PARTE 2: Feminismo e ideología de género
V- La ideología “queer”
No podríamos empezar
este apartado sin responder antes a una pregunta que surge del propio
subtítulo: ¿Qué es aquello que llamamos “queer”? La palabra “queer” es de
origen inglesa; aparecida en el Siglo XVIII, por entonces surgió como un
insulto para denominar a aquellos que corrompían el orden social: verbigracia,
el borracho, el mentiroso, el ladrón. Pero pronto la palabra también empezó a
utilizarse para referirse a aquellos a quienes no les cabía bien ni la
caracterización de mujer ni de hombre. Como la filósofa queer Beatriz Preciado
afirma, “eran ‘queer’ los invertidos, el maricón y la lesbiana, el travesti, el
fetichista, el sadomasoquista y el zoófilo”.[166]
Pero aquello que en
sus inicios fue un insulto, a partir de mediados de los años ´80 del Siglo XX
fue reapropiado políticamente por los mismos a quienes se pretendía injuriar.
Grupos homosexuales como Act Up, Radical Furies o Lesbian Avangers, empezaron a
utilizar la palabra “queer” como autodenominación, y pronto la etiqueta hizo
furor al interior de este tipo de agrupaciones. El insultado tomaba con
“orgullo” el insulto y se lo aplicaba, desafiantemente, a sí mismo,
neutralizando y luego invirtiendo la carga valorativa del mismo.
Se dice que lo “queer”
es parte de un movimiento “post-identitario”, es decir, de un movimiento que
pone en cuestión todo tipo de identidad. De modo que lo queer sería
inclasificable dentro de las categorías de “hombre”, “mujer”, “gay”,
“lesbiana”.
Al contrario: lo queer
rechaza de plano que exista algo como un hombre, una mujer, un gay o una
lesbiana. De ahí que la citada Preciado afirme que “ser marica no basta para
ser ‘queer’: es necesario someter su propia identidad a crítica”.[167]
Sin embargo, lo queer
no es sólo un movimiento político; también se ha convertido en una corriente
teórica que ha ingresado con toda su fuerza en la vida académica, copando
universidades y centros de estudios en todo el mundo. En Estados Unidos la
primera Universidad que contribuyó al desarrollo de esta teoría fue la
Universidad de Columbia, a la que le siguió el Centro de Estudios de Lesbianas
y Gays de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Hoy día esta institución
cuenta con el Centro de Estudiantes Lesbianas, Gays, Transgénero y Queer.
Encontramos en este país también revistas académicas que han impulsado la
temática, como The Journal of Sex Research, Journal of Homosexuality, Journal
of the History of Sexuality, A Journal of Lesbian and Gay Studies. (¿Recuerda
el lector las confesiones del ex-agente de la KGB, Yuri Bezmenov, respecto de
la importancia de irrumpir en el mundo académico de Occidente como forma de
desmoralizar y alienar generaciones enteras?) En Canadá también es muy fuerte
la presencia de lo queer en las Universidades; la Universidad de Toronto, por
ejemplo, tiene un programa llamado “Orientación Queer”, dependiente de la
“Oficina de Diversidad Sexual y de Género”. En este país podemos encontrar
revistas como la Journal of Queer Studies in Education. En Europa, por su
parte, la institución pionera en estos estudios fue la Universidad de Utrecht,
sita en los Países Bajos, con su Departamento de Estudios Interdisciplinarios
Gays y Lesbianos, que además edita el Forum Homosexualität und Literatur. En
América Latina, la Universidad Nacional Autónoma de México tiene el Programa
Universitario de Estudios de Género, donde se ha prestado atención a la
temática. Y en Argentina, podemos encontrar otras tantas instituciones de la
vida académica, como el Grupo de Estudios sobre Sexualidades de la Universidad
de Buenos Aires, o el Centro de Estudios Queer de la Universidad Nacional de
Río Cuarto (Córdoba). Hay un término en inglés que los movimientos queer han
adoptado para referirse a todo esto: Queering the Academy, que sería algo así
como “desestabilizar” o “subvertir” la Academia.
Si bien suele
señalarse a la filósofa lesbiana Judith Butler como la referencia intelectual
por excelencia de la ideología queer, en el pensamiento de la filósofa
feminista (también lesbiana) Monique Wittig encontramos sólidos antecedentes
que nos obligan a mencionarla aunque sea brevemente. En efecto, su producción
intelectual, temporalmente ubicada sobre todo en la década del ´80, empieza ya a
cuestionar la existencia del sexo y genera un puente bastante sólido entre el
feminismo y los movimientos que, sin contener mujeres, tienen su eje en la
cuestión del género. Una de sus ideas fundamentales es que la “opresión de la
mujer” y la “opresión de la homosexualidad” son efectos de una misma causa: un
régimen político de “heterosexualidad obligatoria”. Así, en su ensayo “La
categoría de sexo” nos dirá que “La categoría de sexo es el producto de la
sociedad heterosexual que impone a las mujeres la obligación absoluta de
reproducir «la especie», es decir, reproducir la sociedad heterosexual”.[168]
Curiosa falacia la de la escritora francesa: ninguna sociedad occidental ha
legislado ninguna obligación reproductora al sexo femenino, y ni siquiera puede
sostenerse seriamente que exista una norma cultural “absoluta” al respecto; la
propia Wittig, que jamás fue madre, puede dar cuenta con su propio ejemplo de
vida y con sus personales decisiones que ninguna obligación reproductiva existe
en nuestras sociedades, algo que no podría constatarse en sistemas comunistas
(afines a la ideología de Wittig[169]) como el maoísmo chino, el cual sí
regulaba cuestiones vinculadas a la reproducción sexual pero que no parecen
inquietar a la francesa en cuestión. En todo caso, es la biología la que dicta
las condiciones bajo las cuales la humanidad en cuanto tal puede ser
reproducida, y de aquella se deriva la categoría de sexo que Wittig endilga
falazmente a la política.
Pero lo que nos
interesa de Wittig son, sobre todo, sus ideas sobre cómo subvertir el orden
establecido; y acá rastreamos lo “queer” de su pensamiento. En pocas palabras,
su propuesta consiste en destruir al hombre y a la mujer como tales. ¿Cómo? El
lesbianismo tendrá aquí un rol central: “Por su sola existencia una sociedad
lesbiana destruye el hecho artificial (social) que constituye a las mujeres
como un «grupo natural».”[170] Tal como Wittig nos dice, la lesbiana no es una
mujer; es una subjetividad que rompe el binarismo, que mostraría que no hay
siquiera sexo femenino. En efecto, Wittig entiende que “rechazar convertirse en
heterosexual (o mantenerse como tal) ha significado siempre, conscientemente o
no, negarse a convertirse en una mujer, o en un hombre. Para una lesbiana esto
va más lejos que el mero rechazo del papel de «mujer». Es el rechazo del poder
económico, ideológico y político de un hombre”.[171] El giro de Wittig es
llamativo: representa un feminismo cuyo objeto es, paradójicamente, destruir a
la mujer, tal como ella misma lo reconoce de forma explícita: “Nuestra
supervivencia exige que nos dediquemos con todas nuestras fuerzas a destruir
esa clase —las mujeres— con la cual los hombres se apropian de las mujeres. Y
esto sólo puede lograrse por medio de la destrucción de la heterosexualidad como
un sistema social basado en la opresión de las mujeres por los hombres”.[172]
Si bien Wittig habla
constantemente de lucha de clases entre hombres y mujeres, lo cual puede
remitirnos al economicismo del marxismo clásico, ella es una fiel exponente del
marxismo cultural toda vez que privilegia la subversión del lenguaje y la
moral. En su ensayo “El pensamiento heterosexual” nos dice que “La
transformación de las relaciones económicas no basta. Hay que llevar a cabo una
transformación política de los conceptos clave, es decir, de los conceptos que
son estratégicos para nosotras. Porque hay otro orden de materialidad que es el
del lenguaje (…) este orden, a su vez, está directamente conectado con el campo
político”.[173] Su novela El cuerpo lesbiano[174] es un ejemplo de subversión
del lenguaje, y de estas propuestas se derivan prácticas como las que
actualmente vemos incluso en textos pretendidamente académicos que se enseñan
en universidades de todo el mundo, de escribir eliminando el género,
modificando la letra “a”, la “e” y la “o” por la letra “x”. Es que el maldito
“patriarcado” estaría presente hasta en… nuestra forma de escribir.
Dejando a Wittig de
lado, la más importante teórica queer es la ya mencionada Judith Butler, cuya
obra El género en disputa (1990) es considerada como fundacional [175] de esta
nueva corriente que busca “deconstruir” de manera aún más incisiva y absoluta
(si cabe) la noción de género y sexualidad, hasta hacer de ellas piezas de
museo, categorías inutilizables, espacios vedados políticamente por la
ideología de género.
Este paso de la
tercera ola a lo llamado “queer” es de alguna forma asumido por Butler cuando,
en su prólogo a la edición de 1999 del citado texto, anota que “mientras lo
escribía comprendí que yo misma mantenía una relación de combate y antagonista
a ciertas formas de feminismo, aunque también comprendí que el texto pertenecía
al propio feminismo”.[176] Es decir, Butler consigue generar un nuevo punto de
inflexión en el feminismo, pero no deja de estar dentro de él. Butler es
feminista, pero de un nuevo tipo de feminismo que viene a señalar los “límites”
que la teoría feminista en general ha asignado al género, encontrando que éstas
han adolecido de un “supuesto heterosexual dominante” que estableció una
cantidad limitada de géneros a definir. Lo que procura Butler por consiguiente
es “facilitar una concurrencia política del feminismo, de los puntos de vista
gay y lésbico sobre el género”[177] y las demás “modalidades” sexuales; en
otras palabras, estirar tanto el concepto de género como para que en él quepan
formas y gustos sexuales de lo más extrañas. Hegemonía, en otras palabras.
El libro de Butler,
como buena postestructuralista que es, resulta sumamente complicado de leer, y
probablemente más complicado de explicar en algunos pocos párrafos como aquí
nos proponemos.[178] Todos sus esfuerzos podría decirse que van encaminados a
modificar el “sujeto” político del feminismo, para recrear un área de
representatividad mucho más extensa, que sea capaz de contener a todos aquellos
que, además de ser potencialmente incorporados a la lucha contra el hombre,
sean sumados a la lucha contra la sociedad heterosexual y la institución
familiar. Pero para ello la filósofa deberá demostrar, en consecuencia, que no
hay nada que pueda ser llamado “mujer”. Así, ella nos dice que las mujeres
deberían “comprender que las mismas estructuras de poder mediante las cuales se
pretende la emancipación crean y limitan la categoría de ‘las mujeres’, sujeto
del feminismo”.[179] En consecuencia, agrega: “En lugar de un significante
estable que reclama la aprobación de aquellas a quienes pretende describir y
representar, mujeres (incluso en plural) se ha convertido en un término
problemático, un lugar de refutación, un motivo de angustia”.[180] Sería bueno
interrogarse: ¿De angustia y de refutación para quién? Tal vez para esa
conflictuada minoría que integra el movimiento feminista y queer, pero no mucho
más.
Hemos visto que para
feministas de la tercera ola como De Beavouir, el género constituía el lado
cultural del dato natural que representaba el sexo. Había pues, aunque de forma
minúscula, una aceptación de las condiciones biológicas del cuerpo humano (¿No
había sido el “origen” de la opresión las condiciones de la reproducción y la
debilidad del cuerpo femenino? ¿Y qué decir de Firestone, donde la función
reproductiva define la “clase social” de la mujer?). Pues para Butler, el sexo
“siempre fue género, con el resultado de que la distinción entre sexo y género
no existe como tal”.[181] Es decir, el sexo es verdaderamente inexistente; es
éste también una construcción del discurso, y el hecho de que asignemos
determinada significación a determinadas características biológicas es un hecho
arbitrario que, en todo caso, sirve a intereses políticos. ¿Pero parece
realmente arbitraria la distinción de los sexos a la luz de las diferencias
anatómicas, fisiológicas y funcionales-reproductivas que ambos presentan? De
ninguna forma como se verá con más profundidad luego; en efecto, la diferencia
de los cuerpos y sus funciones constituyen un dato primario para la
categorización del binomio hombre-mujer, que ha sido utilizado a lo largo de
todas las sociedades humanas que ha visto este mundo, en término primero, a la
hora de la división social del trabajo.[182] (Butler pretende rebatir esta
realidad postulando el caso de los hermafroditas; pero ellos son, guste o no,
un caso anómalo dentro de la configuración prototípica humana).
Lo importante para
Butler es romper el binarismo que, según ella, la sociedad heterosexual
generó[183]: “La reglamentación binaria de la sexualidad elimina la
multiplicidad subversiva de una sexualidad que trastoca las hegemonías
heterosexual, reproductiva y médico-jurídica”[184] anota la filósofa siguiendo
a su colega Michel Foucault —sobre quien Nicolás Márquez profundizará más
adelante—, introduciéndonos al quid de la cuestión: hay que lograr una
multiplicidad de géneros que subvierta el presunto “régimen heterosexual”, para
desmantelar ciertas instituciones sociales que, como vimos, feministas
anteriores vincularon al sostenimiento y reproducción del capitalismo. Así,
Butler nos dice que: “Si la sexualidad se construye culturalmente dentro de
relaciones de poder existentes, entonces la pretensión de una sexualidad
normativa que esté ‘antes’, ‘fuera’ o ‘más allá’ del poder es una imposibilidad
cultural y un deseo políticamente impracticable, que posterga la tarea concreta
y contemporánea de proponer alternativas subversivas de la sexualidad y la
identidad dentro de los términos del poder en sí”.[185] Todo ello se desprende,
como queda claro, de la falacia de que nuestro sexo no es naturaleza sino
también, como el “género”, cultura.
¿Y por qué la filósofa
queer nos plantea esta necesidad de “deconstruir” (desarmar) incluso la
categoría “mujer”, tan cara al feminismo? Pues por las necesidades mismas de la
batalla cultural que ella misma, de forma explícita, reconoce: “Si lo que
aparece como fin normativo de la teoría feminista es la vida del cuerpo más
allá de la ley o la recuperación del cuerpo antes de la ley [esto quiere decir:
la mujer como naturaleza], tal norma realmente aleja el centro de atención de
la teoría feminista de los términos específicos de la batalla cultural
contemporánea”.[186] Una batalla cultural, para Butler, es entonces aquella que
se busca aniquilar cualquier consideración de una naturaleza propiamente
humana. (Una vez más: ¿recuerda el lector lo que advertía Mises en los años ´20
sobre el socialismo y la deconstrucción de la naturaleza?)
Butler pretende,
entonces, la emergencia múltiple de géneros que rompan la coherencia existente
entre el sexo, el género y el deseo. Ellos serían los sujetos “queer”, aquellos
cuyo cuerpo no tiene que ver ni con su género, ni con su deseo. Podríamos poner
como ejemplo, el caso de un hombre que se cree mujer, y que desea mantener
relaciones sexuales con menores de edad. Sexo, género y deseo correrían de esta
forma por carriles distintos. Así se enfrentan las “ficciones reguladoras que
refuerzan y naturalizan los regímenes de poder convergentes en la opresión
masculina y heterosexista”.[187] Entre esta “multiplicidad” de deseos, tiene
lugar también el caso del incesto. En efecto, estas reivindicaciones se ponen
también de manifiesto en la obra de Butler: “Ya hemos descrito los tabúes del
incesto y el tabú anterior contra la homosexualidad como los momentos
generativos de la identidad de género, las prohibiciones que generan la
identidad sobre las rejillas culturalmente inteligibles de una heterosexualidad
idealizada y obligatoria”.[188] Volvemos pues, a los mismos objetivos que la
izquierda planteó para el feminismo en las dos olas anteriores —destrucción de
la familia y el matrimonio como forma de derrumbar la superestructura que
sostiene al capitalismo— pero ahora, con una vuelta de tuerca más: aniquilando
la misma concepción de “mujer”. Y para aniquilar el sexo, hay también que
aniquilar incluso la idea de una “identidad de género”, pues ésta brindaría al
sexo una aureola de naturalidad precisamente como su contraparte cultural.
De tal suerte que
Butler pondrá en primer plano la importancia de los travestis, los
transexuales, las distintas modalidades de lesbianismo y de homosexuales, entre
otras yerbas. Ella entiende que en la “actuación” que estos sujetos llevan
adelante para parecerse a determinados sexos o géneros, se encuentran las
pistas que la llevan a declarar que el género se reproduce bajo una estructura
“imitativa”. De modo que es la parodia que aquellos sujetos provocan donde hay
que hallar la tan ansiada “subversión” del sistema: “la multiplicación paródica
impide a la cultura hegemónica y a su crítica confirmar la existencia de
identidades de género esencialistas o naturalizadas”[189], dice Butler, a lo
cual cabría preguntarse si no es precisamente la parodia y la percepción de una
imitación el hecho que corrobora que hay originales, y la diferencia existente
entre, por ejemplo, una mujer y un travesti, no corrobora precisamente la
naturaleza de una y la artificialidad del otro.
Pero Butler insiste
diciéndonos que el travesti “se burla del modelo que expresa el género, así
como de la idea de una verdadera identidad de género”[190], lo cual podría ser
nuevamente leído en términos exactamente inversos: la naturaleza es en verdad
la que se burla del travesti, quien a pesar de su insistencia en “ser” o al
menos “parecer” mujer, debe llevar una agotadora e inacabable lucha contra sus
propias condiciones biológicas que jamás podrá vencer.
El fin al que conduce
la estrategia butleriana queda plasmado en la conclusión del libro: “La pérdida
de las reglas de género multiplicaría diversas configuraciones de género,
desestabilizaría la identidad sustantiva y privaría a las narraciones
naturalizadoras de la heterosexualidad obligatoria de sus protagonistas
esenciales: «hombre» y «mujer»”[191]. En otras palabras, el objetivo consiste
en la destrucción sexual del hombre y la mujer como productos de la
heterosexualidad, la cual es, curiosamente, la forma de vinculación sexual que
permite la conservación de nuestra especie. ¿No es verdaderamente
autodestructiva no ya del sujeto, sino de la humanidad como tal, la propuesta
teórica del feminismo “queer”?
Antes de continuar con
la evolución de este pensamiento de la mano de ideólogos posteriores y su
correlato en la práctica, nos detengamos un momento a pensar sobre lo
fundamental de la propuesta teórica de Butler, esto es, la idea de que el sexo
“siempre fue género”. Al respecto, el investigador del Centro de Estudios
LIBRE, Fernando Romero, ha escrito un brillante ensayo donde contesta aquel argumento.
En Butler hay una evasión total, como ya hemos dicho, de las condiciones
biológicas de la existencia; se nos presenta al sujeto suspendido en la nada
misma, como un semidios que se hace a sí mismo, que es portador de condiciones
que nada tienen que ver con un marco natural distinto de lo que su propia
cultura le impone. Romero acusa los argumentos butlerianos de “monistas”
precisamente por este reduccionismo manifiesto y, así, nos explica: “El sexo en
biología se corresponde con la capacidad de los entes biológicos para generar
gametos a través de los cuales se combinan caracteres genéticos mediante la
reproducción sexual. Esta forma de reproducción se da en el reino animal, pero
también en los reinos plantae (vegetal), fungi (hogos) e incluso en algunos
protozoos (bacterias). En algunas especies, la capacidad de producir gametos se
encuentra dada dentro de un mismo espécimen que posee simultáneamente órganos
‘femenino’ y ‘masculino’ o un solo gameto (meiosis monogamética). Esta
condición se aplica tanto al hermafroditismo como a la partenogénesis. Sin
embargo, en la mayoría de animales y buena parte de las plantas, los órganos
productores de gametos se encuentran distribuidos en especímenes separados,
dando como resultado una alteración morfológica diferenciada de los cuerpos
sexuados que es denominada dimorfismo sexual”.[192]
Así las cosas, las
diferencias estructurales, anatómicas y fisiológicas de las especies que se
caracterizan por el dimorfismo sexual son siempre constatables, y en algunos
casos realmente llamativas. En el reino animal se pueden observar diferencias
funcionales, como en la producción de veneno, enzimas, hormonas, pigmentos,
diversos sonidos, y anatómicas, como las diferencias hallables en lo referente
a la constitución de los propios órganos, incluyendo órganos no-sexuales. En
estas especies, dentro de las cuales podemos ubicar al propio hombre, los dos
sexos producen distintos componentes químicos, y cuentan con órganos sexuales
anatómica y fisiológicamente diferenciados, diseñados para que, al
complementarse, puedan generar una nueva vida. Muchísimas especies animales
no-humanas incluso han desarrollado diferencias etológicas, es decir,
diferenciadas formas de comportamientos entre los sexos, que conducen y
posibilitan el acto del apareamiento: sonidos, modos de caminar, danzas,
performances, etcétera.[193] A la luz de esta realidad, y considerando que para
Butler el sexo es otro producto más del “discurso heteronormativo”, Romero se
pregunta: “¿Cómo se explicaría desde una postura lingüística las diferencias
sexuales en organismos carentes de lenguaje?”.[194]
Podría respondérsenos
que el problema estriba en que la realidad biológica no puede ser abordada sino
discursivamente; que la ciencia crea sus propias categorías de identificación
de sus propios objetos de estudio y, así, los pervierte. En otros términos, la
realidad biológica no sería realidad, sino también una contaminación discursiva
de nuestra cultura. Pero tal argucia no tendría en cuenta las lógicas propias
de las ciencias naturales y, de hecho, supondría la abolición de cualquier
posibilidad de conocimiento humano próximo a la objetividad, que curiosamente
es lo que las ciencias naturales, dado su particular objeto de estudio, han
logrado en mucha mayor medida que las sociales desde las cuales provienen este
tipo de críticas.[195]
Nosotros podríamos
cerrar preguntándonos: si tan imposible, ficcional e incluso absurdo es el
conocimiento para las ciencias biológicas y médicas, ¿habría perdido algo la
humanidad si el ser humano nunca hubiera contado con una ciencia de la
naturaleza y del cuerpo humano? La respuesta que el lector brinde a esta
interrogante debería ser contrastada con la que se ofrezca a esta otra
pregunta: ¿Habría perdido algo la humanidad si el ser humano nunca hubiera
contado con las teorías de Judith Butler?
***
En lo que refiere a la
ideología queer, en el caso de Argentina destaca la filósofa Leonor Silvestri,
una militante que además de escribir libros y ensayos, tiene una considerable
presencia en el mundo académico y brinda cursos queer desde su casa, muchos de
los cuales se pueden ver en YouTube. Asimismo, integra “colectivos” llamados
“Ludditas Sexxxuales” y “Manada de Lobxs”, autores de un libro que no podemos
dejar de mencionar: Foucault para encapuchadas (2014).
Este texto empieza con
una pregunta clave que, en su propia formulación, revela las intenciones de la
ideología que representan: “Ahora que comprendemos que no hay sujetos de la
revolución ¿quién combate el heterocapitalismo?”.[196] Y la respuesta está en
el propio enunciado, pues lo que ha de hacerse es destruir toda identidad como
tal, “borrar las denominaciones ‘masculino’ y ‘femenino’ según estén conforme a
las categorías de asignación biopolítica ‘varón/mujer’. Los códigos de la masculinidad
son susceptibles de abrirse para que operemos sobre ellos en una suerte de
gender hacking perfo-protésico-lexical mediante la utilización de juegos
lingüísticos que escapen a las marcas de género, o que al menos las desquicien:
proliferar hasta el absurdo las anomalías psicosexuales”.[197] Lo que debe
lograrse es “invalidar el sistema heteronormativo de producción humana y de las
formas de parentesco —siempre a priori heteronormales— por medio del desistir
de prácticas tales como el matrimonio y todos sus sucedáneos”.[198]
La ideología queer
busca subvertir lo que llama “vínculos sexuales heteronormativos”, que no sólo
incluyen la vinculación heterosexual como tal, sino el propio protagonismo que
tienen los órganos sexuales biológicamente determinados en la relación sexual
(pene y vagina). Así pues, las teóricas queer argentinas explican que “la
renuncia a mantener relaciones sexuales naturalizantes heteronormales habilita
la resignificación y deconstrucción de la centralidad del pene y critica las
categorías ‘organos sexuales’ (cualquier parte del cuerpo u objeto puede
devenir en juguete sexual)”[199]. En efecto: “La abolición de la práctica de la
sexualidad en pareja, mediante prácticas de placer en grupo con afines
sexoafectivos resignifica el cuerpo como barricada de insubordinación política,
de desobediencia sexual, de desterritorialización de la sexualidad
heteronormativa, sus regímenes disciplinarios naturalizados y sus formas de
subjetivación para la subsecuente creación de espacios de afinidad anti-género
y anti-humanos: destruir hasta los cimientos la heterosexualidad como régimen
político. Ése es nuestro destino”.[200] Todo esto amerita una traducción: lo
que se nos quiere decir entre tanto palabrerío, es que renunciar a las
relaciones heterosexuales evitaría la “naturalización” de este vínculo, es
decir, evitaría que, dada su reiteración, aparezca como algo propio del orden
natural. Pero no sólo la relación heterosexual debe ser sometida a esta
“subversión”, sino el propio uso de los órganos sexuales en el marco de las
relaciones sexuales hasta el punto de, también, “desnaturalizarlos” como tales.
El odio con el que
está escrito este texto es llamativo; no sólo odio a los heterosexuales, sino
al hombre y a la humanidad en términos generales. Las dosis de violencia que se
incorporan en las páginas son de alta tensión. He aquí algunos pasajes que
pueden ilustrar al lector: “Sin nombre, sin prestigios, sin pasaportes, sin
familias, experimentamos el sabor de la molotov, de la nafta, el humo de la
goma quemada cortando el puente y abriendo el camino como quien experimenta un
maracuyá, un mango, o un fisting [práctica sexual de introducir el puño en el
ano]”;[201] “El mundo les pertenece a los heteros que alardean esa libertad en
nuestras caras. ¿Por qué tienen que venir a nuestros cumpleaños, nuestras
fiestas, nuestros rituales, nuestras marchas, nuestras ceremonias? No queremos
tolerarlos, ni deseamos su asquerosa dádiva gayfriendy llamada ‘apoyo’,
‘integración’, ‘respeto’, ‘diversidad’… No queremos sus leyes
anti-discriminación. No los queremos a ellos. El mundo les pertenece a los
heteros, y estamos en guerra contra su régimen. (…) Esto es apología de la
violencia, vamos a devolver el ataque, vamos a combatir al enemigo con nuestra
violencia (…) El mundo les pertenece a los heteros y no lo cederán
voluntariamente. Habremos de tomarlo por la fuerza. Habremos de forzarles el
culo para que lo abran”;[202] “Un ejército de puños no puede ser derrotado,
metete en el culo todo lo que en él quepa. Y para afuera, en sus caras de
heterosexuales consternados: mierda y pedos, lluvias doradas de squirt
[eyaculación femenina]. Una carcajada negra que suena diabólica y alegre brota
de nuestras tripas promiscuas. (…) No nos identificamos con ustedes, heterosexuales,
no nos gustan, los despreciamos, ustedes son el despreciable desperdicio del
capitalismo que impulsan”[203]; “Con mucha alegría afirmamos: no tendremos
hijxs, adoramos la soledad, celebramos, acompañamos e insistimos en la
destrucción de toda relación de pareja, monogamia, uniones sentimentales,
heterocompromisos, enamoramientos, amor romántico o relaciones agazapadas bajo
la mierda de amor libre. Todas establecen territorios y jerarquías de
opresión”.[204]
Este tipo de ideas
sobre cómo deconstruir la sexualidad pueden encontrarse también en la ya citada
filósofa queer española Beatriz Preciado (profesora de la cátedra Historia
Política del Cuerpo y Teoría del Género en la Universidad París VIII), quien
llama a practicar la “contra-sexualidad”, estrategia inspirada en nada menos
que Foucault: “El nombre de contra-sexualidad proviene indirectamente de
Foucault, para quien la forma más eficaz de resistencia a la producción
disciplinaria de la sexualidad en nuestras sociedades liberales no es la lucha
contra la prohibición (como la propuesta por los movimientos de liberación
sexual anti-represivos de los años setenta), sino la contra-productividad, es
decir, la producción de formas de placer-saber alternativas a la sexualidad
moderna”.[205] Así, lo que se busca, otra vez, es negar la realidad biológica
de nuestros cuerpos para inventar excentricidades que “subviertan” las
funciones eróticas del pene y la vagina: “La contra-sexualidad afirma que el
deseo, la excitación sexual y el orgasmo no son sino los productos
retrospectivos de cierta tecnología sexual que identifica los órganos
reproductivos como órganos sexuales, en detrimento de una sexualización de la
totalidad del cuerpo. (…) El sexo es una tecnología de dominación heterosocial
que reduce el cuerpo a zonas erógenas en función de una distribución asimétrica
del poder entre los géneros (femenino/masculino), haciendo coincidir ciertos
afectos con determinados órganos, ciertas sensaciones con determinadas
reacciones anatómicas”.[206] Y a continuación, Preciado nos ofrece un
pintoresco ejemplo de cómo resistir el “sistema heterocapitalista”: “La
práctica del fist-fucking (penetración del ano con el puño), que conoció un
desarrollo sistemático en el seno de la comunidad gay y lesbiana de los años
70, debe considerarse como un ejemplo de alta tecnología contra-sexual. Los
trabajadores del ano son los proletarios de una posible revolución
contra-sexual”[207], dice la profesora dejando ver las raíces marxistoides de
su pensamiento.
Todo esto puede sonar
a broma, pero es una palpable realidad con correlatos concretos en la práctica.
Preciado pretende innovar en lo que respecta a “actuaciones contra-sexuales”, y
brindará entonces un manual de prácticas denominadas “dildotectónicas”, pues se
implementarían con ayuda de un “dildo” (consolador) y contribuirían a
“sexualizar” otras partes del cuerpo en la lucha contra la “hegemonía del pene
y la vagina” que instauró el “heterocapitalismo”. Una de ellas consiste en atar
un consolador a un taco de aguja, e introducírselo en el ano. Pero no basta con
la práctica en sí; hay todo un ritual que recomienda Preciado para que la
práctica sea verdaderamente “contra-sexual”: “Desnúdese. Prepare una lavativa
anal. Túmbese a lo largo, y repose desnudo durante 2 minutos después de la
lavativa. Levántese y repita en voz alta: dedico el placer de mi ano a todas
las personas portadoras del VIH. Aquellos que ya sean portadores del virus
podrán dedicar el placer de sus anos a sus propios anos y a la abertura de los
anos de sus seres queridos. Póngase un par de zapatos con tacón de aguja y ate
dos dildos con cordones a los tobillos y a los zapatos. Prepare su ano para la
penetración con un lubricante adecuado. Túmbese en un sillón e intente darse
por culo con cada dildo. Utilice su mano para que el dildo penetre su ano. Cada
vez que el dildo salga de su ano, grite su contra-nombre viciosamente. Por
ejemplo: «Julia, Julia». Después de siete minutos de auto-dildaje, emita un
grito estridente para simular un orgasmo violento. (…) La simulación del
orgasmo se mantendrá durante 10 segundos. A continuación, la respiración se
hará más lenta y profunda, las piernas y el ano quedarán totalmente
relajados.”[208].
Notemos lo siguiente:
la profesora universitaria debe recurrir a la simulación del orgasmo, pues en
virtud de la naturaleza biológica y siguiendo este absurdo procedimiento,
difícilmente aquél sea obtenido de manera real. Exactamente lo mismo debe
prescribir cuando recomienda “masturbarse el brazo con un consolador”: “La
duración total debe controlarse con la ayuda de un cronómetro que indicará el
final del placer y el apogeo orgásmico. La simulación del orgasmo se mantendrá
durante 10 segundos. Después, la respiración se hará más lenta y profunda, los
brazos y el cuello quedarán totalmente relajados”.[209] Y al mismo recurso de
simulación debe recurrir una y otra vez, en cada una de las prácticas
propuestas, pues no otra acción que el fingir puede surgir de un acto que no va
acompañado por las reglas que nuestro cuerpo natural establece. Nótese, en fin,
lo patético de la propuesta queer en cuestión. Aclaremos que estos argumentos
ya estaban presentes en el pensamiento de la propia Butler, cuando esta argüía
que “el hecho de que el pene, la vagina, los senos y otros elementos del cuerpo
sean llamados partes sexuales es tanto una restricción del cuerpo erógeno a
esas partes como una división del cuerpo como totalidad”.[210]
Aunque parezca
ridículo tener que detenernos a demostrar que hay naturaleza tras la
designación del pene y la vagina como órganos sexuales y erógenos, veamos
rápidamente los datos que nos brinda la anatomía del cuerpo humano. En el caso
de la vagina, la sensibilidad que se halla en esta zona es extrema: allí, el
nervio pudendo, ramo del plexo sacro, recoge y conduce las impresiones
sensitivas a través del nervio dorsal del clítoris y de los labios vaginales
mayores. Asimismo, los nervios vasomotores acompañan a las arterias que, en el
marco de la excitación, irrigan las formaciones eréctiles. Se sabe que la
vagina contiene más de ocho mil terminaciones nerviosas. Durante el orgasmo
femenino, los músculos perineales se contraen rítmicamente, debido a reflejos
de la médula espinal, y las intensas sensaciones sexuales se dirigen al cerebro
produciendo tensión muscular en todo el cuerpo. En el pene, la mayor
sensibilidad se encuentra en el glande, posibilitada y conducida por los
nervios genitofemonal e ilioinguinal, ramos del plexo lumbar. La erección es
viable gracias a los ramos que provienen del plexo hipogástrico inferior en el cual
participan los nervios esplácnicos pélvicos. Otros importantes nervios que
posibilitan las funciones sexuales y de excitación son aquellos ramos que
emergen de la hoja neurovascular lateroprostática, a la altura de la uretra
membranosa. Se sabe que el pene cuenta con cuatro mil terminaciones nerviosas.
La erección es la consecuencia de un aporte sanguíneo masivo al seno de los
tejidos eréctiles que rodean la uretra bulbar y peneana, con la ayuda de los
músculos bulboesponjosos e isquiocavernosos que comprimen los plexos venosos,
impidiendo el retorno de la sangre.[211] ¿Podemos hallar estas mismas
condiciones anatómicas en, digamos, para seguir con la propuesta de Preciado,
un brazo humano? Si la respuesta es evidentemente negativa: ¿No será entonces
que la designación de los órganos sexuales y erógenos es una consecuencia de
los datos de nuestra realidad anatómica y fisiológica desentrañados por las
ciencias naturales, y no de una “conspiración heterosexual” que el capitalismo
montó para oprimirnos, argüida por algunos vendedores de humo de las ciencias
sociales?
El psicólogo Andrés
Irasuste ha seguido de cerca importantes estudios sobre las perversiones, que
han llevado adelante psicoanalistas y psiquiatras de renombre como Charles
Socarides, Masud Khan, Joyce McDougall, Christopher Bollas, Albert Ellis, entre
otros. Irasuste entiende que prácticas sexuales como las aquí mencionadas
constituyen perversiones en tanto que quienes las practican se relacionan con
el otro como objetos transicionales: “El otro ya no es alguien con quien se
haga el amor por deseo, es un objeto al que se lo inviste de una sádica
voluntad, o es una parcialidad susceptible de llenar pulsiones parciales: un
ano que anule el dique de la sexualidad limpia y decorosa, un cuerpo dador de
excremento (o comedor de excremento), un recipiente de esperma, una piel,
superficie a la cual flagelar para hacer sangrar, para ser mordida (incluso
comida), un cuerpo con el cual practicar la masturbación letal o el coito con
ahorcamiento y asfixia”.[212]
Sólo bajo los marcos
ideológicos que estamos describiendo puede leerse el fenómeno del llamado
“Posporno”, que desembarcó en muchos países de América Latina, y cuyas
performances incluso han sido presentadas en instituciones académicas, como la
Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, ante la
complicidad o asentimiento de las autoridades. Las militantes feministas
practicaron en aquella oportunidad, julio del año 2015, rituales
sadomasoquistas en los pasillos públicos de la Facultad y otras prácticas que
Preciado consideraría “contra-sexuales”. Como nota de color, la izquierda más
ortodoxa y “retrógrada” desaprobó la presunta performance “artística”, porque
dejaron excremento y orina humano en los espacios públicos, dado que incluyeron
prácticas coprofílicas en el mentado “show”. Los medios de comunicación
estuvieron analizando y discutiendo el hecho durante dos días enteros, siendo
la pusilanimidad, expresión arquetípica de la dictadura de género y de lo
políticamente correcto, lo que caracterizó las reflexiones de los
“bienpensantes” periodistas que dejaban entrever su temor por resultar
“anticuados” en sus consideraciones.
¿Pero en qué consiste
concretamente una performance “posporno”? ¿Dónde se presentan? ¿Cuál es su
objeto? A menudo suelen ofrecerse espectáculos “posporno” en antros concurridos
por un puñado de gente, que raramente supera las cincuenta personas. Definir la
performance es complicado, porque el objetivo de la misma es precisamente la
indefinición. La práctica contra-sexual es anti-identitaria y, por lo tanto,
difícil de caracterizar de forma determinante. Digamos, en todo caso, que el
“posporno” ofrece prácticas sexuales en vivo y en directo que procuran
involucrar actos sumamente morbosos —perversos en los términos psicoanalíticos
de Irasuste— que superan en mucho los límites de nuestra imaginación, siguiendo
las teorías queer que ya hemos visto. El mencionado fist-fucking es lo más
moderado que uno puede llegar a ver allí. Lo que más suele excitar al público
queer es el involucramiento de excremento y orina en las relaciones sexuales y,
por supuesto, el llamado squirting, la “eyaculación femenina”, al cual se le da
un significado político igualitario (no sólo el hombre eyacularía). Pero el
público no es un agente pasivo; generalmente recibe en sus propios cuerpos los
fluidos antedichos y hasta sangre por parte de quienes llevan adelante el
espectáculo. En efecto, la mutilación también juega un papel importante en la
performance: hay uno particularmente llamativo que tuve que ver para esta
investigación, en el cual la teórica queer Diana Torres (autora del libro
Pornoterrorismo [213]), se traspasaba seis agujas en su cara, mientras
practicaba actos de masturbación. Cabe agregar, no obstante, que el espectáculo
no se reduce a lo que acontece en el escenario: mientras la performance se
desarrolla, todos los sentidos son atacados al mismo tiempo, por una pantalla
gigante que al fondo de todo suele reproducir videos de mutilaciones humanas y
abortos[214], por una lectora de poesía posmoderna, y por piezas de música
llamada “atonal” (carente de ritmo, armonía y melodía) que, vaya casualidad,
era considerada por teóricos de la Escuela de Frankfurt como portadora de
efectos revolucionarios.[215]
El grupo que integra
la argentina Leonor Silvestri ha redefinido el “posporno” como
“PornoTerrorismo” siguiendo a Torres —pues el objeto es aterrorizar a la gente
a través del sexo—, y entiende que “como anti-arte, como arma de acción
directa, como ritual mágico de encantamiento, como exorcismo público, como
máquina de guerra contra el aparato de captura de la norma social hetero, como
potencia visual —contra/semiosis— el PornoTerrorismo es un modo de, un cómo
construir un nuevo uso de los placeres y reprogramar nuestros deseos (…). Un
cómo destruir también los celos y la propiedad privada. (…) El PornoTerrorismo
es una forma de insurgencia, divergencia, contra-hegemonía, subversión, una
insurrección sexual, y una objeción de género”.[216] Y a continuación, refuerza
lo que ya hemos explicado más arriba, presentando al lector un listado de
aquello que compone una performance de este tipo: “Elementos de los juegos
extremos BDSM[217] como flagelación, agujas, o asfixias; Piel descubierta en la
superficie del cuerpo, cara cubierta por el pasamontañas típico del
insurreccionalismo (…) Fluidos y escatologías de toda índole: squirt, flujo,
semen, sangre humana sobre todo menstrual, mierda; Prótesis como por ejemplo,
cuellos y caderas ortopédicas, dildos y arneses; Yuxtaponerlos y jugar con ellos
como más absurdo les parezca”.[218]
Posiblemente el
arquetipo humano más fiel a las prácticas contra-sexuales, al posporno y al
pornoterrorismo, no sea otro que Armin Meiwes, mejor conocido como el “caníbal
de Rotenburg”, quien buscaba por Internet personas de su mismo sexo que
estuvieran dispuestas a dejarse comer sus genitales. El final de la historia,
acaecida en Alemania, es bien conocida: Meiwes encuentra a alguien que accede a
dejarse extirpar el pene para ser freído y posteriormente devorado por ambos
participantes. Esta historia de deseo “contra-sexual” pone de manifiesto los
límites de nuestras prácticas culturales respecto de nuestras condiciones
naturales: el sujeto mutilado morirá a los pocos minutos desangrado en una
bañera. La realidad puede ser negada, pero los efectos de la realidad no pueden
ser evitados.
Lo que sí es
inevitable concluir, es que la ideología queer genera un cóctel explosivo de
odio, violencia y frustración individual. La interminable lucha contra la
naturaleza que los movimientos queer llevan adelante, está perdida de antemano;
y las frustraciones de esa derrota inevitable se canalizan en sentimientos de
ira contra la sociedad en general, y el hombre heterosexual en particular. Hay,
en efecto, muchas teóricas queer que han llamado a practicar de forma abierta
la violencia. Pero también existen teóricos afines al movimiento queer que han
hecho lo propio, como es el caso del comunista norteamericano Peter
Gelderloose, arrestado por las fuerzas de seguridad de su país por participar
precisamente en actos de violencia política. Este ha escrito un libro titulado
Cómo la no violencia protege al Estado (2007), donde propone al feminismo
acciones como las que siguen: “Matar a un policía (…) prenderle fuego a la
oficina de una revista que conscientemente publicita un estándar de belleza que
conduce a la anorexia y a la bulimia o secuestrar al presidente de una empresa
que trafica con mujeres. (…) Atacar a los más notables y probablemente
incorregibles ejemplos del patriarcado es una manera de educar a la gente en la
necesidad de una alternativa”.[219]
Existen, asimismo,
libros y publicaciones queer donde se relatan experiencias violentas reales
como triunfos políticos contra la “heteronormatividad” y el capitalismo. Uno de
estos libros de reciente aparición fue titulado Espacios peligrosos.
Resistencia violenta, autodefensa y lucha insurreccionalista en contra del
género (2013), de autoría colectiva. La deuda de la ideología queer con la
izquierda se hace explícita aquí: “Los movimientos de la Nueva Izquierda con
sus declaraciones nos han empujado hacia el hecho que la lucha se encuentra en
muchos más frentes, que la simple lucha de clases”.[220] Y su introducción
arranca así: “Hay una violencia que libera. Es el asesinato de un homófobo. (…)
Es el incendio y la liberación de visiones. Es romper ventanas para expropiar
comida. Es el madero [policía] quemado y disturbios detrás de las barricadas.
Es rechazar el trabajo, ocupar amistades criminales y el rechazo completo de
compromisos. Es el caos que no puede ser parado”.[221] Los objetivos del texto,
por su parte, se hacen expresos al cierre del mismo prólogo: “Esperamos que
esta publicación pueda contribuir de alguna manera a la huelga de género que
quemará totalmente este mundo”.[222]
La publicación en
cuestión recoge testimonios de queers que vale la pena citar, para dimensionar
al lugar al que nos ha conducido el feminismo y la ideología de género: “Yo
nunca he sido pacíficx. El mundo me violenta y yo sólo deseo violencia hacia el
mundo. Cualquiera que intente quitarme mi pasión para la sangre y el fuego,
quemará junto con el mundo al que se aferraba de manera tan desesperada”[223],
nos advierte un queer de manera amenazante. Representativo de la lucha
imposible que estos sujetos emprenden contra la naturaleza, y las frustraciones
que de ella se derivan, es la siguiente narración de otro travesti queer: “Con
algo de tristeza, reconozco a mi padre en mi reflejo. Tanto mi ‘spiro’ como mis
píldoras de estrógenos se acaban hoy y yo me estoy enloqueciendo. Probablemente
iban a llegar el lunes, pero quizás se han perdido en correos (…). Quiero
gritar. Estoy a punto de estallar. Estoy controlando el deseo de abofetearme,
así empiezo sueños a ojos abiertos en mi cubículo gris. Veo un avión de línea
secuestrado girar y apuntar directamente a mi escritorio. (…) Hay un flash
cegador, yo desaparezco, y todo quema”.[224] Otro queer, en similar sentido,
admite: “Hay algo dentro de mí que a veces desea volverse sordo a este ritmo,
pero yo sé que no sería bastante como para calmar los ecos del género en mi
cuerpo y en mi vida diaria, que he intentado silenciar incesantemente a través
de hormonas, alcohol, drogas, y escribiendo ensayos estúpidos”.[225]
Otros queer han usado
esas páginas para contar y celebrar los actos de violencia perpetrados. Uno de
ellos nos relata que un vecino que había osado manifestarse públicamente contra
una marcha queer fue atacado por los miembros de este movimiento: “Acababa de
celebrar su cuadragésimo primer cumpleaños el 9 de junio (de 2009), así que
pensamos entregarle unos regalos atrasados en forma de fuertes puñetazos. El
grupo le golpeó hasta que aparecieron los maderos [policías] y nos fuimos por
la parte trasera del parque sin ningún arresto”.[226] Otro sujeto festeja el
ataque preferido de todos, el que se perpetra contra la Iglesia Católica: “La
pasada noche le hice una visita a la Iglesia Católica. Cerré con super glue
[pegamento] varias de sus cerraduras y reventé unas pocas ventanas. Estoy
segurx de que toda persona que haya cometido un acto de sabotaje sabe lo
increíble que se siente. Si no lo has hecho, realmente deberías experimentarlo
por ti mismx”.[227] Y con el espíritu tolerante y democrático que caracteriza a
esta gente, agrega: “La Cristiandad necesita ser prendida, empalada en una
estaca”.[228]
La pregunta es: ¿Puede
esperarse otra cosa de quienes han sido formateados políticamente en el odio y
el resentimiento? En efecto, hemos visto cómo la ideología de género construye
discursivamente una guerra entre hombres y mujeres primero, y una guerra entre
heterosexuales y homosexuales después, para desembocar al final de todo en la
idea de que no existe siquiera el sexo como tal y, todavía más, no existe la
identidad como tal. Así, quienes son colocados en un lugar sexual o de “género”
por el “discurso heteronormativo”, estarían siendo víctimas de una violencia
que está diagramada para mantener el capitalismo; y a la violencia ha de
respondérsele con una violencia mayor. La ideología, por tanto, les cierra
perfecto; ofrece a esta gente conflictuada sexual e identitariamente una
explicación que promete aliviar su frustración, y que ofrece una salida a tanto
malestar interno. Y esa salida no tiene que ver con procesos de auto-reflexión,
de superación, de inclusión; esa salida no es individual, sino que es política
y, todavía más, esa salida es de violencia política. Pues el queer está
incapacitado para problematizar su propia situación, su propia responsabilidad;
para el queer, la responsabilidad es siempre del fantasmático sistema en el que
los teóricos de la ideología de género le hicieron creer y odiar, llámese
“falocracia”, “heteronormatividad”, “heterocapitalismo”, o comoquiera que los
imaginativos “académicos” de estas corrientes inventen.
El testimonio de otro
queer nos revela en qué medida la praxis es una consecuencia de la ideología
que se les inyecta: “El jueves por la noche, siguiendo un discurso radical
queer motivador acerca de hacer disturbios, un bloque negro apareció como
cuarto asalto de un día de lucha en las calles. Este particularmente feroz
bloque (…) se movió a través de Pittsburgh destrozando innumerables
cristaleras, volcando contenedores y prendiéndoles fuego. Un colega hizo una
observación: ¿dónde está lo queer en todo esto? La gente sólo vestía de negro y
quemaba cosas en la calle. Le contestamos: la práctica de vestir de negro y
destrozar todo es el mejor y más queer gesto de todos. De hecho, eso nos lleva
al meollo de la cuestión: lo queer es la negación. Al encontrarse nuestros
desviados cuerpos nos convertimos en una turba, convirtiendo nuestras fronteras
corporales en un gran problema. (…) Nuestros límites desaparecieron totalmente
ante un suelo cubierto de cristales y un terreno de contenedores en
llamas”.[229] Y a continuación recurre a la teoría de Butler del “género
performativo”, de la cual ya algo hemos expuesto, para dar sentido al acto
delictual: “Si es correcta la idea de que el género es siempre performativo,
entonces las performances que realizamos resonaron con el género más queer de
todos: el de la total destrucción”.[230] Ante los destrozos queer en la ciudad,
un vecino pretendió detenerlos pero “antes de que pudiera darse cuenta de su
error, recreamos una escena particularmente sádica y a sangre fría sobre el
idiota. Se dio cuenta de su error bajo una lluvia de patadas, puñetazos y una
nutrida razón de spray de pimienta”.[231] Nuestro “democrático” queer cierra su
narración con la siguiente conclusión: “Ofrecemos una forma de vida que podría
ser entendida como la conjunción de barricadas y piernas sin afeitar. Pero qué
mejor que la mezcla de arneses con dildos, martillos, pelucas estrafalarias,
ladrillos, fuego, palizas, fisting y, cómo no, ultraviolencia”.[232]
Existe una infinidad
de testimonios como los hasta aquí citados que fueron seleccionados por azar
para ilustrar al lector. No pretendemos abundar en ello, pues creemos que el
objetivo fue cumplido. Ahora bien, es dable finalizar aquí con la siguiente
conclusión.
Hay un hilo conductor
que atraviesa al feminismo desde la segunda ola, pasando por la tercera, hasta
llegar a la ideología queer. Ese hilo está dado por un proyecto en común, que
tiene que ver con la destrucción de la superestructura familiar y matrimonial
heterosexual que en teoría contribuiría a la reproducción del sistema
capitalista (estrategia de batalla cultural). Este hilo, no obstante, ha ido
recorriendo un progresivo camino teórico que fue del materialismo dialéctico,
pasó por el culturalismo del género, y terminó en la destrucción del mismísimo
sexo. El asunto determinante aquí, pues, no tiene que ver con elecciones
voluntarias individuales, sino con la voluntad expresa de transformar, incluso
violentamente, el sistema económico y político que, paradójicamente, les ha
permitido a estas tribus existir (¿o alguien puede probar que éstas existen o
existieron en algún país comunista?). El asunto no es que una mujer piense que
su cuerpo no tiene existencia natural; el asunto tampoco es que un hombre crea
ser una mujer “encerrada” en un cuerpo masculino. Nada debería importarnos los
desvaríos de cada quién, mientras no afecten nuestros derechos individuales. El
problema es que afectarnos es el objetivo de estas ideologías y sus
consecuentes militancias, tal como sobradamente hemos visto. Nada debería
importarnos, por ejemplo, que determinado sujeto se considere a sí mismo,
inclusive, un cocodrilo o la mismísima chita encerrada en un cuerpo humano,
víctima de la tiranía de la “construcción social del discurso”; el problema es
que la presión ideológica ejercida sobre el Estado lleve a éste a obligarnos al
resto a compartir dicha locura y pagar los gastos de la misma, bajo la amenaza
de la coerción. En efecto, tal y como reconocen las propias teóricas
feministas, “desde el feminismo lo que se reclama una y otra vez es una mayor
intervención estatal”[233]. Nada debería importarnos, sigamos diciendo con el
fin de despejar dudas, que en un marco privado se practique “posporno” si
quienes lo practican y quienes voluntariamente lo observan, gozan mutilándose o
viendo a la gente mutilarse; lo que efectivamente nos importa, es que estas
prácticas se realicen en espacios públicos, de manera invasiva y hasta
coactiva, y que el feminismo radical haya llegado a promover el incesto y la
pedofilia, como parte de una lucha política e ideológica por imponernos formas
de sexualidad degradantes.
Nada nos importa, en
una palabra, lo que a cada uno atañe en su personalidad y vida privada. Lo
problemático es, en todo caso, y parafraseando uno de los eslóganes más
arquetípicos del feminismo radical, cuando “lo personal se hace político”.