martes, 8 de septiembre de 2020

VI- El Dr. Money, el niño sin pene y algunas consideraciones científicas



Capítulo 2: Feminismo e ideología de género


VI- El Dr. Money, el niño sin pene y algunas consideraciones científicas


Como hemos insistido a lo largo de este capítulo, las teorías tienen correlatos prácticos; la forma en que entendemos e interpretamos el mundo incide en la manera en que nuestras acciones en él se desenvuelven. Así pues, existe un caso que nos muestra de manera concreta la aplicación de la ideología de género en el campo de la medicina y la psiquiatría y sus consecuencias.

En 1965 nacieron los niños gemelos monocigóticos[234] Bruce y Brian Reimer. El primero de ellos, con menos de un año de edad, a causa de fimosis fue sometido a una fallida circuncisión que mutiló su pene. Sus padres, desesperados por el accidente que había sufrido su hijo, pronto se contactaron con un famoso psicólogo llamado John Money, quien había trascendido en el mundo académico precisamente por haber llevado al terreno médico las teorías de género que escinden la identidad sexual respecto de cualquier determinación natural. Como muchas de las feministas contemporáneas a él mismo, Money estaba enrolado en la militancia por la despatologización de la pedofilia y de prácticas sexuales que Preciado consideraría “contra-sexuales”, como la coprofilia (juegos e ingesta de excremento con fines sexuales).[235] Además, Money era Profesor de la Universidad John Hopkings, fue fundador del Gender Identity Institute —financiado por esta última—, trabajaba en el negocio de las reasignaciones sexuales, y el caso en cuestión se presentó frente a sus ojos como una posibilidad excepcional de llevar adelante un experimento social que comprobara la teoría de que la sexualidad no tiene que ver con la naturaleza, sino con la crianza: esto es, que un ser humano puede ser educado como hombre o mujer con independencia de la realidad cromosómica o gonadal o genital que pueda tener. En efecto, el doctor Money contaba con un niño de pocos meses de vida que ya no tenía pene, y con su variable de control perfecta: Brian, el hermano gemelo.

Así fue que con diecisiete meses de edad, Bruce se convirtió en “Brenda”, y cuatro meses más tarde, fue sometido a castración. A los padres se les encomendó la tarea más importante de todas: criar a Bruce como “Brenda”, y bajo ninguna circunstancia revelar la verdad de los hechos a los gemelos. Las instrucciones eran estrictas, pues de ellas dependía el éxito del experimento social. “Pensé que sí era simplemente una cuestión de crianza, que podía criar a mi hijo como mujer”[236], se lamentó posteriormente la madre.

 Pero pronto el plan empezó a desviarse de los resultados que Money esperaba. A pesar de todos los tratamientos hormonales y las características de la crianza, “Brenda” no parecía adaptarse a la identidad femenina. El padre ha contado a posteriori que “era tan evidente para todos, no sólo para mí, que era masculino”.[237] En una de las desgrabaciones de los archivos de Money, se lo escucha quejarse: “La niña tiene muchas características de 'marimacho'”[238]. La cuestión se empezaba a ir de las manos del célebre profesor, y éste decidió que era tiempo de intervenir en la crianza con mayor ahínco desde sus conocimientos psicológicos. Así fue que comenzó haciendo hincapié en que “Brenda” asentara su nueva identidad femenina comprendiendo la diferencia existente entre los órganos sexuales de los hombres y las mujeres, recurriendo de esta forma a las diferencias naturales para negar… lo natural. Pero a medida que la “niña” se negaba a adoptar su nuevo género, el doctor se veía obligado a aplicar enfoques cada vez más extremos. Pidió tener sesiones conjuntas con los gemelos, a quienes les hacía quitarse la ropa, mirarse mutuamente, ensayar poses sexuales y someterse a sesiones fotográficas. Los dos niños cumplían un papel no muy diferente del que pueden cumplir dos ratas de laboratorio. El citado psicólogo Andrés Irasuste ha reflexionado al respecto: “Nosotros nos preguntamos qué tanta distancia existe acaso en verdad entre un John Money y un Josef Mengele”.[239]

El último intento de Money consistió en intentar convencer a “Brenda” de someterse a una cirugía que perfeccionara su vulva rudimentaria y se le pudiera construir una vagina artificial. A los trece años de edad, llegó a entrevistarla con un transexual para que éste la persuadiera respecto de las bondades de la cirugía. Pero “Brenda” se negó, y pidió a sus padres no volver a ver nunca más al doctor Money.

El experimento social no dejó de ir a contrapelo de lo que su mentor había predicho. “Brenda” tuvo varios intentos de suicidio, y sus padres, desesperados, decidieron que era hora de dar marcha atrás y contarle la verdad sobre su propia historia. Así fue como esta “niña” de laboratorio decidió ser lo que siempre había sido: un niño. Y se llamó a sí mismo “David”, en referencia a la lucha de David contra Goliat. De inmediato, David dejó los tratamientos hormonales y se hizo un implante de pene, pero jamás pudo superar los daños psicológicos creados por el experimento de género. Su familia, tampoco. Brian, el hermano gemelo, jamás pudo aceptar la verdad y terminó cayendo en la esquizofrenia, muriendo en el año 2002 de una sobredosis.

La frustración de David se incrementó cuando descubrió que Money había presentado al mundo académico su experimento social como un éxito rotundo que probaba la veracidad de la ideología de género. En efecto, éste había publicado un libro de gran trascendencia que se tituló Hombre y niño, mujer y niña. “Su conducta es tan normal como la de cualquier niña y difiere claramente de la forma masculina como se comporta su hermano gemelo”, podía leerse en aquellas páginas sobre “Brenda”. Así, el caso de Bruce, o Brenda, o David, fue a su vez presentado como un éxito en los textos médicos y psicológicos sobre tratamiento de hermafroditas. Clara prueba de cómo funciona el campo científico cuando la ideología se filtra en él, y son los hechos los que se deben acomodar a lo que se piensa, y no lo que se piensa a los hechos.

En el año 2004, víctima de una depresión producto de sus traumas psicológicos y existenciales, David Reimer se quitó la vida con una escopeta, habiendo dejado antes, no obstante, un premonitorio testimonio en un filme documental que se interesó por su historia: “Soy la prueba viviente [del fracaso de la ideología de género], y si no vas a tomar mi palabra como evangelio, porque yo he vivido esto, ¿a quién más vas a escuchar? ¿Quién más pasó por esto? Yo lo he vivido. ¿Tiene alguien que dispararse en la cabeza y morir para que la gente lo escuche?”[240]

Años después de que Money vendiera el supuesto éxito de la conversión de Bruce en Brenda, otro científico, Milton Diamond, revelará la verdad sobre el experimento de Money al descubrir que la testosterona orienta a cada ser humano incluso antes de nacer. El sexo, pues, no podía reducirse a la variable “crianza”. Afortunadamente, hay todavía hombres y mujeres[241] de ciencia que se atreven a mostrar y demostrar que la sexualidad no puede ser explicada sólo recurriendo a factores culturales, sino que hay todo un trasfondo natural que, en todo caso, crea el espacio donde la cultura puede inscribirse.

El psicólogo de Harvard Steven Pinker, por ejemplo, ha escrito una reveladora obra titulada The blank slate (2002), donde se dedica a refutar a los negacionistas de la naturaleza humana con arreglo a los aportes de la psicobiología y la neurociencia, y nos muestra cómo la ideología de género del feminismo es un estorbo para la ciencia en tanto que niega que el “género” posea una ontogénesis, una psicogénesis y una base que no depende exclusivamente de lo sociocultural. Y es que como nos explica el propio Irasuste, “hoy la neurociencia ha podido ya comprobar que eso que llamamos ‘género’ posee un núcleo biológico bien duro y profundo que ya comienza a configurarse por distintos influjos hormonales intrauterinos, responsables de la sexuación cerebral.”[242] Es sabido que tanto el andrógeno como el estrógeno, hormonas masculina y femenina respectivamente, tienen efectos diferentes sobre el cerebro durante el desarrollo fetal.[243] El biólogo Edward Wilson lo ha dicho de forma muy clara: “La neurobiología no puede ser aprendida a los pies de un gurú. Las consecuencias de nuestra historia genética no puede ser elegida por legislaturas”.[244]

Hay un pasaje muy interesante en la obra de Pinker, en la cual examina un estudio que nos recuerda al caso del Dr. Money y los gemelos Reimer. En efecto, en aquél se analizan los casos de “veinticinco niños que habían nacido sin pene (un defecto de nacimiento conocido como extrofia cloacal) y a los que posteriormente se castró y educó como niñas. Todos mostraron unos patrones masculinos, se dedicaban a juegos bruscos y tenían unas actitudes y unos intereses típicamente masculinos. Más de la mitad de ellos declararon espontáneamente que eran niños, uno cuando sólo tenía cinco años”.[245] Esto tiraría por la borda la posibilidad de que el caso de David Reimer sea una simple excepción o un accidente. Y a ello deberíamos añadir el hecho de que la educación de niños y niñas cada vez difiere menos, si se la analiza de manera histórica.

Hace relativamente poco que existe una rama dentro de la neurociencia denominada “neurobiología del sexo”, la cual se concentra en dos áreas centrales: la estructura cerebral y la genética. Esta disciplina ha contribuido en mucho también a hacernos ver que la sexualidad es mucho más que cultura: es también naturaleza. Gracias a científicos como el embriólogo Charles Phoenix y otros que han llevado adelante investigaciones al respecto, sabemos por ejemplo que la hormona testosterona juega un rol inexorable en la definición sexual desde mucho antes que la criatura salga del cuerpo de su madre y, por lo tanto, mucho antes de sus primeros contactos culturales: “Si retiramos los genitales a un embrión genéticamente masculino durante un momento clave del desarrollo embrionario, éste desarrollará genitales femeninos. Es decir, la testosterona actúa como un elemento diferenciador clave en el proceso de individuación biológica sobre una base prenatal donde lo femenino —en ausencia de dicho elemento— predominará”.[246] Algo similar encontró el neurólogo Simón Le Vay cuando concluyó que una diferencia en los niveles hormonales androgénicos en períodos críticos del desarrollo —como la etapa intrauterina— tiene efectos sustantivos en los rasgos sexuales.[247] Incluso se han detectado síndromes que afectan la sexualidad del nacido, como el llamado “síndrome por déficit de 5-alfa reductasa”, siendo esta última una enzima que interactúa con la testosterona para el desarrollo de los genitales. De modo tal que quienes padecen este síndrome, nacen con genitales de apariencia femenina, pero el sexo genético es masculino, con lo cual son criados como mujeres durante su niñez pero al llegar a la adolescencia los niveles de testosterona aumentan drásticamente y estas presuntas niñas empiezan a ver cómo sus cuerpos van tomando forma masculina: voz gruesa, bello facial, mayor musculatura, y su “clítoris” va aumentando de tamaño hasta tener un aspecto más o menos similar al de un pene. ¿Podría decirse con seriedad que fue la “cultura” la que provocó semejantes modificaciones?

No obstante, no es el tema de este libro la neurociencia y la genética; sólo pretendemos en estas breves líneas dar un botón de muestra al lector sobre que, en lo que a sexualidad refiere, la ciencia ha dado enormes pasos que están muy alejados de lo que las ideólogas del feminismo pretenden, esto es, reducir todo a una explicación cultural que permita, a la postre, la llamada “deconstrucción” (o mejor dicho, destrucción) de nuestra cultura. Pero si bien los neurocientíficos, como hemos visto, tienen muy en claro que el cerebro, además de guardar condicionamientos pre-natales en términos de sexualidad, efectúa toda una serie de operaciones muy complejas cuyas pautas no están ubicadas en los marcos culturales, no caen tampoco en el monismo explicativo reduciendo todo a cuestiones biológicas: al contrario, tienen muy presente la relevancia de la cultura para el ser humano, pero sin hacer de ella el factor explicativo exclusivo y excluyente. El antropólogo y sociólogo Roger Bartra ha propuesto por ejemplo una “antropología del cerebro” en la cual el pensamiento es una herramienta que nos sirve para reencontrarnos con el objeto y, para ello, naturalmente el cerebro debe poseer conexiones con lo cultural: “El cerebro depende de usos de procesos simbólicos, mediante los cuales las redes neuronales se van imbrincando con los productos de la cultura: es que el cerebro, si es pensado como espacio topológico, es a la vez un adentro y un afuera”.[248] Así, la sexualidad en el ser humano ha de entenderse como un complejo entrecruzamiento de naturaleza y cultura; ni naturaleza con prescindencia de cultura (porque la sexualidad sería puro instinto, desprovisto de particularidad y función social), ni cultura con prescindencia de naturaleza (porque se haría inaprensible la universalidad del sexo, sus reglas y su función natural). Pero en la dialéctica cultura-naturaleza, las formas culturales que triunfan son aquellas que van de la mano con las condiciones y límites que la naturaleza establece; caso contrario terminaremos fingiendo orgasmos masturbando brazos con consoladores de colores y pretendiendo salvar el mundo con utopías lésbicas.