IV- El post-marxismo de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe
Contemporáneos a
nosotros, el argentino Ernesto Laclau y su mujer Chantal Mouffe han generado
otro salto importantísimo en la teoría marxista. Tan importante ha sido este
salto, que se les reconoce en el mundo académico un rol indiscutible como dos
de los mayores referentes del llamado “post-marxismo” o “posmarxismo”[41], una
corriente teórica muy reciente cuya característica fundamental es que se ha
propuesto revisar al marxismo para adecuarlo, teórica y estratégicamente, al
nuevo mundo que nació del fracaso del “socialismo real” de la Unión Soviética.
Sin embargo, Ernesto
Laclau no ha trascendido sólo en el mundo académico, sino que también su imagen
ha llegado al mundo de la política en general en virtud de habérsele reconocido
un rol filosófico relevante en el proyecto del “socialismo del Siglo XXI” en
general, y en el caso del régimen kirchnerista en particular. Prácticamente no
ha existido medio de comunicación nacional e internacional que, al mencionarlo,
no le haya adjudicado el papel del “filósofo del kirchnerismo”.[42] Con su
muerte en abril de 2014, Cristina Kirchner brindó un discurso en el que dijo:
"Laclau era un filósofo muy controversial, un pensador con tres virtudes.
La primera, pensar, algo no muy habitual en los tiempos que corren. Segundo,
hacerlo con inteligencia, y tercero, hacerlo en abierta contradicción con las
usinas culturales de los grandes centros de poder" (como si la nueva izquierda
no fuera uno de ellos).
Pero concentrémonos en
su aporte teórico, que es lo que pretendemos desentrañar en este capítulo. Y
empecemos diciendo que el mundo en el que Laclau vive es muy distinto del de
Marx e incluso que el de Gramsci. Lo que Laclau ve cuando escribe junto a
Chantal Mouffe su obra Hegemonía y estrategia socialista, publicada en 1985, es
un mundo donde el capitalismo se ha expandido enormemente y, lejos de agudizar
los conflictos de clase, logró cada vez mejores condiciones de existencia para
el proletariado[43] frente a una inminente caída del bloque comunista; donde la
democracia pluralista también se ha extendido inconmensurablemente y ha hecho
aflorar nuevos puntos de conflicto político que no tienen su raíz en
fundamentos económicos; y donde el Estado de bienestar se encuentra en una
brutal crisis y, en su reemplazo, aquéllos ven venir con toda su fuerza el
proyecto del “liberalismo neoconservador”.
El citado trabajo de
Laclau y Mouffe está dedicado a revisar y “deconstruir” (desarmar y reemplazar)
las teorías del marxismo tradicional, buscando desmontar el economicismo[44]
—idea según la cual, tal como ya vimos, lo verdaderamente relevante es la
dimensión económica— para luego proponer una nueva teoría y una nueva
estrategia para la izquierda, basada en la idea de hegemonía sobre la que nos
hemos referido anteriormente. En ello se resumen, precisamente, los esfuerzos
de Hegemonía y estrategia socialista, una de las obras más importantes de
nuestra renacida izquierda.
El post-marxismo de
Laclau y Mouffe tiene centro en la supresión del concepto de “clase social”
como elemento teórico relevante para la izquierda. Este es el paso crucial que
ambos pensadores dan respecto de Gramsci en quien, por lo demás, basan la mayor
parte de su teoría. El proletariado ya no es el sujeto revolucionario
privilegiado en ningún sentido posible; la clase obrera en Laclau no tiene
siquiera privilegios en una estrategia hegemónica como en la teoría gramsciana.
Pero además de ello, tampoco hay ningún sentido en buscar otro sujeto
privilegiado, como aconteció en la década del ’60 en la cual se discutió, a
partir especialmente de los teóricos de la Escuela de Frankfurt, si el
privilegio de la historia pasaba por los jóvenes, las mujeres, etcétera.[45]
Contra el intento desesperado por descubrir nuevos sujetos para la revolución
anticapitalista, Laclau y Mouffe ponen el acento en la construcción discursiva
de los sujetos. ¿Qué significa esto? Pues que los discursos ideológicos pueden
dar origen a nuevos agentes de la revolución (el discurso tiene carácter
performativo, diría el filósofo del lenguaje John Austin). Simplificando un
poco: hay que fabricar y difundir relatos que vayan generando conflictos
funcionales a la causa de la izquierda.
El problema en este punto
pasa a ser el de cómo explicar la construcción de estas nuevas identidades. Y
la respuesta vendrá dada, una vez más, por el concepto de “hegemonía”. ¿Pero a
qué llaman “hegemonía” Laclau y Mouffe? Para ponerlo en los términos más claros
posibles —algo no siempre fácil en razón del oscurantismo de estos autores—,
“hegemonía” es el nombre de un proceso bajo el cual fuerzas sociales diferentes
entre sí, se empiezan a articular y a la postre terminan modificando cada una
su identidad particular. Se da entre ellas un intercambio recíproco que los
transforma. El concepto de “articulación” es clave aquí, pues queda definido
por los autores como “toda práctica que establece una relación tal entre
elementos, que la identidad de éstos resulta modificada como resultado de esa
práctica”.[46] En otros términos más prácticos, hay articulación política
cuando dos frentes políticos entablan una alianza que termina por modificar la
identidad de ambos.
Pero una articulación,
para ser hegemónica, debe generarse en el marco de un antagonismo social, esto
es, en un espacio dividido por el conflicto. La hegemonía es un proceso a
través del cual distintas fuerzas sociales se empiezan a unir para potenciarse
en el contexto de conflictos.
Pongamos un ejemplo
para aclarar la idea: un grupo de trabajadores mantiene demandas particulares
como, por ejemplo, la necesidad de un aumento salarial; grupos de mujeres, por
otra parte, construyen demandas de protección para el sexo femenino frente a
los casos de violencia contra la mujer; grupos indígenas, por su lado, reclaman
porciones de tierras basándose en supuestas posesiones de sus antepasados
remotos. Estas demandas, separadamente, carecen de fuerza hegemónica. Pero la
izquierda tiene la misión de instituir un discurso que, sobre un terreno de
conflicto mayor, articule estas fuerzas en un proceso hegemónico que las haga
equivalentes frente a un enemigo común: el capitalismo liberal. Es decir, la
izquierda debe crear una ideología en la cual estas fuerzas puedan
identificarse y unirse en una causa común; la nueva izquierda debe ser el
pegamento que unifique, invente y potencie a todos los pequeños conflictos
sociales, aunque estos
no revistan naturaleza económica.
De tal suerte que la
hegemonía se logra cuando una fuerza política determina el complejo de
significados y palabras —y por añadidura moldea la forma de pensar— por los
cuales han de conducirse quienes se encuentran bajo su dirección. Como Zanco
Panco asevera en su diálogo con Alicia en la célebre novela Alicia en el país
de las maravillas, de Lewis Carroll: —
Cuando yo uso una palabra —insistió Zanco Panco con un tono de voz más
bien desdeñoso— quiere decir lo que yo quiero que diga… ni más ni menos. — La cuestión —insistió Alicia— es si se
puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes. — La cuestión —zanjó Zanco Panco— es saber
quién es el que manda…, eso es todo.
La hegemonía, según la
teoría de Laclau y Mouffe, tiene sentido a partir de un momento histórico bien
concreto: el de la revolución democrática. En efecto, dicha revolución
—concretamente la francesa[47]— habría instaurado un discurso igualitario que,
al suplantar la doctrina teológico-política por aquella que declara que el
poder emana desde el seno del pueblo, deslegitimó una serie de subordinaciones,
transformándolas en opresiones, ampliando en su constante desarrollo la sede de
los antagonismos sociales. Así es que la revolución democrática es, para estos
autores, el terreno de una constante e ininterrumpida emergencia de
antagonismos que en tiempos precedentes estaban contenidos por otro tipo de
discurso social.
Naturalmente, la
estrategia que estos autores le proponen al socialismo, lejos de tener por
objetivo inmediato la destrucción de la “democracia burguesa” —al modo del
marxismo clásico—, tiene su eje en el hecho de entender la democracia como el
terreno sobre el cual el proyecto socialista puede y debe desenvolverse,
aprovechando y fomentando la multiplicidad de puntos de antagonismos que bajo
aquélla es posible hacer emerger. De lo que se trata es de abordar la
democracia liberal y radicalizar su componente igualitario a tal punto que
aquélla termine siendo diezmada desde su propio seno; que sea barrida por su
propia lógica; destruir la democracia desde adentro, y no desde afuera. Ese
objetivo termina de evidenciarse en el subsiguiente libro de Laclau: La razón
populista[48].
Pero sigamos con Hegemonía
y estrategia socialista. Sus autores no sólo hacen explícitas las intenciones
antedichas, sino que incluso las destacan con recursos tipográficos (la letra
cursiva o itálica pertenece a los propios autores): “…es evidente que no se
trata de romper con la ideología liberal democrática sino al contrario, de
profundizar el momento democrático de la misma, al punto de hacer romper al
liberalismo su articulación con el individualismo posesivo. La tarea de la
izquierda no puede por tanto consistir en renegar de la ideología liberal
democrática sino al contrario, en profundizarla y expandirla en la dirección de
una democracia radicalizada y plural. (…) No es en el abandono del terreno
democrático sino, al contrario, en la extensión del campo de las luchas democráticas
al conjunto de la sociedad civil y del Estado, donde reside la posibilidad de
una estrategia hegemónica de izquierda”.[49]
Digamos al respecto
dos cosas. En primer lugar, surge de la propia pluma de Laclau y Mouffe que la
radicalización de la democracia no es un fin en sí mismo sino un medio para
alcanzar otro fin: la destrucción del “individualismo posesivo” típicamente
liberal, es decir, la destrucción de la noción de los derechos individuales y
de la propiedad privada. En segundo lugar, así como las dictaduras socialistas
del siglo pasado alegaban estar llevando adelante una “democracia sustancial”
frente a la “democracia burguesa” del mundo capitalista, en Laclau y Mouffe
esta distinción se mantiene vigente aunque con un nuevo nombre: democracia
radical vs. democracia liberal. Pero la supuesta “democracia radical” no es
mucho más que el nombre dado a un socialismo que ha incluido en su discurso una
serie de demandas que exceden al tradicional terreno de las clases. Y tan así
es, que los propios autores concluyen su libro de esta forma: “Todo proyecto de
democracia radicalizada incluye necesariamente, según dijimos, la dimensión
socialista —es decir, la abolición de las relaciones capitalistas de
producción— (…). Por consiguiente, el descentramiento y la autonomía de los
distintos discursos y luchas, la multiplicación de los antagonismos y la
construcción de una pluralidad de espacios dentro de los cuales puedan
afirmarse y desenvolverse, son las condiciones sine qua non de posibilidad de
que los distintos componentes del ideal clásico del socialismo (…) puedan ser
alcanzados”.[50]
No es exagerado decir
que el objeto de toda la teoría de Laclau y Mouffe es la construcción de un
socialismo[51] adaptado a las condiciones del nuevo milenio que ven venir, al
cual le han puesto de manera simpática el apodo de “democracia radical” para
incluir demandas que no han tenido lugar con anterioridad en las teorías
socialistas. “El término poco satisfactorio de ‘nuevos movimientos sociales’ —
escriben los autores— amalgama una serie de luchas muy diversas: urbanas,
ecológicas, antiautoritarias, antiinstitucionales, feministas, antirracistas,
de minorías étnicas, regionales o sexuales. (…) Lo que nos interesa de estos
nuevos movimientos sociales no es (…) su arbitraria agrupación en una categoría
que los opondría a los de clase, sino la novedad de los mismos, en tanto que a
través de ellos se articula esa rápida difusión de la conflictuidad social a
relaciones más y más numerosas, que es hoy día característica de las sociedades
industriales avanzadas”.[52] Aquí es donde nosotros nos concentraremos en este
libro: en desmantelar los discursos de estas nuevas máscaras de la izquierda
que sus teóricos hegemonizaron.
La relevancia y la
autonomía de la política y la ideología aparecen con toda su fuerza en el
trazado la estrategia hegemónica que estamos describiendo.[53] Y bajo este
paraguas teórico, la izquierda ha terminado de traer, por fin, a primer plano,
la relevancia de una lucha ideológica que ha determinado la muerte de la lucha
de clases y el consiguiente nacimiento de la batalla cultural.