Cap:5 ¿Y en la Argentina cómo andamos?
El homosexualismo noventista
En tanto, la CHA no se
detuvo tras la expulsión de Jáuregui y, aunque siempre fue una organización que
pervivió plagada de celos enfermizos entre sus integrantes y dirigentes, su
funcionamiento y su frecuente presencia en los medios subsistió hasta nuestros
días. Efectivamente, tras la exclusión de Jáuregui la conducción de esta
institución fue asumida fugazmente por el activista Alfredo Salazar, quien
prontamente se vio obligado a delegar el cargo en el entonces mediático Rafael
Freda, un docente de izquierda que solía frecuentar programas televisivos de
alto impacto agitando sus banderías, asumiendo la presidencia de la CHA en
julio de 1991. Pero apenas cinco meses después, Freda fue derrocado y expulsado
de esa entidad, llevándose consigo a una fracción de otros veinticinco
seguidores y con ello fundó una organización paralela autodenominada SIGLA
(Sociedad de Integración Gay-Lésbica Argentina)[491]. Tan ingobernable se
volvió la CHA —a pesar de recibir ingentes apoyo de estructuras internaciones
como Naciones Unidas[492] o locales como la del CELS del doble agente Horacio
Verbitsky[493]—, que por entonces las camarillas en disputa no pudieron
siquiera acordar quién iba a reemplazar la conducción del destituido mandamás.
Pero en medio del conventillo interno supo tomar el poder de la secta un
triunvirato comandado por la mediocampista Mónica Santino, muy temida por sus
potentes zurdazos en el club All Boys, donde destacaba jugando fútbol
femenino[494]. Pero allí no termina la camorra. En 1991 se produjo otro cisma
en la CHA y se fundó “Gays por los Derechos Civiles” —encabezada por Jáuregui
que había sido marginado de la misma organización que él había fundado—,
mientras que otros desertores de la CHA decidieron a su vez reagruparse en una
suerte de “ateneo científico” dirigido por el psicólogo homosexualista Carlos
Barzani[495], cónclave auto-titulado bajo la kilométrica denominación “Grupo de
Investigación en Sexualidad e Interacción Social”[496], sintéticamente conocido
como “Grupo ISIS” (sigla exactamente igual a la del terrorismo yihadista
ISIS[497] pero de accionar menos peligroso).
Finalmente, por el
inacabable recelo que se generaba dentro del internismo que también azotó a
ISIS, surgió a su vez un enésimo desprendimiento llamado “Grupo de Reflexión
Autogestiva Lesbianas” (GRAL) y ahora sí, ante la fatídica partición burocrática
de estas infinitas tribus en el seno de la Comunidad Homosexual Argentina, no
sería desacertado ni injuriante definir ese escenario del siguiente modo: un
verdadero puterío.
A pesar de su
trajinada guerra civil, desde el año
1996 y hasta el momento de escribir estas líneas la CHA sobrevive y es
presidida actualmente por César Cigliuti, activista conocido por haberse
“casado” con su pareja Marcelo Suntheim[498] en el año 2003[499].
Paralelamente a la CHA
y sus desprendimientos, durante los años ´90 fluyeron otras congregaciones
complementarias como la “Fundación Buenos Aires SIDA” (dirigida por el ya
insufrible Alex Freyre) o la camarilla “Colectivo Eros” (conformada por
estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA[500]) quienes no
tardaron en pelearse entre sí y disolverse, para luego ingresar en otros
espacios con similares usanzas. También fue en la segunda mitad de la década de
los ´90 cuando aparece en escena otro arquetipo de homosexual varón
autodenominados como “osos”, agrupados en una suerte de club social[501] y
caracterizados por una estética signada por el exceso de peso, el hábito de la
barba, la ostentación del bello y el atípico empleo de ademanes rústicos o
viriles, de uso infrecuente en un ambiente signado por la histeria y el
afeminamiento.
Pero fue en estos
tiempos de libertad en los albores del menemismo cuando se hizo más visible en
esta militancia la presencia femenina (por decirlo de algún modo), como por
ejemplo la organización lesbo-marxista “Las Lunas y las Otras”[502]; el grupo
pseudoreligioso de abortistas autodenominado “Católicas por el derecho a
decidir”[503]; la organización “Las Fulanas”[504] fundada por la conocida
trotskista María Rachid, muchacha de tamaño físico intimidante que años
después, en el 2011, arremetió a las trompadas contra el cómico kirchnerista y
drogadicto confeso Claudio Morgado por denuncias mutuas de corrupción cuando
ambos dirigían el INADI[505] —ante el incidente físico Morgado se aterró y
pidió socorro a la policía[506]—. Finalmente, nos encontramos en esos años con
la aparición de la revista “Cuadernos de Existencia Lesbiana”[507], publicación
que circuló a partir de 1987 y cuyos fascículos fueron actualmente
digitalizados en un curioso portal de Internet de gastronómica denominación:
“Potencia Tortillera”[508].
Pero a estas alturas,
el lobby homosexual se había ensanchado tanto y tornado tan complejo que hasta
contaba con religión propia: fue también en los años ´90 y bajo la fachada de
“Iglesia de la Comunidad Metropolitana”, cuando se instaló en Buenos Aires una
suerte de “espiritualidad homosexual”, dirigida por un tal Roberto González, un
predicador que vistiendo una estridente sotana multicolor fungía de “sacerdote”
y parodiaba la Liturgia Católica mientras “casaba” a sus fieles entre sí. Según
testimonios recogidos por el sociólogo homosexualista Ernesto Meccia, esta
“iglesia” cumplía la función de aplacar la desatada promiscuidad de sus
acólitos: “No sé si será cosa de la edad, pero llega un punto en que cansa la
noche, yirar toda la noche para terminar en un boliche” sostuvo un feligrés, en
tanto que otro fiel confesó: “Cuando conocí la Iglesia llevaba una vida muy
nocturna, me enteré de que tenía el virus pero igual salía de noche a buscar
algo. Una vez tuve una historia violenta en la calle con un chongo, vi las
estrellas… no sé por qué ahí frené. Un amigo me comentó de la Iglesia de la
Comunidad Metropolitana y empecé a ir”, en tanto que otro parroquiano acota:
“¿Y en un momento me
pregunté, ¿yo quiero ésta vida, vivir como loca todo el día?”. Uno de los
entrevistados reconoció que a la iglesia homosexual “venía mucha gente que
tenía el problema del HIV”[509].
Pero como si al
complejo mapa sociológico de las tribus sodomíticas le faltasen referentes,
éramos pocos y aparecieron en escena los travestis, pero no sólo para hacer
notar sus disfraces sino para exhibir pretensiones políticas y gremiales: en
mayo de 1991 surgió una logia denominada “Transexuales por el Derecho a la Vida
y la Identidad” (Transdevi), grupo capitaneado por un sujeto que afirmaba
llamarse “Karina Urbina” y dos años después, en mayo de 1993 nació la orden
“Travestis Unidas” (TU) de la mano de un tal “Kenny de Michelis”. Pero fue al
mes siguiente (junio de ese mismo año) cuando hizo su debut el cónclave más
vistoso, nos referimos a la “Asociación de Travestis Argentinas” (ATA),
conducida por un muchacho oriundo de Luján (Provincia de Buenos Aires) quien
bajo el pseudónimo “Belén Correa” saltó a la fama.
En un principio,
quizás por su connotación estética tan chocante y burlesca, la aparición de los
travestis en escena generó aversión no sólo en el grueso de la opinión pública,
sino incluso entre aquellos que actuaban intelectualmente en los ambientes más
recalcitrantes de la izquierda local: “Los travestis nunca, pero nunca, van a
lograr ser lo que se desviven por parecer: mujeres (…) No son nada, ni hombres
ni mujeres, viven en un mundo de apariencia y no en el del ser (…) su cacareada
trasgresión no es más que un exabrupto, ruido que solo jode a las amas de casa,
lumpenaje triste, autodestrucción sin grandeza, hecatombe que se instala en las
páginas amarillistas de Crónica y no en los laberintos grandiosos de La
genealogía de la moral, de Nietzsche”[510] anotó en los años 90 para asombro de
propios y extraños el difusor José Pablo Feinmann, con lo cual, queda claro que
en esta materia incluso los que se encuentran fatalmente ideologizados tienen
esporádicos intervalos de lucidez y el sentido común pareciera primar por sobre
sus respectivas quimeras ideológicas. Pero andando los años, este “lumpenaje
triste” del travestismo fue siendo “naturalizado” y aceptado con lisonjas, y su
exponente más famoso supo ser un “vedette” llamado Gerardo Vírguez que se
popularizó con el seudónimo de “Cris Miró”, publicitado además por su relación
personal con el ex futbolista Diego Maradona[511] y por haber llegado a
encabezar elencos en teatros de revistas: murió de SIDA en 1999 a la temprana
edad de 33 años. Pero su ausencia “artística” fue rápidamente reemplazada por
otro travesti en ascenso, un opulento morocho llamado Roberto Carlos Trinidad
(conocido como “Florencia de la V”), que en sus comienzos contó con el auspicio
mediático del pornocómico Gerardo Sofovich. Finalmente, el régimen de Cristina
Kirchner le otorgó al Sr. Trinidad la posibilidad de cambiar su nombre en el
Documento Nacional de Identidad y hacerse pasar formalmente por mujer.
Renglones menores merecen algunos travestis
“de inferior calidad”, puesto que aunque con alguna fama mediática, estos nunca
alcanzaron un lugar “top” en la farándula a pesar de haber coqueteado
fugazmente en ella. Nos referimos a ciertos lúmpenes que fueron utilizados por
la industria del entretenimiento para la mofa y el ridículo, tal el caso de
Miguel “Cacho” Dekleve, más conocido como “Zulma Lobato” —enajenado personaje
caracterizado por un marcado estrabismo y sus incompletas piezas dentales — o
este otro que se hace llamar “Naty Menstrual”[512], sodomita periférico que
funge de literato y se dio el lujo de publicar un bizarro libro de
“pornopoesía”, oportunamente difundido por el diario psicobolche Página 12 en
su “sección cultural”.
Indudablemente, los
años ‘90 fueron de esplendor y consolidación para estas corrientes, y las
mismas se hacían mediáticamente visibles disputando espacio físico con sus
respectivos estandartes en las “Marchas del Orgullo Gay”, colorinche
peregrinación anual de corte trasnacional que en la Argentina comenzó a
implementarse a partir del año 1992[513] y que desde entonces se moviliza y
organiza siempre el mes de noviembre, con reclamos sucesivamente más audaces y
procaces, siendo que todo ese enrarecido ambiente se encuentra abarrotado de
grupos y subgrupos que se odian entre sí, pero que de todos modos pujan
exitosamente por obsesiones comunes.