martes, 8 de septiembre de 2020

III- El feminismo del socialismo real



Parte 2: Feminismo e ideología de género

III- El feminismo del socialismo real
Antes de abordar la tercera ola del feminismo, nos interesa dedicar un apartado a la implementación de las ideas feministas que engendró el marxismo, y que éste tuvo oportunidad de poner en práctica con la experiencia de la Unión Soviética a partir de 1917. En efecto, si la propiedad privada fue el origen del patriarcado, la progresiva abolición de dicho régimen económico debería haber traído la cacareada “liberación de la mujer” en tierras comunistas, como de hecho, la propaganda soviética pretendió hacerle creer al mundo libre que estaba ocurriendo.
Con el tiempo nos enteraríamos, no obstante, que aquello no era más que una de las tantas mentiras comunistas. Y quienes mejor dejaron en evidencia este embuste, no fueron otros que un padre e hijo soviéticos, médicos especializados en sexología, ex miembros del Partido Comunista, que llevaron adelante un amplio trabajo sociológicosexológico que les valió varios años de campo de concentración, trabajo forzado y posterior exilio. Nos referimos a los doctores Mijail y August Stern.
Lo que ocurrió en la URSS puede dividirse en dos etapas: una de destape y nihilismo, que arranca con fuerza en la década de 1920, a poco de haber triunfado la revolución, y una de reacción y puritanismo frente a los nocivos efectos sociales advertidos tras una etapa de relajación moral que se buscó dejar atrás con arreglo a todos los medios habidos y por haber.
La etapa de destape fue, entre otras cosas, el resultado de hacer del amor algo puramente material o "fisiológico". En una palabra, se buscó despojar al amor de todo componente espiritual y moral. La citada Kollontai, por ejemplo, en un ensayo titulado Un sitio para el Eros alado instigaba a realizar los actos sexuales “como un acto similar a muchos otros, a fin de satisfacer necesidades biológicas que sólo son un estorbo y que hay que suprimir, con objeto de que no interfieran lo esencial: la actividad revolucionaria”.[90] La protagonista de la novela El amor de tres generaciones, de Kollontai, esbozaba: “A mi juicio, la actividad sexual es una simple necesidad física. Cambio de amante según mi humor. En este momento, estoy embarazada, pero no sé quién es el padre de mi futuro hijo, y me da igual”.
Existe un “decreto” de la época, de la ciudad de Vladimir (hubo otro similar en Saratov), que proponía una “socialización de las mujeres”, y que ilustra la mentalidad que el socialismo había generado: “A partir de los dieciocho años de edad, toda muchacha queda declarada de propiedad estatal. Toda muchacha que alcance la edad de dieciocho años y que no se haya casado está obligada, so pena de denuncias y severos castigos, a inscribirse en una oficina de ‘amor libre’. Una vez inscrita, la muchacha tiene derecho a elegir esposo entre diecinueve y cincuenta años. Los hombres también tienen derecho a elegir una muchacha que haya llegado a la edad de dieciocho años, suponiendo que dispongan de pruebas que confirmen su pertenencia al proletariado. Para quienes los deseen, la elección de marido o mujer puede efectuarse una vez al mes. En interés del Estado, los hombre entre diecinueve y cincuenta años tienen derecho a elegir mujeres inscritas en la oficina, sin siquiera necesitar el asentimiento de estas últimas. Los hijos que sean fruto de este tipo de cohabitación se convertirá en propiedad de la república”.[91]
Estos delirios de “comunismo sexual” incluían marchas de la desnudez, “ligas de amor libre”, proyectos de instalación de cabinas públicas para tener relaciones sexuales, entre otras ideas cuyo trasfondo era el más sórdido materialismo que reducía la experiencia del amor a una necesidad fisiológica más que, como tal, el Estado debía atender y planificar.
Tan así era, que el célebre periódico soviético Pravda publicó en su edición del 7 de mayo de 1925 un artículo que, entre otras cosas, decía: “Los estudiantes desconfían de las jóvenes comunistas que se niegan a acostarse con ellos. Las consideran como pequeño-burguesas retrasadas que no han sabido liberarse de los prejuicios de la antigua sociedad. Existe una opinión según la cual no sólo la abstinencia, sino también la maternidad, proceden de una ideología burguesa”. La “mujer liberada” soviética no era, pues, otra cosa que el conducto a través del cual el hombre satisfacía sus necesidades materiales. Y cuando aquélla no se prestaba a tal cosa, su negativa era leída, como no podía ser de otra manera, en términos de “lucha de clases”. En una carta publicada en la misma edición de Pravda, una mujer soviética escribía: “Otro comunista, marido de mi amiga, me propuso que me acostara con él una sola noche, so pretexto de que su mujer, indispuesta, no podía satisfacerle de momento. Cuando me negué, me trató de burguesa estúpida, incapaz de elevarme a la altura de la mentalidad comunista”.
Toda la vida sexual estaba reducida a los dictados del materialismo dialéctico y, por lo tanto, completamente ideologizada. El sexo, algo tan íntimo y personal, se colectivizaba y pasaba a depender de las lecturas clasistas que se constituyeron como una suerte de religión oficial. Un folleto de la época editado por el Instituto Comunista Yákov Svérdlov en 1924, titulado La revolución y la juventud, basado en el trabajo teórico de los pedagogos soviéticos Macárenco y Zálkind, decía cosas como las que siguen: “La única vida sexual que resulta tolerable es la que lleva la plenitud de los sentimientos colectivistas. (…) La elección sexual debe responder a criterios de clase, debe ajustarse a los objetivos revolucionarios y proletarios (…). La clase tiene derecho a intervenir en la vida sexual de sus miembros. (…) Sentir atracción sexual por un ser que pertenezca a una clase diferente, hostil y moralmente ajena, es una perversión de índole similar a la atracción sexual que se puede sentir por un cocodrilo o un orangután”. Algo similar pensaba Lenin, quien en una carta a su amiga platónica Inessa Armand declaraba: “Por lo que atañe al amor, todo el problema reside en la lógica objetiva de las relaciones de clase”.
 El clasismo y el racismo son primos hermanos. Ambos guardan la misma lógica de crear en un plano abstracto colectivos de personas en función de determinados caracteres, pretender su enfrentamiento incondicional y promover entre ellos, a la postre, un odio visceral. El citado folleto de los pedagogos soviéticos da cuenta de esto cuando sentencia que el Partido tiene “el derecho total e incondicional (…) a intervenir en la vida sexual de la población con objeto a mejorar la raza practicando una selección sexual artificial”. Preobrajenski, importante dirigente del Partido, espetaba algo similar cuando decía que el sexo es un “problema social, aunque se le considere únicamente desde el mero punto de la salud física de la raza (…). [El sexo debe estar orientado a una] mejor combinación de las cualidades físicas de las personas que están en relaciones”.[92] Cabe recordar que el tirano Stalin acabó prohibiendo el casamiento de los rusos con extranjeros.
A menudo la izquierda, todavía nostálgica del genocidio comunista del siglo pasado por más que le pese y trate de ocultarlo, busca reivindicar la experiencia soviética destacando los “grandes avances” que se lograron para una mujer que vio incorporársele en el mundo productivo y social. Pero estos encubiertos admiradores soviéticos no suelen reparar en el hecho de que, sus primos hermanos, los nacionalsocialistas, hicieron lo propio, algo que si fuera utilizado como argumento para reivindicar el nazismo generaría las más ásperas críticas e indignaciones que jamás vemos producirse cuando lo que se procura reivindicar es el comunismo. En efecto, es conocido que las políticas de obras públicas y económicas centralizadas del nazismo, con Hjalmar Schacht como ministro de economía y presidente del Reichsbank, dieron a la mujer un relevante papel laboral en el sector de industria de servicios, en actividades de tipo agrícolas y en la burocracia estatal: “hacia 1940, las mujeres figuraban en más de 3,5 millones en el sector industrial y de servicios, y más de 5 millones 600 mil en la silvicultura y producción agrícola de alta calidad (lo cual requería capacitación técnica avanzada), y tan sólo 1,5 millones en sectores de peor remuneración como servicio doméstico”.[93] De la misma manera se suele exaltar la presunta participación política de la mujer soviética (algo más sobre esto diremos hacia el final de este apartado), sobre lo cual cabría concluir algo muy parecido en el régimen nacional-socialista aunque, nuevamente, sería motivo de escándalo: “La NSF Nationalsozialistische Frauenschaft agrupaba 800 mil mujeres en un comienzo, llegando a 3,5 millones luego. Había un gran número de empleadas domésticas en las filas NS, así como de la alta sociedad, y el objetivo buscado era acercar a la mujer al Welfare State mentado por Hjalmar Schacht y su equipo técnico”.[94] Y por último, se nos suele hablar sobre la atención que muchas “políticas sociales” soviéticas tuvieron respecto de la mujer, a lo que, otra vez, podría equiparársele el experimento nazi: en éste se subsidió la maternidad y el desempleo femenino, se concedieron préstamos especiales para la mujer, se fundó el Instituto Lebensborn donde se proveía albergue a mujeres en situación de calle, etcétera. No debería ser necesario aclarar que estos ejemplos no exculpan el genocidio nacional-socialista, aunque parece cada vez más necesario aclarar lo otro: tampoco exculpan el genocidio comunista, que además ocasionó homicidios en masa en cantidades mucho mayores que las del mismísimo hitlerismo, aunque esto último sea pecado decirlo.[95]
Ahora bien, volviendo a la URSS, la legislación y los esfuerzos del Estado soviético en materia sexual durante el período leninista, especialmente durante la década del ‘20, se resumieron en la destrucción de la familia. Como hemos visto, estas intenciones ya estaban impresas en el primer maestro, Karl Marx, y en su socio Friedrich Engels. ¿Y por qué el comunismo se empeña en lograr tal cosa? Por una sencilla razón: la institución familiar supone un resguardo del individuo y sus relaciones más próximas frente a la intromisión del Estado. Se trata, pues, de un espacio de amplios grados de autonomía frente a la esfera política. Vale recordar al respecto que la dicotomía de la esfera doméstica/esfera pública ya estructuraba el pensamiento social y político de los filósofos de la antigüedad (el pensamiento platónico y su comunismo rudimentario ya hacía expresa la intención de abolir la institución familiar en favor de la organización totalitaria de la polis). En efecto, la familia educa a los hijos, reproduce tradiciones, mantiene creencias y valores al margen del dirigismo de los mandones de turno. La familia es, en una palabra, el núcleo de la sociedad civil, y la sociedad civil constituye la dimensión que resulta absorbida en regímenes totalitarios por la política, donde ésta lo invade todo. De tal modo que está en el Partido Comunista el interés natural de anular estos espacios donde su intromisión no está asegurada y, al contrario, que pueden llegar a bloquearla. Ya decía Lunacharski, ministro de Educación y Cultura en 1918, que “este pequeño centro educativo que es la familia, esta pequeña fábrica (…) toda esa maldición (…) llegue a ser un pasado caduco”.[96] La Internacional Comunista reclamaba el “reconocimiento de la maternidad como función social. Los cuidados y la educación de los niños y adolescentes correrán por cuenta de la sociedad”[97], lo que equivale a decir, por cuenta del Partido.
Ahora bien, en el período stalinista se tuvo que dar un giro de trescientos sesenta grados creando el conocido mito de la “familia soviética” —el cual buscó propagar una imagen distorsiva de la realidad familiar soviética, en la cual aquélla estaba imbuida de valores morales superiores a la occidental— por razones claras: Rusia había perdido una parte considerable de su población a causa de la Primera Guerra Mundial, la guerra civil y las hambrunas de 1921, las hambrunas de 1928-1932, purgas varias y matanzas en masa perpetradas por el Estado. A esto hay que sumarle las pérdidas de la Segunda Guerra Mundial, y las hambrunas subsiguientes. Para peor, la política de “sexualidad libre” que, además de minar la institución familiar había legalizado el aborto en 1920, había producido un descenso impresionante de la tasa natalidad: en 1913 dicha tasa era de 45,5%, mientras que en 1950 había bajado a 26,7%.[98]
El caso de las consecuencias sociales que trajo la legalización del aborto en la URSS es digno de ser subrayado. En efecto, éste se convirtió en “el primero de todos los medios contraconceptivos”[99] según los datos manejados por los doctores Stern. Los números documentados son determinantes: de 1922 a 1926 se cuadruplicó el número de abortos en la URSS, y para 1934 “se registra en Moscú un nacimiento cada tres abortos, y en el campo, el mismo año, tres abortos por cada dos nacimientos”.[100] Para 1963, en Moscú, Leningrado y otras ciudades centrales el 80% de las mujeres embarazadas se sometían a abortos, lo cual demuestra que fue utilizado como método anticonceptivo.[101] Los citados doctores contaron que “al cabo de un cierto número de abortos, [a las mujeres] les basta con una fórmula muy extendida: beberse un vaso de vodka, tomar un baño muy caliente y ponerse a dar saltos hasta expulsar el feto. Tuve que cuidar de una mujer que había sufrido veintidós abortos. En estas mujeres, los reiterados abortos debilitan los músculos del útero que corren el riesgo de perder el feto con solo andar”.[102]
La verdad fue que la propaganda comunista sobre la virtud de la familia rusa, que el stalinismo había creado, nunca dejó de ser eso mismo: pura propaganda. La institución familiar estaba destrozada, el “jefe de familia” no era más que una caricatura del macho soviético y la esposa, que se pretendía valiente heroína socialista en el relato del régimen, no era más que una indefensa mujer que debía tolerar los agravios y golpizas de su marido. Una edición de la revista soviética La gaceta literaria de 1977 recogía columnas de mujeres que comentaban su relación conyugal: “La misma idea del ‘hombre en casa’ ha perdido su más alta significación. El hombre en casa, o bien es un niño caprichoso que nunca está contento, o bien es un ‘león rugiente’ que maltrata a su mujer por minucias”.[103] Una encuesta realizada en 1970 da cuenta de que el 74% de las familias estudiadas se habían acostumbrado a las querellas y los conflictos sistemáticos.[104]
Es dable recordar que, según los postulados teóricos del feminismo de base marxista, todos los problemas de la mujer se reducían a una variable claramente identificada: la existencia de la propiedad privada. Anulada ésta, pues, cabría esperar la “liberación de la mujer” con la que mintió sistemáticamente la Unión Soviética. Pero cuesta encontrar dicha liberación entre los datos que hasta aquí hemos ido mencionando. El mito del buen salvaje se mostró como lo que es: una falacia.
Y para agregar más, por si hiciera falta, es necesario decir que los casos de violaciones y violencia contra la mujer fueron también una constante durante todo el largo período comunista. Los doctores Stern han dejado documentados muchos de ellos, lo que les terminó costando, como ya dijéramos, varios años de campo de concentración. Uno de esos casos, que llama la atención por la brutalidad, es el siguiente: “La madre de mi enfermo era una campesina de Bachkiria. Durante los años del hambre, se había llegado a la aldea de Ufa para conseguir pan. En el andén de la estación se le acercó un chequista armado y se la llevó consigo. Poco experta en el amor, la campesina esperaba recibir un pedazo de pan a cambio de su cuerpo. Pero cuando llegaron a la casa del chequista, éste le ordenó que se desnudara y la entregó a su perro. Tanta era el hambre de la campesina que no se opuso, suponiendo que luego comería. Cuando el perro hubo soltado toda la esperma, el chequista la echó a la calle sin dinero ni alimentos”.[105]
Los doctores Stern cuentan que la violación de mujeres fue, además, una práctica corriente en la propia familia. Se trata, según la lectura y los datos de aquéllos, de una consecuencia esperable del culto de la fuerza que el régimen propagó en las relaciones sociales: “Conocí a una paciente que no se quería divorciar a causa de los hijos, pero que tampoco deseaba seguir manteniendo relaciones sexuales con el marido. El hombre la violaba regularmente, sin temor a conflictos judiciales, pues no había tribunal que se hubiese tomado el caso en serio”.[106]
Célebre fue el escándalo del famoso cineasta soviético Roman Karmen, que fue condecorado como Artista del Pueblo de la URSS (la mayor distinción otorgada en el mundo del espectáculo), acusado de subir a su auto a niñas de trece y catorce años para luego violarlas. Pero como ocurría con los dueños del poder y los amigos de estos últimos, el caso Karmen quedó en total impunidad y allí estuvo el Estado para esconder los trapos sucios.
Además de las individuales, las violaciones colectivas tenían también una frecuencia significativa, tal como puede advertirse en las crónicas de la época. El Diario del maestro del 26 de junio de 1926 daba cuenta, por ejemplo, de una violación sufrida por una alumna a manos de un grupo de compañeros de curso. Otro caso en el que un grupo de siete hombres violaron a dos mujeres, conocido como las “costumbres de Chubarov” (nombre de una calle de Leningrado), fue cubierto por Pravda el 17 de diciembre de 1926. Los doctores Stern suman varios casos más en su libro, que espantan por el nivel de violencia. Y podríamos seguir citando noticias de la época, pero con esto basta para determinar que la pretendida “liberación de la mujer” que siguió a la implantación del socialismo, no fue más que una burda mentira.
En otro orden, las golpizas contra las mujeres fueron también algo corriente en la Rusia comunista. La eliminación del capitalismo y las “condiciones materiales de existencia” no eliminaron la dominación violenta del hombre sobre la mujer, como esperaban los comunistas con sus ilusorias teorías de una supuesta edad de oro del matriarcado. De hecho, las golpizas en la URSS se vincularon directamente con el sexo marital, y de esos tiempos data aquel triste refrán ruso que reza que “el único que no pega a su mujer es aquel que no la quiere”. Incluso se llegó a utilizar una expresión para denominar la relación sexual que en su origen había sido una golpiza: trajnut. De nuevo, los doctores Stern nos permiten ilustrar todo esto con un hecho concreto: “En Moscú, un tornero llamado Merzliskov pegaba regularmente a su mujer Nedejda. Pegar es poco, la molía a golpes metódicamente, primero puñetazos y patadas, y después con ayuda de un destornillador o un martillo. Cuando la mujer se desmayaba, el marido la sumergía en un baño de agua fría y volvía a empezar. La mujer falleció durante una de estas sesiones”.[107]
En este veloz repaso de la vida de la mujer bajo el socialismo real, no podemos dejar de traer a colación el problema de la prostitución. En efecto, el feminismo socialista siempre buscó hacer de la “profesión más antigua de la historia” una consecuencia de, vaya novedad, el régimen económico basado en la propiedad privada. Recordemos que ya decían Marx y Engels en el Manifiesto comunista que “Con la desaparición del capital desaparecerá también la prostitución”. Kollontai afirmaba que “esta vergüenza [la prostitución] se la debemos al sistema económico hoy en vigor, a la existencia de la propiedad privada. Una vez haya desaparecido la propiedad privada, desaparecerá automáticamente el comercio de la mujer”.[108]
¿Se cumplieron las promesas comunistas? Va de suyo que no. Las prostitutas soviéticas siguieron existiendo, y sus servicios, como en la Cuba de nuestros días, estaban especialmente orientados a la satisfacción de los extranjeros. La represión del régimen, que persiguió las actividades rameriles enviando a las prostitutas a campos de concentración, no sirvió para detener la explotación del negocio sexual. Las prostitutas se siguieron moviendo en la clandestinidad: generalmente ofrecían sus servicios a bordo de taxis o de ferrocarriles. Y así, las promesas marxistas fueron sepultadas por una ironía de la historia: las prostitutas de Moscú eran conocidas como las “marxistas”, no por recitar de memoria los postulados del materialismo dialéctico, sino por esperar a sus clientes sexuales delante del monumento a Karl Marx.[109]
La verdad es que los teóricos marxistas creían que derribado el “poder económico” con la destrucción del sistema de propiedad privada, no habría ninguna razón para que la mujer se prostituyera. Pero el reduccionismo económico marxista descuidó, además de la compleja naturaleza de la acción humana, otra forma de poder:
el poder político. Y así, en el socialismo real la prostitución fue uno de los tantos privilegios de la clase política soviética. A la sazón, era sabido para muchas mujeres que, si querían acceder a determinados privilegios o a determinados puestos de la burocracia estatal, debían previamente ofrecer sus servicios sexuales a quienes manejaban los hilos del poder.[110]
Los doctores Stern han testimoniado sobre las formas de prostitución soviética: “A veces, la fellatio alterna con los juegos de cartas: hay prostitutas de trece, catorce años, unas niñas casi, que actúan bajo la mesa mientras cuatro hombres juegan a los duraki; el que pierde paga por todos”.[111] Y cuentan, además, que las prostitutas no siempre determinaban sus tarifas en metálico: “Hay mujeres que utilizan su cuerpo como forma de pago cuando cogen un taxi o compran en la carnicería (…). Hay muchas alcohólicas que se prostituyen precisamente para conseguir más vodka”.[112] Este y no otro era el paraíso femenino que había prometido el marxismo.
Por último, queda un mito más por derribar. Y es el que reza que bajo el comunismo, la mujer adquirió el pleno goce de los derechos políticos. Lo primero que debería decirse al respecto es que bajo el comunismo y su régimen de partido único, los derechos políticos son, para todos, hombres y mujeres de a pie, una fantasía imposible de realizar por la misma naturaleza del régimen. Alegar la existencia de “libertad política” bajo las condiciones de una dictadura totalitaria es una contradicción en sus términos. Y si no, cabría preguntarse por el lugar político de hombres y mujeres no-comunistas: los campos de concentración.
Pero por otro lado, y aun aceptando la supuesta extensión de derechos políticos para las mujeres bajo el comunismo soviético, sería interesante preguntarse ahora por la efectiva participación de éstas en el poder real de las decisiones políticas y en la estructura jerárquica de la URSS. Es aquí donde terminamos de comprobar que la participación política femenina en el socialismo real fue completamente virtual.
Hagamos un repaso breve de la estructura de poder soviética. El Sóviet de la Unión o Sóviet de los Diputados del Pueblo, fue una de las dos cámaras del Sóviet Supremo de la Unión Soviética. En toda la historia de este órgano legislativo, jamás una mujer pudo presidirlo.[113] Tampoco se vio presidir a ninguna mujer la otra cámara, de representación territorial, denominada Sóviet de las Nacionalidades.[114] Y por supuesto que ninguna mujer ocupó jamás el cargo de Jefe de Estado de la URSS[115], ni el de vice-jefe de Estado. Tampoco se vio a ninguna mujer presidir el Consejo de Comisarios del Pueblo, la máxima autoridad gubernamental del Poder Ejecutivo soviético.[116]
Frente a estos datos, puede alegarse que, a la sazón, si bien los derechos políticos para las mujeres se estaban haciendo efectivos en el mundo, las mujeres todavía no accedían a espacios de poder. No obstante, tal argumento ignoraría que, mientras en la URSS la estructura política estaba dominada virtualmente en su totalidad por hombres, en la Inglaterra de 1979, Margaret Thatcher era elegida como Primera Ministra y ejercería su cargo hasta 1990 enfrentando precisamente al comunismo y de alguna manera derrotándolo.
Permítasenos cerrar este apartado con una última reflexión. Hemos mencionado que la política sexual del comunismo soviético tuvo dos etapas bien diferenciadas: la leninista y la stalinista. La marcha atrás que debió dar Stalin fue precisamente a causa de la desintegración social que había traído aparejado el nihilismo que oportunamente describimos. Este giro se trató, pues, de un reencauce pragmático. Pero la experiencia de la “liberación sexual” y la desintegración de los vínculos familiares que propulsó el leninismo le dejó al régimen soviético algo de fundamental relevancia: el conocimiento sobre las consecuencias y el modo de implementación de esta “arma cultural” para ser utilizada contra los enemigos del comunismo. 
En efecto, existen notables casos de ex agentes de la KGB que han confesado que una pata fundamental de la estrategia de la URSS contra Occidente consistió en promover la corrupción cultural en estas tierras. Caso destacable es el de Yuri Bezmenov, alias Thomas Schuman, quien en 1983 afirmaba públicamente: “Solamente el 15% del dinero, del tiempo y de mano de obra (destinado a la KGB) se dedica al espionaje como tal. El otro 85% es un proceso lento que nosotros llamamos o bien ‘Subversión Ideológica’ o ‘Medidas Activas’ o ‘Guerra Psicológica’, lo que significa básicamente: cambiar la percepción de la realidad de todo americano. Basta una extensión tal que a pesar de la abundancia de información nadie sea capaz de llegar a conclusiones sensibles, en el interés de defenderse a sí mismos, a su familia, a su comunidad o a su país”. Bezmenov agrega que se trata de “un gran proceso de lavado de cerebro” que consta de una serie de etapas que empiezan por lo que la KGB llamó “La desmoralización”, que lleva de 15 a 20 años “porque este es el número mínimo de años que se requiere para educar a una generación de estudiantes en el país de tu enemigo expuesto a la ideología del enemigo (…) la ideología marxista-leninista está siendo bombardeada en las blandas cabezas de al menos tres generaciones de estudiantes americanos (…) ¿El resultado? El resultado que puedes ver. Muchas de las personas que se graduaron en los años ‘60, estudiantes fracasados o intelectuales a medio hacer, están ahora ocupando las posiciones de poder en el gobierno, en el servicio civil, en los negocios, en los medios de comunicación, en el sistema educativo (…) están contaminados, están programados para pensar y reaccionar a ciertos estímulos (…) no pueden cambiar de opinión aunque les demuestres que el blanco es blanco y el negro es negro. El proceso de desmoralización en los Estados Unidos ya ha sido básicamente completado (…) la desmoralización ha alcanzado áreas donde previamente ni siquiera el camarada Andropov y todos sus expertos habrían soñado un éxito tan tremendo, la mayor parte de aquélla la hacen americanos a americanos gracias a la falta de estándares morales”.[117] Luego de la desmoralización, se abre camino a la etapa de “La desestabilización”, donde ya se pueden empezar a generar los cambios en las instituciones económicas y políticas en favor de la ideología marxista-leninista, fin primordial de esta última.
A la luz de información como esta, es interesante remarcar el hecho de que tras el giro copernicano efectuado por el stalinismo, no hayamos visto surgir ninguna otra teórica de importancia para el feminismo de esos lares. Al contrario, la tercera ola, iniciada en los ’60 —fecha casualmente subrayada por Bezmenov— será engendrada por teóricas occidentales, residentes de países capitalistas, fundamentalmente de Estados Unidos y Francia, mientras en la URSS se cerraban revistas feministas y se deportaban activistas.[118]