Cap: 6: La autodestrucción homosexual-
SIDA y autodestrucción
Independientemente de
todo credo, ideología y catalogación moral, la homosexualidad es una conducta
objetivamente autodestructiva. Quien quiera practicar la sodomía tiene toda la
libertad de hacerlo, pero los datos estadísticos más actualizados del mundo
occidental no hacen más que confirmar lo desaconsejable que resulta dicha
praxis, contraindicación que no elucubramos nosotros, sino las vilipendiadas
leyes de la naturaleza. Vayamos a cuentas.
En lo que al VIH-SIDA
concierne (enfermedad en la cual pondremos el foco en el presente pasaje), en
noviembre de 2014 un informe emitido por el Centro Europeo para la Prevención y
Control de Enfermedades, consignó en el “Espacio Económico Europeo” (computando
a los 28 países de la UE, más Islandia, Liechtenstein y Noruega) que los
contagios de este mal se han estabilizado o tienden a disminuir entre la
población heterosexual, pero en sentido contrario, en la población
sodomita los contagios han crecido en
Europa un 33% desde el año 2004 a la fecha[560], cifras alarmantes que llevaron
a cincuenta países de la comunidad internacional a proteger a su población al
prohibirles a los homosexuales donar sangre (entre los países que se defienden
con estas medidas se encuentran Alemania, Francia, Colombia y EE.UU.)[561].
“Hay una tendencia global que es el crecimiento de la epidemia entre los
homosexuales, entre hombres que tienen relaciones sexuales con otros hombres.
Está sucediendo en todas las regiones, sin excepción”[562], afirmó el
científico brasileño Luis Loures[563], actual director ejecutivo de Unaids
(programa de lucha contra el Sida de las Naciones Unidas), al presentar el
informe anual de esa entidad (julio de 2014). Y no es para menos. Según la
mismísima ONU —órgano nada hostil a la hora de financiar las actividades de la
ideología de género—: “los hombres gay y otros hombres que tienen sexo con
hombres son 19 veces más propensos a vivir con VIH que la población general”, y
“las mujeres transgénero son 49 veces más propensas a vivir con VIH que otros
adultos en edad reproductiva” (cifras del Programa Conjunto de las Naciones
Unidas sobre el VIH/SIDA -ONUSIDA)[564].
Estos contundentes
datos científicos, provenientes de una organización mundial afín a la agenda
homosexual, tiran a la basura los aforismos igualitarios y demagógicos que
alegan que “todos tenemos las mismas chances de contagiarnos el SIDA”. Por
supuesto que todos podemos contagiarnos SIDA: pero no todos tenemos las mismas
chances. Mutatis mutandis, todos podemos tener
la mala fortuna de lesionarnos el oído, pero quien tiene el fetiche
erótico de introducirse un punzón en la oreja tiene muchísimo más chances de
ensordecer que aquellos que no incurren en ese desatino. Dicho de una manera
más convencional: todos podemos morir de cáncer de pulmón, pero el no fumador
no tiene las mismas chances que el fumador consuetudinario. Si esta última
advertencia es de público conocimiento y hasta el Estado obliga a alertar al
fumador en los mismísimos paquetes de cigarrillos acerca de las consecuencias
de su vicio: ¿Por qué el Estado castiga por “discriminador” a todo aquel que
señale la relación intrínseca entre sodomía y SIDA?[565]
Tomemos por caso la
experiencia norteamericana: si bien en los Estados Unidos la población
homosexual es apenas del 1,6% del total conforme cifras ya citadas provenientes
del CDC (Centers for Disease Control and Prevention) dependiente del Ministerio
de Salud del gobierno norteamericano[566], fue éste mismo órgano de estatal
quien también reveló que en el año 2010, en materia de portadores de VIH, los
hombres jóvenes homo y bisexuales (entre 13 y 24 años) de ese país
representaron no el reducido proporcional 1,6% equivalente al sector
poblacional homosexual, sino un escandaloso 72 % sobre el total de las nuevas
infecciones. Más aún: el día 23 de septiembre de ese año, el mismo organismo
realizó un estudio de epidemiología del SIDA discriminando en las 21
principales ciudades de USA arribando a la siguiente conclusión: el 20% de los
varones homosexuales tienen VIH[567], llegando su extremo estadístico más
preocupante en la ciudad de San Francisco (paraíso homosexual por antonomasia
del Estado de California), donde se instalan homosexuales de todo el mundo a
gozar de una vida “festiva y desprejuiciada”, siendo que además de ser un
rentable centro urbano promovido por las agencias de “turismo sexual”, también
es un sitio reverenciado en las canciones bailables de la “cultura gay-pop”,
tal el caso del taquillero hit musical del coreográfico grupo de travestidos
Village People[568], que lleva justamente el nombre de la promiscua urbe. Pero
como fuera adelantado, no todo suena tan “divertido” en San Francisco: la
autoridad sanitaria estatal advierte que en esa ciudad, uno de cada cinco
hombres de más de 15 años es homosexual y que de estos últimos, uno de cada
cuatro (un 25,8 por ciento) está infectado con el virus del VIH, otorgándole a
San Francisco un triste y alarmante récord[569] que contrasta con el “encanto
libertario” publicitado por la industria del entretenimiento pansexualista al
concentrar el índice de VIH más escalofriantes de la civilización occidental
contemporánea.
Pero las cifras fueron
empeorando en los Estados Unidos. En el 2013 los hombres homo y bisexuales
representaron el 81 % (30.689) de los 37.887 diagnosticados con VIH[570] en ese
año[571]. ¿Se entiende lo qué estamos exponiendo? Mucho menos del 2 % de la
población es homosexual pero más del 80% de la población total norteamericana
que se infecta con VIH es homosexual. Más aún, de la pequeña porción restante
de la población con VIH que no es homosexual, el grueso de ellos se contagiaron
por situaciones relacionadas con transfusiones desdichadas (hemofílicos) o por
compartir drogas inyectables, es decir que ni siquiera de esa minoritaria
porción excedente de contagiados no homosexuales la enfermedad fue concebida
necesariamente como consecuencia de relaciones heterosexuales, sino mayormente
por otras causas. Estos datos
pavorosos conmocionan y preocupan no sin razones a los activistas “del género”
más recalcitrantes: conforme cifras mundiales extraídas del informe
“Homosexuality and the Politics of Truth”, elaboradas por el grupo dirigido por
el psiquiatra y físico formado en las universidades de Yale y de Harvard
Jeffrey Satinover[572], la incidencia del SIDA entre los homosexuales varones
de 20 a 30 años es 430 veces mayor respecto del conjunto de la población
heterosexual[573]. Agrega el informe que el hecho de que la notable mayoría de
infectados sean homosexuales, es consecuencia por un lado, de que el coito anal —del que los
homosexuales varones son devotos — constituye un foco infectocontagioso de
escandalosa relevancia y por otro, de los hábitos desordenados y promiscuos en
los que participan en gran medida los afectos a estas propensiones. Vamos por
partes para analizar ambas situaciones.
Respecto de lo insano
de la penetración anal, vale señalar que la misma es practicada por el 90% de
los homosexuales y dos tercios participan regularmente de ella según un estudio
publicado por el Centro Nacional de Bioética[574] del gobierno norteamericano.
Pero el ano y el recto son órganos que tienen la función única y exclusiva de
excretar los desechos digestivos del cuerpo, no poseen producción propia de
lubricantes, su mucosa es sumamente delicada y sus vasos sanguíneos pueden
desgarrarse fácilmente provocando el sangrado. Luego, las probables
consecuencias de dicha praxis son: incontinencia fecal, hemorroides, fisura
anal, cuerpos extraños alojados en el recto, desgarros rectosigmoideos,
proctitis alérgica, edema penil, sinusitis química, quemaduras de nitrito
inhalado, etcétera. Y en cuanto a lo que al SIDA concierne, el último documento
del CDC revela que cada 10 mil casos de relaciones sexuales en una penetración
por vía vaginal, el riesgo de contagiarse VIH es de 4 casos para el varón y 8
para la mujer. En cambio, en una relación anal, cada 10 mil exposiciones
sexuales el sujeto activo alcanza 11 casos y el receptivo 138 casos de riesgo.
Vale decir que en la relación homosexual el sujeto activo triplica sus chances
de riesgo respecto del varón heterosexual y el sujeto pasivo homosexual
multiplica en 18 veces la cantidad las posibilidades de contagio[575] respecto de
una mujer heterosexual. A lo dicho cabe añadir que en las relaciones
homosexuales los acoplados suelen alternar o intercambiar el rol, con lo cual
se exponen a sumar los dos coeficientes y así multiplicar sus de por sí
altísimas chances de contagio. Dicho de otro modo: por la propia naturaleza del
vínculo, el peligro de contraer VIH en la relación heterosexual es mínimo
comparado con la homosexual.
En cuanto a la vida
promiscua y orgiástica tan característica en la comunidad homosexual (otro
factor que eleva las posibilidades de riesgo a cantidades astronómicas), se
indica en el citado informe Satinover que la diferencia existente entre el
comportamiento de los varones homosexuales y el de los heterosexuales es el
siguiente: un homosexual promedio tiene relaciones sexuales con amantes
distintos en una cantidad 12 veces superior[576] a un heterosexual: “El
homosexual típico (ni que decir tiene que hay excepciones) es un hombre que
practica frecuentes episodios de penetración anal con otros hombres, a menudo con
muchos hombres diferentes. Estos episodios son 13 veces más frecuentes que los
actos heterosexuales de sexo anal, con 12 veces más parejas distintas que los
heterosexuales"[577].
Dichos datos
parecieran transparentar situaciones que de alguna manera son de público
conocimiento: en la jerga homosexual son famosos los encuentros fugaces con
desconocidos en estaciones de trenes, cabinas telefónicas, felaciones en baños
públicos, estaciones de subtes, saunas, cines marginales y rincones de
cualquier tenor que les permita a sus cultores aliviar a ciegas su caótica
ansiedad genital. Y como la homosexualidad está principalmente centrada en la
relación sexual (aunque esto no niega en modo alguno el hecho de que dos
sodomitas puedan llegar a sentir afecto entre sí), los integrantes del vínculo
acaban mayormente transformándose en meros objetos de deseo o en competidores
en el mercado de las pasiones genitales, lo cual fomenta la hiperactividad
sexual con numerosas personas en porcentajes muchísimos más elevados a las de
las personas heterosexuales. Y así nos lo confirma otro estudio efectuado con
pacientes homosexuales en Amsterdam (elaborado por la científica María
Xiridou[578]) el cual arribó a la conclusión de que cada homosexual tenía en
promedio ocho amantes colaterales al año (aparte de su pareja “estable”)[579],
y fue el Dr. Barry Adam (Profesor homosexual de la Universidad de Windsor en
Canadá) quien presentó un trabajo complementario conformado por el análisis de
60 parejas homosexuales, y del mismo dedujo que tan solo el 25% de ellas eran
fieles entre sí[580], desbarajuste conductual del que también dio cuentas el
Ministerio de Salud de los Estados Unidos: “Debido a que tienen más parejas
sexuales en comparación con otros hombres, los hombres gay y bisexuales tienen
más posibilidades de tener relaciones sexuales con alguien que puede transmitir
el VIH u otras enfermedades de transmisión sexual”[581]. ¿Esto quiere decir que
no existe promiscuidad o infidelidad en el mundo heterosexual?, obvio que sí y
nosotros desde estas líneas no negamos ni reivindicamos tal cosa. Más aun,
consideramos una ligereza del espíritu que algo tan serio e intimísimo como la
sexualidad sea tomado muchas veces como un irreflexivo desahogo pasatista. Pero
lo que sí pretendemos exponer al abrevar en cifras del mundo científico, es que
el desenfreno y la promiscuidad en las relaciones homosexuales posee guarismos
categóricamente más elevados por todo concepto respecto de los vínculos
heterosexuales, cuyos índices quedan reducidos a la insignificancia comparados
con los dígitos provenientes de la desaforada actividad venérea de la comunidad
homosexual.
Para más datos y a los
fines de completar el mapa del mundo occidental, en lo que a Latinoamérica
concierne y conforme números de la ONU actualizados al 2011 desde su site
oficial, se nos informa que la prevalencia del VIH en población adulta en
América Latina está estimada en 0.4%, y que de toda esta porción afectada, el
54,3% corresponde a homosexuales[582], las prostitutas arriban al 4,9%, los
“Taxi Boys” masculinos el 22,8% y las personas usuarias de drogas intravenosas
importan el 5%[583]. Todos estos grupos de riesgo señalados arriban a un 93%
del total poblacional con VIH escrutado, pero el informe ni siquiera incluye
datos sobre el 7% restante, el cual cabría suponer que quizás contemplaría a
heterosexuales no pertenecientes a grupos de riesgo, es decir no afectos a las
drogas o a la vida prostibularia, pero oficialmente nada dice el documento
sobre ese excedente, por cuya insignificancia ni siquiera se anota la menor
aclaración.
Puntualmente en la
Argentina, según los últimos datos oficiales del sitio del Ministerio de Salud
(consultado en noviembre del año 2015 en la etapa final del régimen corruptor
de Cristina Kirchner), sobre el total de la población local con VIH los
guarismos publicados fueron los siguientes: el 49% son homosexuales, un 7% son
drogadictos, otro 5% está conformado por prostitutas y apenas un bajísimo 0,3%
figura en el impreciso ítem “jóvenes y adultos” no identificados en ninguna de
estas conductas de riesgo[584]. Se preguntará el lector: ¿Y el 37% restante no
contemplado en la muestra? Un misterio: nada dice el site gubernamental de esa
porción remanente, probablemente porque el propio Ministerio desconozca el origen
de contagio de esa otra masa poblacional. Al fin y al cabo, durante la
Argentina kirchnerista la poca o nula seriedad de las estadísticas oficiales de
cualquier rubro fue política de Estado.