A pesar que la estupidez prolifera por doquier, la historia moderna
de Occidente no es rica en ejemplos como los que vamos a comentar ahora y
que se nos ocurren con motivo de los sucesos públicos que todos
conocemos. En su reciente viaje a Vietnam, Cristina W. se admiró del
estado de conservación del cuerpo de Ho Chi Minh, el dirigente
victorioso en la guerra librada contra los franceses y emblema comunista
de la mantenida con los Estados Unidos, que resultaron derrotados.
Nuestra Presidente se maravilló de lo que veía y aseguró que su gira
vacacional por Asia fue exitosa. Disfrazada de “vietcong” (los
guerrilleros que pelearon esa guerra), obviamente puso lejos de su
pensamiento -y de su memoria- los centenares de miles de muertos que
produjo el conflicto y sus gestos contuvieron una inequívoca definición
política que generó las lógicas simpatías y aplausos. El recuerdo del
muerto célebre primó en su conducta y aportó para la memoria otros casos
como el Mao o el de Stalin sobre los que nada dijo todavía. ¿Sabrá
hasta dónde sus palabras y sus gestos de Jefa de Estado trasmiten
mensajes para el análisis diplomático por parte de terceros…?
Posiblemente no, aunque en realidad poco importa.
Esta mezcla de necrofilia y política tiene en nuestra región
exteriorizaciones más significativas e importantes para nosotros. En
Vietnam gobierna el recuerdo de un muerto pero en nuestra cercana
Venezuela las cosas son más directas y diríamos que disopilantes, además
de premonitoras de un drama que está en plena gestación y puede
calificarse como una eventual y potencial guerra civil. Como era
inevitable, Cristina ya tomó partido por el muerto, de lo que puede dar
fe el reciente acuerdo comercial que, silenciosamente, firmó el ministro
de Planificación Julio De Vido durante un disimulado viaje a Caracas.
Mientras por un lado se clamaba por la recuperación del Comandante, por
el otro se llevaron adelante importantes contratos por aquello que
sintéticamente reconoce una gran verdad: “los negocios son los
negocios”.
Mientras Cristina viajaba por el mundo en un avión alquilado a la
empresa británica que abastece a las Islas Malvinas, por el otro se
hundía en Puerto Belgrano un buque emblemático para la Argentina. Tanto,
que estaba previsto, luego de su salida de servicio, convertirlo en un
demorado museo que recordara los gestos épicos que supimos desplegar los
argentinos en el pasado. Por cierto, esto no interesa a quienes hoy
tienen la responsabilidad de gobernar y es posible que, en este caso
específico, la idea fue evitar el recuerdo del costoso ataque montonero a
esa misma unidad naval cuando estaba en etapa de construcción. La
objetividad histórica no es el fuerte del cristinismo.
Aquí podemos hacer un alto en nuestras reflexiones y mirar hacia
atrás para apreciar mejor este tema de los muertos dedicados a gobernar,
pero consideramos que al pasado hay que tomarlo como fue, excepto
cuando es lejano y se lo quiere utilizar para el combate partidario,
ideológico y político. La historia de los pueblos siempre se nutre y
cada uno se inspira en los ejemplos que le resultan más afines; digamos
que es una condición de la naturaleza humana, de las pasiones y sus
sentimientos. Ya más cerca de nuestro caso decadente, podemos afirmar
sin exageración alguna que tenemos muy cerca, casi encima, a un muerto
que aún gobierna, aunque más no sea en los discursos y más
apretadamente, en un simple artículo declinable: “ÉL”.
Es innecesario nombrarlo pero lo haremos aunque sólo sea para traer a
colación a Néstor Carlos, a quien le habían anticipado que si no
abandonaba el trajín presidencial que ejercía con intensidad, el final
iba a ser el que finalmente ocurrió: la muerte y el luto consecuente.
Éste sirvió durante muchos meses y de vez en cuando vuelve a relucir en
función logística, pues cuando languidecen las simpatías y los respaldos
populares, resulta útil para la campaña y también para plantearnos un
interrogante: ¿Cómo habrían sido las cosas de haber sobrevivido a su
enfermedad cardíaca que lo condenaba? Responderemos como lo hizo un
observador político destacado por su oposición a todo lo que
representaba y significa el kirchnerismo. Ante la misma pregunta,
visionario, respondió: “Lo vamos a extrañar…” “El Furia”, como lo
llamaba Jorge Asís, adolecía de grandes pecados políticos y seguramente
de los otros. Era tozudo, agresivo, no dudaba en provocar
confrontaciones como sistema de gobierno (ya estaba en contacto con
Ernesto Laclau, quien desde Londres recomendaba este estilo) y arriesgar
la paz social con este método que llevó a la cárcel a centenares de
argentinos de valía, en tanto ponderó y justificó a los ponebombas
setentistas y los eligió como pivote para mantener tenso el ánimo
social; pero Néstor Carlos no era tonto. Arriesgado en demasía, por
cierto, y carente de límites en las cuestiones de poder, pero
posiblemente la economía no se le habría escapado de las manos. Cuando
cayó derrotado por la 125, aceptó de muy mala gana esa situación y se
guardó cartas para la venganza, pero a la inversa de su sucesora, no
quemaría las naves que necesitaría inevitablemente para navegar -valga
la comparación- en el futuro incierto que se le abría hacia adelante.
En ese futuro se encuentra Cristina alentada por un “casi muerto”. Se
trata de Fidel Castro, que en la fotografía que los muestra juntos en
La Habana, obtenida días pasados, aparece destrozado por el tiempo y con
una mirada paralizada, encandilada por el demorado final que se le
aproxima. Fidel es otro de los aliados de Cristina, hasta tal punto, que
incluso le recomendó un profesional médico en quien confiar. Se nos
ocurre que, tomando en cuenta lo que sucede con Hugo Chávez, es un
consejo que al menos despertará ciertas dudas, pues en la demora del
anuncio fatal no sólo está el problemón político que el “Socialismo del
Siglo XXI” (¿se acuerdan?) le deja al pueblo venezolano, sino también el
prestigio de la medicina cubana, prácticamente el único rubro al que la
propaganda pudo encumbrar.
La cuestión chavista da para mucho. Por ahora, los esfuerzos cada vez
más desgastantes, están dedicados a evitar que los poderosos del
gobierno no se vayan a las manos ahora que no está “el Comandante”. Las
noticias pueden cambiar el escenario regional de un momento para otro,
pero todo hace pensar que, mientras se pueda, la ficción de una
legalidad ya quebrada será utilizada hasta las últimas consecuencias.
Todos se hacen los distraídos y esperan, entre otros hechos posibles, un
respaldo norteamericano a partir del nuevo look progresista de
Obama al asumir en Washington para ejercer su último período
presidencial. Algunos progresistas están desconcertados, pues deben
modificar, rápidamente, su lenguaje y encontrar otros enemigos. La
homosexualidad está exultante y de parabienes. Todos esperan y, más
descansada después de sus cortas vacaciones y sus disfraces, Cristina se
apresta a escuchar los planes para documentar a tres millones de
extranjeros para que puedan votar en las elecciones junto con los
adolescentes a quienes se convoca para esa misma finalidad. Los números
no dan para estos comicios de 2013, tan importantes como para marcar el
control del Congreso, lo que explica que todas las cartas del
oficialismo se organicen para esta jugada que puede ser definitiva.
Los avispados del entorno lo saben y los más asustados ya piensan en hacer sus valijas.
Carlos Manuel Acuña