martes, 8 de septiembre de 2020

I- Marx y Engels


I- Marx y Engels


Hay que comenzar desde el origen de la teoría marxista. En Karl Marx y Friedrich Engels encontramos la génesis. Hombres alemanes del Siglo XIX, ambos tienen el mérito intelectual de haber sentado las bases de un pretendido “socialismo científico” frente a los diversos socialismos utópicos y anarquismos que en aquellos tiempos predominaban en la izquierda.

Hasta Marx y Engels, todo lo que se había escrito para la causa socialista según la perspectiva de ellos mismos, había estado impregnado de una estrechez que terminaba siendo involuntariamente funcional a los sectores que deseaban frenar la revolución del proletariado. Todo el tercer capítulo nada menos que de El manifiesto comunista —obra clave en la divulgación marxista— está dedicado a refutar las teorías socialistas previas al marxismo: Saint-Simon, Fourier, Owen y otros escritores socialistas anteriores a los autores del Manifiesto, no habían logrado, según Marx y Engels, darle al socialismo una guía científica para la realización de su revolución.

El proyecto marxista era —o pretendía ser— muy distinto que el de sus antecesores socialistas: Marx y Engels introducirían las bondades de la ciencia en el estudio de las sociedades frente a las “fantasías” utópicas de sus colegas que aquéllos pretendían dejar atrás. No haría falta mencionar que la historia, empero, terminó dando por tierra con semejantes pretensiones: las leyes de la historia marxistas —que decían poder predecir la evolución de la historia— jamás se comprobaron sino que todo lo contrario —la Revolución Rusa, como veremos, fue la gran y paradójica excepción— y la visión de un mundo comunista, sin clases y sin Estado, fue tan utópica como las mismísimas utopías de las que Marx y Engels renegaban: de forma tal que las disputas ideológicas entre los socialistas no dejaba de ser una delirante riña entre utopistas.

La desmesurada pretensión “científica” del marxismo precisaba de un método no menos monumental para estudiar el “curso de la historia” e intentar, a la postre, predecir las transformaciones sociales y, más importante todavía, las condiciones de las transformaciones revolucionarias. Es en este sentido que Marx y Engels son “hegelianos”, esto es, que toman del filósofo alemán Georg Hegel su célebre método: la dialéctica. ¿Qué es la dialéctica?[15] En términos lo más simples posible, se trata de un método que supone que en la historia surgen fuerzas opuestas que, en su contradicción, generan una nueva fase que a su vez genera otra instancia contradictoria, y así sucesivamente. En términos filosóficos, se dirá que a toda tesis corresponde una antítesis, las cuales resultan superadas por una síntesis. La historia avanza, pues, en función de las contradicciones que se generan en su seno. El método de la dialéctica había sido utilizado por Hegel para descubrir el movimiento de las ideas en el mundo; para Hegel, las ideas de los hombres resultan centrales para explicar los cambios en la historia. En el marxismo será lo opuesto: dialéctica, pero aplicada al descubrimiento del mundo de la materia, y a eso en la jerga marxista se le llama materialismo dialéctico.

Pasemos esto en limpio. El motor de la historia es hallado por el marxismo en el mundo material y, más concretamente, en la dimensión de las fuerzas productivas. ¿Y qué son las fuerzas productivas? Para decirlo de forma sintética, son las distintas tecnologías y modos de producción sobre las cuales se apoya la producción propiamente dicha. Sus modificaciones entrañan y explican los cambios profundos en la historia. Así, el taller corporativo resultó superado por la manufactura con su división del trabajo; y ésta a su vez fue reemplazada al poco tiempo por la gran industria moderna, hija de la máquina a vapor. Tal es el sentido material de la revolución productiva que sepulta a la sociedad feudal y abre el paso a la sociedad moderna, industrial y, utilizando terminología marxista, a la “sociedad burguesa”. La idea central del razonamiento en cuestión es que las fuerzas productivas se hallan en permanente avance, y generan para sí “relaciones de producción” (empleador-empleado), que se traducen jurídicamente en relaciones de propiedad y que generan clases sociales específicas —definidas por su relación con los medios de producción— en pugna. Pero el problema sobreviene cuando la evolución de las fuerzas productivas —es decir, el desarrollo de las nuevas tecnologías y maneras de producir— llega a un punto en el cual las formas de propiedad privada terminan frenando la productividad; en esa instancia las sociedades se conmueven y se dan las condiciones materiales para una revolución. De ahí que se pensara que el capitalismo se conduciría a sí mismo hacia su propia crisis, pues llegaría el día en que la propiedad privada sería un estorbo para el propio sistema: la revolución comunista, en virtud de todo ello, sería inexorable suponían sus cultores.

Ahora bien, y por otro lado, lo que en la jerga marxista se conoce como “materialismo histórico” ha quedado resumido por Engels en el prefacio a la edición alemana de 1883 del Manifiesto Comunista que aquél redactara tras la muerte de su socio y colega Karl Marx: “Toda la historia (…) ha sido una historia de la lucha de clases, de lucha entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, en las diferentes fases del desarrollo social; y que ahora esta lucha ha llegado a una fase en que la clase explotada y oprimida (el proletariado) no puede ya emanciparse de la clase que la explota y la oprime (la burguesía), sin emancipar, al mismo tiempo y para siempre, a la sociedad entera de la explotación, la opresión y la lucha de clases”.[16]

Hay que destacar que el denominado materialismo histórico ofrece una sucesión de etapas necesarias en el desarrollo de la historia que culminaría según sus autores con la revolución del proletariado, pero que pasan, antes de llegar a ella, por las revoluciones burguesas como la que el mundo había visto en la Francia de 1789, apenas veintinueve años antes del nacimiento del propio Marx. El mismísimo Manifiesto Comunista que ya hemos citado dice que “la burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario”.[17] La burguesía, en efecto, poseyó una tarea histórica concreta: la de desmantelar las formas de organización feudales. Pero además, el “capitalismo burgués” es necesario para la historia, en tanto que, al tiempo que acelera de manera impresionante las fuerzas productivas[18], simplifica las contradicciones existentes en la sociedad en dos grupos antagónicos fáciles de identificar: el burgués y el proletariado.[19]

La llamada “burguesía” ha sido sin lugar a dudas una clase revolucionaria para Marx y Engels, aunque hoy nos suene extraño. ¿En qué sentido revolucionaria? En el sentido de que es la clase que destruye el mundo feudal, rompiendo con los estrechos marcos nacionales de la antigua industria, generando un mercado mundial, revolucionando las comunicaciones e introduciendo el cosmopolitismo. En otras palabras, la burguesía sería funcional durante una etapa de la historia para obrar como antesala de lo que luego sería la vaticinada revolución proletaria.

En efecto, según fantaseaban los marxistas, la burguesía desarrollaría impresionantes fuerzas productivas que terminarían acabando con la propia “sociedad burguesa”. ¿Por qué razón? Porque los marxistas suponen que el desarrollo de esas fuerzas productivas empieza a ser frenado por el régimen de propiedad privada y terminan generando las condiciones para romper con éste. La misma rebelión de las fuerzas productivas que acabó con la sociedad feudal debería ahora, en función de la misma “necesidad dialéctica”, acabar con la burguesía en provecho del proletariado. Y esto es lo que creían estar viendo Marx y Engels mientras escribían su profecía con pretensiones científicas: “Ante nuestros ojos se está produciendo un movimiento análogo [al de la destrucción del feudalismo]. Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros. Desde hace algunas décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación”.[20] Todo estaba dicho para Marx y Engels, y creían haber descubierto el movimiento necesario de la historia y, por consiguiente, predecir el porvenir político y social: “Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar el feudalismo se vuelven ahora contra la propia burguesía. Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte, ha producido también los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios”.[21]

Los proletarios son entonces la clase social que tiene en sus manos la más importante misión histórica: impulsar una revolución que, al destruir la propiedad privada que fundamenta la división en clases, destruirá las clases sociales como tales y su liberación será la liberación de toda la humanidad.[22] Si toda la historia ha sido la historia de la lucha de clases, el marxismo anuncia una última revolución en la historia: la revolución del proletariado, que abrirá las puertas de un paraíso llamado “comunismo”, que se realizará tras un período indeterminado de “dictadura del proletariado”. En efecto, tras la revolución, la clase obrera deberá poner a su disposición el poder político para acabar con las relaciones de producción existentes, socializando los medios de producción (es decir, aboliendo la propiedad privada).[23]

Y aquí es cuando la dialéctica produce su último movimiento: así como la burguesía como “clase dominante” supuestamente había engendrado al proletariado como “clase dominada”, cuando esta última se transforme en clase dominante engendrará la síntesis que coronará el movimiento dialéctico y constituirá el fin de la historia, el advenimiento del paraíso comunista: la sociedad sin clases, sin política, sin Estado, sin religión. Esto es lo que, en pocas palabras, Marx decía que iba a suceder con arreglo a “leyes históricas” basadas en la “ciencia”.

Extraigamos para concluir lo más importante para nuestro análisis que sigue. El marxismo analiza a la sociedad de manera topográfica o, metafóricamente hablando, con la forma de un “edificio”. En la base o “estructura” de la sociedad, el marxismo coloca las fuerzas productivas y sus relaciones de producción —es decir, las tecnologías para producir y las relaciones de propiedad existentes—. En la “superestructura” que se levanta a partir de esta base de carácter económico, los marxistas ubican al Estado, la ideología, la religión, la cultura, etcétera. Siguiendo con la metáfora edilicia, va de suyo que la manera más fácil de demoler un edificio consiste en reventar los pilares sobre los que éste se apoya, y en esto se ha basado precisamente el marxismo tradicional: las verdaderas revoluciones se pergeñan al nivel de las relaciones económicas, pues todo lo demás —ideología, Estado, cultura, etcétera— es apenas un reflejo de aquéllas. Lo que hay que hacer es transformar el sistema económico, y lo otro se va dando por añadidura. ¿Qué quiere decir esto? Que no existe revolución propiamente dicha si no se acaba con el régimen de propiedad privada existente de manera tajante. Tratar de dar una lucha al nivel de la “superestructura”, es decir, por ejemplo, a nivel ideológico o jurídico, sería lo mismo que pelearse con una sombra para el marxismo clásico.

En el prefacio de su obra Una contribución a la crítica de la economía política, Marx asevera: “Siempre es necesario distinguir entre la revolución material en las condiciones económicas de producción, que caen dentro del radio de la determinación científica exacta, y la jurídica, política, religiosa, estética o filosófica, es decir, en una palabra, las formas ideológicas de la apariencia”. El análisis que Karl Popper (filósofo alemán detractor del marxismo) hace de este pasaje es interesante para entender lo que sigue, es decir, las modificaciones estratégicas y teóricas que sufrió el marxismo clásico a través del tiempo: “En opinión de Marx, es vana la esperanza de lograr algún cambio importante mediante el solo uso de recursos jurídicos o políticos; una revolución política sólo puede desembocar en la transmisión del mando de un grupo de gobernadores a otro (…). Sólo la evolución de la esencia subyacente, la realidad económica, puede producir transformaciones esenciales o reales, esto es, una revolución social”.[24]

Pero todo este castillo de arena empezó a caerse más temprano que tarde, con la mismísima revolución marxista por excelencia: la rusa.