Queridos amigos:
Durante los últimos años hemos
escrito artículos, dictado conferencias y organizado simposios, explicando la
profundidad del proceso de debilitamiento a que se estaba sometiendo a las
fuerzas armadas argentinas y sus consecuencias en términos de pérdida de
capacidad de defensa de los intereses nacionales y de disuasión sobre aquellos
que pudieran afectarlos. A pesar del esfuerzo, no logramos instalar el tema en
la agenda pública y menos aún en la agenda política, monopolizada por la acción
tendenciosa del oficialismo y la indiferencia de casi todos los partidos de oposición. Sin embargo, la fuerza
simbólica de la imagen del Destructor A.R.A.
Santísima Trinidad, buque insignia de la fuerza naval que desembarcó y
recuperó Malvinas, hundido al costado del muelle en que se encontraba amarrado en
la Base Naval de Puerto Belgrano, logró lo que no pudieron muchos razonamientos,
explicaciones académicas y
comparaciones.
Esa imagen habla por si sola
de decadencia, del desprecio a las glorias pasadas, de una auto destrucción
impiadosa que no se detiene ni aun ante
el riesgo de dejar a la nación inerme y desarmada, promovida por un gobierno
cuya única política de Defensa ha sido retacear presupuestos, menoscabar a los
hombres de las fuerzas armadas y llevar el juzgamiento de los militares que combatieron
a las bandas terroristas en la década del setenta mucho más allá de la noción
de justicia para caer en la mezquindad de la revancha. Pero como decía el
filósofo Ernst Cassirer, a comienzos del siglo XX, el hombre es un animal
simbólico y el simbolismo de la Santísima Trinidad hundida ha logrado conmover
a una sociedad poco proclive a interesarse por la temática de su propia defensa.
Más allá de lo anecdótico, la
Santísima Trinidad comenzó a perderse el mismo día que se lanzó la operación Rosario
para recuperar las Islas Malvinas porque era un buque que, si bien fue
ensamblado en los Astilleros de Río Santiago, tenía su diseño y sus partes constitutivas, incluyendo su
tecnología y armamento, de origen británico y obviamente Gran Bretaña dejó de
suministrar los insustituibles repuestos a partir del momento en que entramos en conflicto con ella.
Ya en el año 1989 se decidió
cambiar su condición de actividad y desde el año 2004 paso a situación de buque
radiado. Ello evidencia la vulnerabilidad que significa carecer de una
industria de producción para la defensa netamente nacional o al menos con
capacidad para realizar el mantenimiento de las unidades y el material propio.
La industria existente fue totalmente desarticulada durante el gobierno de
Carlos Menem, incluyendo proyectos de punta como el astillero de construcción
de submarinos, el misil Cóndor, la
fábrica de tanques medianos y la fábrica
de aviones de Córdoba, entre muchas otras dependencias. El actual gobierno
acentuó la pérdida de capacidades asignando presupuestos muy por debajo de lo
necesario para mantener y adiestrar a
los medios existentes y marcadamente inferiores a los países vecinos que, por otra
parte, han modernizado sus fuerzas mediante importantes adquisiciones de
medios.
Por ignorancia o por
animadversión, hay quienes minimizan la pérdida de capacidades militares
argentinas aduciendo que no hay un peligro de guerra inminente o predecible.
Esta simplificación no tiene en cuenta, en primer lugar, que si un país carece
de capacidad de disuasión no necesita que otro Estado le haga la guerra para
que sean afectados sus intereses nacionales. Sin custodia, los mares son depredados
por pesqueros que penetran cada vez más profundamente y en mayor cantidad en la Zona Económica
Exclusiva y las fronteras son traspasadas por aeronaves transportadoras de contrabando,
drogas o armas. Pero el problema es que Argentina, sí tiene un enemigo muy
próximo que es Gran Bretaña, quien se permite instalar plataformas de
exploración de petróleo en aguas que consideramos propias o realizar amenazantes
ejercicios militares en Malvinas y sus aguas adyacentes.
Debemos comprender que la
política exterior británica adscribe totalmente a la escuela realista y que desprecia
nuestras protestas diplomáticas al comprobar que detrás de ellas no hay un
poder militar que las respalde. Las andanadas de palabras con que la señora presidente
ataca frecuentemente a Gran Bretaña, solo sirven para consolidar el frente
interno del Ministro Cameron porque no van acompañadas de hechos que las sustenten.
Para marcar la diferencia, las agencias informativas nos hacen saber que el
gobierno de Malvinas ha destinado el
equivalente a trece mil millones de dólares (leyó bien, 13.000 millones
de USD) para el desarrollo del petróleo que esperan comenzar a extraer en el
año 2016 y que legisladores británicos han pedido ayuda francesa para el
hipotético caso de un nuevo conflicto bélico con Argentina. Realmente tenemos enemigos y
bien evidentes, próximos y decididos.
Seguramente la Armada
realizará una impecable investigación y determinará si alguien cometió algún
error puntual que influyó en el hundimiento del buque. Siempre lo ha hecho, sin
necesidad de suspender a ningún oficial para garantizar la transparencia porque
la transparencia está en la filosofía de vida de sus hombres. Pero a nadie
escapa que el hundimiento de la Santísima Trinidad, como la tragedia del Once,
representan el estallido visible de un
proceso de retaceo de recursos para mantenimiento, por desinterés o ignorancia,
que fatalmente termina en un desastre. Si
este hecho sirve para tomas conciencia de la necesidad de duplicar en lo
inmediato el presupuesto asignado a las fuerzas armadas para mantenimiento y
adiestramiento, al menos le daremos sentido a la desgracia. Esperemos que
esto se vea reflejado en el Congreso nacional y que lo entienda el Poder
Ejecutivo.
Mencionamos la tragedia del
Once, que constituyó otro hecho simbólico que puso en evidencia la destrucción
de la infraestructura de transporte y el
resonante fracaso de la política de subsidios aplicada por el gobierno nacional,
porque esta semana volvió a ser noticia.
Los familiares de las víctimas
reclamaron en términos muy fuertes al cumplirse once meses del hecho que los
enlutó, expresando que el silencio del gobierno da vergüenza y que “la cara
visible de la corrupción es la muerte, y su cómplice el silencio”. Sintiéndose
aludido, el Ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo, atinó a
decir que la mejor manera de “honrar” a quienes perdieron la vida es que “tengamos
un Sarmiento mejor”.
Claramente su respuesta no fue atingente al estímulo. Los familiares
no hablaban de la necesidad de que sus muertos fueran honrados sino de que se
atienda al fiscal que acusa de “desidia intencional” y de “complicidad criminal”
a funcionarios y empresarios. Piden justicia, piden que el gobierno no los
ignore con un silencio esquivo o con
frases de ocasión. Piden que se los atienda
y se los asista integralmente como corresponde. Piden, en fin, en sus propias palabras, que el gobierno “asuma
su responsabilidad”. El resto de la sociedad, pedimos lo mismo.
Hubo esta semana otro hecho
simbólico que afectó la sensibilidad de nuestros ciudadanos. Los medios
gráficos nos trajeron las fotos de los
miembros de una asociación ilícita popularmente conocida como una “barra brava”
que alejados de las sombras llevaron sus hábitos violentos a un crucero de vacaciones.
Por cierto que las “barras bravas” fueron responsables de la suspensión del
partido de fútbol entre los clubes Rosario Central y Newell’s Old Boys, pactaron
con la policía en Mar del Plata para que solo permitiera la entrada al estadio
de la “Barra” de Boca Juniors que llegara primero y provocan hechos violentos
que no pueden ser controlados ni por la
policía ni por las autoridades de los clubes, quienes terminan pactando con
ellos para evitar daños materiales y
agresiones personales.
Envalentonados en su momento por Néstor Kirchner que alentó la
creación de la agrupación “Hinchadas Unidas”
y luego por la señora presidente que elogió la actitud de los que se paran en los para avalanchas de espaldas al partido para
alentar (actitud típica de los líderes de estos grupos violentos), las “barras
bravas” son hoy, junto con la delincuencia callejera y los narco delincuentes,
uno de los tres sectores que hacen un mayor ejercicio de la violencia y que
parecen haber desbordado la capacidad de contención de las fuerzas policiales
al amparo de los poderes políticos que los protegen. Urge que el Estado asuma
que las “barras bravas” constituyen asociaciones ilícitas organizadas para delinquir
y detenga a sus cabecillas y miembros prominentes, para que la sociedad se vea librada de estos
grupos violentos que no solo han alejado a las familias de los estadios sino
que amenazan y aterrorizan a todo el ambiente del fútbol, a los dirigentes, deportistas, simpatizantes
y vecinos, además de constituirse en mano de obra disponible para todo tipo de
delitos.
La última imagen simbólica que
nos queda en la retina es la de la señora presidente, vestida con ropas que identificaban a los guerrilleros
de Vietnam del Norte y manifestando que
Vietnam es un ícono en materia de luchas
por la independencia, lo que la llevó a
comparar a los líderes guerrilleros con nuestros próceres patrios. Detenida
en el tiempo, confundida en las
realidades históricas, hablando en nombre
de sí misma a pesar de estar en
visita oficial, sus actos y decires poco tienen que ver con la defensa y la
conveniencia de los intereses nacionales.
Mientras eso concitaba su atención y su dedicación, en
un país que tiene muy poco para ofrecernos, en nuestra querida y golpeada Argentina
alcanzamos el récord de 18 muertos en accidentes en un día, una Cámara federal señala que es “inadmisible”
que el gobierno tenga una política deliberada de apartar a los jueces que no lo
favorecen con sus fallos, los sindicalistas piden paritarias salariales cada
seis meses por el impacto de la inflación, por primera vez en 10 años la
industria reconoce una caía del 3,4 por ciento y el gobierno de la provincia de
Buenos Aires dice que la provincia “no da más” aunque lo acusen de cobarde por pedir que se revise la
coparticipación.
Reconozcamos que cualquier observador
objetivo aceptaría que el gobierno tiene cuestiones de que preocuparse mucho
más importantes que la exaltación de las luchas vietnamitas y que esa situación
es un claro símbolo de la distancia entre el mundo de la fantasía gubernamental
y el de la realidad nacional. La fuerza de los símbolos ayudará a traernos a la realidad. Abogamos
para que no sigan siendo los símbolos de
la decadencia, el hundimiento, la tragedia y la impunidad, los que nos despierten,
porque el precio de ese despertar será muy caro.
Un abrazo para todos
Juan Carlos Neves, Presidente
de Nueva Unión Ciudadana