Cap: 6 La autodestrucción homosexual
La autodestrucción más allá del SIDA
Pero las secuelas
graves por incurrir en la conducta homosexual exceden con creces el drama
puntual del SIDA. Un informe del servicio de salud pública inglés (Public
Health England) emitido a fines de junio de 2015, reveló un fuerte aumento en
las enfermedades de transmisión sexual (ETS) entre hombres homosexuales en ese
país, en proporción considerablemente mayor al resto de la población. Las
cifras del citado organismo indican que, mientras la sífilis se ha incrementado
en un 33% en total, ese incremento ha sido del 47% entre varones homosexuales.
Análogamente, la gonorrea tuvo un aumento del 19% en la población en general,
pero entre los sodomitas creció casi al doble: 32%[585]. Situación similar se
registró por ejemplo en España, donde según datos gubernamentales
(proporcionados por el Instituto Carlos III[586] de biomedicina), entre el
decenio que va del año 2000 al 2010, los casos de sífilis y gonorrea se
duplicaron y triplicaron respectivamente entre la población homosexual.
Prácticamente todas las enfermedades de transmisión sexual (ETS) han sufrido
incrementos en ese país (papiloma, sífilis, gonococia, clamidia y VIH) reveló
el directivo de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y
Microbiología Clínica (SEIMC) Doctor Rafael Cantón, quien detalló que los más
afectados son los homosexuales: el 89% de los diagnósticos de VIH, el 83% de
las gonorreas, el 91% de las sífilis y el 55% de las clamidias se dieron en
población sodomita[587]. Pero estos coeficientes empeoran todavía más en el
caso del linfogranuloma venérea, patología que ataca en un 99,5% a
homosexuales[588] y apenas el 0,5% al resto de la población. En otra latitud,
desde el Canadian Medical Association Journal se informó en el 2015 acerca de una
nueva enfermedad de transmisión sexual provocada por una bacteria denominada
linfogranuloma venéreo (LGV): el 100% de los afectados por esta triste novedad
son homosexuales[589].
Y si nos adentramos en
otros planos como por ejemplo el emocional y psicológico, cabe agregar los
notables datos complementarios que nos confirman la evidente propensión al
desequilibrio en las personas con trastornos homosexuales. La primera Encuesta
Nacional del CDC, el varias veces citado órgano oficial de salud del gobierno
de los Estados Unidos, reveló que las personas lesbianas, homo y bisexuales
enfrentan mayor inclinación al vicio y a padecer “problemas psicológicos graves” en
comparación con las personas heterosexuales. Según el estudio, un porcentaje
más alto de adultos entre las edades de 18 y 64 años, identificados como
varones homosexuales (el 27,2 por ciento) eran actualmente fumadores, mientras
que entre los heterosexuales la cifra es sólo del 19,6 por ciento. Asimismo, el
27,2 por ciento de mujeres que se identificaron como lesbianas y el 29,4 por
ciento de mujeres que se identificaron como bisexuales eran actualmente
fumadoras de cigarrillos, cifra que casi duplica al 16,9 por ciento de mujeres
fumadoras que se identificaron como heterosexuales. Este mismo estudio indicó
también que las personas homosexuales presentaron un mayor consumo de alcohol
respecto a las heterosexuales: un porcentaje más alto de adultos entre las
edades de 18 y 64 años que se identificaron como homosexuales o lesbianas (35,1
por ciento) o bisexuales (41,5%) reportaron haber padecido problemas con el
exceso de bebida al menos un día del año pasado, en contraste con aquellos que
se identificaron como heterosexuales, cuya cifra arriba a solo el 26%[590].
Luego, también informa el gobierno norteamericano que el 11% de adultos[591]
que se identificaron como bisexuales experimentaron problemas psicológicos
graves en los últimos 30 días, en tanto que sólo el 3,9% de los heterosexuales
manifestaron ese padecimiento[592].
Respecto a las
tendencias a la depresión y otras patologías, conforme información transcripta
en la publicación “Archives of General Psychiatry”: “la gente homosexual está
en un riesgo sustancialmente mayor ante algunas formas de problemas
emocionales, incluyendo suicidios, depresión grave, desorden de ansiedad,
desorden de conducta y dependencia de la nicotina”[593], dato científico que
luego complementó la revista “Clinical Psychology Review”, la cual tras revisar
estudios sobre agresión doméstica homosexual arribó a la siguiente conclusión:
se registró violencia física en el 48% de las parejas lesbianas y en el 38% de
las parejas de varones[594].
Y como si el cúmulo de datos arrojados no
confirmasen que la tendencia homosexual es autodestructiva, cabe agregar el
documento científico sobre 750 casos publicado por el gobierno norteamericano
(elaborado por el National Center for Biotechnology Information), el cual nos
dice que la población sodomita sufre una preocupante tendencia al suicidio: los
hombres homosexuales y bisexuales padecen un riesgo 14 veces mayor de intentar
un suicidio que una persona no homosexual[595]. Sobre esto último, el
psiquiatra español Aquilino Polaino señaló que el trastorno obsesivo es un
rasgo común entre la comunidad homosexual, lo que podría explicar las altas
tasas de suicidios[596], dado que la población sodomítica, aunque
porcentualmente pequeña, constituye sin embargo el 62,5% del total de suicidios
analizados en el informe citado.
Pero todavía hay más
acerca de este desprecio por la vida y este patológico apego homosexual a la
autodestrucción: “Yo jugué a la ruleta rusa del sida” es el escalofriante
título del largo y completo informe publicado por el diario El Mundo de España
en 2010: “La excitación comienza antes de traspasar la puerta, mucho antes de
contemplar los cuerpos desnudos y entablar contacto físico. Desde el momento en
que a través de internet se fija un día y un lugar, los nervios están a flor de
piel. Los convocados imaginan una y otra vez cómo se desarrollará la particular
orgía a la que van a asistir, quién será quién en la ruleta rusa sexual. Una
peculiar reunión en la que uno de los participantes tiene un arma que excita al
resto. No es una pistola. Es la infección por el virus de la inmunodeficiencia
humana (VIH). El fenómeno surgió en Estados Unidos en la década de los ‘90,
justo cuando apareció el cóctel de fármacos antirretrovirales capaz de mantener
la enfermedad a raya. Ahora, estas fiestas empiezan a ganar adeptos en España
(…) Las autoridades sanitarias conocen desde hace tiempo la existencia de esta
peligrosa práctica. Los propios Centros de Prevención y Control de Enfermedades
de EEUU (CDC) han realizado investigaciones sobre el asunto, tratando de
averiguar por qué alguien quiere contraer un virus que mata a dos millones de personas
cada año y cuya incidencia se ha duplicado en los hombres que mantienen
relaciones homosexuales, especialmente entre los más jóvenes. Gordon Mansergh,
de la división de VIH de los CDC y autor de uno de estos estudios, concluye
tras encuestar a 554 hombres gays y bisexuales en San Francisco que ´la
principal razón para tener sexo sin protección y sin preocupación, es que
experimentan mucho más placer y se sienten emocionalmente más conectados con la
pareja, sin barreras de ningún tipo´.
Pero no es sólo eso.
Algunos participantes en las fiestas de la ruleta rusa lo hacen por dejar de
sentirse aislados y diferentes e, incluso, porque han vivido tanto tiempo con
miedo a infectarse que si, finalmente contraen el virus, se sienten aliviados
(…) Las orgías de sexo a pelo entre seropositivos y seronegativos llevan dos
décadas propagándose de forma soterrada por Estados Unidos”[597].
Tanto por lo expuesto
como por muchos otros motivos, no es casual que un estudio publicado
en la revista médica de la Universidad
de Navarra en 1997 sostuvo que los
homosexuales varones presentaban una esperanza de vida equivalente a la
existente en 1871[598], en tanto que otro trabajo de origen canadiense
proveniente de fuentes del mismísimo lobby homosexualista (elaborado por la
junta médica Rainbow Health) nos dice que en promedio, la esperanza de vida de
un sodomita es 20 años menor que la de un heterosexual[599], mientras que en
otros países la diferencia se tornaría aún más alarmante: en la convención
anual de la Eastern Psychological Association (EPA) de Estados Unidos (2007),
se indicó que en Dinamarca, el país con la más larga historia en cuanto al
"matrimonio" homosexual, los hombres heterosexuales casados morían a
la edad promedio de 74 años, mientras que
los homosexuales varones "casados" lo hicieron a la edad
promedio de 51 años. En tanto que en Noruega, los heterosexuales casados morían
a los 77 en promedio; mientras que los homosexuales morían a los 52. En el caso
de las mujeres la diferencia es similar: las casadas morían en promedio a los
78, mientras que las lesbianas en unión homosexual legal lo hacían a los 56,
conforme los estudios presentados por los conocidos doctores Paul y Kirk
Cameron[600].
A lo expuesto, cabría
agregar que cuánto más visiblemente acentuada tenga una persona su conducta
homosexual, menos expectativa de vida tendría. Por ejemplo, mientras en
Argentina la expectativa es de 76 años de edad[601], los homosexuales en su
versión transexual no llegan a los 35 años[602]: mucho menos de la mitad del
promedio vital.
¿Por qué razón se
genera esta apabullante desproporción en toda estadística científica que se
consulte si es “tan válida” una tendencia como la otra? Simple: un vínculo es
contrario a la naturaleza y el otro es conforme con ella. Vale decir: uno es
propenso a generar enfermedades y el otro a generar vida. ¿Suena
“discriminativa” nuestra conclusión? En todo caso no discriminamos nosotros
sino la naturaleza. Por lo demás, poco nos importa si lo que decimos suena bien
o mal a los oídos o a los ojos del correctivismo político vigente. Nuestra
conclusión no surge de ningún prejuicioso “dogma preconciliar” sino de los
datos estadísticos arrojados por las fuentes de organismos internacionales,
instituciones oficiales o gubernamentales y estudios científicos privados de
sobrada reputación. De ahí en más, cada cual es libre de sacar las deducciones
que crea conveniente.
Asimismo, cabe agregar
que este deliberado espíritu autodestructivo de la práctica homosexual tiene
dos facetas bien nítidas y diferenciadas. Por un lado, es autodestructiva de
manera implícita puesto que a través de una relación homosexual no puede jamás
propagarse la especie humana, y si el porcentaje de homosexuales en lugar de
ser insignificante fuese masivo, la humanidad correría riesgo grave de
extinguirse. Por otra parte, encontramos que la homosexualidad es una conducta
autodestructiva de manera directa, porque todo aquel que incurre en ella se
expone a situaciones de altísimo riesgo y al acecho de enfermedades múltiples,
tal como fuera expuesto de sobra en las páginas anteriores.
Es decir: todo cuanto
hemos dicho en este capítulo relativo a lo insano que significa practicar la
homosexualidad, no tiene otra finalidad más que poner de manifiesto que la
ideología de género no sólo es perniciosa y peligrosa por el hecho de esconder
tras de sí un modernizado propósito comunizante, sino porque además, el
instrumento usado para su embozada imposición política es objetivamente dañino
para quienes son incentivados a practicarlo, más allá de que, huelga repetir
hasta el hartazgo, no negamos el derecho a que cada uno viva su intimidad como
le plazca, en tanto y en cuanto en el uso de esa potestad no se lesionen
derechos de terceros.