II- La excepción rusa y la hegemonía
Una revolución en
Rusia a principios del Siglo XX introducirá, por paradójico que parezca, un
grave problema teórico para el marxismo tradicional y su filosofía de la
historia. El problema puede resumirse en una simple pregunta: ¿Cómo podía darse
una revolución proletaria en aquella Rusia que todavía no había tenido su
revolución democrático-burguesa? Vale decir, la Rusia zarista de 1905 y 1917
—años en los que se experimentaron luchas revolucionarias—, a diferencia de la
Francia de 1789 —que tenía una importante burguesía que pujaba por reemplazar
el sistema monárquico-feudal vigente— contaba con una situación política en la
cual había zares pero no una burguesía latente que pudiera afectarlos.
Entonces, según el razonamiento marxista, faltaba una burguesía que hiciera ese
trabajo para que a su vez, posteriormente, ésta fuera desplazada por otra clase
social: el proletariado. Pero el problema que ponía en jaque las predicciones
marxistas fue que la revolución comunista se produjo “saltando etapas”, puesto
que se pasó de una situación feudal directamente al socialismo, sin pasar en el
medio por una “revolución burguesa”. Se habría saltado desde la planta baja al
segundo piso sin haber construido el primero, siguiendo el ritmo de las
metáforas edilicias.
Marx y Engels habían
establecido un orden progresivo en el proceso revolucionario; tenían, en una
palabra, una concepción “etapista” de la historia (un desarrollo por etapas),
bajo la cual las distintas clases tenían tareas que les eran “connaturales”.
Para ellos, las primeras revoluciones del proletariado tenían que suceder en
los países capitalistas más avanzados en virtud de la propia dinámica de las
fuerzas materiales que ya hemos visto. La revolución que se dio en la Rusia de
1905[25] estaba ilustrando para sus espectadores, pues, un desajuste magnánimo:
el desajuste de las etapas de la historia predichas por Marx, y el desajuste de
las tareas históricas que cada clase debía asumir conforme a las leyes
sociológicas inventadas por el marxismo. Y frente a este problema, dentro de la
socialdemocracia rusa estuvieron quienes afirmaron que el proletariado no debía
participar como fuerza dirigente del proceso revolucionario (los
“mencheviques”[26]), pero también surgieron voces más radicalizadas que
reivindicaron la posibilidad de constituir a la clase obrera rusa en cabeza de
una revolución (los “bolcheviques”[27]).
Años después, Antonio
Gramsci (célebre filósofo italiano marxista de la primera mitad del Siglo XX)
haciendo tambalear la rigidez ideológica del marxismo tradicional, escribirá un
texto titulado “La revolución contra «El Capital»”, en el que ironiza: “El
Capital, de Marx, era en Rusia el libro de los burgueses más que el de los
proletarios. Era la demostración crítica de la fatal necesidad de que en Rusia
se formara una burguesía, empezara una era capitalista, se instaurase una
civilización de tipo occidental, antes de que el proletariado pudiera pensar
siquiera en su ofensiva, en sus reivindicaciones de clase, en su revolución.
(…) Los hechos han provocado la explosión de los esquemas críticos en cuyo
marco la historia de Rusia habría tenido que desarrollarse según los cánones
del materialismo histórico”.[28]
Como vemos, en opinión
de Gramsci, nada menos que los hechos rusos —valga la paradoja— hicieron volar
en pedazos los esquemas “etapistas” del materialismo histórico del marxismo
puro. Pero no debemos adelantarnos tanto; la teorización de Gramsci es un tanto
posterior a la revolución —de modo que él analizaba en base a los hechos ya
consumados—, y ya llegaremos a ella. La pregunta que debemos hacernos ahora es:
¿Cómo hicieron por entonces los teóricos que estaban observando estos
desajustes para explicar el salto de etapas que se dio en Rusia y, aún más, justificar
la praxis revolucionaria de la clase obrera en el marco de una revolución que
debía ser burguesa?
Del seno de la Segunda
Internacional Socialista[29] —la cual funcionó entre 1889 y 1923— se recurrirá
a un concepto que vendrá a suturar la teoría marxista: ese concepto fue el de
hegemonía.
¿A qué refería la
hegemonía en un inicio? Como ya hemos visto, las clases sociales para la teoría
marxista tienen “tareas históricas” bien precisas: la burguesía debe barrer con
la sociedad feudal, y el proletariado barrer a su vez con la sociedad burguesa
(capitalista). La hegemonía será el concepto utilizado por el teórico Gueorgui
Plejanov —uno de los fundadores de la Segunda Internacional— para describir y
justificar el hecho de que en Rusia la clase proletaria asumiera la tarea
burguesa de sepultar la sociedad feudal. En efecto, el estadio del desarrollo
económico ruso estaba tan poco maduro que una débil burguesía no podía hacerse
cargo de sus obligaciones históricas —hacer la revolución contra el feudalismo
zarista— y, a la postre, la clase obrera debía hegemonizar, es decir, asumir
tareas que no eran propias a su naturaleza de clase —hacer la revolución contra
el capitalismo burgués—.
Este es el marco del surgimiento del concepto
de hegemonía que, en su propio origen, no puede despojarse del determinismo
económico del marxismo tradicional. ¿Por qué? Porque se continúan concibiendo a
las clases sociales como grupos con tareas históricas bien definidas,
“naturales”, y la hegemonía es apenas el nombre otorgado al hecho excepcional
dado por la asunción por parte de una clase social de una tarea que en teoría
no le es propia. En el caso ruso, como se dijo, esa tarea fue la de hacer una
revolución proletaria contra un régimen feudal.
Algunos cambios
ligeros a la idea de “hegemonía” sobrevendrán con Vladímir Ilich Lenin, el
teórico bolchevique por antonomasia y fundador de la Tercera Internacional
Socialista. Su lucha teórica se enmarca en su controversia contra el ala de los
mencheviques, los cuales siguiendo el esquema etapista argumentaban que en
Rusia, “por ser un país atrasado con régimen feudal, la revolución sería
realizada en dos etapas. Una primera, en que el proletariado, el campesinado,
la intelectualidad se unirían con la burguesía liberal para derrotar a la
monarquía e instaurar un régimen democrático burgués, en donde el proletariado
ganaría espacios para luchar por el socialismo. (…) Esa lucha por el socialismo
abriría la segunda etapa de la revolución”.[30] Lenin, al contrario, subrayaba
desde un inicio el carácter “reaccionario” de la burguesía rusa y estimaba que
la revolución debía desde sus orígenes plantear una lucha contra ella, en una
alianza de la clase obrera con el campesinado y sin esperar etapa previa
alguna.
En este punto surge,
pues, el concepto de “hegemonía” leninista como “dirección política en el seno
de una alianza de clases”.[31] La clase proletaria rusa, a pesar de su pequeño
número en relación al conjunto de la población, se erige en clase dirigente de
las demás clases subalternas —fundamentalmente el campesinado— y establece con
ellas una alianza política para hacer la revolución.[32] Pero dicha alianza no
modifica la identidad de las clases aliadas: “Golpear juntos, marchar
separados” es una de las máximas más elocuentes de Lenin, que resume
precisamente su concepto de hegemonía.