V- Los pensadores del “socialismo del Siglo XXI”
El “socialismo del
Siglo XXI” es la expresión latinoamericana de la renacida izquierda. Como
proyecto, con nombre y apellido, aquél nació formalmente el 27 de febrero de
2005 en Venezuela, oportunidad en la cual Hugo Chávez convocara a los
intelectuales orgánicos, desde su insufrible programa televisivo “Aló
Presidente”, a “inventar el socialismo del siglo XXI”. El socialismo no había
muerto con la implosión soviética; debía “reinventarse” con los ajustes
necesarios de acuerdo a las condiciones del nuevo siglo y a los nuevos
postulados teóricos que los revisionistas del marxismo habían confeccionado. De
todo ello se habló con especial énfasis en los Foros Internacionales de
Filosofía de Venezuela que empezaron precisamente en ese año, y que apuntaron a
desempolvar ideas que se creían condenadas al museo de antigüedades de una vez
para siempre.
El proyecto del
socialismo del Siglo XXI, en estos momentos, mientras estas líneas se escriben,
está siendo pensado y repensado por intelectuales orgánicos dedicados a
cumplimentar con la orden del difunto dictador venezolano y expandirlo a toda
la región. Aquí daremos apenas un vistazo a las ideas de algunos de ellos que,
si bien en muchas cosas presentan un pensamiento más o menos heterogéneo,
coinciden a pie juntillas en algo que no es nada menor para la tesis de nuestro
trabajo: el carácter cultural de la revolución izquierdista del nuevo siglo. Y
es que aquéllos son deudores, sin lugar a dudas, del pensamiento post-marxista
que, tal como vimos, corrió su mirada desde la agitación de la clase obrera
hacia la construcción de nuevos antagonismos sociales, culturales, étnicos,
etarios, sexuales, etcétera.
El uruguayo Sirio
López Velasco es un caso interesante. Este ha basado su propuesta intelectual
del socialismo del Siglo XXI en discusiones éticas que tienen su fundamento en
el famoso postulado de Marx que reza: “De cada uno según su capacidad, a cada
uno según su necesidad”. Pero admite, seguidamente, que la clase obrera que
supo ver Marx no es la de hoy y ello lo obliga a contemplar cambios
importantes: “En momentos en que la clase obrera ha disminuido
cuantitativamente y se ha modificado cualitativamente, con centrales sindicales
que de hecho aceptan los límites del capitalismo, ya suena a museo la
invocación de cualquier ‘partido obrero de vanguardia’; la tarea
crítico-utópica ecomunitarista hoy es colocada en manos de un bloque social
heterogéneo, con forma de movimiento, que agrupa a los asalariados, los
excluidos de la economía capitalista formal, las llamadas ‘minorías’ (que a
veces son mayorías, como las mujeres, y algunas comunidades étnicas en algunos
países), las minorías activas (sobre todo en movimientos, partidos, sindicatos
y organizaciones no gubernamentales, y en especial muchas de carácter
ambientalista), los pueblos indígenas que sin asumir una postura identitaria
a-histórica esencialista, quieren permanecer y transformarse sin aceptar el
dogma de los ‘valores’ capitalistas de la ganancia y del individualismo, y los
movimientos de liberación nacional que combaten el recrudecido imperialismo
yanqui-europeo”.[54]
El argentino Atilio
Borón sigue esta misma línea, aunque hace hincapié en la necesidad de
“construir” —es decir, fogonear el conflicto— en lugar de “encontrar” al sujeto
de la nueva revolución socialista, con claras reminiscencias a Laclau: “No
existe un único sujeto —y mucho menos un único sujeto preconstituido— de la
transformación socialista. Si en el capitalismo del siglo XIX y comienzos del
XX podía postularse la centralidad excluyente del proletariado industrial, los
datos del capitalismo contemporáneo (...) demuestran el creciente protagonismo
adquirido por masas populares que en el pasado eran tenidas como incapaces de
colaborar en —cuando no claramente opuestas a— la instauración de un proyecto
socialista. Campesinos, indígenas, sectores marginales urbanos eran, en el
mejor de los casos, acompañantes en un discreto segundo plano de la presencia
estelar de la clase obrera”.[55] Así pues, lo que debe hacer el nuevo
socialismo es recoger, impulsar y agitar “las reivindicaciones de los vecinos
de las barriadas populares, de las mujeres, de los jóvenes, de los ecologistas,
de los pacifistas y de los defensores de los derechos humanos”[56], a través de
la estrategia hegemónica, es decir mediante la unión de todos estos
microconflictos que hemos analizado anteriormente. “En conclusión —anota
Boron—, la construcción del ‘sujeto’ del socialismo del siglo XXI requiere
reconocer, antes que nada, que no hay uno sino varios sujetos. Que se trata de
una construcción social y política que debe crear una unidad allí donde existe
una amplia diversidad y heterogeneidad”.[57] Puesto en términos de la teoría
post-marxista que ya hemos visto: de lo que se trata es de lograr una hegemonía
socialista que aglutine todos los elementos de conflagración social posible.
Habíamos dicho antes
que la hegemonía sólo tenía sentido en un marco social donde el conflicto entre
los distintos grupos fuera la regla. El marxismo tradicional encontró un único
conflicto fundamental que lo abarcaba todo: el de las clases sociales —es
decir, el conflicto económico—. Pero como el nuevo socialismo ha tenido que
minimizar —prácticamente abandonar— la visión estrictamente clasista, necesita
hacer irrumpir nuevos conflictos, de distintos tipos, que puedan encontrar su
hilo conductor en la oposición al orden capitalista y a los valores
occidentales en los que aquél se sostiene. Esta generación permanente del
conflicto es recomendada por el sociólogo venezolano Rigoberto Lanz cuando
anota que el socialismo del Siglo XXI sólo puede tener éxito “apostando duro
por el impulso de prácticas subversivas que propaguen el efecto emancipatorio
de las rupturas, de los conflictos, de las contradicciones”.[58]
Las coincidencias
entre los autores llaman la atención y deben ser remarcadas a riesgo de caer en
la redundancia, pues es lo que nos da la pauta de que estamos ya no frente a
una “propuesta” sino frente a una clara estrategia en marcha. En efecto, el
teórico alemán Heinz Dieterich, ex asesor de Chávez y célebre académico del
“socialismo del Siglo XXI”, argumenta algo muy parecido a lo de sus colegas
cuando escribe que no se trata de la búsqueda de un mítico “sujeto de
liberación predeterminado, sino del reconocimiento de que los sujetos de
liberación serán multiclasistas, pluriétnicos y de ambos géneros”[59] y que “la
clase obrera seguirá siendo un destacamento fundamental (...) pero
probablemente no constituirá su fuerza hegemónica”.[60] Por su parte, el
pensador neomarxista ruso Alexander Buzgalin[61] también ha declarado que una
premisa objetiva “del socialismo del siglo XXI es la asociación de los
trabajadores y ciudadanos en general (...) así se suman a los sindicatos los
diversos movimientos sociales (mujeres, etnias discriminadas por el racismo,
campesinos, ecologistas, etc.), las organizaciones no gubernamentales y las
asociaciones informales no permanentes y muy flexibles que agrupan a gentes
movidas puntualmente por causas comunes”.[62] Pero López Velasco se queja de
una importante omisión que el ruso hace en su trabajo: “nos llama la atención
que Buzgalin omita (a no ser que lo hayamos leído mal) a los movimientos homosexuales
(gays y lesbianas) en el arco iris de los movimientos asociativos que germinan
como semillas del asociativismo participativo-decisorio requerido por/en el
socialismo del siglo XXI”.[63]
El filósofo y ex
guerrillero[64] boliviano Álvaro García Linera, actual vicepresidente de Evo
Morales, hace especialmente hincapié en la cuestión indigenista en concreto, y
explica esta traslación del sujeto revolucionario dada entre el histórico
“obrero explotado” al actual “indígena colonizado” a través del hilo conductor
del marxismo: “Iniciamos así una relectura, o más bien una ampliación de
nuestra mirada, desde lo obrero muy centrado en Marx, o al menos en las obras
clásicas de Marx y Lenin, hacia la temática de lo nacional, de lo campesino,
hacia la temática de lo que se llama las identidades difusas. Ahí nace una
etapa —hacia el año 1986— que se mantiene hasta hoy, de preocupación en torno a
la temática indígena… supe incorporar la temática indígena en un esfuerzo por
volverla comprensible y entendible a partir de las categorías que yo tenía; mi
autoformación era básicamente marxista. (...) Comienza una obsesión, con
distintas variantes, a fin de encontrar el hilo conductor sobre esa temática
indígena desde el marxismo”.[65] Y seguidamente realza el proyecto hegemónico
del nuevo socialismo en base a estos nuevos sujetos: “Toda revolución implica
un tipo de alianzas, aun la guerra de clases es exitosa si se logra aislar,
desmoralizar, debilitar al adversario y acoplar a potenciales aliados, esa es
la idea de una hegemonía”.[66]
Extraigamos como
conclusión algo que a esta altura ya es evidente: si hay algún acuerdo
estratégico en el marco de la reconstrucción de una nueva izquierda para el
siglo XXI, es que ésta se tiene que apoyar con fuerza en nuevos “movimientos”
que son mencionados y repetidos hasta el hartazgo por todos los teóricos que
hemos repasado hasta aquí, incluidos Ernesto Laclau y Chantal Mouffe que, como
vimos en el subcapítulo anterior, sentaron las bases teóricas post-marxistas
para superar definitivamente el economicismo que sólo permitía ver la lucha
socialista como una confrontación de clases sociales. Esos nuevos movimientos
que el socialismo del Siglo XXI debe hegemonizar son fundamentalmente los
indigenistas, ecologistas, derechohumanistas, y a los que en este primer tomo
de esta obra les dedicaremos especial atención: las feministas y los
homosexualistas (de estos últimos se encargará Nicolás Márquez en la segunda
parte de la presente obra), eufemísticamente representados por lo que se ha
dado en conocer como la “ideología de género”.