“La democracia es el menos imperfecto de los gobiernos”, Winston Churchill
Me parece, don Winston, que se quedó a mitad de camino. Debió Ud.
haber agregado: “en tanto no sea ejercido por una mafia”. Porque que las
hay, las hay. Y debo pensar que las había estando Ud. en vida. No digo
en semejante dimensión, ¡por supuesto! Pasa que los argentinos hemos
hecho de la corrupción, un modo y medio de vida. ¡Le digo más!; creo que
hasta votamos corruptamente. “Más vale malo conocido que bueno por
conocer”; “que choree pero que cuando menos deje algo hecho”, son frases
que uno suele escuchar… son frases hechas a través del uso y la
costumbre. Penoso. Patéticamente penoso.
¡Pero claro!; dándose semejantes condiciones, no habrá forma de
gobierno que nos venga bien… ¡a ver… espere!, mejor debí decir cualquier
forma de gobierno nos vendrá bien. Más penoso todavía. Más
patéticamente penoso. ¡Estoy confundido, pero no quiero confundirlo!
Dispénseme un minuto, por favor. ¡Ya está! Gracias. Sigo.
Porque me consta, y seguramente le consta, que muchas sociedades, aun
equivocadas al momento de elegir, no han resignado principios y valores
que les eran inherentes. Y entonces, y en su momento, se han encargado
de decirle a la mafia “¡hasta aquí llegaron!” Pero para que esto haya
podido pasar, se han necesitado sociedades intrínsecamente sanas, no
corruptas, no contaminadas, y con un concepto elevadísimo de la
dignidad. ¡Perdone por la palabra!… se me escapó. Y con la palabra se me
escapó la libertad, se me escaparon los ideales… ¡Si hasta mis hijos se
me escaparon en la búsqueda de un aire que se pueda respirar! Y
entonces pasa lo que pasa; todo se nivela hacia abajo; nos empobrecemos
intelectual, y físicamente. Y ese “hacia abajo” es infinitamente largo
en su caída. Y tan enfermos estamos, que a veces atinamos a ensayar una
tercera frase: “podríamos estar peor, no nos quejemos”. Recontra
patético. Recontra patéticamente penoso.
Le confieso que, cuando arranqué, estaba convencido de que le iba a
ofrecer un extenso repertorio, de esos a los que estoy poco
acostumbrado. Sin embargo, ya nada más me queda por decirle. Quizá haya
descubierto a esta altura de mi vida, que padezco de vértigo.
Ricardo Jorge Pareja