LA GRAN Y PERSISTENTE HEREJÍA DE MAHOMA (Hilaire Belloc) - Parte 7
ESFUERZO CRISTIANO CONTRA LA PRESIÓN DEL ISLAM
El
Islam se ha diferenciado de todas las demás herejías en dos cuestiones
principales que deben ser cuidadosamente tenidas en cuenta:
1)- No surgió dentro de la Iglesia, esto es, dentro de las fronteras de nuestra civilización. Su heresiarca no
fue un hombre originalmente católico que condujo hacia otro lado a sus
seguidores católicos mediante su novedosa doctrina como lo hicieron
Arrio y Calvino. Fue un marginal nacido
pagano, que vivió entre paganos y nunca se bautizó. Adoptó doctrinas
cristianas y las seleccionó de un modo auténticamente herético. Dejó
caer aquellas que no le convenían e insistió en las otras que sí le
interesaban – lo que constituye la característica del heresiarca – pero
no lo hizo desde adentro; su acción fue externa.
Aquellos
primeros feroces ejércitos de nómadas árabes que obtuvieron asombrosas
victorias en Siria y Egipto sobre el mundo católico de principios del
Siglo VII estaban constituidos por hombres que habían sido paganos en su
totalidad antes de volverse mahometanos. No hubo entre ellos ningún
catolicismo previo al cual pudiesen retornar.
2)-
Este cuerpo islámico, que atacó a la Cristiandad desde más allá de sus
fronteras y no desde adentro de ellas, continuó engrosándose
constantemente con elementos combativos del tipo más fuerte, reclutados
de la oscuridad exterior pagana. Este reclutamiento se produjo por
oleadas, incesantemente, a través de siglos y hasta el fin de la Edad
Media. Fue principalmente un reclutamiento de mongoles del Asia (aunque
una parte del mismo fue de bereberes del Norte de África) y constituyó
un incesante, recurrente, impacto de nuevos adherentes – conquistadores y
guerreros al igual que lo habían sido los árabes originales – que le
dieron al Islam su formidable resistencia y continuidad en el poder. No
mucho tiempo después de la primera conquista de Siria y Egipto pareció
que la entusiasta nueva herejía fallaría a pesar de su deslumbrante y
súbito triunfo. La continuidad de su dirigencia se interrumpió. Lo mismo
le sucedió a la unidad política de todo el esquema. La capital original
del movimiento era Damasco y al principio el mahometanismo era un
fenómeno sirio (y, por extensión, egipcio); pero después de un corto
tiempo el quiebre se hizo evidente. Comenzó a gobernar una nueva
dinastía desde la Mesopotamia y ya no más de Siria. Los distritos
occidentales, esto es: el Norte de África y España (después de la
conquista de España) formaron un gobierno político aparte bajo una
soberanía diferente. Pero los califas de Bagdad comenzaron a apoyarse en
una guardia personal de guerreros mercenarios mongoles provenientes de
las estepas del Asia. Los mongoles nómades (quienes, después del Siglo V
vinieron en reiteradas oleadas al asalto de nuestra civilización)
tuvieron como característica la de ser guerreros indomables y, al mismo
tiempo, casi puramente destructivos. Masacraron a millones; quemaron y
destruyeron; convirtieron distritos fértiles en desiertos. Parecían
incapaces de un esfuerzo creativo. En el Occidente Cristiano, hubo dos
ocasiones en las que apenas si escapamos de una destrucción final a
manos de ellos. La
primera vez fue cuando derrotamos al gran ejército asiático de Atila
cerca de Chalons en Francia, a mediados del Siglo V (y no antes de que
cometiera enormes devastaciones y dejara ruinas detrás suyo por todas
partes). La segunda vez fue en el Siglo XIII, 800 años más tarde, cuando
el avance del poder mongol asiático fue detenido, no por nuestros
ejércitos sino por la muerte del hombre que lo había concentrado en su
mano. Pero el avance no se detuvo antes de haber alcanzado el Norte de
Italia y en vías de aproximarse a Venecia. {[9]} Fue el reclutamiento de
guardias de corps mongoles de esta clase en sucesivos contingentes lo
que mantuvo al Islam en marcha y evitó que sufriera el destino que todas
las otras herejías habían sufrido. Mantuvo al Islam golpeando como un
ariete desde fuera de las fronteras de Europa, produciendo brechas en
nuestras defensas y penetrando más y más en lo que habían sido
territorios cristianos. Los invasores mongoles aceptaron el Islam de
buena gana; los hombres que sirvieron como soldados mercenarios y
constituyeron el poder real de los Califas estaban bastante dispuestos a
adecuarse a los simples requerimientos del mahometanismo. No poseían
una religión propia lo suficientemente fuerte como para contrarrestar
los efectos de aquellas doctrinas del Islam las cuales, aún mutiladas
como lo estaban, eran doctrinas cristianas en lo esencial que afirmaban
la unidad y la majestad de Dios, la inmortalidad del alma y todo lo
demás. Los mercenarios mongoles se sintieron atraídos por estas
doctrinas principales y las adoptaron con facilidad. Se volvieron buenos
musulmanes y, como soldados que sostenían a los Califas, se hicieron
así propagadores y sustentadores del Islam. Cuando en el corazón de la
Edad Media pareció otra vez que el Islam había fracasado, entró en
escena un nuevo contingente de soldados mongoles, “turcos” de nombre, y
salvó nuevamente el destino del mahometanismo, aún cuando el proceso
comenzó con la más abominable destrucción de esa civilización que el
mahometanismo había preservado
hasta entonces. Por eso es que, a lo largo del conflicto de las
Cruzadas, los cristianos consideraron al enemigo como “el turco” – un
nombre genérico aplicado a muchas de estas tribus nómades.
Los
predicadores cristianos de las Cruzadas, al igual que los jefes
militares de los soldados y los cruzados en sus canciones, mencionan “al
turco” como el enemigo con mucha mayor frecuencia que al mahometanismo
en general. A pesar de la ventaja de estar
alimentada por un reclutamiento constante, la presión del mahometanismo
sobre la Cristiandad podría haber fallado después de todo si hubiera
tenido éxito un esfuerzo supremo realizado para aliviar esa presión
sobre el Occidente Cristiano. Ese esfuerzo supremo fue hecho en medio de
todo el proceso (entre el 1095 y el 1200) y la Historia lo conoce como
“Las Cruzadas”. La Cristiandad católica consiguió reconquistar España;
casi consigue empujar al mahometanismo fuera de Siria y salvar a la
civilización cristiana del Asia aislando al mahometano asiático del
africano. Si lo hubiera conseguido del todo, quizás el mahometanismo
hubiese muerto. Pero las Cruzadas fracasaron. Su fracaso es la mayor
tragedia en la Historia de nuestra lucha contra el Islam, esto es: en la
lucha contra el Asia y el Este. Por lo que, en lo que sigue, describiré qué fueron las Cruzadas y por qué y cómo fracasaron.