martes, 8 de septiembre de 2020

Homosexualismo cultural-Comunismo y sodomía




PARTE II: Homosexualismo cultural



Capítulo 1: Comunismo y sodomía

 
De los grupos sociales que el neocomunismo ha cooptado como banderín revolucionario para su renovada causa, se encuentra uno que paradojalmente la más ortodoxa izquierda tradicionalmente ha odiado, marginado, demonizado y confinado en campos de concentración todo cuanto pudo: la comunidad homosexual.

Por empezar, fueron los mismísimos ideólogos del comunismo los que abominaron de la sodomía y el propio Friedrich Engels, en carta dirigida en 1869 a su amigo y camarada Karl Marx, sobre el problema homosexual se refirió en los siguientes términos: “Esto que me cuentas son revelaciones contra la naturaleza. Los pederastas comienzan a multiplicarse y a darse cuenta de que ellos forman un poder dentro del Estado. Sólo les faltaba una organización, pero según esto parece ya existir en secreto. Y como se están infiltrando en todos los viejos partidos e incluso en los nuevos, desde Rösing a Schweitzer, su victoria es inevitable. Por suerte, nosotros somos demasiado viejos para tener miedo de ver su victoria, y tener que rendir tributo en cuerpo a los victoriosos (¡!). Pero las nuevas generaciones… De cualquier modo, solo en Alemania es posible que un hombre como éste aparezca y convierta el vicio en una teoría. Desafortunadamente, no es todavía [Karl Heinrich Ullrichs][335] suficientemente valiente para confesar abiertamente ser ‘eso’ y todavía tiene que operar de tapadillo. Pero espera a que el nuevo código penal del Norte de Alemania reconozca los ‘derechos de culo’, esto cambiará bastante. Hasta para pobre gente como nosotros, con nuestra infantil atracción por las mujeres, las cosas están yendo mal. Si uno pudiera tomar contacto con el tal Schweitzer, probablemente nos enteraríamos de la personas de las altas esferas que practican la pederastia; no sería difícil para él porque se mueve en esos ambientes”[336].


No era la primera vez que el emblemático dúo se refería con desdén al asunto. Engels condenó la homosexualidad en distintos pasajes de su obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884), describiéndola como “moralmente deteriorada”, “abominable”, “despreciable” y “degradante”[337], en tanto que Marx respaldó el enfoque apoyándose en el sentido común: “la relación de un hombre con una mujer es la relación más natural de un ser humano con un ser humano”[338] .

Y si bien tras la revolución comunista rusa de 1917 la homosexualidad fue a regañadientes tolerada en los primeros tiempos, el propio Lenin desconfiaba mucho de la misma:

Me parece que la superabundancia de teorías sexuales (...) surge del deseo de justificar la propia vida sexual anormal o excesiva ante la moralidad burguesa y de suplicar por tolerancia hacia uno mismo. Este velado respeto por la moralidad burguesa me es tan repugnante como arraiga en todo aquello que tiene que ver con el sexo. No importa lo rebelde y revolucionario que pueda parecer, al final del análisis es completamente burgués. Es, principalmente, un hobby de los intelectuales y de las secciones más próximas a ellos. No hay sitio para ello en el partido, en el proletariado consciente de las clases y luchador[339]. (Lenin, 1933)

Pero a medida que Stalin eclipsaba el poder de Lenin hasta adueñarse por completo de la revolución[340], la sodomía pasó a ser no sólo despreciada por la doctrina sino combatida por la praxis: “En la sociedad soviética, con sus costumbres sanas, la homosexualidad es vista como una perversión sexual y es considerada vergonzosa y criminal. La legislación penal soviética considera la homosexualidad castigable, con excepción de aquellos casos en los que sea manifestación de un profundo desorden psíquico” sentenciaba la Gran Enciclopedia Soviética[341], en consonancia con el Código Penal Soviético, el cual penó la homosexualidad en su artículo 121 con al menos cinco años de confinamiento en los Gulags: entre 1934 y 1980 fueron condenados cerca de cincuenta mil homosexuales.

Una de las biografías modernas más completas que se hayan publicado sobre Stalin nos la ofrece el historiador italiano Álvaro Lozano, en cuya obra Stalin, el tirano rojo brinda no pocos detalles acerca del hombre “virtuoso y viril” que el Estado socialista se proponía construir a la fuerza: “Los campesinos, considerados ignorantes y sucios, fueron objeto de campañas para convertirlos en ‘cultos’. Se les enseñó a lavarse y a vestir elegantemente a la manera soviética, e incluso se realizó una campaña para que los hombres se afeitasen la barba.

Una instrucción del Komsomol señalaba: ‘lavarse los dientes es un acto revolucionario’. Fumar era considerado perjudicial para el ‘cuerpo soviético’. Un profesor, Nikolai Gredeskul, anunció la creación de hombres nuevos: serían ‘el hombre hermoso del futuro’, en parte obrero y en parte pensador (…). La orden de Stalin de que veintiocho millones de hombres bebiesen un vaso de vodka diario durante cuatro años para elevar la moral garantizó que la siguiente generación de rusos tuviese un claro referente alcohólico. (...) El régimen impuso un nuevo rigorismo moral, como expresión de la ética proletaria del trabajo, y se prohibió la homosexualidad”[342]. Dentro de esta última persecución, hubo un caso particularmente publicitado —en la medida en que ese sistema totalitario permitía difundirlo—, en el cual se encarceló al director de cine Sergio Paradjanov —condenado en 1974 y recién liberado tras purgar varios años de castigo en los campos de concentración. Debido a su calvario, el diputado italiano Angelo Pezzana, organizó en su defensa una conferencia de prensa el 29 de noviembre de 1977 en Moscú, con el fin de protestar contra el despiadado trato que el totalitarismo soviético infligía a los homosexuales[343]. Finalmente, esta normativa represiva para con la sodomía se mantuvo vigente por décadas y recién fue levantada en Rusia en 1993, durante los ablandados tiempos de Boris Yelstin, cuando la URSS, presa de su fracaso, ya había sido formalmente desarticulada el año anterior.

A pesar de todo esto, es notable como muchos homosexuales durante todo el Siglo XX adhirieron o se afiliaron al Partido Comunista de sus respectivos países (que como se sabe dependían de Moscú), tal el caso del argentino Héctor Anabitarte, fundador de “Nuestro Mundo”, una de las primeras pandillas sodomíticas locales creada en los años 60´. Fue en esta contradictoria militancia cuando la Federación Juvenil Comunista vernácula envió al susodicho a Rusia en representación y participación de los festejos que se darían con motivo del 50° aniversario de la revolución de octubre. En ese contexto, el ansioso emisario tomó contacto con Fedotov, sexólogo oficial de la burocracia moscovita y, al preguntarle sobre la homosexualidad, el facultativo ruso respondió secamente: “En la URSS no existe la homosexualidad”[344]. Anabitarte volvió cabizbajo y compungido a la Argentina. Poco después tuvo que abandonar su militancia partidaria al advertir que sus apetencias personales no tendrían lugar en ella.

En cuanto al otro gran aparato del totalitarismo comunista, el nacido en 1949 en la autodenominada República Popular China tras la revolución de Mao Tse Tung, la homosexualidad tampoco fue privada de persecución y castigo: los homosexuales eran condenados no sólo a penas de prisión y castración, sino a pena de muerte en los casos en los que ésta praxis había sido reiterada. Recién en 1997 la sodomía se despenalizó en China, cuando ante la escasez y las hambrunas ocasionadas por el colectivismo, el asiático país comenzó a hacer méritos para “occidentalizarse” y así abrirse paso a la economía de mercado.

En las Américas, para no ser menos, el comunismo cubano dio la nota bajo la máxima sentenciada por el dictador Fidel Castro que rezaba: “la revolución no necesita peluqueros”[345]. Fue entonces cuando el eterno mandamás le dio venia a su obediente fusilador subalterno, el legendario Ernesto Che Guevara —cuyo rostro paradojalmente suele ser exhibido y enaltecido en las manifestaciones homosexuales contemporáneas— para que diseñara a partir de 1959 aquello que fue el tristemente célebre campo de concentración para castigo de sodomitas situado en la Península de Guanacahabibes, verdadera antesala torturante de lo que años después el propio castrismo masificó en la isla mediante numerosos campos de castigo bajo el programa de la UMAP[346], aquella política de represión estatal consistente en secuestrar homosexuales y someterlos a todo tipo de vejámenes procurando con ello su rehabilitación: “Nunca hemos creído que un homosexual pueda personificar las condiciones y requisitos de conducta que nos permita considerarlo un verdadero revolucionario, un verdadero comunista. Una desviación de esa naturaleza choca con el concepto que tenemos de lo que debe ser un militante comunista (…) seré sincero y diré que los homosexuales no deben ser permitidos en cargos donde puedan influenciar a los jóvenes”[347] declaró el propio Castro, quien coherente con sus dichos, en 1968 dictó la siguiente disposición en el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura en La Habana: “Los medios culturales no pueden servir de marco a la proliferación de falsos intelectuales, que pretenden convertir el snobismo, la extravagancia, el homosexualismo y demás aberraciones en manifestaciones de arte revolucionario, alejado de las masas y del espíritu de nuestra revolución”[348].

Algunos pasajes meramente ilustrativos sobre lo que durante décadas ocurrió con la sodomía en la Cuba castrista (el paraíso humanitario del buen progresista occidental), pueden apreciarse en la película basada en hechos verídicos “Antes que anochezca”[349], la cual relata la vida del escritor homosexual Reinaldo Arenas, brutalmente encerrado y torturado durante años por el castrismo. El propio escritor recordó que, a poco de llegar Castro al poder, “comenzó la persecución y se abrieron campos de concentración [...] el acto sexual se convirtió en tabú, mientras que el ‘nuevo hombre’ era proclamado y la masculinidad exaltada”[350]. Reinaldo Arenas padeció encierro y tortura hasta 1980, año en que pudo recuperar su libertad al permitírsele emigrar hacia los Estados Unidos, país donde finalmente el sufriente escritor pasó sus últimos días. Padeciendo el virus del SIDA, murió en 1990.