LIBERTAD DE PRENSA
OPINIÓN
Las sociedades tienen
esencias que es necesario mantener para su vida, para su permanencia, para que
siga siendo satisfactorio pertenecer a ellas. Características relacionadas con
sus costumbres, con sus tradiciones y, sobre todo, con la moral.
A la
pérdida y al falseamiento de estas conductas y libertades que se han visto como
sanas, deseables, estimables, ejemplos a exponer para ser imitados, es a lo que
en general llamamos corrupción.
El
echarse a perder, el podrirse, el morir, son inevitables en todos los seres
vivos, que algún día hemos de terminar corrompidos en un sepulcro.
Pero lo que vivimos en sociedad esperamos que no se
muera, que siga viviendo para bien de nuestros hijos, y que siga sana, robusta,
vigorosa; es decir, con cambios que no sean muerte sino crecimiento, adelanto,
cultivo, ascenso.
Lo
que aflige son las corrupciones de las costumbres, de la moral y la falta de
libertad por omisión del Poder que debe protegerlos. Hay otras también
afligentes, como las del idioma, de la literatura, de los usos y prácticas, de
la urbanidad y de la cortesía, pero que están más alejadas del quehacer
político y de las responsabilidades del estado.
El
Estado no tiene la función de constituirse en maestro de moral, aunque sí tiene
la obligación de aplicar aquella recibida por la sociedad y reconocida por sus
miembros esclarecidos y además el Estado tiene la obligación de no
patrocinar las corrupciones de la moral que aparecieran entre los funcionarios
-sobre todo, los altos funcionarios- que se desempeñan en su administración.
Que algunas inmoralidades se verifiquen, se denuncien,
y que el Estado dé vuelta la cara como diciendo “nada tengo que ver con esto”
es, en la práctica, lo mismo que patrocinar, promover, apadrinar la
inmoralidad, que queda expuesta ante la ciudadanía sin que nada la evite ni la
corrija.
Un derecho irrenunciable
de la ciudadanía es el de la seguridad. Aspiramos a un orden, a reglas
establecidas sobre la base de la lógica y en vistas al bien general, y que ese
orden se respete.
Es cierto que la
desocupación y la carencia de posibilidades introduce cierto desorden en
algunas industrias, lícitas y necesarias. Ante la imposibilidad de hallar un
patrono que a cambio de un servicio asegure la subsistencia, han proliferado
actividades por cuenta propia, que bruscamente han sido perturbadas con nuevas
competencias.
Una sociedad en crisis
por la aparición de nuevas alternativas y urgencias sociales, está obligada a
revisar sus normas y adecuarlas a una nueva realidad.
Las normas -leyes y
ordenanzas- deben ser constantemente adecuadas a las necesidades y aspiraciones
de la comunidad. Pero, una vez establecidas, y mientras mantengan su vigencia, deben
ser rigurosamente acatadas por todos, por ser indispensable para mantener un
orden al que no podemos renunciar.
Se discuten problemas
que merecen la atención de todos. Si cada cual ha de tener libertad para buscar
cómo ha de ganar el pan que llevará a sus hijos, o si esa libertad debe
compaginarse con normas que eviten una competencia desmesurada que perjudica a
muchos. Los problemas relacionados con el pan nuestro de cada día merecen el
análisis de la dirigencia política y social. Pero las normas aceptadas deben
ser imperiosas, de modo que nadie se sienta con el derecho a provocar el caos
de todos, como lo hace “un sector mafiosos consabido”, en defensa de los
intereses de su sector.
Es imprescindible el
orden. No se puede vivir en el bochinche. Y menos en un batifondo continuo,
incesante, pertinaz. Todas las normas legales pueden ser objeto de revisión y
de modificaciones que las adapten a situaciones cambiantes. Lo que no puede
tolerarse es que cada sector que aspire a obtener algo de los poderes públicos,
se largue a provocar el caos en la ciudad, a interrumpir su tránsito, a llenar
las calles con humos, a hacer gala de su capacidad de imponerse por la
violencia, como si no existieran los medios de que toda sociedad civilizada
dispone para mantener el orden, la razón, el buen juicio.
A las autoridades, para
que hagan respetar el orden, se les concede el monopolio de la fuerza. Si ese
monopolio no se ejerce entonces imperará el caos y tendremos que olvidarnos del
Derecho.
En ese mismo lineamiento
el periodismo tienen como norma fundamental enseñar tres principios básicos:
decir la verdad, ser claros, ser instructivos. Tres principios que a primera
vista se los puede ver como elementales y muy valiosos. El periodismo está para
eso, para decir la verdad, para decirla de tal manera que se la entienda y, de
paso, para aportar datos que puedan ser útiles.
Un ejemplo de la falta
de libertad es el caso puntual del
periodista Jorge Lanata, quien con motivo de las elecciones en Venezuela tuvo
inconvenientes al entrar y especialmente
al salir del país hermano. Después de saber el resultado de las elecciones y
con materiales grabados sobre supuestas
irregularidades fue retenido, – Aprehendido – como se dice en el código procesal
de nuestra provincia – Tucumán -, para evitar la palabra arresto o detención. Nosotros
imaginamos que el periodista se limita a decir la verdad, y confiamos en el periodismo libre, al periodismo
independiente, al periodismo que expresa sus propias opiniones.
En ese sentido es deber
de todo ciudadano – de la sociedad – defender esa libertad que es
imprescindible y fundamental en un sistema democrático y republicano de gobierno.
Don Francisco Silvela, académico español del siglo XIX magistralmente
afirmó: “Dondequiera que un pueblo ha
tenido conciencia de su fuerza, medios para realizarla y desenvolverla,
conciencia, por lo tanto, de su personalidad, dominio de sí mismo, cuando esto
acontece, un pueblo tiene siempre su periódico, y su periodismo libre. En el sentido de que ese pueblo consagra
siempre una parte considerable de su inteligencia, de su vida, al examen de los
hechos diarios que forman su existencia misma, al conocimiento y al juicio de
sus hombres y crítica de sus actos, a la noción, en fin, de todo lo que es su
vida, de lo que es la dirección de sus destinos y de su espíritu, y esto y no
otra cosa es el periodismo, antes y después de la invención de la imprenta”.
Notable interpretación
que, a pesar del tiempo transcurrido, sigue teniendo vigencia. Y es de recalcar su concepto que identifica
al periodismo con la parte de la inteligencia de un pueblo consagrada al examen
de los hechos, al juicio de sus hombres y crítica de sus actos, a todo lo
vinculado con la dirección de sus destinos y de su espíritu.
El
periodismo argentino merece una especial atención. En estos tiempos aciagos, Toda
la ciudadanía debe apoyar al periodista
denostado, calumniado o ultrajado. Se debe públicamente aclarar los públicos denunciados y la actuación de las
autoridades responsables. No olvidemos de invocar a San Francisco de Sales, declarado
celestial patrono de los periodistas por
Su Santidad Pío XI en 1923.
DR. JORGE
B. LOBO ARAGÓN