choque de realidad
Paren de mentir
El dislate devaluatorio de Moreno. La vieja receta de Cristina. Y la ausencia de república.
PUNCHING BALL HUMANO, 'VOLVEDOR' EMPEDERNIDO. Daniel Scioli. Dibujo: Pablo Temes.
Fue una demostración de una impericia increíble. Pero así son
las cosas en muchas áreas de la administración de Cristina Fernández de
Kirchner. No crea el lector que estamos hablando del ministro de
Defensa, Arturo Puricelli –a quien nadie respeta ya dentro del Gobierno–
y el penoso episodio del Santísima Trinidad. Estamos hablando del
inefable secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno. El hecho: su
vaticinio de un dólar a fin de año de seis pesos. Es decir, habló de
una devaluación. Alguien debería haberle dicho que una devaluación nunca
se anuncia; se instrumenta. ¿Quién se va a desprender de un dólar que
ahora vale cinco cuando sabe que a fin de año valdrá seis? ¿Piensa
alguien en el Gobierno que los dólares de las exportaciones agrícolas se
liquidarán así nomás sabiendo que quien lo haga ahora, o en los
próximos meses, estará perdiendo dinero? Además, la declaración de
Moreno implica un reconocimiento de que los números del Indek sobre la
inflación son una mentira.
El problema que tiene la administración de Fernández de Kirchner con
sus mentiras lo genera, como siempre, la realidad. He ahí, como botón de
muestra, la discusión salarial. Es una espina que perturba al Gobierno.
Y cada vez más, ya que desde un punto de vista político al Gobierno lo
complica su relación no con Moyano u otros opositores –con quienes no la
tiene ni la tendrá– sino con los que son de su mismo palo. Un ejemplo
es la CGT Balcarce; otro, la actual conducción de la Unión Industrial
Argentina; y un tercero, los gobernadores e intendentes K.
La CGT oficialista enfrenta una encrucijada, dado que hay allí
quienes no quieren saber nada con cualquier cosa que signifique tener
que compartir algo con Moyano. Sin embargo, la realidad los lleva a
abordar una agenda con temas que no le permiten despegarse de la del
camionero; ahí está, pues, el reclamo de aumento del mal llamado “mínimo
no imponible”. Los aumentos en las paritarias no tienen sentido si ese
techo no se eleva. Cualquier nuevo beneficio que reciban los
trabajadores será devorado por la AFIP. “No sé cómo la Presidenta no se
da cuenta de esto”, señala un hombre que comparte el mismo espacio
gremial que Caló, y agrega: “Para la tribuna estamos obligados a decir
que el Gobierno modificará esto, pero la verdad es que hasta ahora nadie
nos dijo; estamos dibujados”.
El Aló Presidenta del viernes no ayudó a calmar mucho a las bases de
muchos sindicatos. El consejo presidencial –de hacerles vacío a las
empresas y a los comercios que aumentan los precios– tuvo olor a receta
vieja. Lo han dicho mucho otros que pasaron por la Casa Rosada antes que
Fernández de Kirchner. A ninguno le funcionó. Tampoco funcionará ahora.
Si la Presidenta cree que ésa es la solución al problema de la
inflación, se equivoca. La razón es muy simple: los aumentos no son
exclusivos de un comercio o un rubro en particular, sino generalizados.
Las complicaciones no afectan sólo a los consumidores. También
comprometen las cuentas fiscales, y eso es lo que muestran las economías
de las provincias, cuyo deterioro es difícil de ocultar. Por eso el
espinoso asunto de la coparticipación, ítem clave para la supervivencia
de las gestiones de los gobiernos provinciales, hizo su aparición en la
agenda. La propuesta de rediscutir los porcentajes que han hecho esta
semana Scioli y Fellner surge de una necesidad cada vez más apremiante.
Para paliar eso, a algunas –a cuyos mandatarios Fernández de Kirchner
considera amigos– se les abre el chorro a través del cual distribuyen
fondos extras con generosidad, alternativa que no comparten los que no
gozan del privilegio de la simpatía presidencial. En consecuencia, en
estas últimas los problemas se notan y mucho, algo que desde la Casa
Rosada se encargan de resaltar. Un último ejemplo lo representa San
Carlos de Bariloche. Al intendente removido le negaron hasta el saludo; a
su reemplazante la recibió ni más ni menos que el jefe de Gabinete,
quien le aseguró la ayuda que el destituido no tuvo.
Hasta ahora, esta situación de ahogo la venían expresando
públicamente cuatro gobernadores: el cordobés De la Sota, el
santacruceño Peralta, el correntino Colombi y el santafesino Bonfatti.
Esta semana se les han agregado Scioli y Fellner. A Scioli salieron a
“matarlo” su vice, Gabriel Mariotto, y Amado Boudou. Es para lo que
están.
Es improbable que los gobernadores logren abrir la discusión por la
coparticipación. En cuanto la Presidenta aceptara hacerlo, sabe que se
queda sin caja y, por ende, sin poder para someter a los mandatarios. A
propósito, en la semana se adoptó una decisión destinada a reducir al
mínimo el poder de los ejecutivos provinciales. Fue la resolución por la
que se habilitó a los intendentes a recibir fondos desde la Nación sin
la participación de los gobernadores. Ha sido ésta la oficialización de
una práctica que supo usar mucho Néstor Kirchner.
Más allá de las consecuencias prácticas que vaya a producir, esta
determinación del Gobierno implica un avasallamiento no sólo de la
autoridad de los gobernadores, sino también del concepto republicano y
federal sobre el que descansa la estructura institucional de nuestro
país. Con actitudes como éstas, la Presidenta no hace más que reafirmar
el perfil absolutista de su gestión, que se asemeja más a un unicato que
a una república.
Producción periodística: Guido Baistrocchi.