martes, 8 de septiembre de 2020

V- Los pensadores del “socialismo del Siglo XXI”



V- Los pensadores del “socialismo del Siglo XXI”

El “socialismo del Siglo XXI” es la expresión latinoamericana de la renacida izquierda. Como proyecto, con nombre y apellido, aquél nació formalmente el 27 de febrero de 2005 en Venezuela, oportunidad en la cual Hugo Chávez convocara a los intelectuales orgánicos, desde su insufrible programa televisivo “Aló Presidente”, a “inventar el socialismo del siglo XXI”. El socialismo no había muerto con la implosión soviética; debía “reinventarse” con los ajustes necesarios de acuerdo a las condiciones del nuevo siglo y a los nuevos postulados teóricos que los revisionistas del marxismo habían confeccionado. De todo ello se habló con especial énfasis en los Foros Internacionales de Filosofía de Venezuela que empezaron precisamente en ese año, y que apuntaron a desempolvar ideas que se creían condenadas al museo de antigüedades de una vez para siempre.

El proyecto del socialismo del Siglo XXI, en estos momentos, mientras estas líneas se escriben, está siendo pensado y repensado por intelectuales orgánicos dedicados a cumplimentar con la orden del difunto dictador venezolano y expandirlo a toda la región. Aquí daremos apenas un vistazo a las ideas de algunos de ellos que, si bien en muchas cosas presentan un pensamiento más o menos heterogéneo, coinciden a pie juntillas en algo que no es nada menor para la tesis de nuestro trabajo: el carácter cultural de la revolución izquierdista del nuevo siglo. Y es que aquéllos son deudores, sin lugar a dudas, del pensamiento post-marxista que, tal como vimos, corrió su mirada desde la agitación de la clase obrera hacia la construcción de nuevos antagonismos sociales, culturales, étnicos, etarios, sexuales, etcétera.

El uruguayo Sirio López Velasco es un caso interesante. Este ha basado su propuesta intelectual del socialismo del Siglo XXI en discusiones éticas que tienen su fundamento en el famoso postulado de Marx que reza: “De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”. Pero admite, seguidamente, que la clase obrera que supo ver Marx no es la de hoy y ello lo obliga a contemplar cambios importantes: “En momentos en que la clase obrera ha disminuido cuantitativamente y se ha modificado cualitativamente, con centrales sindicales que de hecho aceptan los límites del capitalismo, ya suena a museo la invocación de cualquier ‘partido obrero de vanguardia’; la tarea crítico-utópica ecomunitarista hoy es colocada en manos de un bloque social heterogéneo, con forma de movimiento, que agrupa a los asalariados, los excluidos de la economía capitalista formal, las llamadas ‘minorías’ (que a veces son mayorías, como las mujeres, y algunas comunidades étnicas en algunos países), las minorías activas (sobre todo en movimientos, partidos, sindicatos y organizaciones no gubernamentales, y en especial muchas de carácter ambientalista), los pueblos indígenas que sin asumir una postura identitaria a-histórica esencialista, quieren permanecer y transformarse sin aceptar el dogma de los ‘valores’ capitalistas de la ganancia y del individualismo, y los movimientos de liberación nacional que combaten el recrudecido imperialismo yanqui-europeo”.[54]

El argentino Atilio Borón sigue esta misma línea, aunque hace hincapié en la necesidad de “construir” —es decir, fogonear el conflicto— en lugar de “encontrar” al sujeto de la nueva revolución socialista, con claras reminiscencias a Laclau: “No existe un único sujeto —y mucho menos un único sujeto preconstituido— de la transformación socialista. Si en el capitalismo del siglo XIX y comienzos del XX podía postularse la centralidad excluyente del proletariado industrial, los datos del capitalismo contemporáneo (...) demuestran el creciente protagonismo adquirido por masas populares que en el pasado eran tenidas como incapaces de colaborar en —cuando no claramente opuestas a— la instauración de un proyecto socialista. Campesinos, indígenas, sectores marginales urbanos eran, en el mejor de los casos, acompañantes en un discreto segundo plano de la presencia estelar de la clase obrera”.[55] Así pues, lo que debe hacer el nuevo socialismo es recoger, impulsar y agitar “las reivindicaciones de los vecinos de las barriadas populares, de las mujeres, de los jóvenes, de los ecologistas, de los pacifistas y de los defensores de los derechos humanos”[56], a través de la estrategia hegemónica, es decir mediante la unión de todos estos microconflictos que hemos analizado anteriormente. “En conclusión —anota Boron—, la construcción del ‘sujeto’ del socialismo del siglo XXI requiere reconocer, antes que nada, que no hay uno sino varios sujetos. Que se trata de una construcción social y política que debe crear una unidad allí donde existe una amplia diversidad y heterogeneidad”.[57] Puesto en términos de la teoría post-marxista que ya hemos visto: de lo que se trata es de lograr una hegemonía socialista que aglutine todos los elementos de conflagración social posible.

Habíamos dicho antes que la hegemonía sólo tenía sentido en un marco social donde el conflicto entre los distintos grupos fuera la regla. El marxismo tradicional encontró un único conflicto fundamental que lo abarcaba todo: el de las clases sociales —es decir, el conflicto económico—. Pero como el nuevo socialismo ha tenido que minimizar —prácticamente abandonar— la visión estrictamente clasista, necesita hacer irrumpir nuevos conflictos, de distintos tipos, que puedan encontrar su hilo conductor en la oposición al orden capitalista y a los valores occidentales en los que aquél se sostiene. Esta generación permanente del conflicto es recomendada por el sociólogo venezolano Rigoberto Lanz cuando anota que el socialismo del Siglo XXI sólo puede tener éxito “apostando duro por el impulso de prácticas subversivas que propaguen el efecto emancipatorio de las rupturas, de los conflictos, de las contradicciones”.[58]

Las coincidencias entre los autores llaman la atención y deben ser remarcadas a riesgo de caer en la redundancia, pues es lo que nos da la pauta de que estamos ya no frente a una “propuesta” sino frente a una clara estrategia en marcha. En efecto, el teórico alemán Heinz Dieterich, ex asesor de Chávez y célebre académico del “socialismo del Siglo XXI”, argumenta algo muy parecido a lo de sus colegas cuando escribe que no se trata de la búsqueda de un mítico “sujeto de liberación predeterminado, sino del reconocimiento de que los sujetos de liberación serán multiclasistas, pluriétnicos y de ambos géneros”[59] y que “la clase obrera seguirá siendo un destacamento fundamental (...) pero probablemente no constituirá su fuerza hegemónica”.[60] Por su parte, el pensador neomarxista ruso Alexander Buzgalin[61] también ha declarado que una premisa objetiva “del socialismo del siglo XXI es la asociación de los trabajadores y ciudadanos en general (...) así se suman a los sindicatos los diversos movimientos sociales (mujeres, etnias discriminadas por el racismo, campesinos, ecologistas, etc.), las organizaciones no gubernamentales y las asociaciones informales no permanentes y muy flexibles que agrupan a gentes movidas puntualmente por causas comunes”.[62] Pero López Velasco se queja de una importante omisión que el ruso hace en su trabajo: “nos llama la atención que Buzgalin omita (a no ser que lo hayamos leído mal) a los movimientos homosexuales (gays y lesbianas) en el arco iris de los movimientos asociativos que germinan como semillas del asociativismo participativo-decisorio requerido por/en el socialismo del siglo XXI”.[63]

El filósofo y ex guerrillero[64] boliviano Álvaro García Linera, actual vicepresidente de Evo Morales, hace especialmente hincapié en la cuestión indigenista en concreto, y explica esta traslación del sujeto revolucionario dada entre el histórico “obrero explotado” al actual “indígena colonizado” a través del hilo conductor del marxismo: “Iniciamos así una relectura, o más bien una ampliación de nuestra mirada, desde lo obrero muy centrado en Marx, o al menos en las obras clásicas de Marx y Lenin, hacia la temática de lo nacional, de lo campesino, hacia la temática de lo que se llama las identidades difusas. Ahí nace una etapa —hacia el año 1986— que se mantiene hasta hoy, de preocupación en torno a la temática indígena… supe incorporar la temática indígena en un esfuerzo por volverla comprensible y entendible a partir de las categorías que yo tenía; mi autoformación era básicamente marxista. (...) Comienza una obsesión, con distintas variantes, a fin de encontrar el hilo conductor sobre esa temática indígena desde el marxismo”.[65] Y seguidamente realza el proyecto hegemónico del nuevo socialismo en base a estos nuevos sujetos: “Toda revolución implica un tipo de alianzas, aun la guerra de clases es exitosa si se logra aislar, desmoralizar, debilitar al adversario y acoplar a potenciales aliados, esa es la idea de una hegemonía”.[66]

Extraigamos como conclusión algo que a esta altura ya es evidente: si hay algún acuerdo estratégico en el marco de la reconstrucción de una nueva izquierda para el siglo XXI, es que ésta se tiene que apoyar con fuerza en nuevos “movimientos” que son mencionados y repetidos hasta el hartazgo por todos los teóricos que hemos repasado hasta aquí, incluidos Ernesto Laclau y Chantal Mouffe que, como vimos en el subcapítulo anterior, sentaron las bases teóricas post-marxistas para superar definitivamente el economicismo que sólo permitía ver la lucha socialista como una confrontación de clases sociales. Esos nuevos movimientos que el socialismo del Siglo XXI debe hegemonizar son fundamentalmente los indigenistas, ecologistas, derechohumanistas, y a los que en este primer tomo de esta obra les dedicaremos especial atención: las feministas y los homosexualistas (de estos últimos se encargará Nicolás Márquez en la segunda parte de la presente obra), eufemísticamente representados por lo que se ha dado en conocer como la “ideología de género”.