante la duda se decida abortar: similar
razonamiento es el que le cabe al juez que ante “la duda” nunca puede condenar
al imputado. El célebre principio jurídico “Indubio Pro Reo” ordena justamente
al Magistrado judicial que ante la duda debe estarse siempre en favor de la
inculpabilidad del reo. Análogamente, en la discusión sobre el aborto, si
aceptáramos como válido “dudar” o relativizar el momento en el cual se origina
la vida, es obvio que la opción ha de ser siempre por aquella que procure
salvaguardar al menor (es decir tomar la vida desde la concepción misma) hasta
que el “enigma” se disipase, pero jamás someter al niño al juego de una ruleta
rusa especulativa con barniz terapéutico: “Me he dado cuenta de que todo el
mundo que está a favor del aborto ya ha nacido”, sentenciaba magistralmente
Ronald Reagan.
En definitiva,
podríamos escribir un libro aparte con la casuística argumentando y
contra-argumentando situaciones conflictivas o excepcionales ad infinitum, pero
elaborar un trabajo exhaustivo sobre éste no es el propósito del libro
presente, aunque tampoco queríamos soslayar un tema tan delicado y tan
arraigado en la agenda de la ideología del género.
Por lo demás, por
confusos, intrincados y envolventes que pretendan ser los aforismos efectistas
del activismo filicida, advertimos que siempre la sana lógica en favor la vida
podrá no necesariamente ganar la batalla política pero sí la disputa moral y
racional, puesto que, en resumen: sea legal o ilegal, el aborto mata igual.