III- La revolución teórica de Antonio Gramsci
El gran paso
cualitativo en lo que refiere al concepto de “hegemonía” lo dará no un ruso
sino un italiano: Antonio Gramsci (1891-1937), a quien ya hemos citado
anteriormente y a quien seguiremos mencionando en este trabajo. La primera vez
que éste habló de “hegemonía” fue en el marco de su escrito “Algunos temas de
la cuestión meridional”, y su deuda teórica para con Lenin es admitida en
varios pasajes de sus Cuadernos de la cárcel, compilación de anotaciones que el
italiano hizo mientras se encontraba encarcelado por el régimen de Benito
Mussolini. En el texto antedicho, Gramsci aborda el problema de la división
existente entre la Italia industrial del norte y la Italia agraria del sur, y
el rol hegemónico que debe asumir la clase obrera frente al campesinado que, en
términos leninistas, significa el problema de generar una alianza de clases
entre el obrerismo y el campesinado en la cual el primero lleve la
conducción. Gramsci describe
la hegemonía en estos términos prácticos: “El proletariado puede convertirse en
clase dirigente y dominante en la medida en que consigue crear un sistema de
alianzas de clase que le permita movilizar contra el capitalismo y el Estado
burgués a la mayoría de la población trabajadora, (…) en la medida en que
consigue obtener el consenso de las amplias masas campesinas. (…) Conquistar la
mayoría de las masas campesinas significa (…) comprender las exigencias de
clase que representan, incorporar esas exigencias a su programa revolucionario
de transición, plantear esas exigencias entre sus reivindicaciones de
lucha”.[33]
Hasta aquí, la hegemonía
continúa siendo una “alianza de clases” como pregonaba Lenin, aunque empieza a
ponerse de relieve la necesidad de “comprender”, “incorporar” y “plantear” —tal
las palabras de Gramsci— las exigencias de los grupos campesinos, que parece ir
más allá de una simple alianza pasajera. Las consideraciones del pensador
italiano no se asemejan en ningún sentido al “golpear juntos, marchar
separados” de su camarada Lenin. Lo que Gramsci empieza a plantear es la
necesidad de generar un vínculo mucho más fuerte con la clase campesina en el
marco de una lucha común contra el capitalismo.
Ahora bien, en el
mismo texto, pero poco más adelante, Gramsci da un nuevo salto cuando advierte
que la hegemonía sobre los campesinos del sur la mantiene la “clase burguesa”
gracias al influyente accionar de sus intelectuales sobre ese sector. El
campesinado está fuertemente dominado en términos culturales y en su “visión
del mundo” por la burguesía, y eso es lo que quiere romper Gramsci. En
particular, éste menciona al filósofo liberal-conservador Benedetto Croce como
uno de los responsables de esta hegemonía burguesa por sobre el campesinado,
para ejemplificar de qué forma el accionar intelectual resulta vital:
“Benedetto Croce ha cumplido una altísima función «nacional»: ha separado los
intelectuales radicales del sur de las masas campesinas, permitiéndoles
participar de la cultura nacional y europea, y a través de esta cultura los ha
hecho absorber por la burguesía nacional”.[34] Como vemos, acá se produce un
cambio de paradigmas: mientras que para el marxismo clásico luchar en el plano
cultural, político o jurídico era más o menos como luchar “contra una sombra”,
para Gramsci esta lucha era la realmente importante.
Existe un vínculo muy claro entre hegemonía y
cultura para el pensamiento gramsciano. La dominación cultural es el conducto a
través del cual la burguesía italiana logra hegemonizar al campesinado del sur.
Y es por eso que Gramsci concluye que es vital que proliferen intelectuales
comunistas, pues ¿quién mejor que los intelectuales para lograr cambios
culturales?: “También es importante que en la masa de los intelectuales se
produzca (…) una tendencia de izquierda en el sentido moderno de la palabra, o
sea, orientada hacia el proletariado revolucionario. La alianza del proletariado
con las masas campesinas exige esta formación; aún más lo exige la alianza del
proletariado con las masas campesinas del sur”.[35]
La idea de “hegemonía”
en Gramsci ha superado, en este orden, la mayor parte del economicismo que
aquélla contenía. ¿Por qué? Porque ahora la hegemonía precisará en adelante de
un accionar cultural que Gramsci llamará “intelectual-moral”: la hegemonía se
realiza generando cambios al nivel cultural, y no es una simple alianza
económico-política como pregonaba Lenin, ni es la asunción de tareas externas a
la propia clase como planteaba Plejanov. La hegemonía en Gramsci se da en un
terreno de gran trascendencia: el de los valores, creencias, identidades y, en
definitiva, el de la cultura: “Toda revolución —anota Gramsci— ha sido
precedida por un intenso trabajo de crítica, de penetración cultural, de
permeación de ideas a través de agregados humanos al principio refractarios y
sólo atentos a resolver día a día, hora por hora, y para ellos mismos su
problema económico y político, sin vínculos de solidaridad con los demás que se
encontraban en las mismas condiciones”.[36]
Dicho de otra manera:
la hegemonía ya no se da en la transacción de intereses materiales, sino en el
hecho de inyectar en el otro una misma “concepción del mundo” que anude lazos
de solidaridad orgánicos (hegemónicos) entre grupos que pertenecen a distintas
clases sociales —obreros por un lado, campesinos por el otro—. Es el vínculo
ideológico y no tanto el económico el que da sentido a la formación política
hegemónica en Gramsci. El éxito del proceso hegemónico (es decir de la fusión
entre grupos distintos acerca de la conciencia revolucionaria), depende de la
confección de una ideología de signo contrario respecto de la dominante, que
cuestione su “sentido común”, su forma de ver el mundo, su forma de organizar
la sociedad, la economía, la política, la cultura.
Pero en Gramsci la
clase obrera continúa siendo una clase privilegiada en algún sentido. En
efecto, es la clase que tiene la posibilidad de llevar adelante procesos
hegemónicos que extiendan los límites de su voluntad a otros grupos sociales
también subalternos. La hegemonía parece ser una iniciativa exclusiva del
proletariado en su estrategia. Tanto es así, que en sus apuntes sobre El
Príncipe de Maquiavelo, Gramsci designa al partido de la clase obrera como
“Nuevo Príncipe”. Y en estos términos establece su misión: “Una parte
importante del Príncipe moderno deberá estar dedicada a la cuestión de una
reforma intelectual y moral, es decir, a la cuestión religiosa o de una
concepción del mundo. (…) El Príncipe moderno debe ser, y no puede dejar de
ser, el abanderado y el organizador de una reforma intelectual y moral, lo cual
significa crear el terreno para un desarrollo ulterior de la voluntad colectiva
nacional popular”.[37]
La importancia de la
batalla cultural es a esta altura harto evidente en Gramsci, toda vez que la
revolución puede y debe darse a un nivel cultural. Recordemos que para Lenin la
revolución había de ser violenta y ésta implicaba tomar por fuerza el Estado,
imponer la “dictadura del proletariado”, abolir la propiedad privada, destruir
el Ejército y la burocracia, haciendo desaparecer a la postre el Estado
mismo.[38] ¿Y qué propone Gramsci? Pues que el Estado puede ser permeado desde
la sociedad civil y que, en todo caso, su destrucción como “organismo al
servicio de la clase dominante” no se agota en la destrucción del Ejército y de
la burocracia al modo que Lenin proponía, sino fundamentalmente en la
destrucción de la “concepción del mundo” que produce y reproduce el Estado para
el mantenimiento de su hegemonía cultural, y su reemplazo por una nueva.
Gramsci está proponiendo, en una palabra, dar una lucha cultural que socave la
hegemonía ideológica de la “clase dominante” pertrechada en el Estado.[39] Esta
lucha, conectando con el inicio de nuestro análisis, debe ser encabezada por la
clase obrera pero habiendo hegemonizado a los demás grupos subalternos,
resultando de ello una “voluntad colectiva nacional-popular”. La cuestión de la
revolución violenta, tan distintiva del pensamiento marxista-leninista, queda
relegada e, incluso, Gramsci va a hablar de “revolución pasiva” como aquella en
la cual las “clases dominantes” se ven obligadas a ir absorbiendo los puntos de
vista de las voluntades colectivas nacional-populares.[40]