OPINION
Las
cosas no son difíciles. Son
difíciles porque no nos atrevemos, dijo séneca. La
fuerza de voluntad, la fe y no tener
miedo a fracasar son, en muchos casos, la clave del éxito
incluso en las condiciones más adversas.
¡Querer
es poder! reza
el dicho popular que a veces escuchamos en boca de aquellos
que nos aprecian para darnos aliento frente al desafío o la
adversidad.
“Más
hace el que quiere que el que puede”, es
el argumento que a menudo pretende explicar cómo alguien ha
logrado algo que parecía imposible dadas sus facultades,
condiciones o circunstancias. Pero, ¿Es cierto que querer es
poder? ¿Realmente hace más el que quiere que el que pueda?
¿Hasta qué punto la voluntad, la perseverancia, la fe y el
propósito vencen a la adversidad y a las circunstancias
desfavorables? Quizá
para dar respuesta a estas preguntas uno
debería investigar las biografías de aquellas mujeres y
hombres cuya vida ha generado una aportación significativa a
la humanidad en el terreno de la ciencia, del arte, de la
empresa o de cualquier otra disciplina. Si
lo hacemos, nos encontramos con una
amplia mayoría de casos en los que tal afirmación se
sostiene y tiene sentido. Los
ejemplos son abundantes, y nos muestran cómo, por ejemplo, Einstein
y Edison fueron considerados retrasados
mentales durante su infancia, incomprendidos y rechazados por
un entorno que luego contempló perplejo cómo los frutos de
sus talentos cambiaban para siempre el curso de la historia. O
cómo los descubrimientos de Fleming, Pasteur, Servet, Copérnico y
tantos otros les costaron desde la vida
hasta el rechazo más contundente de sus coetáneos. Otros,
como Mahatma Gandhi, Nelson Mándela, Martín Luther King
o Teresa de Calcuta, han demostrado también
con su vida que las utopías pueden tocar la realidad cuando
el propósito y la voluntad son firmes y los principios marcan
una clara dirección y sentido, no sin un terrible sufrimiento
que sólo la confianza y la entrega absoluta a una causa mayor
que uno mismo son capaces de vencer. Edison
afirmaba a menudo: “los
que dicen que es imposible no deberían molestar ni
interrumpir a los que lo están haciendo” cuando
alguien objetaba lo “absurdo” que
era tratar de inventar una lámpara incandescente, un fonógrafo
o un telégrafo, todos ingenios que él creó. Más
allá de los casos notorios de aquellos que superaron su
destino gracias a su fuerza interior, abundan historias menos
conocidas que muestran de manera elocuente el enorme potencial
del ser humano cuando la voluntad y la entrega definen un propósito
vital. Podemos hacer lo que deseemos si
lo intentamos lo suficiente, repetía a menudo Helen
Keller en sus charlas, y lo expresaba con
conocimiento de causa. Con tesón y fuerza de voluntad,
Helen había reconducido su vida, de niña muda, sorda y ciega
pasó a ser, con la ayuda de su tutora Anne Sullivan, una
autora famosa y una personalidad decisiva del siglo pasado a
la que el presidente Lyndon B. Johnson recompensó en 1964 con
la medalla presidencial de libertad, el mayor honor
estadounidense para un ciudadano. Dejó escrito un libro
sobre el optimismo (uno de los 11 que escribió en sus 88 años
de vida) en el que declaró que “ningún
pesimista ha descubierto el secreto de las estrellas, ni ha
navegado por mares desconocidos, ni ha abierto una nueva
puerta al espíritu humano”. Levantarse
siempre.
Al
ver casos como el de Helen, o el de tantos seres humanos anónimos que
día a día se mantienen firmes en el propósito de ser
mejores personas, mejores profesionales o mejores ciudadanos,
uno constata que quizá el verdadero “poder” que
nace del “querer” no
radica en lo aparente, lo ostentoso, lo externo, y que no es sólo
una simple cuestión de fuerza física, ingenio, riqueza o
inteligencia. Hay
algo mucho más importante que tiene que ver con la fuerza
interior. El verdadero poder surge de lo más profundo del
alma de cada ser humano. Es aquella
fuerza que nos hace afrontar los retos, levantarnos después
de caer una y mil veces, luchar por una causa justa o
necesaria, no perder nunca la esperanza, perseverar, dar una
lectura constructiva a todo cuanto nos sucede, saber que eso
que llamamos “yo” es en realidad un “nosotros”, y
actuar en consecuencia, celebrar y agradecer cada instante de
la vida, poner al mal tiempo buena cara, trabajar con el corazón
por un futuro mejor para todos, avanzar sin miedo, entregarse
a cada desafío de la vida con coraje, responsabilidad,
humildad y confianza.
En
definitiva, quizá el auténtico poder es el que nace de
desarrollar la capacidad para cambiar la realidad individual y
colectiva gracias a la fuerza de nuestras actitudes. “No
es porque las cosas sean difíciles que no nos atrevemos. Es
porque no nos atrevemos que las cosas son difíciles”, dijo
Lucio Séneca. Y esta sabia afirmación sigue vigente más de
2.000 años después.
“SI
SE PUEDE…
Dr.Jorge B.Lobo Aragón