martes, 8 de septiembre de 2020

III- La revolución teórica de Antonio Gramsci


III- La revolución teórica de Antonio Gramsci


El gran paso cualitativo en lo que refiere al concepto de “hegemonía” lo dará no un ruso sino un italiano: Antonio Gramsci (1891-1937), a quien ya hemos citado anteriormente y a quien seguiremos mencionando en este trabajo. La primera vez que éste habló de “hegemonía” fue en el marco de su escrito “Algunos temas de la cuestión meridional”, y su deuda teórica para con Lenin es admitida en varios pasajes de sus Cuadernos de la cárcel, compilación de anotaciones que el italiano hizo mientras se encontraba encarcelado por el régimen de Benito Mussolini. En el texto antedicho, Gramsci aborda el problema de la división existente entre la Italia industrial del norte y la Italia agraria del sur, y el rol hegemónico que debe asumir la clase obrera frente al campesinado que, en términos leninistas, significa el problema de generar una alianza de clases entre el obrerismo y el campesinado en la cual el primero lleve la conducción.              Gramsci describe la hegemonía en estos términos prácticos: “El proletariado puede convertirse en clase dirigente y dominante en la medida en que consigue crear un sistema de alianzas de clase que le permita movilizar contra el capitalismo y el Estado burgués a la mayoría de la población trabajadora, (…) en la medida en que consigue obtener el consenso de las amplias masas campesinas. (…) Conquistar la mayoría de las masas campesinas significa (…) comprender las exigencias de clase que representan, incorporar esas exigencias a su programa revolucionario de transición, plantear esas exigencias entre sus reivindicaciones de lucha”.[33]

Hasta aquí, la hegemonía continúa siendo una “alianza de clases” como pregonaba Lenin, aunque empieza a ponerse de relieve la necesidad de “comprender”, “incorporar” y “plantear” —tal las palabras de Gramsci— las exigencias de los grupos campesinos, que parece ir más allá de una simple alianza pasajera. Las consideraciones del pensador italiano no se asemejan en ningún sentido al “golpear juntos, marchar separados” de su camarada Lenin. Lo que Gramsci empieza a plantear es la necesidad de generar un vínculo mucho más fuerte con la clase campesina en el marco de una lucha común contra el capitalismo.

Ahora bien, en el mismo texto, pero poco más adelante, Gramsci da un nuevo salto cuando advierte que la hegemonía sobre los campesinos del sur la mantiene la “clase burguesa” gracias al influyente accionar de sus intelectuales sobre ese sector. El campesinado está fuertemente dominado en términos culturales y en su “visión del mundo” por la burguesía, y eso es lo que quiere romper Gramsci. En particular, éste menciona al filósofo liberal-conservador Benedetto Croce como uno de los responsables de esta hegemonía burguesa por sobre el campesinado, para ejemplificar de qué forma el accionar intelectual resulta vital: “Benedetto Croce ha cumplido una altísima función «nacional»: ha separado los intelectuales radicales del sur de las masas campesinas, permitiéndoles participar de la cultura nacional y europea, y a través de esta cultura los ha hecho absorber por la burguesía nacional”.[34] Como vemos, acá se produce un cambio de paradigmas: mientras que para el marxismo clásico luchar en el plano cultural, político o jurídico era más o menos como luchar “contra una sombra”, para Gramsci esta lucha era la realmente importante.

 Existe un vínculo muy claro entre hegemonía y cultura para el pensamiento gramsciano. La dominación cultural es el conducto a través del cual la burguesía italiana logra hegemonizar al campesinado del sur. Y es por eso que Gramsci concluye que es vital que proliferen intelectuales comunistas, pues ¿quién mejor que los intelectuales para lograr cambios culturales?: “También es importante que en la masa de los intelectuales se produzca (…) una tendencia de izquierda en el sentido moderno de la palabra, o sea, orientada hacia el proletariado revolucionario. La alianza del proletariado con las masas campesinas exige esta formación; aún más lo exige la alianza del proletariado con las masas campesinas del sur”.[35]

La idea de “hegemonía” en Gramsci ha superado, en este orden, la mayor parte del economicismo que aquélla contenía. ¿Por qué? Porque ahora la hegemonía precisará en adelante de un accionar cultural que Gramsci llamará “intelectual-moral”: la hegemonía se realiza generando cambios al nivel cultural, y no es una simple alianza económico-política como pregonaba Lenin, ni es la asunción de tareas externas a la propia clase como planteaba Plejanov. La hegemonía en Gramsci se da en un terreno de gran trascendencia: el de los valores, creencias, identidades y, en definitiva, el de la cultura: “Toda revolución —anota Gramsci— ha sido precedida por un intenso trabajo de crítica, de penetración cultural, de permeación de ideas a través de agregados humanos al principio refractarios y sólo atentos a resolver día a día, hora por hora, y para ellos mismos su problema económico y político, sin vínculos de solidaridad con los demás que se encontraban en las mismas condiciones”.[36]

Dicho de otra manera: la hegemonía ya no se da en la transacción de intereses materiales, sino en el hecho de inyectar en el otro una misma “concepción del mundo” que anude lazos de solidaridad orgánicos (hegemónicos) entre grupos que pertenecen a distintas clases sociales —obreros por un lado, campesinos por el otro—. Es el vínculo ideológico y no tanto el económico el que da sentido a la formación política hegemónica en Gramsci. El éxito del proceso hegemónico (es decir de la fusión entre grupos distintos acerca de la conciencia revolucionaria), depende de la confección de una ideología de signo contrario respecto de la dominante, que cuestione su “sentido común”, su forma de ver el mundo, su forma de organizar la sociedad, la economía, la política, la cultura.

Pero en Gramsci la clase obrera continúa siendo una clase privilegiada en algún sentido. En efecto, es la clase que tiene la posibilidad de llevar adelante procesos hegemónicos que extiendan los límites de su voluntad a otros grupos sociales también subalternos. La hegemonía parece ser una iniciativa exclusiva del proletariado en su estrategia. Tanto es así, que en sus apuntes sobre El Príncipe de Maquiavelo, Gramsci designa al partido de la clase obrera como “Nuevo Príncipe”. Y en estos términos establece su misión: “Una parte importante del Príncipe moderno deberá estar dedicada a la cuestión de una reforma intelectual y moral, es decir, a la cuestión religiosa o de una concepción del mundo. (…) El Príncipe moderno debe ser, y no puede dejar de ser, el abanderado y el organizador de una reforma intelectual y moral, lo cual significa crear el terreno para un desarrollo ulterior de la voluntad colectiva nacional popular”.[37]

La importancia de la batalla cultural es a esta altura harto evidente en Gramsci, toda vez que la revolución puede y debe darse a un nivel cultural. Recordemos que para Lenin la revolución había de ser violenta y ésta implicaba tomar por fuerza el Estado, imponer la “dictadura del proletariado”, abolir la propiedad privada, destruir el Ejército y la burocracia, haciendo desaparecer a la postre el Estado mismo.[38] ¿Y qué propone Gramsci? Pues que el Estado puede ser permeado desde la sociedad civil y que, en todo caso, su destrucción como “organismo al servicio de la clase dominante” no se agota en la destrucción del Ejército y de la burocracia al modo que Lenin proponía, sino fundamentalmente en la destrucción de la “concepción del mundo” que produce y reproduce el Estado para el mantenimiento de su hegemonía cultural, y su reemplazo por una nueva. Gramsci está proponiendo, en una palabra, dar una lucha cultural que socave la hegemonía ideológica de la “clase dominante” pertrechada en el Estado.[39] Esta lucha, conectando con el inicio de nuestro análisis, debe ser encabezada por la clase obrera pero habiendo hegemonizado a los demás grupos subalternos, resultando de ello una “voluntad colectiva nacional-popular”. La cuestión de la revolución violenta, tan distintiva del pensamiento marxista-leninista, queda relegada e, incluso, Gramsci va a hablar de “revolución pasiva” como aquella en la cual las “clases dominantes” se ven obligadas a ir absorbiendo los puntos de vista de las voluntades colectivas nacional-populares.[40]