martes, 8 de septiembre de 2020

V- La ideología “queer”



PARTE 2: Feminismo e ideología de género


V- La ideología “queer”


No podríamos empezar este apartado sin responder antes a una pregunta que surge del propio subtítulo: ¿Qué es aquello que llamamos “queer”? La palabra “queer” es de origen inglesa; aparecida en el Siglo XVIII, por entonces surgió como un insulto para denominar a aquellos que corrompían el orden social: verbigracia, el borracho, el mentiroso, el ladrón. Pero pronto la palabra también empezó a utilizarse para referirse a aquellos a quienes no les cabía bien ni la caracterización de mujer ni de hombre. Como la filósofa queer Beatriz Preciado afirma, “eran ‘queer’ los invertidos, el maricón y la lesbiana, el travesti, el fetichista, el sadomasoquista y el zoófilo”.[166]

Pero aquello que en sus inicios fue un insulto, a partir de mediados de los años ´80 del Siglo XX fue reapropiado políticamente por los mismos a quienes se pretendía injuriar. Grupos homosexuales como Act Up, Radical Furies o Lesbian Avangers, empezaron a utilizar la palabra “queer” como autodenominación, y pronto la etiqueta hizo furor al interior de este tipo de agrupaciones. El insultado tomaba con “orgullo” el insulto y se lo aplicaba, desafiantemente, a sí mismo, neutralizando y luego invirtiendo la carga valorativa del mismo.

Se dice que lo “queer” es parte de un movimiento “post-identitario”, es decir, de un movimiento que pone en cuestión todo tipo de identidad. De modo que lo queer sería inclasificable dentro de las categorías de “hombre”, “mujer”, “gay”, “lesbiana”.

Al contrario: lo queer rechaza de plano que exista algo como un hombre, una mujer, un gay o una lesbiana. De ahí que la citada Preciado afirme que “ser marica no basta para ser ‘queer’: es necesario someter su propia identidad a crítica”.[167]

Sin embargo, lo queer no es sólo un movimiento político; también se ha convertido en una corriente teórica que ha ingresado con toda su fuerza en la vida académica, copando universidades y centros de estudios en todo el mundo. En Estados Unidos la primera Universidad que contribuyó al desarrollo de esta teoría fue la Universidad de Columbia, a la que le siguió el Centro de Estudios de Lesbianas y Gays de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Hoy día esta institución cuenta con el Centro de Estudiantes Lesbianas, Gays, Transgénero y Queer. Encontramos en este país también revistas académicas que han impulsado la temática, como The Journal of Sex Research, Journal of Homosexuality, Journal of the History of Sexuality, A Journal of Lesbian and Gay Studies. (¿Recuerda el lector las confesiones del ex-agente de la KGB, Yuri Bezmenov, respecto de la importancia de irrumpir en el mundo académico de Occidente como forma de desmoralizar y alienar generaciones enteras?) En Canadá también es muy fuerte la presencia de lo queer en las Universidades; la Universidad de Toronto, por ejemplo, tiene un programa llamado “Orientación Queer”, dependiente de la “Oficina de Diversidad Sexual y de Género”. En este país podemos encontrar revistas como la Journal of Queer Studies in Education. En Europa, por su parte, la institución pionera en estos estudios fue la Universidad de Utrecht, sita en los Países Bajos, con su Departamento de Estudios Interdisciplinarios Gays y Lesbianos, que además edita el Forum Homosexualität und Literatur. En América Latina, la Universidad Nacional Autónoma de México tiene el Programa Universitario de Estudios de Género, donde se ha prestado atención a la temática. Y en Argentina, podemos encontrar otras tantas instituciones de la vida académica, como el Grupo de Estudios sobre Sexualidades de la Universidad de Buenos Aires, o el Centro de Estudios Queer de la Universidad Nacional de Río Cuarto (Córdoba). Hay un término en inglés que los movimientos queer han adoptado para referirse a todo esto: Queering the Academy, que sería algo así como “desestabilizar” o “subvertir” la Academia.

Si bien suele señalarse a la filósofa lesbiana Judith Butler como la referencia intelectual por excelencia de la ideología queer, en el pensamiento de la filósofa feminista (también lesbiana) Monique Wittig encontramos sólidos antecedentes que nos obligan a mencionarla aunque sea brevemente. En efecto, su producción intelectual, temporalmente ubicada sobre todo en la década del ´80, empieza ya a cuestionar la existencia del sexo y genera un puente bastante sólido entre el feminismo y los movimientos que, sin contener mujeres, tienen su eje en la cuestión del género. Una de sus ideas fundamentales es que la “opresión de la mujer” y la “opresión de la homosexualidad” son efectos de una misma causa: un régimen político de “heterosexualidad obligatoria”. Así, en su ensayo “La categoría de sexo” nos dirá que “La categoría de sexo es el producto de la sociedad heterosexual que impone a las mujeres la obligación absoluta de reproducir «la especie», es decir, reproducir la sociedad heterosexual”.[168] Curiosa falacia la de la escritora francesa: ninguna sociedad occidental ha legislado ninguna obligación reproductora al sexo femenino, y ni siquiera puede sostenerse seriamente que exista una norma cultural “absoluta” al respecto; la propia Wittig, que jamás fue madre, puede dar cuenta con su propio ejemplo de vida y con sus personales decisiones que ninguna obligación reproductiva existe en nuestras sociedades, algo que no podría constatarse en sistemas comunistas (afines a la ideología de Wittig[169]) como el maoísmo chino, el cual sí regulaba cuestiones vinculadas a la reproducción sexual pero que no parecen inquietar a la francesa en cuestión. En todo caso, es la biología la que dicta las condiciones bajo las cuales la humanidad en cuanto tal puede ser reproducida, y de aquella se deriva la categoría de sexo que Wittig endilga falazmente a la política.

Pero lo que nos interesa de Wittig son, sobre todo, sus ideas sobre cómo subvertir el orden establecido; y acá rastreamos lo “queer” de su pensamiento. En pocas palabras, su propuesta consiste en destruir al hombre y a la mujer como tales. ¿Cómo? El lesbianismo tendrá aquí un rol central: “Por su sola existencia una sociedad lesbiana destruye el hecho artificial (social) que constituye a las mujeres como un «grupo natural».”[170] Tal como Wittig nos dice, la lesbiana no es una mujer; es una subjetividad que rompe el binarismo, que mostraría que no hay siquiera sexo femenino. En efecto, Wittig entiende que “rechazar convertirse en heterosexual (o mantenerse como tal) ha significado siempre, conscientemente o no, negarse a convertirse en una mujer, o en un hombre. Para una lesbiana esto va más lejos que el mero rechazo del papel de «mujer». Es el rechazo del poder económico, ideológico y político de un hombre”.[171] El giro de Wittig es llamativo: representa un feminismo cuyo objeto es, paradójicamente, destruir a la mujer, tal como ella misma lo reconoce de forma explícita: “Nuestra supervivencia exige que nos dediquemos con todas nuestras fuerzas a destruir esa clase —las mujeres— con la cual los hombres se apropian de las mujeres. Y esto sólo puede lograrse por medio de la destrucción de la heterosexualidad como un sistema social basado en la opresión de las mujeres por los hombres”.[172]

Si bien Wittig habla constantemente de lucha de clases entre hombres y mujeres, lo cual puede remitirnos al economicismo del marxismo clásico, ella es una fiel exponente del marxismo cultural toda vez que privilegia la subversión del lenguaje y la moral. En su ensayo “El pensamiento heterosexual” nos dice que “La transformación de las relaciones económicas no basta. Hay que llevar a cabo una transformación política de los conceptos clave, es decir, de los conceptos que son estratégicos para nosotras. Porque hay otro orden de materialidad que es el del lenguaje (…) este orden, a su vez, está directamente conectado con el campo político”.[173] Su novela El cuerpo lesbiano[174] es un ejemplo de subversión del lenguaje, y de estas propuestas se derivan prácticas como las que actualmente vemos incluso en textos pretendidamente académicos que se enseñan en universidades de todo el mundo, de escribir eliminando el género, modificando la letra “a”, la “e” y la “o” por la letra “x”. Es que el maldito “patriarcado” estaría presente hasta en… nuestra forma de escribir.

Dejando a Wittig de lado, la más importante teórica queer es la ya mencionada Judith Butler, cuya obra El género en disputa (1990) es considerada como fundacional [175] de esta nueva corriente que busca “deconstruir” de manera aún más incisiva y absoluta (si cabe) la noción de género y sexualidad, hasta hacer de ellas piezas de museo, categorías inutilizables, espacios vedados políticamente por la ideología de género.

Este paso de la tercera ola a lo llamado “queer” es de alguna forma asumido por Butler cuando, en su prólogo a la edición de 1999 del citado texto, anota que “mientras lo escribía comprendí que yo misma mantenía una relación de combate y antagonista a ciertas formas de feminismo, aunque también comprendí que el texto pertenecía al propio feminismo”.[176] Es decir, Butler consigue generar un nuevo punto de inflexión en el feminismo, pero no deja de estar dentro de él. Butler es feminista, pero de un nuevo tipo de feminismo que viene a señalar los “límites” que la teoría feminista en general ha asignado al género, encontrando que éstas han adolecido de un “supuesto heterosexual dominante” que estableció una cantidad limitada de géneros a definir. Lo que procura Butler por consiguiente es “facilitar una concurrencia política del feminismo, de los puntos de vista gay y lésbico sobre el género”[177] y las demás “modalidades” sexuales; en otras palabras, estirar tanto el concepto de género como para que en él quepan formas y gustos sexuales de lo más extrañas. Hegemonía, en otras palabras.

El libro de Butler, como buena postestructuralista que es, resulta sumamente complicado de leer, y probablemente más complicado de explicar en algunos pocos párrafos como aquí nos proponemos.[178] Todos sus esfuerzos podría decirse que van encaminados a modificar el “sujeto” político del feminismo, para recrear un área de representatividad mucho más extensa, que sea capaz de contener a todos aquellos que, además de ser potencialmente incorporados a la lucha contra el hombre, sean sumados a la lucha contra la sociedad heterosexual y la institución familiar. Pero para ello la filósofa deberá demostrar, en consecuencia, que no hay nada que pueda ser llamado “mujer”. Así, ella nos dice que las mujeres deberían “comprender que las mismas estructuras de poder mediante las cuales se pretende la emancipación crean y limitan la categoría de ‘las mujeres’, sujeto del feminismo”.[179] En consecuencia, agrega: “En lugar de un significante estable que reclama la aprobación de aquellas a quienes pretende describir y representar, mujeres (incluso en plural) se ha convertido en un término problemático, un lugar de refutación, un motivo de angustia”.[180] Sería bueno interrogarse: ¿De angustia y de refutación para quién? Tal vez para esa conflictuada minoría que integra el movimiento feminista y queer, pero no mucho más.

Hemos visto que para feministas de la tercera ola como De Beavouir, el género constituía el lado cultural del dato natural que representaba el sexo. Había pues, aunque de forma minúscula, una aceptación de las condiciones biológicas del cuerpo humano (¿No había sido el “origen” de la opresión las condiciones de la reproducción y la debilidad del cuerpo femenino? ¿Y qué decir de Firestone, donde la función reproductiva define la “clase social” de la mujer?). Pues para Butler, el sexo “siempre fue género, con el resultado de que la distinción entre sexo y género no existe como tal”.[181] Es decir, el sexo es verdaderamente inexistente; es éste también una construcción del discurso, y el hecho de que asignemos determinada significación a determinadas características biológicas es un hecho arbitrario que, en todo caso, sirve a intereses políticos. ¿Pero parece realmente arbitraria la distinción de los sexos a la luz de las diferencias anatómicas, fisiológicas y funcionales-reproductivas que ambos presentan? De ninguna forma como se verá con más profundidad luego; en efecto, la diferencia de los cuerpos y sus funciones constituyen un dato primario para la categorización del binomio hombre-mujer, que ha sido utilizado a lo largo de todas las sociedades humanas que ha visto este mundo, en término primero, a la hora de la división social del trabajo.[182] (Butler pretende rebatir esta realidad postulando el caso de los hermafroditas; pero ellos son, guste o no, un caso anómalo dentro de la configuración prototípica humana).

Lo importante para Butler es romper el binarismo que, según ella, la sociedad heterosexual generó[183]: “La reglamentación binaria de la sexualidad elimina la multiplicidad subversiva de una sexualidad que trastoca las hegemonías heterosexual, reproductiva y médico-jurídica”[184] anota la filósofa siguiendo a su colega Michel Foucault —sobre quien Nicolás Márquez profundizará más adelante—, introduciéndonos al quid de la cuestión: hay que lograr una multiplicidad de géneros que subvierta el presunto “régimen heterosexual”, para desmantelar ciertas instituciones sociales que, como vimos, feministas anteriores vincularon al sostenimiento y reproducción del capitalismo. Así, Butler nos dice que: “Si la sexualidad se construye culturalmente dentro de relaciones de poder existentes, entonces la pretensión de una sexualidad normativa que esté ‘antes’, ‘fuera’ o ‘más allá’ del poder es una imposibilidad cultural y un deseo políticamente impracticable, que posterga la tarea concreta y contemporánea de proponer alternativas subversivas de la sexualidad y la identidad dentro de los términos del poder en sí”.[185] Todo ello se desprende, como queda claro, de la falacia de que nuestro sexo no es naturaleza sino también, como el “género”, cultura.

¿Y por qué la filósofa queer nos plantea esta necesidad de “deconstruir” (desarmar) incluso la categoría “mujer”, tan cara al feminismo? Pues por las necesidades mismas de la batalla cultural que ella misma, de forma explícita, reconoce: “Si lo que aparece como fin normativo de la teoría feminista es la vida del cuerpo más allá de la ley o la recuperación del cuerpo antes de la ley [esto quiere decir: la mujer como naturaleza], tal norma realmente aleja el centro de atención de la teoría feminista de los términos específicos de la batalla cultural contemporánea”.[186] Una batalla cultural, para Butler, es entonces aquella que se busca aniquilar cualquier consideración de una naturaleza propiamente humana. (Una vez más: ¿recuerda el lector lo que advertía Mises en los años ´20 sobre el socialismo y la deconstrucción de la naturaleza?)

Butler pretende, entonces, la emergencia múltiple de géneros que rompan la coherencia existente entre el sexo, el género y el deseo. Ellos serían los sujetos “queer”, aquellos cuyo cuerpo no tiene que ver ni con su género, ni con su deseo. Podríamos poner como ejemplo, el caso de un hombre que se cree mujer, y que desea mantener relaciones sexuales con menores de edad. Sexo, género y deseo correrían de esta forma por carriles distintos. Así se enfrentan las “ficciones reguladoras que refuerzan y naturalizan los regímenes de poder convergentes en la opresión masculina y heterosexista”.[187] Entre esta “multiplicidad” de deseos, tiene lugar también el caso del incesto. En efecto, estas reivindicaciones se ponen también de manifiesto en la obra de Butler: “Ya hemos descrito los tabúes del incesto y el tabú anterior contra la homosexualidad como los momentos generativos de la identidad de género, las prohibiciones que generan la identidad sobre las rejillas culturalmente inteligibles de una heterosexualidad idealizada y obligatoria”.[188] Volvemos pues, a los mismos objetivos que la izquierda planteó para el feminismo en las dos olas anteriores —destrucción de la familia y el matrimonio como forma de derrumbar la superestructura que sostiene al capitalismo— pero ahora, con una vuelta de tuerca más: aniquilando la misma concepción de “mujer”. Y para aniquilar el sexo, hay también que aniquilar incluso la idea de una “identidad de género”, pues ésta brindaría al sexo una aureola de naturalidad precisamente como su contraparte cultural.

De tal suerte que Butler pondrá en primer plano la importancia de los travestis, los transexuales, las distintas modalidades de lesbianismo y de homosexuales, entre otras yerbas. Ella entiende que en la “actuación” que estos sujetos llevan adelante para parecerse a determinados sexos o géneros, se encuentran las pistas que la llevan a declarar que el género se reproduce bajo una estructura “imitativa”. De modo que es la parodia que aquellos sujetos provocan donde hay que hallar la tan ansiada “subversión” del sistema: “la multiplicación paródica impide a la cultura hegemónica y a su crítica confirmar la existencia de identidades de género esencialistas o naturalizadas”[189], dice Butler, a lo cual cabría preguntarse si no es precisamente la parodia y la percepción de una imitación el hecho que corrobora que hay originales, y la diferencia existente entre, por ejemplo, una mujer y un travesti, no corrobora precisamente la naturaleza de una y la artificialidad del otro. 

Pero Butler insiste diciéndonos que el travesti “se burla del modelo que expresa el género, así como de la idea de una verdadera identidad de género”[190], lo cual podría ser nuevamente leído en términos exactamente inversos: la naturaleza es en verdad la que se burla del travesti, quien a pesar de su insistencia en “ser” o al menos “parecer” mujer, debe llevar una agotadora e inacabable lucha contra sus propias condiciones biológicas que jamás podrá vencer.

El fin al que conduce la estrategia butleriana queda plasmado en la conclusión del libro: “La pérdida de las reglas de género multiplicaría diversas configuraciones de género, desestabilizaría la identidad sustantiva y privaría a las narraciones naturalizadoras de la heterosexualidad obligatoria de sus protagonistas esenciales: «hombre» y «mujer»”[191]. En otras palabras, el objetivo consiste en la destrucción sexual del hombre y la mujer como productos de la heterosexualidad, la cual es, curiosamente, la forma de vinculación sexual que permite la conservación de nuestra especie. ¿No es verdaderamente autodestructiva no ya del sujeto, sino de la humanidad como tal, la propuesta teórica del feminismo “queer”?

Antes de continuar con la evolución de este pensamiento de la mano de ideólogos posteriores y su correlato en la práctica, nos detengamos un momento a pensar sobre lo fundamental de la propuesta teórica de Butler, esto es, la idea de que el sexo “siempre fue género”. Al respecto, el investigador del Centro de Estudios LIBRE, Fernando Romero, ha escrito un brillante ensayo donde contesta aquel argumento. En Butler hay una evasión total, como ya hemos dicho, de las condiciones biológicas de la existencia; se nos presenta al sujeto suspendido en la nada misma, como un semidios que se hace a sí mismo, que es portador de condiciones que nada tienen que ver con un marco natural distinto de lo que su propia cultura le impone. Romero acusa los argumentos butlerianos de “monistas” precisamente por este reduccionismo manifiesto y, así, nos explica: “El sexo en biología se corresponde con la capacidad de los entes biológicos para generar gametos a través de los cuales se combinan caracteres genéticos mediante la reproducción sexual. Esta forma de reproducción se da en el reino animal, pero también en los reinos plantae (vegetal), fungi (hogos) e incluso en algunos protozoos (bacterias). En algunas especies, la capacidad de producir gametos se encuentra dada dentro de un mismo espécimen que posee simultáneamente órganos ‘femenino’ y ‘masculino’ o un solo gameto (meiosis monogamética). Esta condición se aplica tanto al hermafroditismo como a la partenogénesis. Sin embargo, en la mayoría de animales y buena parte de las plantas, los órganos productores de gametos se encuentran distribuidos en especímenes separados, dando como resultado una alteración morfológica diferenciada de los cuerpos sexuados que es denominada dimorfismo sexual”.[192]

Así las cosas, las diferencias estructurales, anatómicas y fisiológicas de las especies que se caracterizan por el dimorfismo sexual son siempre constatables, y en algunos casos realmente llamativas. En el reino animal se pueden observar diferencias funcionales, como en la producción de veneno, enzimas, hormonas, pigmentos, diversos sonidos, y anatómicas, como las diferencias hallables en lo referente a la constitución de los propios órganos, incluyendo órganos no-sexuales. En estas especies, dentro de las cuales podemos ubicar al propio hombre, los dos sexos producen distintos componentes químicos, y cuentan con órganos sexuales anatómica y fisiológicamente diferenciados, diseñados para que, al complementarse, puedan generar una nueva vida. Muchísimas especies animales no-humanas incluso han desarrollado diferencias etológicas, es decir, diferenciadas formas de comportamientos entre los sexos, que conducen y posibilitan el acto del apareamiento: sonidos, modos de caminar, danzas, performances, etcétera.[193] A la luz de esta realidad, y considerando que para Butler el sexo es otro producto más del “discurso heteronormativo”, Romero se pregunta: “¿Cómo se explicaría desde una postura lingüística las diferencias sexuales en organismos carentes de lenguaje?”.[194]

Podría respondérsenos que el problema estriba en que la realidad biológica no puede ser abordada sino discursivamente; que la ciencia crea sus propias categorías de identificación de sus propios objetos de estudio y, así, los pervierte. En otros términos, la realidad biológica no sería realidad, sino también una contaminación discursiva de nuestra cultura. Pero tal argucia no tendría en cuenta las lógicas propias de las ciencias naturales y, de hecho, supondría la abolición de cualquier posibilidad de conocimiento humano próximo a la objetividad, que curiosamente es lo que las ciencias naturales, dado su particular objeto de estudio, han logrado en mucha mayor medida que las sociales desde las cuales provienen este tipo de críticas.[195] 

Nosotros podríamos cerrar preguntándonos: si tan imposible, ficcional e incluso absurdo es el conocimiento para las ciencias biológicas y médicas, ¿habría perdido algo la humanidad si el ser humano nunca hubiera contado con una ciencia de la naturaleza y del cuerpo humano? La respuesta que el lector brinde a esta interrogante debería ser contrastada con la que se ofrezca a esta otra pregunta: ¿Habría perdido algo la humanidad si el ser humano nunca hubiera contado con las teorías de Judith Butler? 

*** 

En lo que refiere a la ideología queer, en el caso de Argentina destaca la filósofa Leonor Silvestri, una militante que además de escribir libros y ensayos, tiene una considerable presencia en el mundo académico y brinda cursos queer desde su casa, muchos de los cuales se pueden ver en YouTube. Asimismo, integra “colectivos” llamados “Ludditas Sexxxuales” y “Manada de Lobxs”, autores de un libro que no podemos dejar de mencionar: Foucault para encapuchadas (2014).

Este texto empieza con una pregunta clave que, en su propia formulación, revela las intenciones de la ideología que representan: “Ahora que comprendemos que no hay sujetos de la revolución ¿quién combate el heterocapitalismo?”.[196] Y la respuesta está en el propio enunciado, pues lo que ha de hacerse es destruir toda identidad como tal, “borrar las denominaciones ‘masculino’ y ‘femenino’ según estén conforme a las categorías de asignación biopolítica ‘varón/mujer’. Los códigos de la masculinidad son susceptibles de abrirse para que operemos sobre ellos en una suerte de gender hacking perfo-protésico-lexical mediante la utilización de juegos lingüísticos que escapen a las marcas de género, o que al menos las desquicien: proliferar hasta el absurdo las anomalías psicosexuales”.[197] Lo que debe lograrse es “invalidar el sistema heteronormativo de producción humana y de las formas de parentesco —siempre a priori heteronormales— por medio del desistir de prácticas tales como el matrimonio y todos sus sucedáneos”.[198]

La ideología queer busca subvertir lo que llama “vínculos sexuales heteronormativos”, que no sólo incluyen la vinculación heterosexual como tal, sino el propio protagonismo que tienen los órganos sexuales biológicamente determinados en la relación sexual (pene y vagina). Así pues, las teóricas queer argentinas explican que “la renuncia a mantener relaciones sexuales naturalizantes heteronormales habilita la resignificación y deconstrucción de la centralidad del pene y critica las categorías ‘organos sexuales’ (cualquier parte del cuerpo u objeto puede devenir en juguete sexual)”[199]. En efecto: “La abolición de la práctica de la sexualidad en pareja, mediante prácticas de placer en grupo con afines sexoafectivos resignifica el cuerpo como barricada de insubordinación política, de desobediencia sexual, de desterritorialización de la sexualidad heteronormativa, sus regímenes disciplinarios naturalizados y sus formas de subjetivación para la subsecuente creación de espacios de afinidad anti-género y anti-humanos: destruir hasta los cimientos la heterosexualidad como régimen político. Ése es nuestro destino”.[200] Todo esto amerita una traducción: lo que se nos quiere decir entre tanto palabrerío, es que renunciar a las relaciones heterosexuales evitaría la “naturalización” de este vínculo, es decir, evitaría que, dada su reiteración, aparezca como algo propio del orden natural. Pero no sólo la relación heterosexual debe ser sometida a esta “subversión”, sino el propio uso de los órganos sexuales en el marco de las relaciones sexuales hasta el punto de, también, “desnaturalizarlos” como tales.

El odio con el que está escrito este texto es llamativo; no sólo odio a los heterosexuales, sino al hombre y a la humanidad en términos generales. Las dosis de violencia que se incorporan en las páginas son de alta tensión. He aquí algunos pasajes que pueden ilustrar al lector: “Sin nombre, sin prestigios, sin pasaportes, sin familias, experimentamos el sabor de la molotov, de la nafta, el humo de la goma quemada cortando el puente y abriendo el camino como quien experimenta un maracuyá, un mango, o un fisting [práctica sexual de introducir el puño en el ano]”;[201] “El mundo les pertenece a los heteros que alardean esa libertad en nuestras caras. ¿Por qué tienen que venir a nuestros cumpleaños, nuestras fiestas, nuestros rituales, nuestras marchas, nuestras ceremonias? No queremos tolerarlos, ni deseamos su asquerosa dádiva gayfriendy llamada ‘apoyo’, ‘integración’, ‘respeto’, ‘diversidad’… No queremos sus leyes anti-discriminación. No los queremos a ellos. El mundo les pertenece a los heteros, y estamos en guerra contra su régimen. (…) Esto es apología de la violencia, vamos a devolver el ataque, vamos a combatir al enemigo con nuestra violencia (…) El mundo les pertenece a los heteros y no lo cederán voluntariamente. Habremos de tomarlo por la fuerza. Habremos de forzarles el culo para que lo abran”;[202] “Un ejército de puños no puede ser derrotado, metete en el culo todo lo que en él quepa. Y para afuera, en sus caras de heterosexuales consternados: mierda y pedos, lluvias doradas de squirt [eyaculación femenina]. Una carcajada negra que suena diabólica y alegre brota de nuestras tripas promiscuas. (…) No nos identificamos con ustedes, heterosexuales, no nos gustan, los despreciamos, ustedes son el despreciable desperdicio del capitalismo que impulsan”[203]; “Con mucha alegría afirmamos: no tendremos hijxs, adoramos la soledad, celebramos, acompañamos e insistimos en la destrucción de toda relación de pareja, monogamia, uniones sentimentales, heterocompromisos, enamoramientos, amor romántico o relaciones agazapadas bajo la mierda de amor libre. Todas establecen territorios y jerarquías de opresión”.[204]

Este tipo de ideas sobre cómo deconstruir la sexualidad pueden encontrarse también en la ya citada filósofa queer española Beatriz Preciado (profesora de la cátedra Historia Política del Cuerpo y Teoría del Género en la Universidad París VIII), quien llama a practicar la “contra-sexualidad”, estrategia inspirada en nada menos que Foucault: “El nombre de contra-sexualidad proviene indirectamente de Foucault, para quien la forma más eficaz de resistencia a la producción disciplinaria de la sexualidad en nuestras sociedades liberales no es la lucha contra la prohibición (como la propuesta por los movimientos de liberación sexual anti-represivos de los años setenta), sino la contra-productividad, es decir, la producción de formas de placer-saber alternativas a la sexualidad moderna”.[205] Así, lo que se busca, otra vez, es negar la realidad biológica de nuestros cuerpos para inventar excentricidades que “subviertan” las funciones eróticas del pene y la vagina: “La contra-sexualidad afirma que el deseo, la excitación sexual y el orgasmo no son sino los productos retrospectivos de cierta tecnología sexual que identifica los órganos reproductivos como órganos sexuales, en detrimento de una sexualización de la totalidad del cuerpo. (…) El sexo es una tecnología de dominación heterosocial que reduce el cuerpo a zonas erógenas en función de una distribución asimétrica del poder entre los géneros (femenino/masculino), haciendo coincidir ciertos afectos con determinados órganos, ciertas sensaciones con determinadas reacciones anatómicas”.[206] Y a continuación, Preciado nos ofrece un pintoresco ejemplo de cómo resistir el “sistema heterocapitalista”: “La práctica del fist-fucking (penetración del ano con el puño), que conoció un desarrollo sistemático en el seno de la comunidad gay y lesbiana de los años 70, debe considerarse como un ejemplo de alta tecnología contra-sexual. Los trabajadores del ano son los proletarios de una posible revolución contra-sexual”[207], dice la profesora dejando ver las raíces marxistoides de su pensamiento.

Todo esto puede sonar a broma, pero es una palpable realidad con correlatos concretos en la práctica. Preciado pretende innovar en lo que respecta a “actuaciones contra-sexuales”, y brindará entonces un manual de prácticas denominadas “dildotectónicas”, pues se implementarían con ayuda de un “dildo” (consolador) y contribuirían a “sexualizar” otras partes del cuerpo en la lucha contra la “hegemonía del pene y la vagina” que instauró el “heterocapitalismo”. Una de ellas consiste en atar un consolador a un taco de aguja, e introducírselo en el ano. Pero no basta con la práctica en sí; hay todo un ritual que recomienda Preciado para que la práctica sea verdaderamente “contra-sexual”: “Desnúdese. Prepare una lavativa anal. Túmbese a lo largo, y repose desnudo durante 2 minutos después de la lavativa. Levántese y repita en voz alta: dedico el placer de mi ano a todas las personas portadoras del VIH. Aquellos que ya sean portadores del virus podrán dedicar el placer de sus anos a sus propios anos y a la abertura de los anos de sus seres queridos. Póngase un par de zapatos con tacón de aguja y ate dos dildos con cordones a los tobillos y a los zapatos. Prepare su ano para la penetración con un lubricante adecuado. Túmbese en un sillón e intente darse por culo con cada dildo. Utilice su mano para que el dildo penetre su ano. Cada vez que el dildo salga de su ano, grite su contra-nombre viciosamente. Por ejemplo: «Julia, Julia». Después de siete minutos de auto-dildaje, emita un grito estridente para simular un orgasmo violento. (…) La simulación del orgasmo se mantendrá durante 10 segundos. A continuación, la respiración se hará más lenta y profunda, las piernas y el ano quedarán totalmente relajados.”[208].

Notemos lo siguiente: la profesora universitaria debe recurrir a la simulación del orgasmo, pues en virtud de la naturaleza biológica y siguiendo este absurdo procedimiento, difícilmente aquél sea obtenido de manera real. Exactamente lo mismo debe prescribir cuando recomienda “masturbarse el brazo con un consolador”: “La duración total debe controlarse con la ayuda de un cronómetro que indicará el final del placer y el apogeo orgásmico. La simulación del orgasmo se mantendrá durante 10 segundos. Después, la respiración se hará más lenta y profunda, los brazos y el cuello quedarán totalmente relajados”.[209] Y al mismo recurso de simulación debe recurrir una y otra vez, en cada una de las prácticas propuestas, pues no otra acción que el fingir puede surgir de un acto que no va acompañado por las reglas que nuestro cuerpo natural establece. Nótese, en fin, lo patético de la propuesta queer en cuestión. Aclaremos que estos argumentos ya estaban presentes en el pensamiento de la propia Butler, cuando esta argüía que “el hecho de que el pene, la vagina, los senos y otros elementos del cuerpo sean llamados partes sexuales es tanto una restricción del cuerpo erógeno a esas partes como una división del cuerpo como totalidad”.[210]

Aunque parezca ridículo tener que detenernos a demostrar que hay naturaleza tras la designación del pene y la vagina como órganos sexuales y erógenos, veamos rápidamente los datos que nos brinda la anatomía del cuerpo humano. En el caso de la vagina, la sensibilidad que se halla en esta zona es extrema: allí, el nervio pudendo, ramo del plexo sacro, recoge y conduce las impresiones sensitivas a través del nervio dorsal del clítoris y de los labios vaginales mayores. Asimismo, los nervios vasomotores acompañan a las arterias que, en el marco de la excitación, irrigan las formaciones eréctiles. Se sabe que la vagina contiene más de ocho mil terminaciones nerviosas. Durante el orgasmo femenino, los músculos perineales se contraen rítmicamente, debido a reflejos de la médula espinal, y las intensas sensaciones sexuales se dirigen al cerebro produciendo tensión muscular en todo el cuerpo. En el pene, la mayor sensibilidad se encuentra en el glande, posibilitada y conducida por los nervios genitofemonal e ilioinguinal, ramos del plexo lumbar. La erección es viable gracias a los ramos que provienen del plexo hipogástrico inferior en el cual participan los nervios esplácnicos pélvicos. Otros importantes nervios que posibilitan las funciones sexuales y de excitación son aquellos ramos que emergen de la hoja neurovascular lateroprostática, a la altura de la uretra membranosa. Se sabe que el pene cuenta con cuatro mil terminaciones nerviosas. La erección es la consecuencia de un aporte sanguíneo masivo al seno de los tejidos eréctiles que rodean la uretra bulbar y peneana, con la ayuda de los músculos bulboesponjosos e isquiocavernosos que comprimen los plexos venosos, impidiendo el retorno de la sangre.[211] ¿Podemos hallar estas mismas condiciones anatómicas en, digamos, para seguir con la propuesta de Preciado, un brazo humano? Si la respuesta es evidentemente negativa: ¿No será entonces que la designación de los órganos sexuales y erógenos es una consecuencia de los datos de nuestra realidad anatómica y fisiológica desentrañados por las ciencias naturales, y no de una “conspiración heterosexual” que el capitalismo montó para oprimirnos, argüida por algunos vendedores de humo de las ciencias sociales?

El psicólogo Andrés Irasuste ha seguido de cerca importantes estudios sobre las perversiones, que han llevado adelante psicoanalistas y psiquiatras de renombre como Charles Socarides, Masud Khan, Joyce McDougall, Christopher Bollas, Albert Ellis, entre otros. Irasuste entiende que prácticas sexuales como las aquí mencionadas constituyen perversiones en tanto que quienes las practican se relacionan con el otro como objetos transicionales: “El otro ya no es alguien con quien se haga el amor por deseo, es un objeto al que se lo inviste de una sádica voluntad, o es una parcialidad susceptible de llenar pulsiones parciales: un ano que anule el dique de la sexualidad limpia y decorosa, un cuerpo dador de excremento (o comedor de excremento), un recipiente de esperma, una piel, superficie a la cual flagelar para hacer sangrar, para ser mordida (incluso comida), un cuerpo con el cual practicar la masturbación letal o el coito con ahorcamiento y asfixia”.[212]

Sólo bajo los marcos ideológicos que estamos describiendo puede leerse el fenómeno del llamado “Posporno”, que desembarcó en muchos países de América Latina, y cuyas performances incluso han sido presentadas en instituciones académicas, como la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, ante la complicidad o asentimiento de las autoridades. Las militantes feministas practicaron en aquella oportunidad, julio del año 2015, rituales sadomasoquistas en los pasillos públicos de la Facultad y otras prácticas que Preciado consideraría “contra-sexuales”. Como nota de color, la izquierda más ortodoxa y “retrógrada” desaprobó la presunta performance “artística”, porque dejaron excremento y orina humano en los espacios públicos, dado que incluyeron prácticas coprofílicas en el mentado “show”. Los medios de comunicación estuvieron analizando y discutiendo el hecho durante dos días enteros, siendo la pusilanimidad, expresión arquetípica de la dictadura de género y de lo políticamente correcto, lo que caracterizó las reflexiones de los “bienpensantes” periodistas que dejaban entrever su temor por resultar “anticuados” en sus consideraciones.

¿Pero en qué consiste concretamente una performance “posporno”? ¿Dónde se presentan? ¿Cuál es su objeto? A menudo suelen ofrecerse espectáculos “posporno” en antros concurridos por un puñado de gente, que raramente supera las cincuenta personas. Definir la performance es complicado, porque el objetivo de la misma es precisamente la indefinición. La práctica contra-sexual es anti-identitaria y, por lo tanto, difícil de caracterizar de forma determinante. Digamos, en todo caso, que el “posporno” ofrece prácticas sexuales en vivo y en directo que procuran involucrar actos sumamente morbosos —perversos en los términos psicoanalíticos de Irasuste— que superan en mucho los límites de nuestra imaginación, siguiendo las teorías queer que ya hemos visto. El mencionado fist-fucking es lo más moderado que uno puede llegar a ver allí. Lo que más suele excitar al público queer es el involucramiento de excremento y orina en las relaciones sexuales y, por supuesto, el llamado squirting, la “eyaculación femenina”, al cual se le da un significado político igualitario (no sólo el hombre eyacularía). Pero el público no es un agente pasivo; generalmente recibe en sus propios cuerpos los fluidos antedichos y hasta sangre por parte de quienes llevan adelante el espectáculo. En efecto, la mutilación también juega un papel importante en la performance: hay uno particularmente llamativo que tuve que ver para esta investigación, en el cual la teórica queer Diana Torres (autora del libro Pornoterrorismo [213]), se traspasaba seis agujas en su cara, mientras practicaba actos de masturbación. Cabe agregar, no obstante, que el espectáculo no se reduce a lo que acontece en el escenario: mientras la performance se desarrolla, todos los sentidos son atacados al mismo tiempo, por una pantalla gigante que al fondo de todo suele reproducir videos de mutilaciones humanas y abortos[214], por una lectora de poesía posmoderna, y por piezas de música llamada “atonal” (carente de ritmo, armonía y melodía) que, vaya casualidad, era considerada por teóricos de la Escuela de Frankfurt como portadora de efectos revolucionarios.[215]

El grupo que integra la argentina Leonor Silvestri ha redefinido el “posporno” como “PornoTerrorismo” siguiendo a Torres —pues el objeto es aterrorizar a la gente a través del sexo—, y entiende que “como anti-arte, como arma de acción directa, como ritual mágico de encantamiento, como exorcismo público, como máquina de guerra contra el aparato de captura de la norma social hetero, como potencia visual —contra/semiosis— el PornoTerrorismo es un modo de, un cómo construir un nuevo uso de los placeres y reprogramar nuestros deseos (…). Un cómo destruir también los celos y la propiedad privada. (…) El PornoTerrorismo es una forma de insurgencia, divergencia, contra-hegemonía, subversión, una insurrección sexual, y una objeción de género”.[216] Y a continuación, refuerza lo que ya hemos explicado más arriba, presentando al lector un listado de aquello que compone una performance de este tipo: “Elementos de los juegos extremos BDSM[217] como flagelación, agujas, o asfixias; Piel descubierta en la superficie del cuerpo, cara cubierta por el pasamontañas típico del insurreccionalismo (…) Fluidos y escatologías de toda índole: squirt, flujo, semen, sangre humana sobre todo menstrual, mierda; Prótesis como por ejemplo, cuellos y caderas ortopédicas, dildos y arneses; Yuxtaponerlos y jugar con ellos como más absurdo les parezca”.[218]

Posiblemente el arquetipo humano más fiel a las prácticas contra-sexuales, al posporno y al pornoterrorismo, no sea otro que Armin Meiwes, mejor conocido como el “caníbal de Rotenburg”, quien buscaba por Internet personas de su mismo sexo que estuvieran dispuestas a dejarse comer sus genitales. El final de la historia, acaecida en Alemania, es bien conocida: Meiwes encuentra a alguien que accede a dejarse extirpar el pene para ser freído y posteriormente devorado por ambos participantes. Esta historia de deseo “contra-sexual” pone de manifiesto los límites de nuestras prácticas culturales respecto de nuestras condiciones naturales: el sujeto mutilado morirá a los pocos minutos desangrado en una bañera. La realidad puede ser negada, pero los efectos de la realidad no pueden ser evitados.

Lo que sí es inevitable concluir, es que la ideología queer genera un cóctel explosivo de odio, violencia y frustración individual. La interminable lucha contra la naturaleza que los movimientos queer llevan adelante, está perdida de antemano; y las frustraciones de esa derrota inevitable se canalizan en sentimientos de ira contra la sociedad en general, y el hombre heterosexual en particular. Hay, en efecto, muchas teóricas queer que han llamado a practicar de forma abierta la violencia. Pero también existen teóricos afines al movimiento queer que han hecho lo propio, como es el caso del comunista norteamericano Peter Gelderloose, arrestado por las fuerzas de seguridad de su país por participar precisamente en actos de violencia política. Este ha escrito un libro titulado Cómo la no violencia protege al Estado (2007), donde propone al feminismo acciones como las que siguen: “Matar a un policía (…) prenderle fuego a la oficina de una revista que conscientemente publicita un estándar de belleza que conduce a la anorexia y a la bulimia o secuestrar al presidente de una empresa que trafica con mujeres. (…) Atacar a los más notables y probablemente incorregibles ejemplos del patriarcado es una manera de educar a la gente en la necesidad de una alternativa”.[219]


Existen, asimismo, libros y publicaciones queer donde se relatan experiencias violentas reales como triunfos políticos contra la “heteronormatividad” y el capitalismo. Uno de estos libros de reciente aparición fue titulado Espacios peligrosos. Resistencia violenta, autodefensa y lucha insurreccionalista en contra del género (2013), de autoría colectiva. La deuda de la ideología queer con la izquierda se hace explícita aquí: “Los movimientos de la Nueva Izquierda con sus declaraciones nos han empujado hacia el hecho que la lucha se encuentra en muchos más frentes, que la simple lucha de clases”.[220] Y su introducción arranca así: “Hay una violencia que libera. Es el asesinato de un homófobo. (…) Es el incendio y la liberación de visiones. Es romper ventanas para expropiar comida. Es el madero [policía] quemado y disturbios detrás de las barricadas. Es rechazar el trabajo, ocupar amistades criminales y el rechazo completo de compromisos. Es el caos que no puede ser parado”.[221] Los objetivos del texto, por su parte, se hacen expresos al cierre del mismo prólogo: “Esperamos que esta publicación pueda contribuir de alguna manera a la huelga de género que quemará totalmente este mundo”.[222]

La publicación en cuestión recoge testimonios de queers que vale la pena citar, para dimensionar al lugar al que nos ha conducido el feminismo y la ideología de género: “Yo nunca he sido pacíficx. El mundo me violenta y yo sólo deseo violencia hacia el mundo. Cualquiera que intente quitarme mi pasión para la sangre y el fuego, quemará junto con el mundo al que se aferraba de manera tan desesperada”[223], nos advierte un queer de manera amenazante. Representativo de la lucha imposible que estos sujetos emprenden contra la naturaleza, y las frustraciones que de ella se derivan, es la siguiente narración de otro travesti queer: “Con algo de tristeza, reconozco a mi padre en mi reflejo. Tanto mi ‘spiro’ como mis píldoras de estrógenos se acaban hoy y yo me estoy enloqueciendo. Probablemente iban a llegar el lunes, pero quizás se han perdido en correos (…). Quiero gritar. Estoy a punto de estallar. Estoy controlando el deseo de abofetearme, así empiezo sueños a ojos abiertos en mi cubículo gris. Veo un avión de línea secuestrado girar y apuntar directamente a mi escritorio. (…) Hay un flash cegador, yo desaparezco, y todo quema”.[224] Otro queer, en similar sentido, admite: “Hay algo dentro de mí que a veces desea volverse sordo a este ritmo, pero yo sé que no sería bastante como para calmar los ecos del género en mi cuerpo y en mi vida diaria, que he intentado silenciar incesantemente a través de hormonas, alcohol, drogas, y escribiendo ensayos estúpidos”.[225]

Otros queer han usado esas páginas para contar y celebrar los actos de violencia perpetrados. Uno de ellos nos relata que un vecino que había osado manifestarse públicamente contra una marcha queer fue atacado por los miembros de este movimiento: “Acababa de celebrar su cuadragésimo primer cumpleaños el 9 de junio (de 2009), así que pensamos entregarle unos regalos atrasados en forma de fuertes puñetazos. El grupo le golpeó hasta que aparecieron los maderos [policías] y nos fuimos por la parte trasera del parque sin ningún arresto”.[226] Otro sujeto festeja el ataque preferido de todos, el que se perpetra contra la Iglesia Católica: “La pasada noche le hice una visita a la Iglesia Católica. Cerré con super glue [pegamento] varias de sus cerraduras y reventé unas pocas ventanas. Estoy segurx de que toda persona que haya cometido un acto de sabotaje sabe lo increíble que se siente. Si no lo has hecho, realmente deberías experimentarlo por ti mismx”.[227] Y con el espíritu tolerante y democrático que caracteriza a esta gente, agrega: “La Cristiandad necesita ser prendida, empalada en una estaca”.[228]

La pregunta es: ¿Puede esperarse otra cosa de quienes han sido formateados políticamente en el odio y el resentimiento? En efecto, hemos visto cómo la ideología de género construye discursivamente una guerra entre hombres y mujeres primero, y una guerra entre heterosexuales y homosexuales después, para desembocar al final de todo en la idea de que no existe siquiera el sexo como tal y, todavía más, no existe la identidad como tal. Así, quienes son colocados en un lugar sexual o de “género” por el “discurso heteronormativo”, estarían siendo víctimas de una violencia que está diagramada para mantener el capitalismo; y a la violencia ha de respondérsele con una violencia mayor. La ideología, por tanto, les cierra perfecto; ofrece a esta gente conflictuada sexual e identitariamente una explicación que promete aliviar su frustración, y que ofrece una salida a tanto malestar interno. Y esa salida no tiene que ver con procesos de auto-reflexión, de superación, de inclusión; esa salida no es individual, sino que es política y, todavía más, esa salida es de violencia política. Pues el queer está incapacitado para problematizar su propia situación, su propia responsabilidad; para el queer, la responsabilidad es siempre del fantasmático sistema en el que los teóricos de la ideología de género le hicieron creer y odiar, llámese “falocracia”, “heteronormatividad”, “heterocapitalismo”, o comoquiera que los imaginativos “académicos” de estas corrientes inventen.

El testimonio de otro queer nos revela en qué medida la praxis es una consecuencia de la ideología que se les inyecta: “El jueves por la noche, siguiendo un discurso radical queer motivador acerca de hacer disturbios, un bloque negro apareció como cuarto asalto de un día de lucha en las calles. Este particularmente feroz bloque (…) se movió a través de Pittsburgh destrozando innumerables cristaleras, volcando contenedores y prendiéndoles fuego. Un colega hizo una observación: ¿dónde está lo queer en todo esto? La gente sólo vestía de negro y quemaba cosas en la calle. Le contestamos: la práctica de vestir de negro y destrozar todo es el mejor y más queer gesto de todos. De hecho, eso nos lleva al meollo de la cuestión: lo queer es la negación. Al encontrarse nuestros desviados cuerpos nos convertimos en una turba, convirtiendo nuestras fronteras corporales en un gran problema. (…) Nuestros límites desaparecieron totalmente ante un suelo cubierto de cristales y un terreno de contenedores en llamas”.[229] Y a continuación recurre a la teoría de Butler del “género performativo”, de la cual ya algo hemos expuesto, para dar sentido al acto delictual: “Si es correcta la idea de que el género es siempre performativo, entonces las performances que realizamos resonaron con el género más queer de todos: el de la total destrucción”.[230] Ante los destrozos queer en la ciudad, un vecino pretendió detenerlos pero “antes de que pudiera darse cuenta de su error, recreamos una escena particularmente sádica y a sangre fría sobre el idiota. Se dio cuenta de su error bajo una lluvia de patadas, puñetazos y una nutrida razón de spray de pimienta”.[231] Nuestro “democrático” queer cierra su narración con la siguiente conclusión: “Ofrecemos una forma de vida que podría ser entendida como la conjunción de barricadas y piernas sin afeitar. Pero qué mejor que la mezcla de arneses con dildos, martillos, pelucas estrafalarias, ladrillos, fuego, palizas, fisting y, cómo no, ultraviolencia”.[232]

Existe una infinidad de testimonios como los hasta aquí citados que fueron seleccionados por azar para ilustrar al lector. No pretendemos abundar en ello, pues creemos que el objetivo fue cumplido. Ahora bien, es dable finalizar aquí con la siguiente conclusión.

Hay un hilo conductor que atraviesa al feminismo desde la segunda ola, pasando por la tercera, hasta llegar a la ideología queer. Ese hilo está dado por un proyecto en común, que tiene que ver con la destrucción de la superestructura familiar y matrimonial heterosexual que en teoría contribuiría a la reproducción del sistema capitalista (estrategia de batalla cultural). Este hilo, no obstante, ha ido recorriendo un progresivo camino teórico que fue del materialismo dialéctico, pasó por el culturalismo del género, y terminó en la destrucción del mismísimo sexo. El asunto determinante aquí, pues, no tiene que ver con elecciones voluntarias individuales, sino con la voluntad expresa de transformar, incluso violentamente, el sistema económico y político que, paradójicamente, les ha permitido a estas tribus existir (¿o alguien puede probar que éstas existen o existieron en algún país comunista?). El asunto no es que una mujer piense que su cuerpo no tiene existencia natural; el asunto tampoco es que un hombre crea ser una mujer “encerrada” en un cuerpo masculino. Nada debería importarnos los desvaríos de cada quién, mientras no afecten nuestros derechos individuales. El problema es que afectarnos es el objetivo de estas ideologías y sus consecuentes militancias, tal como sobradamente hemos visto. Nada debería importarnos, por ejemplo, que determinado sujeto se considere a sí mismo, inclusive, un cocodrilo o la mismísima chita encerrada en un cuerpo humano, víctima de la tiranía de la “construcción social del discurso”; el problema es que la presión ideológica ejercida sobre el Estado lleve a éste a obligarnos al resto a compartir dicha locura y pagar los gastos de la misma, bajo la amenaza de la coerción. En efecto, tal y como reconocen las propias teóricas feministas, “desde el feminismo lo que se reclama una y otra vez es una mayor intervención estatal”[233]. Nada debería importarnos, sigamos diciendo con el fin de despejar dudas, que en un marco privado se practique “posporno” si quienes lo practican y quienes voluntariamente lo observan, gozan mutilándose o viendo a la gente mutilarse; lo que efectivamente nos importa, es que estas prácticas se realicen en espacios públicos, de manera invasiva y hasta coactiva, y que el feminismo radical haya llegado a promover el incesto y la pedofilia, como parte de una lucha política e ideológica por imponernos formas de sexualidad degradantes.

Nada nos importa, en una palabra, lo que a cada uno atañe en su personalidad y vida privada. Lo problemático es, en todo caso, y parafraseando uno de los eslóganes más arquetípicos del feminismo radical, cuando “lo personal se hace político”.