Capítulo 6: La autodestrucción homosexual
La homosexualidad como banderín comunizante
Y tras todo lo
expuesto: ¿qué tiene que ver el “hombre nuevo izquierdista” con un homosexual?
Absolutamente nada. Y aunque con las limitaciones naturales del caso, en el
único sistema conocido en el cual el sodomita ha podido desarrollar su vida
afectivo-sexual es en el capitalista-occidental. Sin embargo, el sujeto
homosexual ha sido hoy capturado por los mismos sectores que no hace mucho lo
hubiesen inflamado a latigazos y, encima, le han inyectado un discurso
ideológico que le sirve de alivio personal y de cruzada militante al servicio
de una causa que ni siquiera es la suya.
Un joven homosexual
probablemente ha padecido angustias, dudas, conflictos de identidad y
confusiones. Quizás por su desacomodada condición nunca se sintió del todo
establecido en su vida social (colegio, club, cumpleaños, salidas) y ha gastado
muchas energías no en politizarse sino en tratar de auto-encontrarse o
definirse y ver exactamente desde qué lugar
se va a parar en su vida social y familiar. Luego, aparecen estos grupos
de izquierda que en el afán de reclutarlo lo ensalzan, lo contienen, le
presentan a otros reclutas en su misma situación, y los titiriteros que lo
captan le dicen al joven homosexual que sus insatisfacciones no son
consecuencia de su contrariada tendencia sino que él es “víctima” de un
patrimonio cultural opresor. ¿Y cuáles son esas instituciones opresivas? La
Iglesia, la familia y la tradición: o sea, “casualmente”, los pilares de la
civilización occidental que la izquierda siempre ha pretendido destruir.
Conteste con el
espíritu izquierdista consistente en anular la responsabilidad personal y echar
siempre culpas en el afuera, el homosexual recién captado encuentra ahora un
enemigo externo y además culpable de su malestar interior, lo cual genera en él
una suerte de alivio psicológico circunstancial, y como éste nunca se ha tomado
el tiempo de politizarse lo suficiente, sus nuevos referentes del grupo le dan
una banderita multicolor en una mano y un gallardete del Che Guevara en la
otra, y el inexperto activista es lanzado a la militancia catártica con un
libreto básico pero efectista, a tal punto que lo acaba convirtiendo en un
furioso militante de una causa que en el fondo les es muy ajena, aunque él la
suponga como propia.
¿Y por qué razón la
nueva izquierda escogió y promovió al homosexualismo como uno de los grupos
militantes para teledirigir hacia su causa? Las respuestas son muchas y
buscaremos ofrecer las que consideramos más relevantes.
Por un lado, es un
dato sobrado que varios de los pensadores y dirigentes homosexualistas (sean
éstos homosexuales o no) que hemos repasado son de izquierda (Reich, Marcuse,
Hay, Foucault, Freyre, Hocquenghem, Schifter Sikora, Vidarte y Preciado, además
de los locales Perlongher, Anabitarte, Jáuregui o Meccia, entre tantos otros
que hemos visto) y en sus tesis siempre han especulado en mayor o menor medida
en promover esta suerte de simbiosis consistente en trasladar la vieja lucha de
clases hacia otro tipo de conflictos sociales en pugna, procurando mantener
vigente la tensión dialéctica más allá de cuál sea la causa que lo genera.
Asimismo, la
izquierda, ante estos nuevos interlocutores (los homosexuales) puede seguir
enarbolando fantasías igualitarias (que antes eran económicas y ahora son
culturales) y si bien no es propio de la izquierda hablar a favor de la
“libertad”, ésta siempre abrevó históricamente en el concepto de “liberación”,
el cual hoy fue readaptado y además, esa exhortación liberacionista tiene una
connotación inseparablemente unida a la de la “rebelión”: nadie se libera si no
se rebela. ¿Rebelarse y liberarse ante qué o ante quién? Antes era ante el
“imperialismo”, “los poderosos”, los “detentadores de los medios de producción”
y varias otras abstracciones, pero en el tema que nos ocupa se le propone al
homosexual liberarse de la “superestructura patriarcal” que tanto lo ha
marginado y destratado, la cual se encuentra conformada por la Iglesia Católica
y la familia tradicional. De esta manera se incita al sodomita reclutado a
romper con la Iglesia, la familia y la tradición cultural occidental, a quienes
se sindica como culpables de los sinsabores emocionales que él habría padecido
por el mero hecho de “ser diferente”. ¿Y por qué razón la izquierda busca por
blanco estos tres ítems (Iglesia, familia y tradición)? En verdad buscó combatirlos
siempre, sólo que ahora encontró nuevos pretextos y un ejército gratuito
conformado por almas conflictuadas dispuestas al renovado enfrentamiento
abierto.
Contra la Iglesia, la
guerra se desata porque más allá de cuestiones de Fe y de toda connotación
sobrenatural o teológica, ésta siempre estuvo en favor de las jerarquías, de la
existencia de la propiedad privada, de que las clases sociales convivan en
armonía y del respeto por el orden natural. O sea que por su propia composición
doctrinal e institucional, la Iglesia desde siempre fue un importantísimo freno
cultural y espiritual contra el avance de las ideas izquierdistas, que condenó
en un sinfín de documentos: no sólo desde Encíclicas tales como Quod Apostolici
Muneris, Inmortale Dei o Divinis Redemptoris sino hasta por medio de un decreto
del Santo Oficio (hoy Congregación para la Doctrina de la Fe) ordenado por Pío
XII el 1º de julio de 1949 que prohíbe a los católicos “dar su nombre a los
partidos comunistas o prestarles favor”, y quienes “defienden o propagan la
doctrina materialista y anticristiana de los comunistas incurren, por este
hecho, como apóstatas de la fe católica,
en la excomunión reservada
de especial
manera
a la Sede
Apostólica”[603].
Pero no es necesario
ser un erudito en asuntos eclesiales dado que los puntos más básicos y
populares del cristianismo se oponen de punta a punta al comunismo en todas sus
manifestaciones; nos referimos a los Diez Mandamientos, los cuales son sabidos
y aprendidos hasta por cualquier niño que desee incursionar en el catecismo
parroquial. En efecto, el Decálogo nos manda “amar a Dios sobre todas las
cosas”, “no tomar su santo nombre en vano” y “guardar los domingos y fiestas de
preceptos” (el comunismo por su materialismo dogmático es confesadamente ateo).
“Honrar padre y madre” (aquí se resalta no sólo el concepto de
jerarquía natural sino el de
familia). “No
cometer actos impuros”
y “no desear la mujer del
prójimo” (nuevamente son preceptos que no sólo defienden a la familia
tradicional sino que riñen con el pansexualismo). “No robar” y “no codiciar
bienes ajenos” (el comunismo niega la existencia de bienes ajenos al no
reconocer el derecho de propiedad). “No matar” (el comunismo superó los cien
millones de asesinatos en el Siglo XX y hoy promueve el genocidio infantil a través
del aborto). Finalmente, el Decálogo dice “No mentir” (para enumerar las
mentiras históricas y presentes del comunismo deberíamos escribir libro
aparte). Finalmente, más allá de algunos desvíos o actualizaciones sufridas a
través del tiempo, es un hecho que el cristianismo en general o el catolicísimo
en particular no tienen punto de contacto alguno con el comunismo y sus
derivados. Rebelarse ideológica y políticamente contra ello es un frente de
batalla que la izquierda nunca puede descuidar, y la comunidad homosexual es
caldo de cultivo para mandarla al frente a los fines de lidiar acríticamente:
habitualmente las violentas marchas tanto feministas como homosexualistas
suelen hacerse frente a Iglesias o catedrales en el afán de “escracharlas” o
agredirlas en sus bienes físicos y humanos, tal como ha explicado Laje en la
primera parte de este trabajo.
Respecto del ataque de
la izquierda contra la familia, encontramos aquí elementos de orden ideológico
pero también de índole práctico. Por empezar, la familia es el núcleo afectivo
y de contención por antonomasia. Lo primero que toda persona conoce es su
familia, y advierte así la existencia de jerarquías sucesivas y naturales a las
cuales amorosamente tiene que obedecer y depender: padre, madre, hermano mayor,
etc., y el niño va internalizando ese orden jerárquico, el cual nada tiene que
ver con el utopismo igualitario y horizontal que la izquierda pretende
promocionar (aunque luego sus regímenes sean crueles autocracias
verticalistas).
Por supuesto que en un
matrimonio puede ser que sea la madre quien tenga una personalidad más
imponente que la del padre o que la opinión de un hermano menor tenga mayor
peso en su influencia que la de un hermano mayor con motivo de características
de la personalidad. Pero más allá de eventuales intercambios de ciertos roles
no esenciales, lo cierto es que la jerarquía como concepto es lo que el niño
aprende y absorbe como natural y como modelo desde su primer día de vida. Por
ende, a la izquierda le interesa romper con la noción de familia para
disolverla y reemplazarla progresivamente por experimentos propensos a un
relativismo igualitario y así fomentar en las nuevas generaciones, o bien la
desjerarquización, o en su defecto el conflicto familiar para que ésta se vea
erosionada. Luego, golpear o envilecer a la familia es además una manera
implícita de golpear por añadidura a la religión: no nos olvidemos que el
matrimonio fue y es un Sacramento religioso, ante lo cual, diría un viejo
refrán, al atacarlo se estarían “matando dos pájaros de un tiro”.
¿Y a todo esto qué
tiene que ver la tradición? Si para la izquierda el “Estado burgués” es el
órgano arquetípico de la sociedad política a la cual hay que destruir, la
familia es el órgano arquetípico de la sociedad civil al que también hay que
destruir, porque entre otras cosas, ésta es dadora de valores, usos y
costumbres, es decir, es el órgano por excelencia depositario de la tradición o
de las tradiciones que se encuentran en las antípodas del sujeto
revolucionario. Vale decir, los padres le transmiten a sus hijos muchos de los
valores que a su vez ellos recibieron de sus respectivos padres (y así
sucesivamente). Luego, la familia es el principal ente emisor de la tradición y
no se puede hacer una revolución cultural sin romper con la tradición cultural:
esta última constituye el freno de aquella.
Justamente, por regla
general la familia no pretende hacer de sus hijos revolucionarios frenéticos
sino hombres de provecho que sean continuadores, perfeccionadores o superadores
de su tradición familiar y así contar con las mejores herramientas para
insertarse en el mercado. Y la izquierda tuvo esto tan claro, que ya desde los
años ‘70 las organizaciones terroristas ERP y Montoneros en Argentina, buscaban
no sólo controlar que los guerrilleros tuvieran el menor contacto posible con
su familia de origen, sino además constituir a la propia organización como
sustituto de aquélla: la organización terrorista pretendía erigirse en una
suerte de familia colectiva que reemplazara y rompiera con la estructura
“burguesa” en la cual cada guerrillero había sido educado. Más aún, en muchos
casos los guerrilleros reclutados eran luego programados e instigados a atentar
contra la vida de sus propios progenitores como señal de fidelidad y lealtad a la
causa revolucionaria. Asimismo, ya vimos en la primera parte del libro escrita
por Agustín Laje cómo el sistema comunista soviético buscó siempre reemplazar a
la familia por el Estado.
Con todo lo expuesto,
la izquierda (que desde hace bastante tiempo se ha quedado sin argumentos
serios para hacer una revolución), consiguió reinventarse política y
discursivamente. Con ello busca reclutar gratuitamente militantes que hoy
engrosan alegremente sus filas para pelear en los frentes de batalla que ella
siempre consideró indispensables. De esta manera pretende seguir sembrando
conflicto social pero además, estos nuevos conceptos homosexualizantes le
permiten a la siniestra “redimirse” de sus crueldades y homicidios en masa
cometidos durante el Siglo pasado. En efecto, embanderarse con la causa
homosexual le es funcional al neocomunismo para ir dejando atrás el estigma del
stalinismo y del maoísmo, que como se sabe, fueron los grandes genocidios del
Siglo XX (superando por lejos a sus primos hermanos del nacional-socialismo).
Ni Lenin, ni Stalin, ni Mao, ni Ho Chi Min, ni Pol Pot, ni ninguno de los
antiguos tiranos de la izquierda dura vivieron para advertir el gran cambio de
estrategia y paradigma revolucionario; por ende, todos los líderes comunistas o
filocomunistas de generaciones posteriores han terminado siendo, a diferencias
de sus viejos ídolos, pro-homosexualistas y así, el trotskista, fundador del
Foro de Sao Paulo y ex Presidente Ignacio Lula Da Silva apoyó abiertamente el
“matrimonio homosexual” en Brasil[604]; la Presidente socialista de Chile
Michelle Bachellet (exiliada en su tiempo en la Alemania comunista) se
pronunció abiertamente en favor no sólo del matrimonio homosexual sino también
del crimen del aborto[605]; el dictador ecuatoriano Rafael Correa, tras mucho
vacilar, acabó imponiendo en su país la unión legal homosexual en 2014[606]; el
ex guerrillero tupamaro devenido en Presidente de Uruguay José Mujica se
manifestó a favor del matrimonio homosexual[607] y, por supuesto, la montonera
de cartón Cristina Kirchner fue durante su presidencia la madrina y abanderada
de cuanta exigencia vociferara la agenda homosexualista en Argentina (tema que
ya hemos desarrollado anteriormente).
Claro que entre la
izquierda clásica y la nueva hay un personaje excepcionalísimo que participa de
ambas al unísono, dado que no sólo vivió todos los procesos sino que para
desdicha del sufrido pueblo cubano no se termina de morir nunca. Nos referimos
al tirano vitalicio Fidel Castro, quien tras haber masacrado homosexuales a
diestra y siniestra en los campos de exterminio de la UMAP (edificados a
instancias del Che Guevara), en 2010 “modernizó” su libreto acorde con la nueva
estrategia revolucionaria y en ocasión de un reportaje que le fuera efectuado,
salió al ruedo pidiendo un tardío “perdón” a la comunidad homosexual:
-“Hace cinco décadas,
y a causa de la homofobia, se marginó a los homosexuales en Cuba y a muchos se
los envió a campos de trabajo militar-agrícola, acusándolos de
contrarrevolucionarios”, le recuerda la autora de la entrevista Carmen Lira
Saade -F. Castro: “Fueron momentos de una gran injusticia, ¡una gran
injusticia!, la haya hecho quien sea. Si la hicimos nosotros, nosotros... Estoy
tratando de delimitar mi responsabilidad en todo eso porque, desde luego, personalmente,
yo no tengo ese tipo de prejuicios (…) Teníamos tantos problemas de vida o
muerte que no le prestamos atención... Si alguien es responsable, soy yo”.[608]
Tanto ha cambiado el
castrismo en torno a este tema, que si bien sigue sin respetar el más mínimo
derecho individual en la isla, en este ítem puntual sí se encargó de organizar
sucesivamente la “Jornada Cubana por el Día Mundial Contra la Homofobia”. ¿Y
quién funge en La Habana de adalid de este flamante banderín por la
“diversidad”? Mariela Castro, hija del dictador Raúl Castro y sobrina de Fidel,
quien además se da el tolerante gusto de liderar el “Centro Nacional de
Educación Sexual”.
Indudablemente la
revolución tiene mucho de auténtica: no sólo es hereje sino que su necesidad
también tiene cara de hereje.