PARTE 2: Feminismo e ideología de género
XIX- Breve comentario final
Creemos haber llegado
a este punto habiendo dado un pantallazo de la evolución del feminismo desde su
génesis hasta nuestros días, y no sólo en lo que hace a la ideología feminista
como tal, sino también a sus prácticas concretas. Pues bien, en esta instancia
se hace necesario dar entonces un breve comentario final.
El feminismo tuvo un
origen noble. Hombres y mujeres lucharon por el acceso de estas últimas a los
derechos de ciudadanía, y ello representó un gran avance para todas las
sociedades que fueron cumpliendo con estas demandas. Pero cuando el marxismo se
puso a la cabeza del feminismo, configuró y difundió una ideología nociva según
la cual “el hombre es el burgués y la mujer el proletariado” (Engels),
inyectando la noción de un conflicto irresoluble entre los sexos: “La guerra
contra las mujeres”, parafraseando un proyecto contemporáneo del Parlamento
canadiense.
Así, la vieja
izquierda hacía rato que había encontrado en la mujer un grupo social
importantísimo para su revolución, pero la subordinó a la lucha obrera. Era la
revolución de clases la que liberaba a los sexos, y no la revolución de los
sexos la que liberaba a las clases. Pero esto se trastocó con el inicio de la
crisis del marco filosófico —producto a su vez de crisis políticas y
económicas— que alimentó a aquel comunismo ortodoxo: surgió entonces una “nueva
izquierda”, deseosa de encontrar nuevos grupos sociales —distintos del
“aburguesado proletario”— que fueran capaces de ser guiados en la lucha
anticapitalista contra las superestructuras sociales y morales que
presuntamente sostienen al sistema. Y así vinieron las feministas de género,
dispuestas a “deconstruir” incluso nuestra naturaleza humana misma en el marco
de una declarada batalla cultural, al punto tal que terminaron afirmando, valga
la paradoja, que la mujer no existe.
Es imposible no
asombrarse frente a la ineluctable distancia que separa a los inicios del
feminismo respecto de su actualidad radical. La continuidad parece ser
simplemente de nombre, lo que nos obliga a dejar planteada la siguiente
pregunta: ¿No sería conveniente, a los efectos de evitar generalizaciones
erradas, llamar de otra manera a aquellas mujeres que lucharon siglos atrás por
causas loables? ¿O bien llamar de otra manera a nuestras feministas radicales
de hoy? Algunos ya han empezado a utilizar esta estrategia, habiendo bautizado
a estas últimas con la ingeniosa etiqueta de “feminazis”, en referencia a su
declarado odio político basado en criterios sexuales. Otros usan la palabra
“hembrismo”, para marcar su carácter reverso de la ideología “machista”. Dado
que es el lenguaje el principal terreno de una lucha cultural, creo interesante
no sólo estos ejemplos, sino jugar e innovar nuevas maneras de denominar a
estos grupos, que impidan la confusión que ellos mismos promueven para dar
sensaciones de aprobación general a su causa.
En efecto, “feminismo”
es una etiqueta que suele despertar simpatías casi automáticas, y nuestro
inconsciente colectivo la asocia directamente a objetivos nobles, como la lucha
por el acceso a derechos políticos o contra la violencia hacia la mujer. Pero
estamos seguros que una abrumadora mayoría de las personas que pueden haber
leído este libro y que han llegado hasta esta instancia en su lectura, aun considerándose
a sí mismos “feministas”, no tenían conocimiento previo de la mayor parte de la
información aquí brindada. Las únicas que pueden sacar rédito de esta confusión
generada son las feministas radicales. Pues muchos podrían argumentar: lo que
aquí se ha descrito no es feminismo, es una radicalidad, es un extremismo que
no tiene nada que ver con el “feminismo verdadero”. Pero la verdad es que esta
radicalidad aquí expuesta no sólo se llama a sí mismo también “feminismo”, sino
que para el pesar de aquellos que piensan que feminismo es otra cosa, el
feminismo radical es mainstream en el mundo político y académico, y su fuerza
como movimiento ideológico se nos presenta como una curva que asciende
vertiginosamente y que ya impone sus demandas en muchos puntos del planeta, sin
que prácticamente nadie se atreva a enfrentarlo.