El cacerolazo representa mucho más que una simple manifestación opositora,
como
pretende hacernos creer el gobierno nacional
en su
aviesa, intencionada y aparente ceguera.
Cuando durante un gobierno supuestamente
democrático y respetuoso de la Constitución, el pueblo sale masivamente a la
calle, es porque “la gente” no solo no se siente representada, sino que percibe
y sufre el avasallamiento de las libertades esenciales que consagra,
precisamente, la Carta Magna que debe regir los destinos de la Nación.
Y esto sucede cuando el pueblo percibe que un establishment político cleptocrático y
corrupto se proclama gobernante de “los cuarenta millones de argentinos”,
mientras no hace otra cosa que promover y discursear dividiendo a la sociedad
en dos fracciones antagónicas haciendo uso de un contradictorio y flagrante
maniqueísmo en el que al que no es amigo es se lo considera y trata como a un
enemigo.
Y sobre todo, sucede cuando cualquier
observador, sin necesidad de perspicacia alguna, ve que contrariamente a lo que
se proclama, todas las medidas que se toman en nombre de la cómoda entelequia
llamada “pueblo”, no obedecen a otra cosa que a la desesperación de un
grupúsculo por mantenerse en el poder a toda costa y para siempre, contrariando
los presupuestos básicos de la política moderna.
Todo ello con una desfachatez, una liviandad y
un lenguaje tan impropios que delatan la baja categoría moral e intelectual de
quienes, por esos artilugios y estratagemas de que suelen valerse los
políticos, han logrado engañar a la población para encaramarse en el poder
cabalgando sobre vanas promesas de una justicia distributiva que nunca llegará
porque necesitan seguir manteniéndolos cautivos en el voto a cambio de la
dádiva.
Mientras tanto, administran mal lo que es de
todos, nombrando a sus parientes y amigos en los cargos relevantes, dilapidando
los fondos públicos en negociados, prebendas, subsidios y sueldos exorbitantes
para advenedizos sin idoneidad, comprando y expropiando fraudulentamente, con
una impúdica ostentación de un notorio enriquecimiento ilícito y criminal de
sus funcionarios, al mismo tiempo que intentan acallar a la prensa que no han
podido comprar, para que no denuncie tantas irregularidades como surgen a
diario.
Todo esto tolerado por un Congreso complaciente
reducido a la nulidad por una turba mayoritaria de obsecuentes levanta-manos, y
una Justicia inoperante, amenazada o comprada que ha sido intencional y
cuidadosamente desbaratada previamente.
Maestros en el arte de tergiversar la historia,
no solo crean un relato en el que se justifican sus desaguisados y se disuelven
y se cuestionan los valores de la nacionalidad, sino que en esa ficción tratan
de ubicarse a sí mismos como los fundadores mesiánicos de una pretendidamente
novedosa corriente de pensamiento político que –indudable y paradójicamente- no
es otra cosa que la resucitación indefendible de anacrónicas concepciones
ideológicas cuyas posibilidades, en vista de repetidos y ominosos fracasos, ya
ni siquiera se debaten en ninguna parte del mundo desarrollado.
Innumerables y reiterados abusos de autoridad y
deshonestidad por parte de Presidente, Jefes de Gabinete, Ministros, y
funcionarios de segunda línea, con ostentación de impunidad por hechos que en
un país normal hubieran merecido su defenestración y encarcelamiento
inmediatos, han sido también factores convocantes para quienes se movilizaron
el 13 de Setiembre exclamando ¡Basta!
Un “Basta” que lamentablemente ha sido desoído
por la soberbia personificada en la Presidente y sus adláteres, que ciegos e
impotentes en su ineptitud, solo atinaron a relativizar o negar la evidencia
del mensaje popular. ¡Justamente ellos, que se proclaman “nacionales y
populares”!
Su escaso sentido del ridículo los ha llevado a
minimizar la obvia masividad de un pueblo que ha salido a la calle en todas las
ciudades de la República con una multiplicidad de reclamos nacidos del sentir
popular, sin mediación alguna de partidos políticos ni de medios gráficos
independientes, a los que tanto temen como todos los dictadores de la tierra.
Porque, digámoslo con todas las letras, este gobierno K es netamente
autoritario, y sus más que obvias aspiraciones son las de gobernar
dictatorialmente por imposición de sus rudimentarios métodos.
Si bien el tan famoso como inexistente modelo" tiene esos rasgos
inconfundibles, todavía no ha podido torcer totalmente la voluntad de un pueblo
soberano como el argentino. Un pueblo que recuerda con nostalgia a sus grandes
próceres, la cultura del trabajo, y la educación que lo distinguió como el faro
de América, y sigue orgulloso de su riqueza potencial, que aún lo mantiene en
pie no obstante los latrocinios cometidos en los nefastos avatares políticos de
los últimos sesenta años, a los cuales debemos una decadencia en todos los
aspectos, vaciándose no solo las otrora rebosantes arcas nacionales, sino
también el sentido moral y republicano de una gran proporción de la ciudadanía
que no parece descubrir, ni parece molestarle, la rampante corrupción que nos
agobia. Y están los que nada tienen, sometidos a la esclavitud de la dádiva,
que son amenazados con la pérdida de las migajas –en una inaceptable extorsión-
si no votan a los demagogos de turno.
Con el uso impropio de la Cadena Nacional y los
medios del Estado que son costeados por todos, afanosamente recurren a una
abrumadora y constante propaganda falaz e insistente a la manera Goebbeliana,
en la que malversan los dineros públicos, irrespetuosa e inescrupulosamente
utilizados para el beneficio exclusivo y sectorial de una banda de risueños y
aplaudidores cómplices que detentan el poder.
La parte más sana de la ciudadanía ha advertido
los hechos que muy suscintamente he relatado y que ya se le hacen intolerables,
razón por la cual, en una horizontal y mutua convocatoria a través de las redes
sociales, ha aceptado salir a la calle para manifestar su descontento ante el riesgo
de resignar las libertades de la República en favor de burdas y hasta ridículas
aspiraciones cuasi monárquicas del unicato gobernante.
Día a día se va haciendo evidente la inoperancia
y soberbia que se derrama desde las más altas esferas. Si hacía falta algo más
para darse cuenta de la catadura del elenco que los argentinos en su conjunto
hemos “sabido” llevar al poder con un voto mayoritario, ahí tenemos aún
fresquita la decepcionante participación de la Presidente en el foro máximo de
las Naciones Unidas celebrado en Nueva York ante los Presidentes del Mundo allí
presentes que, conocedores de las verborragias inconsistentes de los demagogos,
abandonaron casi en su mayoría el auditorio, como bien pudo observarse en las
fotos del momento.
Posteriormente y como es ya su inveterada
costumbre, un retraso de una hora por parte de “la prima donna”, invitada a disertar en la Universidad de Harvard,
que con muy poca diplomacia atribuyó a las fallas de los servicios aéreos del
país anfitrión. Ya en el atril, se explayó en una extensa y farragosa perorata
que debieron soportar estoicamente todos los presentes, pretendiendo “dar
clase” sobre política internacional en lugar de referirse a la Argentina en una
apretada síntesis de sus supuestos logros, finalidad para la cual había sido
convocada.
Y cuando llegó el momento culminante, ejemplar,
educativo y democrático de permitir a los estudiantes hacer las preguntas que
consideren convenientes a una personalidad mundial que los visita, se desnudó
la inseguridad, la ironía, las descalificaciones, y la inconsistencia de las
respuestas, para vergüenza de todos los argentinos que no nos sentimos
representados cabalmente cuando un “papelón” de esta naturaleza nos
desprestigia como comunidad nada menos que a nivel internacional, donde ya como
nación, y gracias a este gobierno, tenemos la consideración más baja de la
historia.
Hay una grande, enorme y cada vez mayor
proporción de argentinos que no soportamos ser gobernados con autoritarismo en
un entorno de corrupción generalizada. Es preciso sanear a la República, pero…
¿Cómo conseguirlo si no hay una fuerza ni una coalición política capaz de
acordar hacia donde queremos ir y que país queremos ser de cara al futuro,
dentro de las normas éticas que hace tiempo fueron abandonadas y necesitamos
imperiosamente recuperar?
El gran “cacerolazo”, este sí verdaderamente
nacional y popular, es un “grito de la gente” –y viene a la mente el famosísimo
cuadro de Edward Munch-, un claro signo de advertencia al gobierno pero no solo
a él. Toda la clase política debiera sentirse conmocionada y darse cuenta que
tan solo representan a un conjunto de fragmentadas minorías, ninguna de las
cuales acierta con un programa creíble y sustentable que permita ilusionarse
con un futuro mejor para este grande y bello país.
Necesitamos una renovación política, con
individuos más capaces y formados intelectualmente, que se asocien por ser
incorruptibles y por amar a su patria más que a sus bolsillos. En Argentina hay
desde hace mucho tiempo, un divorcio entre el intelecto y la política. El viejo
“libros no” del peronismo ha sido llevado a la práctica. A los ignorantes en el
poder les molesta la crítica, la inteligencia y la honestidad. Necesitamos
verdaderos intelectuales dentro de la política que tengan visión de futuro y
decencia en su comportamientos públicos, que afortunadamente son legión en la
Argentina pero han sido marginados del juego político perverso que nos atrasa
desde hace sesenta años.
Quizás necesitemos
también en la función pública, más ingenieros y médicos, y menos, mucho menos
abogados… Un falso abogado está en la primera magistratura. La figura legal es
“usurpación de título”… ¡Hagan juego Señores!