PARTE II: Homosexualismo cultural
¿Alianza nueva y eterna?
Si bien la historia de
la militancia homosexual viene de larga data, tomaremos como punto referencial
e inicial al activista estadounidense Harry Hay[351], personaje nacido en 1912
y afiliado al Partido Comunista desde 1934, quien fusionando la dialéctica
marxista a su afición libidinosa, difundió la novedosa teoría de que los
invertidos constituían una “minoría cultural” oprimida por la “mayoría
heterosexual dominante” y con ello, Harry Hay y sus incipientes seguidores no
sólo acercaron nexos entre activistas de izquierda y el movimiento homosexual
—a pesar de que en la Unión Soviética los homosexuales eran destratados—, sino
que como propaganda complementaria procuraron atraer la compasión de aquellas
personas sentimentales que, aunque no fueran homosexuales, se “solidarizaban”
con esta causa ante la presunta “opresión” de la que esta victimizada “minoría
cultural” sería objeto por parte de la insensible “heterosexualidad
patriarcal”.
Con estas dialécticas
pretensiones, el infatigable Harry Hay creó un primer grupo militante conocido
como la “Sociedad Mattachine”, cónclave que según él mismo confesó: “fue
incuestionablemente el comienzo del moderno movimiento homosexual” cuyo
objetivo era “unificar, educar y dirigir a toda la masa de desviados
sociales”[352]. Meta que el propio Hay promovió con su triste ejemplo personal,
dado que además de dirigente homosexual fue un incansable promotor de la
NAMBLA[353] (North American Man/Boy Love Association, Asociación norteamericana
por el amor entre hombres y chicos), aberrante corporación mundial de pedófilos
en la cual el propio Hay disertaba como invitado de honor en sus repugnantes
tertulias, en las cuales declaraba autorreferencialmente que cuando él tenía
nueve años fueron varios los hombres que lo buscaron “y le dieron la
oportunidad de aprender el amor y la confianza en edad tan precoz”[354].
Fue durante esta
retorcida militancia cuando Hay incursionó también en la promoción de la
androginia, deliberadamente propagada en el manifiesto de su Sociedad
Mattachine: “Nosotros, los andróginos del mundo hemos formado este colectivo
responsable para demostrar por medio de nuestro esfuerzo, que nuestras
limitaciones físicas y psicológicas no son impedimento para ser un 10% de la
población mundial que contribuye al progreso social de la humanidad”[355].
Como vemos, en esta
suerte de “declaración de principios”, Hay hace mención a uno de los mitos más
exitosamente repetidos por la militancia homosexual —que perdura hasta nuestros
días—, el cual consiste en agigantar las cifras poblacionales de quienes
practican esta actividad genital a los efectos de “normalizar” o “naturalizar”
la conducta y así, exhibirla como una praxis masificada o de uso corriente,
aunque en verdad el publicitado número del “10% de población mundial
homosexual” no revista ninguna correspondencia con la realidad. Vayamos a
cuentas sobre este último punto que no es un debate menor.
El origen de este
insistente truco matemático consistente en cuantificar el número poblacional
homosexual se basó en difundir ciertos datos oportunamente adulterados por el
conocido zoólogo Alfred Kinsey, un psicópata que además de homosexual era
conocido por su afección a la pedofilia, el sadomasoqiusmo y la zoofilia[356],
quien en un publicitado informe publicado en los años ´50, sentencia justamente
que el 10% de la población era homosexual habitual y que al menos un 20% de la
humanidad había mantenido en alguna ocasión sexo homosexual. Esta estafa
pseudocientífica fue fundamentada por Kinsey tras “estudiar” 5300 casos de
pacientes presuntos, sin aclarar que varias decenas de los consultados eran
prostitutos particularmente escogidos, otros tantos pedófilos especialmente
seleccionados; 1500 encuestados eran presidiarios y más de 1200 fueron
convictos condenados ni siquiera
por delitos ajenos a
la materia de estudio, sino por crímenes sexuales. O sea, de toda esta
selectiva fauna se nutrió Kinsey para avalar su número cabalístico y así,
concluir con que el 10% de la población mundial era homosexual. Esta farsa
contaba con el agravante no menor de que, como fuera señalado, la mayor parte
de la población estudiada era comunidad carcelaria —y encima condenada por
delitos sexuales—, la cual tiene mayor propensión a mantener
circunstancialmente alguna relación homosexual —muchas veces de manera forzosa—
aunque condicionada por la situación de encierro: “La homosexualidad de los
reos en las cárceles no es genuina, sino sólo facultativa u ocasional, puesto
que en cuanto pueden buscan a una mujer y dejan de presentar los síntomas
señalados”[357] confirmó tras sus investigaciones el eminente
neurólogo-psiquiatra chileno Armando Roa. Dicho de otro modo: el informe Kinsey
tiene un rigor estadístico similar a tomarse un avión hasta París, pararse en
una esquina de un barrio promedio, encuestar a 5000 transeúntes y entonces
llegar a la conclusión de que la mayoría absoluta de la población mundial habla
en francés.
Posteriormente, un
sinfín de estudios científicos elaborados por eminencias académicas y no por
pervertidos como Kinsey que alteraban variables para autojustificar sus
miserias personales, confirmaron categóricamente que la arbitrariedad numérica
del “10%” no tenía el menor asidero y que el quantum de la población homosexual
oscilaría en verdad entre el 1% y el 2,1% del total de la población
mundial[358], siendo que además estas cifras fluctuantes son coincidentes con
las que resultan de promediar los 32 últimos informes científicos internacionales
más reconocidos y cuyos datos transcriptos y compilados de todos y cada uno de
ellos no hemos transcripto por cuestiones de economía, pero que el lector puede
consultar uno por uno en el enlace enseñado a pie de página[359].
Una vez que arribamos
a la confirmación científica de que la población homosexual es
cuantitativamente muy inferior a la que estos activistas agigantaban
artificialmente en el afán de “naturalizar” sus hábitos, queda más que claro
que este sector es mucho más ruidoso que numeroso, y que sus proclamas y
reclamos no forman parte de una “necesidad de la sociedad” sino de discutibles
pretensiones de un sector marginal que se ha convertido en poderoso, al estar
apañado por centros financieros del progresismo internacional[360], la intelectualidad
de izquierda, el centrismo “bienpensante” y parte de una opinión pública
desatenta o desinformada.
Pero lo cierto es que
al multiplicarse ficcionariamente las cifras de homosexuales (el artificioso
“10%”), el entonces dirigente Harry Hay advirtió que se le presentaba un
notable mercado cautivo para su activismo político y así lo analizó el
periodista español especializado en el asunto Rafael Palacios en La
conspiración del movimiento gay, su documentado libro: “Cuando leyó que Kinsey
afirmaba el mítico 10%, Harry Hay pensó que tenía por delante el comienzo de un
movimiento político que se definiría ‘no como gente que realiza actos de
sodomía’ (como en aquella época se les denominaba) y es una definición en base
a una actividad, sino como gente que ‘es algo’. En otras palabras: se generaba,
de la noche a la mañana, una nueva identidad humana, una clase social
discriminada”[361], añadiendo que entonces “Harry Hay se apropió de esta
estadística para cambiar el concepto de ‘la persona que practica la sodomía’
por la persona que ‘es homosexual’, tomando del comunismo (a pesar de que Marx
y Engels se opusieron a él) el concepto de ‘minoría oprimida’ y creando,
literalmente, una clase oprimida homosexual”[362].
Tiempo después, por
celos internos Harry Hay se distanció de su primera creación (la Sociedad
Mattachine) para seguidamente fundar otra camarilla homosexual llamada “Radical
Faeries” (Hadas Radicales)[363], un grupete de travestidos “neopaganos” que
participaban de rituales exóticos disfrazados de hadas. Este pintoresco club
supo ramificarse en muchos países, siempre intentando amalgamar estas
disipaciones eróticas con el marxismo, procurando así instalar una visión
revolucionaria de su causa al forzar la adaptación de la “lucha de clases”
marxista a la agenda homosexual. Según escribió el propio Harry Hay en
desopilante libro de su autoría:
“El mundo que
heredamos, el mundo de la Tradición, enteramente orientado y dominado por
Hetero-machos (…) nuestra historia, nuestra filosofía, nuestra psicología,
nuestra cultura y las propias formas de comunicación, todo, está concebido
desde una perspectiva sujetoOBJETO (…). Los hombres y las mujeres son —sexual,
emocional y espiritualmente— unos del otro (…). Nosotros, hadas, debemos ser
esencialmente ajenos a todo eso. Porque esos otros con quienes ansiamos
ligarnos, relacionarnos, deslizarnos dentro de ellos, fusionarnos, son otros
como yo, son SUJETOS. (…) Como YO. (…) Las hadas deben empezar a arrojar la
asquerosa piel verde de sapo, de la heteroimitación, y descubrir al encantador
no-HOMBRE, conscientemente homosexual, que brilla debajo de aquella”[364] (Hay,
1996)
Confesiones de los
integrantes de las “Hadas Radicales” establecen que ellos arrogaban en sus
reuniones la personificación de un hada como una suerte de “identidad
auto-asumida”, idealizando así la femineidad en un hombre homosexual. Para
muchos de ellos, el objetivo de personificar un ente etéreo que expresa
identidad de género, de femenino a masculino y todos los puntos intermedios, es
el camino para “transcender los límites de la condición humana” según sus
propias afirmaciones: “El núcleo espiritual de las Hadas Radicales era el mismo
que su fundador Harry Hay preveía para su Sociedad Mattachine original: la
convicción de que los hombres homosexuales eran espiritualmente diferentes de
las otras personas. Ellos estaban más en contacto con la naturaleza, el placer
corporal y la verdadera esencia de la naturaleza humana, que abarca lo
masculino y lo femenino” señala el escritor homosexual Michael Bronski en su
apología dedicada a su venerado líder, titulada El verdadero Harry Hay[365]
(panegírico publicado en el Boston Phoenix).
Podríamos decir
entonces que estos fueron los comienzos y primeros intentos de amalgama
visiblemente militante entre marxismo y homosexualismo, iniciativa nacida en
los Estados Unidos y que luego fuera tomada y pregonada en ese país por muchos
activistas posteriores, tal el caso de Joan Garry, directora de la Gay and
Lesbian Alliance Against Defamation (Alianza de Homosexuales y Lesbianas contra
la Difamación)[366], quien parafraseando las consignas de la revolución
comunista en China, sostenía que el papel de su organización consistía en
“transformar el corazón y la mente de las personas”, exactamente la misma frase
que usaba Mao Tse Tung para referirse al guerrillero campesino en su revolución
armada de fin de los años ‘40. “El movimiento homosexual no es un movimiento de
derechos ciudadanos, ni un movimiento de liberación sexual, sino una revolución
moral”[367] sentenció el famoso activista norteamericando Paul Varnell, por
cuyas costumbres murió de SIDA en el año 2011.
Como vemos, en el gran
país del norte el movimiento homosexual comenzaba a unificar su discurso, sus
alianzas políticas y su lenguaje.