martes, 8 de septiembre de 2020

Homosexualismo cultural ¿Alianza nueva y eterna?




PARTE II: Homosexualismo cultural


¿Alianza nueva y eterna?

Si bien la historia de la militancia homosexual viene de larga data, tomaremos como punto referencial e inicial al activista estadounidense Harry Hay[351], personaje nacido en 1912 y afiliado al Partido Comunista desde 1934, quien fusionando la dialéctica marxista a su afición libidinosa, difundió la novedosa teoría de que los invertidos constituían una “minoría cultural” oprimida por la “mayoría heterosexual dominante” y con ello, Harry Hay y sus incipientes seguidores no sólo acercaron nexos entre activistas de izquierda y el movimiento homosexual —a pesar de que en la Unión Soviética los homosexuales eran destratados—, sino que como propaganda complementaria procuraron atraer la compasión de aquellas personas sentimentales que, aunque no fueran homosexuales, se “solidarizaban” con esta causa ante la presunta “opresión” de la que esta victimizada “minoría cultural” sería objeto por parte de la insensible “heterosexualidad patriarcal”.

Con estas dialécticas pretensiones, el infatigable Harry Hay creó un primer grupo militante conocido como la “Sociedad Mattachine”, cónclave que según él mismo confesó: “fue incuestionablemente el comienzo del moderno movimiento homosexual” cuyo objetivo era “unificar, educar y dirigir a toda la masa de desviados sociales”[352]. Meta que el propio Hay promovió con su triste ejemplo personal, dado que además de dirigente homosexual fue un incansable promotor de la NAMBLA[353] (North American Man/Boy Love Association, Asociación norteamericana por el amor entre hombres y chicos), aberrante corporación mundial de pedófilos en la cual el propio Hay disertaba como invitado de honor en sus repugnantes tertulias, en las cuales declaraba autorreferencialmente que cuando él tenía nueve años fueron varios los hombres que lo buscaron “y le dieron la oportunidad de aprender el amor y la confianza en edad tan precoz”[354].

Fue durante esta retorcida militancia cuando Hay incursionó también en la promoción de la androginia, deliberadamente propagada en el manifiesto de su Sociedad Mattachine: “Nosotros, los andróginos del mundo hemos formado este colectivo responsable para demostrar por medio de nuestro esfuerzo, que nuestras limitaciones físicas y psicológicas no son impedimento para ser un 10% de la población mundial que contribuye al progreso social de la humanidad”[355].

Como vemos, en esta suerte de “declaración de principios”, Hay hace mención a uno de los mitos más exitosamente repetidos por la militancia homosexual —que perdura hasta nuestros días—, el cual consiste en agigantar las cifras poblacionales de quienes practican esta actividad genital a los efectos de “normalizar” o “naturalizar” la conducta y así, exhibirla como una praxis masificada o de uso corriente, aunque en verdad el publicitado número del “10% de población mundial homosexual” no revista ninguna correspondencia con la realidad. Vayamos a cuentas sobre este último punto que no es un debate menor.

El origen de este insistente truco matemático consistente en cuantificar el número poblacional homosexual se basó en difundir ciertos datos oportunamente adulterados por el conocido zoólogo Alfred Kinsey, un psicópata que además de homosexual era conocido por su afección a la pedofilia, el sadomasoqiusmo y la zoofilia[356], quien en un publicitado informe publicado en los años ´50, sentencia justamente que el 10% de la población era homosexual habitual y que al menos un 20% de la humanidad había mantenido en alguna ocasión sexo homosexual. Esta estafa pseudocientífica fue fundamentada por Kinsey tras “estudiar” 5300 casos de pacientes presuntos, sin aclarar que varias decenas de los consultados eran prostitutos particularmente escogidos, otros tantos pedófilos especialmente seleccionados; 1500 encuestados eran presidiarios y más de 1200 fueron convictos condenados ni siquiera

por delitos ajenos a la materia de estudio, sino por crímenes sexuales. O sea, de toda esta selectiva fauna se nutrió Kinsey para avalar su número cabalístico y así, concluir con que el 10% de la población mundial era homosexual. Esta farsa contaba con el agravante no menor de que, como fuera señalado, la mayor parte de la población estudiada era comunidad carcelaria —y encima condenada por delitos sexuales—, la cual tiene mayor propensión a mantener circunstancialmente alguna relación homosexual —muchas veces de manera forzosa— aunque condicionada por la situación de encierro: “La homosexualidad de los reos en las cárceles no es genuina, sino sólo facultativa u ocasional, puesto que en cuanto pueden buscan a una mujer y dejan de presentar los síntomas señalados”[357] confirmó tras sus investigaciones el eminente neurólogo-psiquiatra chileno Armando Roa. Dicho de otro modo: el informe Kinsey tiene un rigor estadístico similar a tomarse un avión hasta París, pararse en una esquina de un barrio promedio, encuestar a 5000 transeúntes y entonces llegar a la conclusión de que la mayoría absoluta de la población mundial habla en francés.

Posteriormente, un sinfín de estudios científicos elaborados por eminencias académicas y no por pervertidos como Kinsey que alteraban variables para autojustificar sus miserias personales, confirmaron categóricamente que la arbitrariedad numérica del “10%” no tenía el menor asidero y que el quantum de la población homosexual oscilaría en verdad entre el 1% y el 2,1% del total de la población mundial[358], siendo que además estas cifras fluctuantes son coincidentes con las que resultan de promediar los 32 últimos informes científicos internacionales más reconocidos y cuyos datos transcriptos y compilados de todos y cada uno de ellos no hemos transcripto por cuestiones de economía, pero que el lector puede consultar uno por uno en el enlace enseñado a pie de página[359].

Una vez que arribamos a la confirmación científica de que la población homosexual es cuantitativamente muy inferior a la que estos activistas agigantaban artificialmente en el afán de “naturalizar” sus hábitos, queda más que claro que este sector es mucho más ruidoso que numeroso, y que sus proclamas y reclamos no forman parte de una “necesidad de la sociedad” sino de discutibles pretensiones de un sector marginal que se ha convertido en poderoso, al estar apañado por centros financieros del progresismo internacional[360], la intelectualidad de izquierda, el centrismo “bienpensante” y parte de una opinión pública desatenta o desinformada.

Pero lo cierto es que al multiplicarse ficcionariamente las cifras de homosexuales (el artificioso “10%”), el entonces dirigente Harry Hay advirtió que se le presentaba un notable mercado cautivo para su activismo político y así lo analizó el periodista español especializado en el asunto Rafael Palacios en La conspiración del movimiento gay, su documentado libro: “Cuando leyó que Kinsey afirmaba el mítico 10%, Harry Hay pensó que tenía por delante el comienzo de un movimiento político que se definiría ‘no como gente que realiza actos de sodomía’ (como en aquella época se les denominaba) y es una definición en base a una actividad, sino como gente que ‘es algo’. En otras palabras: se generaba, de la noche a la mañana, una nueva identidad humana, una clase social discriminada”[361], añadiendo que entonces “Harry Hay se apropió de esta estadística para cambiar el concepto de ‘la persona que practica la sodomía’ por la persona que ‘es homosexual’, tomando del comunismo (a pesar de que Marx y Engels se opusieron a él) el concepto de ‘minoría oprimida’ y creando, literalmente, una clase oprimida homosexual”[362].

Tiempo después, por celos internos Harry Hay se distanció de su primera creación (la Sociedad Mattachine) para seguidamente fundar otra camarilla homosexual llamada “Radical Faeries” (Hadas Radicales)[363], un grupete de travestidos “neopaganos” que participaban de rituales exóticos disfrazados de hadas. Este pintoresco club supo ramificarse en muchos países, siempre intentando amalgamar estas disipaciones eróticas con el marxismo, procurando así instalar una visión revolucionaria de su causa al forzar la adaptación de la “lucha de clases” marxista a la agenda homosexual. Según escribió el propio Harry Hay en desopilante libro de su autoría:

“El mundo que heredamos, el mundo de la Tradición, enteramente orientado y dominado por Hetero-machos (…) nuestra historia, nuestra filosofía, nuestra psicología, nuestra cultura y las propias formas de comunicación, todo, está concebido desde una perspectiva sujetoOBJETO (…). Los hombres y las mujeres son —sexual, emocional y espiritualmente— unos del otro (…). Nosotros, hadas, debemos ser esencialmente ajenos a todo eso. Porque esos otros con quienes ansiamos ligarnos, relacionarnos, deslizarnos dentro de ellos, fusionarnos, son otros como yo, son SUJETOS. (…) Como YO. (…) Las hadas deben empezar a arrojar la asquerosa piel verde de sapo, de la heteroimitación, y descubrir al encantador no-HOMBRE, conscientemente homosexual, que brilla debajo de aquella”[364] (Hay, 1996)

Confesiones de los integrantes de las “Hadas Radicales” establecen que ellos arrogaban en sus reuniones la personificación de un hada como una suerte de “identidad auto-asumida”, idealizando así la femineidad en un hombre homosexual. Para muchos de ellos, el objetivo de personificar un ente etéreo que expresa identidad de género, de femenino a masculino y todos los puntos intermedios, es el camino para “transcender los límites de la condición humana” según sus propias afirmaciones: “El núcleo espiritual de las Hadas Radicales era el mismo que su fundador Harry Hay preveía para su Sociedad Mattachine original: la convicción de que los hombres homosexuales eran espiritualmente diferentes de las otras personas. Ellos estaban más en contacto con la naturaleza, el placer corporal y la verdadera esencia de la naturaleza humana, que abarca lo masculino y lo femenino” señala el escritor homosexual Michael Bronski en su apología dedicada a su venerado líder, titulada El verdadero Harry Hay[365] (panegírico publicado en el Boston Phoenix).

Podríamos decir entonces que estos fueron los comienzos y primeros intentos de amalgama visiblemente militante entre marxismo y homosexualismo, iniciativa nacida en los Estados Unidos y que luego fuera tomada y pregonada en ese país por muchos activistas posteriores, tal el caso de Joan Garry, directora de la Gay and Lesbian Alliance Against Defamation (Alianza de Homosexuales y Lesbianas contra la Difamación)[366], quien parafraseando las consignas de la revolución comunista en China, sostenía que el papel de su organización consistía en “transformar el corazón y la mente de las personas”, exactamente la misma frase que usaba Mao Tse Tung para referirse al guerrillero campesino en su revolución armada de fin de los años ‘40. “El movimiento homosexual no es un movimiento de derechos ciudadanos, ni un movimiento de liberación sexual, sino una revolución moral”[367] sentenció el famoso activista norteamericando Paul Varnell, por cuyas costumbres murió de SIDA en el año 2011.

Como vemos, en el gran país del norte el movimiento homosexual comenzaba a unificar su discurso, sus alianzas políticas y su lenguaje.