PARTE II: Homosexualismo cultural
Capítulo 1: Comunismo y sodomía
De los grupos sociales
que el neocomunismo ha cooptado como banderín revolucionario para su renovada
causa, se encuentra uno que paradojalmente la más ortodoxa izquierda
tradicionalmente ha odiado, marginado, demonizado y confinado en campos de
concentración todo cuanto pudo: la comunidad homosexual.
Por empezar, fueron
los mismísimos ideólogos del comunismo los que abominaron de la sodomía y el
propio Friedrich Engels, en carta dirigida en 1869 a su amigo y camarada Karl
Marx, sobre el problema homosexual se refirió en los siguientes términos: “Esto
que me cuentas son revelaciones contra la naturaleza. Los pederastas comienzan
a multiplicarse y a darse cuenta de que ellos forman un poder dentro del
Estado. Sólo les faltaba una organización, pero según esto parece ya existir en
secreto. Y como se están infiltrando en todos los viejos partidos e incluso en
los nuevos, desde Rösing a Schweitzer, su victoria es inevitable. Por suerte,
nosotros somos demasiado viejos para tener miedo de ver su victoria, y tener
que rendir tributo en cuerpo a los victoriosos (¡!). Pero las nuevas generaciones…
De cualquier modo, solo en Alemania es posible que un hombre como éste aparezca
y convierta el vicio en una teoría. Desafortunadamente, no es todavía [Karl
Heinrich Ullrichs][335] suficientemente valiente para confesar abiertamente ser
‘eso’ y todavía tiene que operar de tapadillo. Pero espera a que el nuevo
código penal del Norte de Alemania reconozca los ‘derechos de culo’, esto
cambiará bastante. Hasta para pobre gente como nosotros, con nuestra infantil
atracción por las mujeres, las cosas están yendo mal. Si uno pudiera tomar
contacto con el tal Schweitzer, probablemente nos enteraríamos de la personas
de las altas esferas que practican la pederastia; no sería difícil para él
porque se mueve en esos ambientes”[336].
No era la primera vez
que el emblemático dúo se refería con desdén al asunto. Engels condenó la
homosexualidad en distintos pasajes de su obra El origen de la familia, la
propiedad privada y el Estado (1884), describiéndola como “moralmente
deteriorada”, “abominable”, “despreciable” y “degradante”[337], en tanto que
Marx respaldó el enfoque apoyándose en el sentido común: “la relación de un
hombre con una mujer es la relación más natural de un ser humano con un ser
humano”[338] .
Y si bien tras la
revolución comunista rusa de 1917 la homosexualidad fue a regañadientes
tolerada en los primeros tiempos, el propio Lenin desconfiaba mucho de la
misma:
Me parece que la
superabundancia de teorías sexuales (...) surge del deseo de justificar la
propia vida sexual anormal o excesiva ante la moralidad burguesa y de suplicar
por tolerancia hacia uno mismo. Este velado respeto por la moralidad burguesa
me es tan repugnante como arraiga en todo aquello que tiene que ver con el
sexo. No importa lo rebelde y revolucionario que pueda parecer, al final del
análisis es completamente burgués. Es, principalmente, un hobby de los
intelectuales y de las secciones más próximas a ellos. No hay sitio para ello
en el partido, en el proletariado consciente de las clases y luchador[339].
(Lenin, 1933)
Pero a medida que
Stalin eclipsaba el poder de Lenin hasta adueñarse por completo de la
revolución[340], la sodomía pasó a ser no sólo despreciada por la doctrina sino
combatida por la praxis: “En la sociedad soviética, con sus costumbres sanas,
la homosexualidad es vista como una perversión sexual y es considerada
vergonzosa y criminal. La legislación penal soviética considera la
homosexualidad castigable, con excepción de aquellos casos en los que sea
manifestación de un profundo desorden psíquico” sentenciaba la Gran
Enciclopedia Soviética[341], en consonancia con el Código Penal Soviético, el
cual penó la homosexualidad en su artículo 121 con al menos cinco años de
confinamiento en los Gulags: entre 1934 y 1980 fueron condenados cerca de
cincuenta mil homosexuales.
Una de las biografías
modernas más completas que se hayan publicado sobre Stalin nos la ofrece el
historiador italiano Álvaro Lozano, en cuya obra Stalin, el tirano rojo brinda
no pocos detalles acerca del hombre “virtuoso y viril” que el Estado socialista
se proponía construir a la fuerza: “Los campesinos, considerados ignorantes y
sucios, fueron objeto de campañas para convertirlos en ‘cultos’. Se les enseñó
a lavarse y a vestir elegantemente a la manera soviética, e incluso se realizó
una campaña para que los hombres se afeitasen la barba.
Una instrucción del
Komsomol señalaba: ‘lavarse los dientes es un acto revolucionario’. Fumar era
considerado perjudicial para el ‘cuerpo soviético’. Un profesor, Nikolai
Gredeskul, anunció la creación de hombres nuevos: serían ‘el hombre hermoso del
futuro’, en parte obrero y en parte pensador (…). La orden de Stalin de que
veintiocho millones de hombres bebiesen un vaso de vodka diario durante cuatro
años para elevar la moral garantizó que la siguiente generación de rusos
tuviese un claro referente alcohólico. (...) El régimen impuso un nuevo
rigorismo moral, como expresión de la ética proletaria del trabajo, y se
prohibió la homosexualidad”[342]. Dentro de esta última persecución, hubo un
caso particularmente publicitado —en la medida en que ese sistema totalitario
permitía difundirlo—, en el cual se encarceló al director de cine Sergio
Paradjanov —condenado en 1974 y recién liberado tras purgar varios años de
castigo en los campos de concentración. Debido a su calvario, el diputado
italiano Angelo Pezzana, organizó en su defensa una conferencia de prensa el 29
de noviembre de 1977 en Moscú, con el fin de protestar contra el despiadado
trato que el totalitarismo soviético infligía a los homosexuales[343].
Finalmente, esta normativa represiva para con la sodomía se mantuvo vigente por
décadas y recién fue levantada en Rusia en 1993, durante los ablandados tiempos
de Boris Yelstin, cuando la URSS, presa de su fracaso, ya había sido
formalmente desarticulada el año anterior.
A pesar de todo esto,
es notable como muchos homosexuales durante todo el Siglo XX adhirieron o se
afiliaron al Partido Comunista de sus respectivos países (que como se sabe
dependían de Moscú), tal el caso del argentino Héctor Anabitarte, fundador de “Nuestro
Mundo”, una de las primeras pandillas sodomíticas locales creada en los años
60´. Fue en esta contradictoria militancia cuando la Federación Juvenil
Comunista vernácula envió al susodicho a Rusia en representación y
participación de los festejos que se darían con motivo del 50° aniversario de
la revolución de octubre. En ese contexto, el ansioso emisario tomó contacto
con Fedotov, sexólogo oficial de la burocracia moscovita y, al preguntarle
sobre la homosexualidad, el facultativo ruso respondió secamente: “En la URSS
no existe la homosexualidad”[344]. Anabitarte volvió cabizbajo y compungido a
la Argentina. Poco después tuvo que abandonar su militancia partidaria al
advertir que sus apetencias personales no tendrían lugar en ella.
En cuanto al otro gran
aparato del totalitarismo comunista, el nacido en 1949 en la autodenominada
República Popular China tras la revolución de Mao Tse Tung, la homosexualidad
tampoco fue privada de persecución y castigo: los homosexuales eran condenados
no sólo a penas de prisión y castración, sino a pena de muerte en los casos en
los que ésta praxis había sido reiterada. Recién en 1997 la sodomía se
despenalizó en China, cuando ante la escasez y las hambrunas ocasionadas por el
colectivismo, el asiático país comenzó a hacer méritos para “occidentalizarse”
y así abrirse paso a la economía de mercado.
En las Américas, para
no ser menos, el comunismo cubano dio la nota bajo la máxima sentenciada por el
dictador Fidel Castro que rezaba: “la revolución no necesita peluqueros”[345].
Fue entonces cuando el eterno mandamás le dio venia a su obediente fusilador
subalterno, el legendario Ernesto Che Guevara —cuyo rostro paradojalmente suele
ser exhibido y enaltecido en las manifestaciones homosexuales contemporáneas—
para que diseñara a partir de 1959 aquello que fue el tristemente célebre campo
de concentración para castigo de sodomitas situado en la Península de
Guanacahabibes, verdadera antesala torturante de lo que años después el propio
castrismo masificó en la isla mediante numerosos campos de castigo bajo el
programa de la UMAP[346], aquella política de represión estatal consistente en
secuestrar homosexuales y someterlos a todo tipo de vejámenes procurando con
ello su rehabilitación: “Nunca hemos creído que un homosexual pueda
personificar las condiciones y requisitos de conducta que nos permita
considerarlo un verdadero revolucionario, un verdadero comunista. Una
desviación de esa naturaleza choca con el concepto que tenemos de lo que debe
ser un militante comunista (…) seré sincero y diré que los homosexuales no
deben ser permitidos en cargos donde puedan influenciar a los jóvenes”[347]
declaró el propio Castro, quien coherente con sus dichos, en 1968 dictó la
siguiente disposición en el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura en
La Habana: “Los medios culturales no pueden servir de marco a la proliferación
de falsos intelectuales, que pretenden convertir el snobismo, la extravagancia,
el homosexualismo y demás aberraciones en manifestaciones de arte
revolucionario, alejado de las masas y del espíritu de nuestra
revolución”[348].
Algunos pasajes
meramente ilustrativos sobre lo que durante décadas ocurrió con la sodomía en
la Cuba castrista (el paraíso humanitario del buen progresista occidental),
pueden apreciarse en la película basada en hechos verídicos “Antes que
anochezca”[349], la cual relata la vida del escritor homosexual Reinaldo
Arenas, brutalmente encerrado y torturado durante años por el castrismo. El
propio escritor recordó que, a poco de llegar Castro al poder, “comenzó la
persecución y se abrieron campos de concentración [...] el acto sexual se
convirtió en tabú, mientras que el ‘nuevo hombre’ era proclamado y la
masculinidad exaltada”[350]. Reinaldo Arenas padeció encierro y tortura hasta
1980, año en que pudo recuperar su libertad al permitírsele emigrar hacia los
Estados Unidos, país donde finalmente el sufriente escritor pasó sus últimos
días. Padeciendo el virus del SIDA, murió en 1990.