El imaginario K: El campo, la prensa, la clase media, la
Justicia, la derecha macrista, el narcosocialismo, el PJ conservador de
Scioli, el destituyente Moyano, el insubordinado De la Sota, el
destituido intendente “saqueador” de Bariloche o el a destituir
gobernador “traidor” de Santa Cruz, los aliados internos de los fondos
buitre, los que no creen en el INDEC, quizá Darín y Campanella. Termine
usted lector de completar la lista de enemigos íntimos de Cristina.
Los gobiernos que buscan respaldar su accionar en la referencia a
otros tiempos, recurren al mito o a la utopía. El mito implica mirar
hacia un pasado glorioso al cual es necesario volver, aunque sea en su
espíritu, para lo que se necesita ir suprimiendo los obstáculos que se
fueron construyendo entre aquel ayer ideal y este presente imperfecto.
La utopía, en cambio, mira hacia un futuro pleno que al principio sólo
anida en la imaginación de los ingenieros sociales pero que, con el
tiempo, podrá ser realidad si se suprimen los obstáculos presentes que
le impiden concretarse.
El mito suele ser convocado por las ideologías de derecha ansiosas de
corregir los efectos negativos del mundo moderno con el retorno al
espíritu de los viejos tiempos clásicos. Mientras que la utopía atrae a
las ideologías de izquierda que se resisten a que en el futuro el mundo
siga siendo tal cual fue o sigue siendo, convencidos de que la voluntad
humana es capaz de crear una sociedad y un hombre nuevos y mejores a los
que conocemos.
¿Dónde podemos ubicar al kirchnerismo?
Reivindicar al peronismo pero dándolo vuelta. El kirchnerismo
es una rara mezcla que se mueve ideológicamente en el terreno de la
lógica utópica de izquierda pero que propone el rescate de un ideal
mitológico. El retorno a un pasado glorioso que se comenzó a reconstruir
en 2003 contra varias décadas ignominiosas que se empeñaron en negarlo y
borrarlo. Sin embargo, no se inspira literalmente en algún pasado
concreto sino en varios pasados reunificados en la ideología K por obra
de la imaginación de sus ideólogos, incluyendo, en primerísimo lugar, a
Cristina Fernández.
Así como hasta 2003 casi todos rescataban del primer Perón su
política social por encima de su autoritarismo, y del último Perón sus
intentos conciliatorios que buscaron borrar las viejas divisiones
políticas por encima de la violencia de su gobierno, el kirchnerismo
giró ese consenso 180 grados. Ahora lo que más se rescata del primer
peronismo es su carácter confrontativo contra el campo, la prensa, la
Iglesia, la oposición, la clase media, etc, etc. Del último peronismo al
“camporismo”, aquel presidente que no fue pero que pudo haber sido si
Perón no se lo hubiera impedido volcándose hacia la derecha de su
movimiento y del país.
El imaginario K ve una Argentina con los mismos -o muy parecidos-
conflictos que en 1945 pero asumidos con la ideología de la izquierda
setentista, a partir de la interpretación que ésta hiciera del primer
peronismo, al cual le agregaba una dosis de “revolucionarismo”
ideológico que éste nunca había tenido. Aquellos jóvenes se decían los
superadores del viejo Perón, al que veían como un burgués en los ‘40
avanzado pero en los ‘70 retrasado, por lo cual debía ser remplazado por
una nueva generación más que peronista, ya del todo socialista.
El enemigo buscado. Durante la presidente de Néstor Kirchner
estos supuestos estuvieron latentes pero no aún en acto porque la
primera etapa del modelo buscaba un transversalismo político para
sustituir al PJ tradicional y un capitalismo prebendario propio para
sustituir al capitalismo prebendario ajeno. Es que ese primer
kirchnerismo no atinaba aún a encontrar los “enemigos” con los que había
combatido el primer peronismo, ni siquiera los “enemigos” del último
peronismo, como las fuerzas armadas o el PJ de derecha, porque estos
estaban en franco retroceso a diferencia de aquellos viejos tiempos.
Sin embargo, desde siempre Néstor Kirchner intuyó que, sin enemigos,
tarde o temprano su proyecto sucumbiría por falta de combustible
ideológico. Por eso apenas la historia le ofreció una oportunidad, a
inicios de la primera presidencia de su esposa, no dudó en asirla e
incluso dejarla como herencia. Una herencia con la que Cristina se
sintió aún más identificada, quizá por una cuestión de carácter, que el
inventor de la misma.
El enemigo encontrado. Ese día en que apareció el conflicto
con el campo, la luz se hizo de una vez y para siempre. Ya estaban dadas
todas las condiciones para iniciar la larga marcha K hacia el poder
total en nombre de una historia reinterpretada. No sabía Néstor que el
mito fundante que le faltaba al proyecto lo aportaría él con su
prematura muerte. Pero a la larga, todo terminó sumando.
La guerra inventada contra el campo fue la excusa ideal para
argumentar que en el fondo de la Argentina nada había cambiado
sustancialmente; que los buenos y los malos seguían tan consolidados en
sus respectivas facciones como lo estuvieron siempre. Por eso la
“oligarquía”, según los K, no salía a protestar por un aumento de
retenciones sino porque los terratenientes seguían siendo los dueños del
país a los cuales Néstor venía a ponerles coto. Con el campo también
mostraron sus garras los medios de prensa que, como hiciera “La Prensa”
durante el primer peronismo, no dudaron en ponerse del lado de los
“gorilas” para destruir al gobierno “nacional y popular”.
A esos dos grandes enemigos históricos contra los cuales Néstor
-según el catecismo oficial- murió batallando, luego Cristina en soledad
agregaría el resto de los supuestos conspiradores que querían
destruirla. Por eso se sacó de encima al sindicalismo “vandorista” o
“ruccista” de Hugo Moyano. En vez de intentar remplazar al PJ
conservador de Scioli mediante alianzas transversales o concertaciones
con radicales, intentó crear su propio partido ideológico, camporista,
unido y organizado, al cual se propuso infiltrar en todos los organismos
del Estado pero no como en los años 70 a partir de la fuerza de las
armas sino con una fuerza muchísimo más poderosa: la de los cargos y
prebendas.
Después del frustrado 7D, a dicha caterva de “destituyentes” le
agregó la Justicia, incluyendo, como novedad sustancial, a la propia
Corte Suprema, la misma con la que el kirchnerismo produjo en sus
inicios una renovación colosal de las prácticas institucionales del país
y que ahora supone ha quedado retrasada (o se ha vendido al enemigo)
con respecto a las nuevas exigencias del modelo.
En los inicios de este año, descubrió que la culpa de la miseria es
la conspiración municipal. Por eso ordenó destituir al intendente de
Bariloche y dar dinero a los intendentes puenteando a los gobernadores.
De ese modo mata dos pájaros de un tiro: hace a los municipios más
dependientes del Gobierno nacional y a la vez los usa para quitar lo
poco que le queda de autonomía a las provincias. Que Scioli, Macri, De
la Sota, Peralta y los socialistas santafesinos vayan sabiendo lo que
les espera.
En fin, así como la aparición del campo como actor público en los
inicios de su primera gestión, le hizo suponer a Cristina que la
revolución había comenzado, la salida multitudinaria a las calles de una
clase media sumamente crítica -si no con todos los contenidos sí con
las prácticas institucionales y económicas del oficialismo- terminó por
convencer definitivamente a la Presidenta de que otra vez estamos como
en el 45 o en el 73, luchando los mismos buenos de siempre contra los
mismos malos de siempre, según la mitología progre-peronista que hoy
cuenta para su construcción intelectual con el apoyo de amplios sectores
de la universidad, el periodismo y la cultura, quienes han sido
indudablemente beneficiados, material y simbólicamente, por el poder del
Estado, a cambio de la desaparición casi total de su autonomía en
cuanto sector crítico.
Inventando al enemigo. La gran diferencia del kirchnerismo con
sus antecedentes históricos peronistas, es que si bien los “enemigos”
de las varias etapas suenan parecidos, los objetivos estratégicos son
muy diferentes. El primer peronismo tuvo como eje de su proyecto la
incorporación de una nueva clase social al sistema productivo y
cultural, mientras que el setentismo se proponía una revolución política
y social que hoy suena como imaginaria pero que en aquel entonces
aparecía como posible y real tanto para quienes la anhelaban como para
quienes la deploraban. En cambio, el kirchnerismo no tiene más proyecto
que el de permanecer gobernando una sociedad que sus principales espadas
suponen ya han transformado lo suficiente para que nadie ose cambiarla
jamás por ninguna otra.
Para ellos su revolución, en lo sustancial, ya ha tenido lugar,
excepto que los contrarrevolucionarios siguen todos vivos acechando para
destruirla al menor descuido. Por eso, de lo que se trata es de
mantener una movilidad permanente para descubrir, en cada momento y
lugar, de qué se disfraza el enemigo, que puede estar adentro o afuera
del movimiento pero que siempre asume distintos disfraces aunque con la
idéntica finalidad de sacar al “pueblo” del poder.
Dentro de esa lógica el kirchnerismo en su etapa cristinista es una
eterna lucha para apropiarse del pasado mediante la construcción de una
mitología propia y para apropiarse del presente mediante la permanente
invención del enemigo. Aunque de tanto pensar en ese pasado imaginario y
en ese presente perpetuamente conflictivo, ha perdido toda capacidad de
proyectar el futuro, excepto como una continuidad literal de este
presente que para ellos sería perfecto de no ser por la existencia de
los que quieren volver al pasado.
Sin embargo, de no ser por la existencia de esos “enemigos” a los
cuales echarle la culpa de todo lo que ellos hacen mal, el presente se
demostraría mucho menos promisorio para el oficialismo. Por eso es
imprescindible inventarlos o reinventarlos todos los días, puesto que
una revolución que ya ha sido realizada sólo se explica por los
contrarrevolucionarios que quieren “des-realizarla”. A falta de futuro
que prometer sólo queda presente que mantener.
Estamos ante una revolución conservadora en la que la utopía es
remplazada por el mito y, la promesa del futuro, por su supuesta
concreción actual. Una religión ideológica para creyentes o, más bien,
para gente necesitada de creer. Claro que, más allá de las cuestiones de
fe, usufructuada por los mismos de siempre.
Carlos Salvador La Rosa