martes, 8 de septiembre de 2020

II- La excepción rusa y la hegemonía



II- La excepción rusa y la hegemonía

Una revolución en Rusia a principios del Siglo XX introducirá, por paradójico que parezca, un grave problema teórico para el marxismo tradicional y su filosofía de la historia. El problema puede resumirse en una simple pregunta: ¿Cómo podía darse una revolución proletaria en aquella Rusia que todavía no había tenido su revolución democrático-burguesa? Vale decir, la Rusia zarista de 1905 y 1917 —años en los que se experimentaron luchas revolucionarias—, a diferencia de la Francia de 1789 —que tenía una importante burguesía que pujaba por reemplazar el sistema monárquico-feudal vigente— contaba con una situación política en la cual había zares pero no una burguesía latente que pudiera afectarlos. Entonces, según el razonamiento marxista, faltaba una burguesía que hiciera ese trabajo para que a su vez, posteriormente, ésta fuera desplazada por otra clase social: el proletariado. Pero el problema que ponía en jaque las predicciones marxistas fue que la revolución comunista se produjo “saltando etapas”, puesto que se pasó de una situación feudal directamente al socialismo, sin pasar en el medio por una “revolución burguesa”. Se habría saltado desde la planta baja al segundo piso sin haber construido el primero, siguiendo el ritmo de las metáforas edilicias.

Marx y Engels habían establecido un orden progresivo en el proceso revolucionario; tenían, en una palabra, una concepción “etapista” de la historia (un desarrollo por etapas), bajo la cual las distintas clases tenían tareas que les eran “connaturales”. Para ellos, las primeras revoluciones del proletariado tenían que suceder en los países capitalistas más avanzados en virtud de la propia dinámica de las fuerzas materiales que ya hemos visto. La revolución que se dio en la Rusia de 1905[25] estaba ilustrando para sus espectadores, pues, un desajuste magnánimo: el desajuste de las etapas de la historia predichas por Marx, y el desajuste de las tareas históricas que cada clase debía asumir conforme a las leyes sociológicas inventadas por el marxismo. Y frente a este problema, dentro de la socialdemocracia rusa estuvieron quienes afirmaron que el proletariado no debía participar como fuerza dirigente del proceso revolucionario (los “mencheviques”[26]), pero también surgieron voces más radicalizadas que reivindicaron la posibilidad de constituir a la clase obrera rusa en cabeza de una revolución (los “bolcheviques”[27]).

Años después, Antonio Gramsci (célebre filósofo italiano marxista de la primera mitad del Siglo XX) haciendo tambalear la rigidez ideológica del marxismo tradicional, escribirá un texto titulado “La revolución contra «El Capital»”, en el que ironiza: “El Capital, de Marx, era en Rusia el libro de los burgueses más que el de los proletarios. Era la demostración crítica de la fatal necesidad de que en Rusia se formara una burguesía, empezara una era capitalista, se instaurase una civilización de tipo occidental, antes de que el proletariado pudiera pensar siquiera en su ofensiva, en sus reivindicaciones de clase, en su revolución. (…) Los hechos han provocado la explosión de los esquemas críticos en cuyo marco la historia de Rusia habría tenido que desarrollarse según los cánones del materialismo histórico”.[28]

Como vemos, en opinión de Gramsci, nada menos que los hechos rusos —valga la paradoja— hicieron volar en pedazos los esquemas “etapistas” del materialismo histórico del marxismo puro. Pero no debemos adelantarnos tanto; la teorización de Gramsci es un tanto posterior a la revolución —de modo que él analizaba en base a los hechos ya consumados—, y ya llegaremos a ella. La pregunta que debemos hacernos ahora es: ¿Cómo hicieron por entonces los teóricos que estaban observando estos desajustes para explicar el salto de etapas que se dio en Rusia y, aún más, justificar la praxis revolucionaria de la clase obrera en el marco de una revolución que debía ser burguesa?

Del seno de la Segunda Internacional Socialista[29] —la cual funcionó entre 1889 y 1923— se recurrirá a un concepto que vendrá a suturar la teoría marxista: ese concepto fue el de hegemonía.

¿A qué refería la hegemonía en un inicio? Como ya hemos visto, las clases sociales para la teoría marxista tienen “tareas históricas” bien precisas: la burguesía debe barrer con la sociedad feudal, y el proletariado barrer a su vez con la sociedad burguesa (capitalista). La hegemonía será el concepto utilizado por el teórico Gueorgui Plejanov —uno de los fundadores de la Segunda Internacional— para describir y justificar el hecho de que en Rusia la clase proletaria asumiera la tarea burguesa de sepultar la sociedad feudal. En efecto, el estadio del desarrollo económico ruso estaba tan poco maduro que una débil burguesía no podía hacerse cargo de sus obligaciones históricas —hacer la revolución contra el feudalismo zarista— y, a la postre, la clase obrera debía hegemonizar, es decir, asumir tareas que no eran propias a su naturaleza de clase —hacer la revolución contra el capitalismo burgués—.

 Este es el marco del surgimiento del concepto de hegemonía que, en su propio origen, no puede despojarse del determinismo económico del marxismo tradicional. ¿Por qué? Porque se continúan concibiendo a las clases sociales como grupos con tareas históricas bien definidas, “naturales”, y la hegemonía es apenas el nombre otorgado al hecho excepcional dado por la asunción por parte de una clase social de una tarea que en teoría no le es propia. En el caso ruso, como se dijo, esa tarea fue la de hacer una revolución proletaria contra un régimen feudal.

Algunos cambios ligeros a la idea de “hegemonía” sobrevendrán con Vladímir Ilich Lenin, el teórico bolchevique por antonomasia y fundador de la Tercera Internacional Socialista. Su lucha teórica se enmarca en su controversia contra el ala de los mencheviques, los cuales siguiendo el esquema etapista argumentaban que en Rusia, “por ser un país atrasado con régimen feudal, la revolución sería realizada en dos etapas. Una primera, en que el proletariado, el campesinado, la intelectualidad se unirían con la burguesía liberal para derrotar a la monarquía e instaurar un régimen democrático burgués, en donde el proletariado ganaría espacios para luchar por el socialismo. (…) Esa lucha por el socialismo abriría la segunda etapa de la revolución”.[30] Lenin, al contrario, subrayaba desde un inicio el carácter “reaccionario” de la burguesía rusa y estimaba que la revolución debía desde sus orígenes plantear una lucha contra ella, en una alianza de la clase obrera con el campesinado y sin esperar etapa previa alguna.

En este punto surge, pues, el concepto de “hegemonía” leninista como “dirección política en el seno de una alianza de clases”.[31] La clase proletaria rusa, a pesar de su pequeño número en relación al conjunto de la población, se erige en clase dirigente de las demás clases subalternas —fundamentalmente el campesinado— y establece con ellas una alianza política para hacer la revolución.[32] Pero dicha alianza no modifica la identidad de las clases aliadas: “Golpear juntos, marchar separados” es una de las máximas más elocuentes de Lenin, que resume precisamente su concepto de hegemonía.